Por Rodrigo Sànchez Sosa
Ryszard Kapu?ci?ski, uno de los periodistas más importantes y reconocidos del mundo con basta experiencia en cobertura de conflictos armados por todo el mundo, nos da una lección de humildad y humanismo. Mientras en el medio local el periodismo es usado por neófitos para violentar a las personas y la opinión pública en función de una mezquindad terrible. Es agradable saber, leer, de gente como él, sus textos llenos de sabiduría, ética y profesionalismo. No es pedir la calidad de este ejemplo del periodismo mundial en lo local, simplemente pedir que se deje de destruir vidas, familias y proyectos nobles en favor de la ignorancia y la vulgaridad. Y reconocer que nos equivocamos, que estamos equivocados, lo que exigimos a los otros, pretendiendo corregirlos ofendiendo y humillando públicamente. Por un periodismo más ético: leamos, antes de ponernos a escribir.
"En el curso de un encuentro con los lectores, alguien del público me pide que compare la figura de Salvador Allende con la de Che Guevara y diga cuál de los dos tenía razón:
La pregunta encierra la opinión de que sólo uno de ellos podía tener razón, y el público espera a que yo escoja entre los caminos elegidos por Ernesto Guevara y por Salvador Allende. En un determinado momento de su vida, Guevara abandona el despacho de ministro y su mesa de trabajo para marcharse a Bolivia, donde organiza un destacamento de guerrilla. Muere siendo el comandante de ese destacamento.
Allende, al contrario, muere defendiendo su mesa de trabajo, su despacho de presidente, del cual solo lo sacarían -como siempre había dicho- "en un traje de madera".
Aparentemente se trata de dos muertes muy diferentes, pero en realidad esa diferencia no estriba más que en el lugar, el tiempo y las circunstancias. Tanto Allende como Guevara sacrifican su vida por el poder del pueblo. El primero defendiéndolo, el segundo luchando por conseguirlo. La mesa de Allende solo es un símbolo, al igual que lo son las botas de campesino que calza Guevara.
Hasta el último momento, los dos están convencidos de haber elegido el más justo y acertado de los caminos. Para Guevara, el camino correcto es el de la acción armada. Y se sabe que esta no puede saldarse sin víctimas. Para Allende, es el camino de la lucha política. Él quiere evitar víctimas cueste lo que cueste. (…)
Sus muertes: tan parecidas; sus vidas: tan diferentes. Dos personalidades antitéticas, dos temperamentos. (…)
En la rebeldía de la izquierda latinoamericana siempre está presente el factor de la purificación moral, un sentimiento de superioridad moral, una preocupación por mantener esa superioridad frente al adversario. Perderé, me matarán, pero jamás nadie podrá decir de mí que he roto las reglas del juego, que he traicionado, que he fallado, que tenía las manos sucias.
Tanto Guevara como Allende son los mejores exponentes de esta actitud, que es toda una escuela de pensamiento. La pregunta importante es: ¿Su trayectoria revela un intento consciente de crear un modelo para generaciones futuras que tal vez vivirán en ese mundo por el que ellos luchan y mueren?
¿Acaso se puede responder a la pregunta de cuál de ellos tenía razón? La tenían los dos. Actuaron en circunstancias diferentes, pero el objetivo de sus actuaciones era el mismo. ¿Cometieron errores? Eran seres humanos, esta es la respuesta. Los dos han escrito el primer capítulo de la historia revolucionaria de América Latina, de esa historia que apenas está en sus inicios y de la que no sabemos cómo evolucionará."
(Cristo con el fusil al hombro, "Guevara y Allende".)
"En mi opinión, humildad y empatía son los rasgos fundamentales para ejercer este oficio de periodismo.
En enero de 1991 encaminé mis pasos a la moscovita Estación de Riga para comprar un pasaje de tren con destino a Vilna, donde acababa de producirse una masacre. Como en la ventanilla ya no quedaban billetes, le compré el suyo a un estudiante y subí al tren. El vagón registraba un lleno total, pero con un compartimento vacío. Cuando al llegar al destino lo abrieron, resultó que estaba repleto de agua mineral para los miembros de los equipos de televisión norteamericanos que cubrían las noticias de Vilna. Ni siquiera era un agua comprada en Moscú: se trataba de botellas de Evian y Perrier importadas directamente de París, tal vez incluso de Estados Unidos.
El que decide dedicarse a esta profesión debe, a mi juicio, asumir todas las consecuencias de su elección. Si no lo hace, nunca vivirá de verdad lo que tiene que vivir ni acabará de comprender las cosas. No hay otro medio, pues la gente que ve esta agua de París también ve que no se la considera digna de confianza, que se monta una barrera para aislarse de ella.
Cuando estoy entre los nómadas del Sáhara les muestro todo mi respeto, pues si yo, sin conocer su cultura y sin ese saber que les permite sobrevivir, me encontrara en su lugar simplemente me habría muerto. De poco o nada me serviría toda la civilización europea. Todos mis conocimientos, el que haya leído a Spinoza o a Kant, allí resultan inútiles. En aquellos lugares, si quiero sobrevivir, necesito adquirir unos conocimientos del todo diferentes. Tan solo sobrevivir, repito, no hablo ya de la posibilidad de hacer algo. La mera lucha por conservar la vida en aquellas condiciones supone un esfuerzo sobrehumano. No se trata, por supuesto, de conocimientos productivos: no sirven para crear una nueva generación de computadoras ni para hacer grandes descubrimientos científicos. Pero no por eso son menos dignos de respeto."
[El Imperio]
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