Los políticos caminan casi siempre por caminos hechos ya por otros, y no hacen más que imitar a quienes los precedieron, en las acciones que se les ve hacer; pero como no pueden seguir en todo el camino abierto por los antiguos, ni se elevan a la perfección de los modelos que ellos se proponen, el político prudente debe elegir únicamente los caminos trillados por políticos sobresalientes, e imitar aquellos que sobrepujaron a todos estos, a fin de que si no consigue igualarlos, tengan sus acciones a lo menos alguna semejanza con las suyas. Debe hacer como los arqueros bien advertidos que, viendo su blanco muy distante para la fuerza de su arco, apuntan mucho más alto que el objeto que tienen en mira, no para que su vigor y flechas alcancen a un punto de mira en esta altura, sino a fin de poder, apuntando así, llegar en línea parabólica a su verdadero blanco.
Digo, pues, que en los gobiernos nuevos, y cuyo gobernante, por consiguiente, es nuevo, hay más o menos dificultad en gobernar, según que el que ganó gobierno (en las urnas) es más o menos valioso. Como el suceso por el que un hombre se hace gobernante, de un ciudadano común que él era, supone tener algún valor o gracia, parece que la una o la otra de estas dos cosas ahorran en parte muchas dificultades; sin embargo, se vio que el que no había sido puesto allí por la suerte, se mantuvo por más tiempo. Lo que proporciona también algunas facilidades, es que no teniendo semejante gobernante otras ocupaciones, va a atender correctamente su obligación de gobernar.
Pero volviendo a los hombres que, por ser valiosos y no por la fortuna, llegaron a ser gobernantes, digo que los más dignos de imitarse son: Moisés, Ciro, Rómulo, Teseo y otros semejantes. Y, en primer lugar, aunque no debemos discurrir sobre Moisés, porque él no fue más que un mero ejecutor de las cosas que Dios le había ordenado hacer, diré, sin embargo, que merece ser admirado, aunque no fuera más que por aquella gracia que le hacía digno de conversar con Dios. Pero considerando a Ciro y a los otros que adquirieron o fundaron reinos, los hallaremos dignos de admiración. Y si se examinaran sus acciones e instituciones en particular, no parecieran ellas diferentes de las de Moisés, aunque él había tenido a Dios por señor. Examinando sus acciones y conducta, no se verá que ellos tuviesen cosa ninguna de la fortuna más que una ocasión propicia, que les facilitó el medio de gobernar sus pueblos de la forma que les convenía. Sin esta ocasión, el valor de su ánimo se hubiera extinguido, pero también, sin este valor, se hubiera presentado en balde la ocasión. Le era, pues, necesario a Moisés el hallar al pueblo de Israel esclavo en Egipto y oprimido por los egipcios, a fin de que este pueblo estuviera dispuesto a seguirle, para salir de su esclavitud. Convenía que Rómulo, a su nacimiento, no se quedara en Alba, y fuera expuesto, para que él se hiciera rey de Roma y fundador de un Estado, su patria. Era menester que Ciro hallase a los persas descontentos del imperio de los Medos, y a éstos, afeminados por causa de una larga paz, para hacerse Soberano suyo. Teseo no hubiera podido desplegar su valor, si no hubiera hallado dispersados a los atenienses. Estas oportunidades, sin embargo, constituyen la fortuna de semejantes héroes; pero su excelente sabiduría les dio a conocer el valor de estas oportunidades; y de ello provienien la ilustración y prosperidad de sus pueblos.
Los que por oportunidades llegan a ser gobernantes, no adquieren su gobiernos sin dificultades, pero gobiernan fácilmente; y las dificultades que ellos experimentan al gobernar vienen en parte de las nuevas leyes y políticas que les es indispensable introducir a su administración para asegurar su gobierno y la seguridad de este. Debe notarse bien que no hay cosa más difícil de manejar, ni cuyo acierto sea más dudoso, ni se haga con más peligro, que el obrar como ejecutivo principal para introducir nuevas leyes y reformas. Tiene el gobernante por enemigos activísimos a cuantos sacaron provecho de la antigua administración (en este caso, municipal), mientras que los que pudieran sacar provecho de la nueva no lo defienden más que con tibieza. Semejante tibieza proviene en parte de que ellos temen a sus adversarios que se aprovecharon de su influencia en el poder saliente, y en parte de la poca confianza que los hombres tienen en la bondad de las cosas nuevas, hasta que se haya hecho una sólida experiencia de ellas. Resulta de esto que siempre que los que son enemigos suyos hallan una ocasión de rebelarse contra ellas, lo hacen unidos (FCS, no hay mejor ejemplo local); no las defienden los otros entonces más que tibiamente, de modo que peligra el nuevo gobierno, sus proyectos e intereses.
Cuando uno quiere discurrir adecuadamente sobre este particular, tiene precisión de examinar si estos gobernantes innovadores tienen por sí mismos la necesaria consistencia, o si dependen de otros; es decir, si para dirigir su proyecto, tienen necesidad de rogar o si pueden concretarlos. En el primer caso, las cosas no salen acertadamente nunca, ni conducen a nada bueno; pero cuando no dependen sino de ellos mismos, y que pueden imponer, dejan rara vez de conseguir su fin (allí está el tianguis nuevo de Sayula por ejemplo, el Centro Regional de Comercio, caso emblemático en este ejemplo, que no se ve que en el próximo trienio se repita, ni siquiera con Rivas).
Además de las cosas que hemos dicho, conviene notar que el ánimo del pueblo es variable. Se podrá hacerles creer fácilmente una cosa; pero habrá dificultad para hacerlos persistir en esta creencia. En consecuencia, es necesario que, cuando hayan dejado de creer, sea posible obligarlo a creer todavía. Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo no hubieran podido hacer observar por mucho tiempo sus leyes, si hubieran estado desarmados, como le sucedió al fraile Jerónimo Savonarola, que fracasó en sus nuevos proyectos, cuando la multitud comenzó a no creerlo ya inspirado, no tenía él medio ninguno para imponer la creencia que le convenía a los que la habían perdído, ni para convencer a los que ya no le creían.
Los gobernantes de esta especie experimentan, sin embargo, sumas dificultades en su conducta; todos sus pasos van acompañados de peligros y les es necesario el valor para superarlos. Pero cuando han triunfado, y que empiezan a ser respetados, como han subyugado entonces a los hombres que les tenían envidia, se vuelven poderosos, seguros, reverenciados y dichosos.
A estos tan relevantes ejemplos, quiero añadirles otro de una clase inferior, que, sin embargo, no estará en desproporción con ellos; y me bastará escoger, entre todos los otros el de Hierón el Siracusano. De ciudadano común que él era, llegó a ser príncipe de Siracusa, sin tener cosa ninguna de la fortuna más que una favorable oportunidad. Hallándose oprimidos los siracusanos, le nombraron por caudillo suyo; en cuyo cargo mereció ser elegido después para gobernarlos. Había sido tan admirado por sus semejantes en su condición de ciudadano que, en sentir de los historiadores, no le faltaba entonces para reinar más que poseer un reino. Luego que hubo empuñado el cetro, licenció las antiguas tropas, formó otras nuevas, dejó a un lado a sus antiguos amigos, haciéndose otros nuevos; y como tuvo entonces amigos y soldados que eran realmente suyos, pudo establecer, sobre tales fundamentos, cuanto quiso; de modo que conservó sin trabajo lo que no había adquirido más que con largos y penosos afanes. (una modus operandis muy Rivas…)." El Príncipe; Maquiavelo. Capítulo VI: De las soberanías nuevas que uno adquiere con sus propias armas y valor. Traducción y adaptación: Rodrigo Sánchez Sosa.
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