Política de las raíces del clasismoracializado mexicano.
Por Rodrigo Sánchez Sosa
çPocas ideologías han ganado suficiente importancia como para sobrevivir a la dura lucha competitiva de la persuasión y sólo dos han llegado a la cima y han derrotado esencialmente a las demás: la ideología que interpreta a la Historia como una lucha económica de clases y la que interpreta a la Historia como una lucha natural de razas. El atractivo de ambas para las grandes masas resultó tan fuerte que fueron capaces de obtener el apoyo del Estado y establecerse por sí mismas como doctrinas oficiales nacionales…Pero mucho más allá de las fronteras dentro de las cuales el pensamiento de raza y el pensamiento de clase habían evolucionado hasta llegar a ser normas obligatorias de pensamiento, la libre opinión pública las había adoptado hasta tal extremo que no sólo los intelectuales, sino las grandes masas de hombres que ya no aceptaban una interpretación de los hechos del pasado o del presente que no se hallara de acuerdo con una de estas perspectivas.
Si en los Estados Unidos es necesario emprender una guerra -y ahora escuchen bien- pelear una guerra, que no es tanto por la defensa del país, pero es básicamente por la defensa de la constitución, por la defensa de los derechos humanos. Aunque puedes decir hoy: sí, ¿y qué está pasando en Ucrania? Con toda razón puedes retratar todo lo terrible puedes- de lo que está sucediendo en Ucrania. Pero creer que estas personas que en Europa van a las calles [a las protestas] salen a defender el mundo, en el que todavía hay algo de libertad, al contrario, incluso también los poderes totalitarios por desgracia tienen que usarse. Esto puede ser un error, puede estar mal, pero los que juzgan, al menos, deben encargarse de estas cosas; cuando se habla de Ucrania, al menos deben recordar que no estaríamos allí, juntos y hablando libremente, si Estados Unidos no hubiera intervenido y finalmente hubiera salvado a Alemania y a Europa del terror totalitario más terrible (el fascismo).
En 1967, a más de diez años de una guerra que bajo el intervencionismo yanqui impedía la reunificación de Vietnam, buena parte del mundo conocía las flagrantes violaciones a los Derechos Humanos que Estados Unidos cometía contra el ejército enemigo y contra la población civil. La solidaridad de múltiples sujetos sociales, por ejemplo, de los estudiantes universitarios en varias partes del mundo servían a la denuncia y difusión de auténticos crímenes de lesa humanidad. Torturas, masacres o bombardeos indiscriminados, son ejemplos conocidos, además del uso del mortal defoliante, usado para arrasar los bosques, denominado ?agente naranja (Agent Orange), que causó incontables víctimas por efectos del rociamiento masivo. Por acción directa de los Estados Unidos, se volvía al uso de armas químicas, como el nazismo habían hecho años atrás. Aunque ahora bajo el contexto geopolítico de la Guerra fría y en contra de un país periférico cuya población sufriría efectos múltiples e irreparables, víctimas de una racionalidad instrumental que terminaría por ser tolerada por las altas esferas de una intelectualidad que parecía perder la memoria respecto a su propia experiencia.
El intervencionismo de los Estados Unidos, con su hegemónica razón instrumental y sus excesos, era celebrado y justificado en la medida en que salvaba a Europa, y en particular a Alemania del totalitarismo. La Teoría crítica había sufrido una especie de inversión. Metodológicamente se relocalizaba, situándose ya no desde las víctimas del sistema, sino desde el nuevo centro hegemónico de la modernidad en el siglo XX. Ante los estudiantes en resistencia, por ejemplo, el afamado fundador de la Teoría crítica y exdirector del Instituto de Investigaciones Sociales había decidido virar su brújula y mostrar de forma clara su perspectiva. Sorprendentemente Estados Unidos quedaba legitimado como vigía y salvador planetario contra la amenaza de regímenes totalitarios por uno de los máximos representantes de la amplia tradición del ?marxismo occidental, Rusia antes la Unión Soviética. Quizá, con justa razón, más de tres décadas atrás, en 1934, Horkheimer había escrito en su colección de aforismos Ocaso (Dämmerung) lo siguiente:
"La carrera revolucionaria no conduce a través de los banquetes y los títulos honoríficos, de las investigaciones interesantes y los sueldos de profesor, sino a través de la miseria, la vergüenza, la ingratitud y la penitenciaría, hacia lo incierto, que solamente es iluminado por una fe casi sobrehumana. Por ello, raras veces
Parece inverosímil que en aquel contexto político-social la Teoría crítica, reconocida y admirada por los movimientos estudiantiles respecto a su potencialidad teórico-práctica, terminara por declinar sus principios, escindiendo a la teoría de la praxis. Para Theodor Adorno -como se comentó más atrás- la validez de la teoría no depende de su posible aplicación en la praxis política de algún movimiento social o de cierto sujeto histórico colectivo. La teoría mantiene su independencia. Convicción que demostró, ya instalado de vuelta en Alemania en 1950, y hasta su muerte a finales de la década de los sesenta. Es conocido que en sus últimas conferencias el frankfurtiano intentó justificar su posición política apelando a una cierta neutralidad resistiéndose a que se le interpelara, a manera de intelectual orgánico, a tomar parte en algún movimiento social debido al contenido crítico de su teoría. Ante tales pretensiones Adorno señaló: ?porque soy consciente de que muchos de ustedes tienen gran confianza en mí, me resistiría enérgicamente a abusar de esa confianza, presumiendo -aunque sólo fuera por medio de mi estilo de hablar en conferencias- la falsa persona de un gurú, de un sabio.
En el contexto de efervescencia política de una Alemania rica en expresiones estudiantiles contra un gobierno cuestionado por su grado de autoritarismo será el propio Adorno, teniendo como adjunto a Habermas356, quien, por diversas razones, marcará no sólo una falta de vinculación con la comunidad estudiantil, sino una progresiva mala relación, hasta llegar a una contundente ruptura, no sólo a nivel personal sino también institucional. Aquél mítico 1968 pondrá de manifiesto la línea política que los autores de la Dialéctica de la Ilustración tomarían en su última etapa.
Sobre este delicado tema, el historiador Enzo Traverso escribe:
"Fue en los años sesenta cuando los estudiantes radicalizados y la nueva izquierda alemana descubrieron el pensamiento de Adorno, se lo apropiaron con entusiasmo, reeditaron sus escritos e hicieron de ellos uno de los soportes filosóficos de su crítica práctica del capitalismo y de las tendencias autoritarias en el seno de las instituciones de la RFA. No contentándose ya con una crítica puramente contemplativa, rompían la prohibición de la acción que su maestro de pensamiento había interiorizado desde siempre y reivindicado como dogma absoluto. La relación de Adorno con el movimiento estudiantil, fue pues extremadamente tensa y conflictiva."
Jürgen Habermas, su asistente en aquella época, calificó a los jóvenes rebeldes de ?fascistas rojos?. En 1968 Adorno acabó por llamar a la policía a fin de evacuar el Instituto de Investigaciones Sociales ocupado por los estudiantes. Marcuse, para quien este movimiento daba finalmente una traducción práctica a las teorías de la Escuela de Francfort, reprochó duramente esta decisión de su viejo amigo, acusándole casi de traición en una correspondencia que fue interrumpida por la muerte de Adorno y que permaneció desconocida mucho tiempo360. 1968 había intentado conciliar Adorno y Che Guevara, el teórico de la reificación y el guerrillero, las armas de la crítica y la crítica de las armas. Una mezcla explosiva, para la que el filósofo de Francfort había preparado la pólvora, pero cuya mecha nunca se había atrevido a encender.
Quizá, Adorno había olvidado que conocer implica reconocerse parte de las contradicciones del objeto social y que el sujeto histórico no se construye a priori sino a partir de relaciones concretas.
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