La generación X y Arreola
Por: Rodrigo Sánchez Sosa.
¡Un libro!... no se conformaban con un cuento, una obrita brillante que le diera a uno los quince o veinte mil pesos que le permitieran irla pasando en este país que se desmorona en cada columna de los diarios nacionales. No, querían un libro. "Ochenta cuartillas como mínimo", decía lapidaria la convocatoria del concurso nacional de cuento Juan José Arreola. Si sabrían esos pedantes intelectualillos adictos a las seguras quincenas del presupuesto universitario, lo que costaban las copias por triplicado de esas "ochenta cuartillas como mínimo". Los conozco, ¿Cuántas veces me emborrache con ellos en los jardines de la facultad? ¿Cuántas veces se burlaron los hijos de la chingada de mis poemas? Aunque ellos decían no atreverse a escribir, la edición era lo suyo…la edición, ¡cobardes! Los conocía, por eso los imaginaba organizando y administrando todo el circo. El hambre es canija, y la ambición más, por eso me valió. Junte el trabajo de varios años, hasta un cuento que ganó una mención honorifica en un concurso estatal. Que me iba importar las condiciones que prohibían obras publicadas o ganadoras de otras convocatorias, cincuenta mil pesos es mucho dinero y, quién quite. Pendejo, pendejo no soy. Muy poco realista, eso sí. Seguramente los tres escritores de renombre nacional, jueces del concurso, se fijarían en mi, un pinche escritorcillo neurótico cuya única gracia era haber nacido en el mismo lugar que Rulfo; cuyas lecturas se reducen a un puñado de autores marginales; cuyos conocimientos musicales le daban para saber que Nirvana era un fusil de los Pixies; cuyas experiencias en el departamento de letras se limitaron siempre a unas pedotas con los alumnos, que siempre, como buenos burguesitos recién peinados, se fumaban pulcramente un churro sintiéndose con ello la esencia de la rebeldía. Lo bueno de todo aquello, en la facultad, era ver pasar, de vez en cuando, a Arreola por el jardín de Filosofía y letras a su cátedra de postgrado. El maestro, ya anciano para entonces, preservaba esa aura de fascinación que inspiraba, más en una bola de pendejos como nosotros, una reverencia de incienso y campanas. El pelo completamente blanco, alborotado, le daba un aire punk, parecía un Sting senil; pero al mismo tiempo, su traje negro, capa y bastón, lo hacían a uno pensar en el personaje principal de la obra de Stoker o en los pálidos y enclaustrados habitantes de los cuentos oscuros de Poe… ¡Un vampiro punk! Si, creo que se parecía a David Bowie en el "Ansia". Aquella imagen, contrastaba con su mermada fuerza física, Arreola siempre se hacia acompañar por alguien que lo sostenía; sin embargo, proyectaba poder, un poder que no tenía que ver con el paso vacilante que dependía de su lazarillo. Hubiésemos querido que se percatara de nuestra presencia, pero toda su atención la consumía el nivel del piso al que no quería contrariar. Y nosotros, reverentes, nos contentaba el verle, sentirnos parte de aquel mundo donde seres como ese encontraban su medio natural. Hoy huérfano de Arreola y los muros del campus, exigía mi lugar en la vida. No podían menospreciar, los jueces del concurso nacional de cuento del "vampiro punk", mis antecedentes: Yo conocí a Arreola. Es más, lo había leído…la verdad es que me iba muy mal y necesitaba esos cincuenta mil pesos. Nunca obtuve nada, ni siquiera una represaría por no ajustarme a las reglas del concurso. Así que volví a mi mundo proletario, nada romántico, de horario nocturno, pago miserable y condena de por vida. Nada que ver con mis aspiraciones de glamur de estrella de rock y actitud de "todos me la pelan", a la José Agustín. Pero igual que él y a pesar de, en cierta manera como Arreola, represento una generación, algunos la llaman "X", algo no muy halagador, pues ni siquiera existió la decencia de que un buen escritor definiera y nombrara nuestra generación.
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