Plaza de Comercio y Plaza de Armas en Sayula, historia y presente
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa
Nuestro familiar centro histórico, con sus portales, parián y jardín principal coronado por el bellísimo kiosco francés donado por el mismísimo don Porfirio Díaz, entonces presidente de la república, al que le donara el país galo como gesto de buena voluntad el citado inmueble de ornato, que luego el General Díaz cediera a Sayula; nos es tan común que pasamos por alto no solo su belleza sino el hecho de ser uno de los centros históricos más bellos de México. En aras de una supuesta modernidad, ha perdido parte de su patrimonio, sino es que en una premeditada alevosa y ventajosa situación, particulares como autoridades del municipio, han dado cuenta de esta joya arquitectónica. Baste ver a otros municipios, sin citarlos para no herir susceptibilidades, en sus primeros cuadros, su plaza principal, para darnos cuenta de lo especial que es el centro de Sayula. En otros lugares, con historias más recientes o bonanzas más modestas, dejan mucho que desear al compararlos con la señorial belleza del primer cuadro de Sayula. Algunos, intervenidos pésimamente, por gente sin el perfil para ello, terminan con bancas de parque de diversiones y portales casi de plástico; un verdadero chilaquil del que no nos salvamos tampoco últimamente que, propietarios y dueños de predios y edificios en el primer cuadro de la ciudad, modifican como mejor les parece y evadiendo los reglamentos tanto municipales del centro histórico como del propio INAH, fachadas, puertas, ventanas y hasta fincas completas en Portales, Parián y calles aledañas donde se encuentran fincas de los siglos XVI, XVII, XVIII, XIV y principios del XX, cuyo valor patrimonial para los sayulenses es incalculable. La belleza que poseemos como ciudad es un recurso no explotado aún, que puede generar una industria y economía que no atentaría contra el entorno ni contaminaría, el turismo. No es justo que los dueños de estos predios en su ignorancia y prepotencia, socaven el patrimonio común de Sayula, con el argumento de que es de ellos. La finca la han comprado, pero la belleza plasmada en esa finca de la colonia, por ejemplo, no les pertenece por que no la podrían pagar, es patrimonio de los sayulenses. Por ello tanto el ayuntamiento, como el estado y la federación a través del INAH, tienen reglamentos que protegen ese patrimonio y castigan el abuso de neófitos, ignorantes y gente de muy mal gusto y peores intereses. Lamentablemente cuando esta gente está del otro lado, es cuando todos perdemos. Las desafortunadas intervenciones que se hicieron a nuestro centro histórico por parte del los gobiernos municipales y estatales en el siglo pasado, en aras como le decía de una supuesta "modernidad" y "progreso" económico, nos han dejado sin parte de nuestro patrimonio, afeando, por su mal gusto y pésima planeación, el primer cuadro arquitectónico de la ciudad, rompiendo su armonía y equilibrio estético.
Dos casos, El jardín de Niños Celso Vizcaíno, que para edificarlo el gobierno del estado al frente del cual estaba el general Marcelino García Barragán, demolió un hermosos jardín del siglo XIX (al que en 1900 se le había puesto el nombre del benemérito doctor Vizcaíno), levantando un edificio que no armonizaba con los otros elementos del centro histórico ni permitía la vista del conjunto armonioso que en 1882 se completó con la original belleza del Parían. Su valor arquitectónico es dudoso y fuera de la cantera rosa que tiene su fachada, hay muy pocos o ningún elemento que destacar de este edificio de 1944. No se pasa por alto el beneficio social que en su momento represento para Sayula, pero su ubicación fue desafortunada.
El mercado Benito Juárez, misma historia. Ubicado sobre lo que fuera la plaza de comercio que databa de 1546, la cual junto con el jardín principal formaban el ágora de la ciudad española de Sayula, un espacio abierto rodeado por portales en una reminiscencia de la España mora, en un principio de madera que conforme la bonanza económica se asentó en Sayula, trasmutaron a portales de piedra y cantera, siendo el más antiguo del siglo XVI y el más joven de principios del siglo XX. El Mercado Juárez substituyó al mercado Díaz Negrete edificado en 1938, que fue una construcción de divisiones de la plaza de comercio, con pequeños muros que delimitaban los puestos comerciales sobre la explanada, que aún permitían disfrutar la belleza de los portales y Parían, luciendo la antigua fuente del siglo XVIII en su centro. Pero un oscuro día del decenio de los sesentas, a un ayuntamiento se le ocurrió construir, con el argumento de la "modernidad" y el "progreso", un horrendo edificio y locales comerciales en su lado sur, que complementaron los existentes, como el de la antigua gasolinera de los años cincuentas. Tal adefesio, terminó de construirse en 1965, enterrando la colonial plaza de comercio sobre una pila de escombros de mal gusto de la "modernidad". Convertimos a la señorial ciudad colonial de Sayula en un pueblito que se quería ver moderno, uno de tantos, donde el mal gusto era la regla.
Por supuesto los vecinos no querían quedarse atrás del afán modernizador de las autoridades, y muchas fachadas y casas de belleza clásica y buen gusto, también se rindieron a la arquitectura funcionalista de los años sesenta, que no estaba mal pero si fuera de contexto en el entorno colonial del centro histórico de Sayula. Ya en la vorágine del mal entendido "progreso", la arquitectura colonial, no fue referente en las construcciones y remodelaciones de otras casas particulares tanto en el centro como en la periferia del municipio. Terminamos con la irresponsable destrucción de nuestra bella arquitectura, y el auge del mal gusto y el kish.
Por su puesto nadie vio que Sayula es la casa común, que en el futuro, nuestra belleza como ciudad y la evocación de nuestro gran pasado colonial, independentista y republicano podría ser nuestro futuro como pueblo turístico. Una cosa es haber vivido en aquellos años, con hambre de progreso y encandilado por la modernidad sin poder ver el futuro, en un municipio pobre y con carencias, con uno o dos arquitectos vecinos que pudieran orientar las políticas publicas del municipio al respecto; Pero, otra muy distinta, es mostrarnos ahora como depredadores de nuestros propios recursos, con todo el contexto de información y formación que tenemos al alcance como generación.
Les dejo una descripción de primera mano de una plaza de armas o plaza principal de la colonia, para valorar lo que heredamos de los que nos precedieron y su gran esfuerzo de construcción y conservación en más de 450 años:
"La plaza fue el espacio polvoriento y despejado donde convergía la vida urbana y la principales manifestaciones de la actividad oficial, religiosa y social. En sus costados, se alzaban la casa del cabildo y de la autoridad local y también el edificio modesto de la iglesia.
Cada cierto tiempo desaparecía la rutina y la plaza se transformaba a causa de algún acontecimiento especial. Se animaba con curiosos vecinos cuando en sus cuatro esquinas se pregonaban los decretos del gobernador o las disposiciones del cabildo; se adornaba y aparecían en ella los vecinos con sus mejores ropas cuando se recibía a un gobernador o se efectuaba el paseo del estandarte real. La fe y la unción dominaban su espacio con motivo de una procesión; el bullicio de la gente repercutía en sus costados mientras se realizaban torneos caballerescos o corridas de toros, y la morbosidad más chocante atraía a los hombres para presenciar los azotes dados a algún delincuente o contemplar el cadáver de un ajusticiado. Porque el rollo o picota, enhiesto en medio de la plaza, era el lugar donde se aplicaban las penas ordenadas por la justicia para proclamar a todos los vientos el rigor de la ley.
En ciertas ocasiones, en que la inquietud dominaba al vecindario a causa de algún rumor o noticia, la gente concurría a la plaza para buscar el contacto con los demás y estar atentos a las medidas de las autoridades. Inquietudes y alegrías hermanaban a los hombres en los miserables poblados de la conquista. En suma, la plaza era una rica síntesis de la conciencia de vida en común".
(Villalobos, Sergio, Para una meditación de la conquista, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1977. P. 55, 56)
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