Especial para Horizontes...
Descripción de la región indígena
a la que perteneció Tzaulan
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula
Una de las teorías del origen del pueblo tzayulteca, es que fueron descendientes de aquellos que llegaron a estas tierras con la migración nahua que venia del norte, del Lugar de las Siete Cuevas o Aztlán. Esta implica una teoría del siglo XIX de los historiadores de esa época que hace al Tzaulan parte de una supuesta confederación indígena que se formó con los pueblos nahuas que llegaron a la región con esta migración, para poblar lo que es hoy Jalisco, Nayarit, Zacatecas y Aguas Calientes. Se conoce a esta unión de pueblos nahuas del noroccidente de México como Chimalhuacan. Teoría que fue desechada por inexacta, pero que, a principios del siglo XX (1903), en este documento, describe costumbres, organización territorial, arquitectura y formas de vestimenta de los pueblos de la región, que bien se pueden ajustar a las del señorío del Tzaulan:
"Acerca de estas sucesivas peregrinaciones de las tribus nahuas a través de Chimalhuacan no se conocen datos concretos. Se sabe solamente por las vagas informaciones de la tradición que transmite el padre Tello, que una parte de esas tribus salió de una localidad desconocida llamada Chicomoztoc (lugar de las siete cuevas) y recorrió en parte la región pasando por Petatlán, Culiacán, Chiametlán, Centispac, Xalisco, Valle de Banderas, Jala, Ahuacatlán, Atoyac, Ixtapalapan, Cuaulan (Tzaulan o Sayula), Zacualco, Cocolan, Ameca, Ayahualulo, Etzatlan, Tequila, Tlala, Ixtlan, Ocotlan, Atemajac, Tonalan, Cuitzco del Río, Tototlan, Mezcala, Chapala, Yocotepec. Otra parte salió unos años más tarde del mismo Chicomoztoc, siguió un itinerario diferente, penetró en la meseta central y se detuvo en Cohuatliclamac, Matlacahualán, Pánuco, Chimalco - que hoy son los valles de Poana, Xuchil y Nombre de Dios -, en donde se encontraban las ciudades y las localidades de Pipiolcomic, Chimalco, Matlacahualan, Cohuatliclamac. Después las tribus pasaron por Sain, Fresnillo, Truxillo, Valparaíso, Zacatecas, Malpaso, Jerez y el valle de Tuitlán, donde fundaron una ciudad fortificada cuyos vestigios se encuentran todavía hoy bajo el nombre de La Quemada. Según el padre Tello, los invasores permanecieron veinte años en esta ciudad, donde habían edificado un templo para realizar sus sacrificios humanos, lo cual finalmente originó la guerra con los indígenas entre los cuales se habían establecido…
Tales eran las tribus que, en el momento de la conquista española, eran designadas con los nombres de cascanes, teúles, colotlanes, texuexes, torames, zayahuecos, tecojines, etc. Todas esas tribus, generalmente conocidas con el nombre de chichimecas, debían pertenecer más o menos a la raza otomite. Sus denominaciones diversas debían más bien provenir de las localidades donde vivían y no de una diferenciación étnica. Hoy día han desaparecido completamente, ya sea porque en las guerras con los españoles prefirieron la muerte y no el yugo europeo, ya sea porque se confundieron poco a poco con otros indígenas que llegaron para agruparse en torno a las primeras misiones. Si bien ahora es, por así decirlo, casi imposible encontrar las huellas y reconstruir el tipo de existencia de esas tribus casi salvajes, no sucede lo mismo con la población civilizada que le había dado a la región un auge tan grande. Se puede encontrar fácilmente el lugar de los antiguos centros y pueblos, varios de los cuales, por su posición ventajosa, se han convertido hoy en ciudades importantes donde a cada instante las nivelaciones sacan a la luz gran cantidad de objetos de la industria antigua. Las costumbres de esas ciudades nos han sido transmitidas por los relatos de los historiadores y todavía están vigentes en algunos lugares en que los indígenas, aunque profundamente mestizados, han conservado gran parte de la manera de vivir de sus antepasados; por ejemplo, en el pueblo de Tuxpan o Tochpan, cerca de Zapotlán, al sur del estado de Jalisco, parte de los habitantes habla la lengua náhuatl, lleva casi la misma vestimenta que antes de la Conquista y conserva muchas cosas del pasado en su industria. La vestimenta entre los hombres de la nobleza consistía en una especie de túnica corta y sin mangas, además de una pieza de tela del mismo tamaño que llevaban sobre los hombros y que servía de capa y de cobija; esta última ropa se llamaba tilmatli. Se cubrían la cabeza con otra pieza de tela más o menos cargada de plumas y ornamentos, lo cual constituía un tocado probablemente particular para cada cantón, como parecen indicarlo las figurillas de cerámica extraídas en las excavaciones. Lo mismo sucede con el tilmatli que algunas veces era de cuero o de la piel de diversos animales, perfectamente curtida, como lo notaron los conquistadores, principalmente entre los indígenas de las Tierras Calientes vecinas de la desembocadura del río Santiago. Las mujeres de la nobleza vestían varias túnicas de diferentes tamaños que llevaban sobrepuestas, y a las cuales se les daba el nombre de huipil. Llevaban la cabellera recogida con una pieza de tela, como los hombres, o trenzada y envuelta con bandas de tela más o menos adornadas. Además, la mujer llevaba en la cabeza, sobre el pecho, en los brazos y las piernas, aretes, ornamentos de oro, de plata, de piedras preciosas talladas, collares de perlas, etc. En la clase pobre la vestimenta era a menudo de lo más rudimentaria. Para el hombre, una pieza de tela, con una abertura al centro, por la cual pasaba la cabeza y que caía hacia ambos lados del cuerpo; a veces, todavía más sencillo, una especie de taparrabo que se amarraba a la cintura. La mujer del pueblo se cubría los hombros con una camisa de algodón llamada xoloton, y el resto del cuerpo con una falda más o menos corta, según la región. Estas diversas formas de vestir, tanto las de la casta noble como las de la gente del pueblo, están claramente representadas en las piezas de cerámica antiguas.
La indumentaria masculina de la clase baja parece ser la misma que todavía actualmente usan los indios huicholes en la sierra de Nayarit y que es designada con el nombre de cotoni. En cuanto al tilmatli, casi parece ser casi la misma prenda que estos mismos indígenas llaman niutari y que llevan en días de fiesta.
La prenda de la mujer sigue siendo muy común en el pueblo de Tuxpan. El xoloton consiste en una camisa de algodón muy delgado. Las mujeres hacen la tela en el mismo pueblo con un telar primitivo cuyo uso ha persistido hasta nuestros días. La falda, la cual llevan también casi todas las mujeres indias del pueblo, difiere un poco de la que mencionan los autores. Es larga y les llega hasta el tobillo; es un paño de cinco a seis metros que se enrolla alrededor de las caderas, y se ciñe con un cinturón. Se dobla en ambos lados, a lo largo de las piernas, de tal manera que forma un cierto número de pliegues. Esta falda no es una modificación moderna de la anterior, ya que aparece en una figurilla antigua con forma de arete, que se encuentra en el Museo Etnográfico del Trocadero. Finalmente, en cuanto al peinado femenino antiguo, en forma de trenzas de cabello enrollado en una banda de tela estrecha y larga, todavía suele usarse en el pueblo de Tuxpan. La manera en la que queda modelada la superficie del peinado tiene la apariencia de un turbante que las antiguas figurillas de cerámica muestran con frecuencia, al igual que las pueblerinas modernas de Tuxpan.
La lengua más empleada en Chimalhuacan era el náhuatl, pero estaba lejos de ser generalizada. Se hablaba sobre todo en los centros. Muchas poblaciones, a pesar de su sometimiento, habían conservado el uso de su propio idioma. Fue solamente en la época de la Conquista cuando el náhuatl se extendió por toda la región y, cosa curiosa, conquistadores y misioneros se vieron obligados a preconizar su empleo para relacionarse con los indígenas. Por supuesto, a medida que se realizaba la fusión con los primeros colonos españoles, el empleo del náhuatl se hizo cada vez menos frecuente, y el español predominó en todos los lugares donde prosperaba la colonización. Sin embargo, el idioma de los nahuas ha persistido casi hasta nuestros días, en numerosos pueblos donde los indios de temperamento pacífico han podido conservar cierta independencia. En la actualidad, se emplea de manera bastante común en el pueblo de Tuxpan, pero allí también, debido al progreso y la unificación cada día más acentuados, no tardará en desaparecer, arrastrando con él todas las curiosas costumbres de antaño que le dan a este pueblo, aislado durante tanto tiempo, una verdadera originalidad. Como se puede comprender fácilmente, las demás lenguas desaparecieron por completo justo después de la Conquista, salvo el cora, el huichol y el tepehuano, los cuales se han mantenido hasta nuestros días…
Según las relaciones de la Conquista, las ciudades de Chimalhuacan estaban muy pobladas y, las casas y los edificios muy bien construidos. La arquitectura era casi la misma que la del valle del Anáhuac. La piedra para la construcción, aunque abundante en la región, se empleaba poco. Los indígenas utilizaban sobre todo el ladrillo crudo que llaman adobe. Los edificios que por lo general se encontraban en todas las ciudades eran un templo, teocalli, y una construcción llamada caligüey que servía de residencia para los jefes del gobierno. Los templos, probablemente poco diferentes de los del valle del Anáhuac, consistían en una pirámide trunca de forma cuadrangular sobre cuya plataforma estaban dispuestos los altares y los edículos que servían para recibir las ofrendas. Uno de los teocallis que más destacaron los españoles y del que se ha conservado la descripción, fue el que encontró Francisco Cortés de Buenaventura cuando llegó a Jalisco. El revestimiento de estuco de las caras de la pirámide brillaba tanto que los soldados, al verlo de lejos, creyeron que era de plata. Se accedía a la plataforma por una escalera de setenta peldaños. El santuario ubicado sobre la plataforma era en forma de espiral, con la abertura hacia el oriente. En los ángulos de la pirámide estaban colocados unos sahumadores para quemar grandes cantidades de resinas olorosas, copal. La combustión de esas resinas producía tal cantidad de humo que la parte superior de la pirámide desaparecía. Como era de esperarse, todos los teocallis existentes durante la llegada de los españoles fueron rápidamente destruidos por los invasores, pero casi todas las ciudades que luego fueron abandonadas presentan los vestigios de esas pirámides que en gran parte deformadas por el tiempo y los agentes atmosféricos ya sólo son montículos de tierra, generalmente recubiertos por una espesa vegetación. Con frecuencia se encuentran al pie de los túmulos, a los cuales los indígenas llaman pirámides o cerritos artificiales, no sólo pedazos de cerámica, sino también figurillas de piedra de factura hierática (Santa Inés).
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