LA MANO DEL METATE
Por Hugo Rodríguez Vázquez
Especial: Un idiota con la máxima fuerza destructiva
El máximo idiota del mundo está "orgulloso" de su fuerza destructiva, y digo "fuerza" porque el "poder" está asociado a la inteligencia y ésta a la transformación y a la construcción. La fuerza en cambio está orientada a la dominación y a la destrucción. Pero el máximo idiota no tiene la menor idea de lo que en realidad significan las palabras. Estados Unidos tiene fuerza, mas no poder, y a sus gobernantes les fascina la dominación que las armas pueden ejercer. La fuerza domina a través del miedo, la fuerza masacra sin miramientos a pueblos enteros (Hiroshima y Nagasaki, más de 200 mil muertos civiles; Vietnam, más de un millón, entre combatientes y civiles), por poner un ejemplo del "arte" de dominar destruyendo que practica el infernal y sanguinario imperio gringo.
Apenas ayer el máximo idiota se ufanó de lanzar sobre afganistan "la madre de todas las bombas", un artefacto con once toneladas de explosivos, cuya fabricación, la de uno solo, bastaría para resolver incontables carencias de los pueblos subdesarrollados cuyos recursos explota el imperio para mantener sus delirios de grandeza.
Ni por asomo se le ocurre al máximo idiota que sus desplantes de fuerza traerán como respuesta obvia la maldición terrorista en olas cada día más extendidas, sobre civiles ajenos del todo a los maniáticos sueños e intereses de los gobernantes racistas y xenófobos, que sirven fielmente al uno por ciento que es dueño de la riqueza del mundo. Cree a pie juntillas el máximo idiota, en la simplicidad de su mente vacía, que la manifestación de tal poder destructivo acabará con cualquier esperanza para los pueblos oprimidos, establecerá el miedo y la sumisión en todos los pueblos que osan rebelarse.
Y no es que seamos partidarios de ISIS, uno de los grupos terroristas más sanguinarios que ha surgido; el caso es que las acciones emprendidas por las potencias carecen totalmente de una estrategia inteligente que salvaguarde la seguridad de pueblos inermes. Se usa la fuerza, no el poder, y su uso provoca una respuesta proporcional, pero no concentrada en objetivos militares del enemigo, sino diseminada en actos terroristas aislados, imprevisibles, sobre la población civil.
La fuerza ejercida por el máximo idiota y sus cómplices no impresiona a los terroristas, ellos están dispuestos a morir; no los derrota ni amedrenta, porque es focalizada; pero siembra, en cambio, mucho más rencor, mucha más determinación y define mejor al enemigo. El máximo idiota actúa a este nivel porque sabe que él no sufrirá las consecuencias, pero sí muchos ciudadanos en Estambul, en Londres, en Paris, en Berlín… Y a los actos terroristas se responderá con más bombas y a ello seguirá la expansión del miedo y la zozobra, la implantación del desasosiego y la angustia.
La humanidad inerme ha venido viéndose forzada a crear una nueva normalidad, en la cual el miedo nos cubre como una membrana sobre la piel, en la cual se va perdiendo el asombro sobre las diarias noticias cuyo estándar son las crecientes cifras de víctimas, entre migrantes que huyen dejando todo atrás, asolados por el hambre y la destrucción; entre ciudadanos inocentes que mueren atropellados por un terrorista que les lanza un autobús, o masacrados de súbito con armas de asalto en un lugar de reunión.
"La madre de todas las bombas no nucleares" mató a 36 terroristas, casi nada para ISIS. Pronto comenzaremos a saber cuántos civiles caerán o caeremos en la inevitable respuesta. Un solo acto terrorista, casi siempre imprevisible, puede y suele eliminar una cantidad superior a esa.
Esta es la realidad de la hoguera en que se ha convertido el mundo, y que el máximo idiota, desde la impunidad de su búnker, atiza ahora como nadie, con la idea fija en calentar aún más el caldero, para que por fin hierva y estalle en una guerra extendida y total, ya que, según su ciega creencia, al final el imperio será el ganón y "América surgirá de los escombros y será grande otra vez".
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