Por Rodrigo Sánchez Sosa
Un signo de la barbarie en nuestros días es sin duda el olvido de los valores surgidos no de la moral supersticiosa de la religión cualesquiera que esta sea, sino de la ética surgida del pensamiento ¿Y cómo vamos a conocer estos valores si ya no se lee ni se ejercita la razón? Quiero hoy compartir, como decía don Pedro Villalbazo QPD en Tzaulán, estas "Gotas del Filosofía": Seneca reflexiona sobre una pasión humana tan de moda en este México bárbaro que hemos heredado luego de casi un siglo del priismo, la ira:
"Algunos entre los sabios dijeron que la ira era una locura de corta duración, pues al igual que ésta, no se controla a sí misma, se olvida de la corrección, no recuerda las normas, se mantiene abocada con tenacidad sobre su idea original, cerrada a la voz de la razón, angustiada por razones estúpidas, incapaz de discernir lo justo y lo verdadero, muy semejante a las ruinas que se destrozan al caer sobre lo que aplastan. Y para darse cuenta de que no están cuerdos aquellos a quienes domina la ira, obsérvese su aspecto sin más. En efecto, al igual que son indicios seguros de locura el rostro soberbio y amenazador, la expresión sombría, el aspecto torvo, el paso apresurado, las manos inquietas, la color cambiado, los suspiros frecuentes y hondos, estos mismos son los síntomas de los iracundos. . Se les inflaman y brillan los ojos, el rubor es intenso por toda la cara al alborotárseles la sangre desde lo más profundo de las entrañas, les tiemblan los labios, aprietan los dientes, se les ponen de punta los cabellos erizados, la respiración se hace difícil y ruidosa, el chasquido de las articulaciones que se retuercen, los gemidos, los bramidos y la conversación salpicada de palabras incoherentes, las manos que se juntan con excesiva frecuencia, el golpear de los pies sobre la tierra y las sacudidas del cuerpo entero, transmisor de amenazas seguras de ira, el aspecto repugnante a la vista que inspira el terror propio de los seres degenerados y ensoberbecidos... no se sabe si más bien es un defecto detestable o repugnante.
Los demás es posible ocultarlo y alimentarlo a escondidas: la ira se manifiesta y repercute sobre el aspecto y, cuanto mayor es, tanto más visiblemente borbotea. ¿No ves cómo todo tipo de animales, en cuanto se disponen a hacer daño, se les presentan los síntomas, el cuerpo entero abandona su aspecto habitual y tranquilo, e intensifican su ferocidad? . Echan espuma las fauces del jabalí, aguzan sus colmillos frotándolos, los cuernos de los toros embisten en el vacío y se esparce la arena al golpe de las pezuñas, los leones rugen, se hincha el cuello de las serpientes irritadas, es sombría la apariencia de los perros rabiosos; no hay animal tan horroroso y dañino por naturaleza que no deje ver un incremento de ferocidad en cuanto la ira se ha apoderado de él. Y no ignoro que las demás pasiones también a duras penas pueden ocultarse, que la lujuria, el miedo y la osadía dan señales de sí mismas y pueden detectarse, pues no se produce una excitación medianamente intensa sin que se altere el rostro. ¿Qué diferencia hay entonces? Que otras pasiones se hacen visibles, pero ésta destaca.
Ninguna catástrofe ha significado más para el género humano. Verás matanzas, venenos, las acusaciones mutuas de los reos, la destrucción de ciudades, la ruina de pueblos enteros, cabezas de hombres importantes puestas a pública subasta, antorchas lanzadas contra los edificios, fuegos que no se limitan al reciento amurallado sino que alcanzan inmensos espacios abiertos relucientes por el fuego provocado por el enemigo. Contempla los cimientos de ciudades famosísimas apenas reconocibles: las echó abajo la ira. Contempla paisajes asolados a lo largo de muchas millas, abandonados, sin habitantes: los dejó vacíos la ira. Contempla a tantos dirigentes que han pasado a la historia como ejemplos de un destino desdichado: al uno la ira lo atravesó en sus habitaciones, al otro lo alcanzó en medio de los sagrados lazos de hospitalidad, al otro lo desgarró en medio de los tribunales, a la vista del foro concurrido, al otro le ordenó derramar su sangre en el parricidio cometido por su hijo.
Esto que estoy contando, son suplicios de individuos aislados. ¿Qué tal si dejando a un lado aquellos individuos sobre los que se encarnizó la ira, contemplamos las asambleas populares víctimas de la espada, la plebe aplastada al lanzar sobre ella a los soldados, pueblos enteros condenados a morir en un desastre común ¿Y por qué el pueblo se encoleriza? Piensa que se le desprecia, y con su expresión, gestos, enardecimiento se transforma de espectador en enemigo. Lo que es así no es ira, sino a modo de ira, tal como la de los niños que si se caen quieren que se golpee a la tierra, y a menudo ni siquieran saben por qué se encolerizan, sino que se limitan a encolerizarse sin causa y sin injuria
Nos encolerizamos a menudo no con aquellos que nos han lastimado, sino con los que nos van a lastimar; la ira no procede de la injuria. Es verdad que nos encolerizamos con los que nos van a lastimar, pero nos están lastimando con el pensamiento, y el que va a cometer una injuria, la está cometiendo ya. La ira no es apetencia de castigo, a menudo los seres más débiles se encolerizan con los más poderosos y no apetecen un castigo del que no tienen esperanza. En primer lugar, dijimos que es apetencia de conseguir un castigo, no posibilidad, y los hombres apetecen también lo que no pueden. Después, no hay nadie tan humilde que no pueda poner su esperanza en el castigo de un hombre, incluso del más importante. De hacer daño todos somos capaces. La definición de Aristóteles no dista mucho de la nuestra, pues dice que la ira es la apetencia de devolver el dolor. En contra de ambas se dice que las fieras se encolerizan no irritadas por la injuria, ni en virtud del castigo o del dolor ajeno; pues bien, aunque lo consigan no lo persiguen. Pero hay que decir que las fieras carecen de ira, así como todos los seres a excepción del hombre. En efecto, la ira aunque es enemiga de la razón, no nace en lugar alguno más que donde la razón tiene cabida. Arrebatos los tienen las fieras, rabia, ferocidad, agresividad.
Encolerizarse llama al excitarse, al abalanzarse; en realidad no es mayor la posibilidad de encolerizarse que la de perdonar. Los animales carecen de pasiones humanas, y tienen ciertas tendencias semejantes a ellos; de otro modo, si entre ellos existiese el amor y el odio, existiría la amistad y la antipatía, la disensión y la concordia. Quedan también en ellos algunas huellas de éstas; por lo demás el bien y el mal es propio de los seres humanos. A nadie sino al hombre le ha sido concedida la prudencia, la previsión, la entrega, la capacidad de pensar; los animales están no sólo privados de las virtudes humanas, sino también de los vicios. Su forma entera, tanto exterior como interior, es diferente a la humana." Seneca. Filósofo de la Hispania Romana (año 30 A.C.-70 D. C.)
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