Los sacrificios humanos entre
los naturales del Tzaulan
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula
Los antiguos habitantes de Sayula con una organización social y una religión teotihuacana, no eran muy diferentes en sus Dioses y ritos a los habitantes del valle central a la llegada de los españoles. Don Federico Munguía Cárdenas, cuenta en su libro La Provincia de Ávalos, cómo por Zapotlán se le rendía culto al dios niño Teopinzintli, con sacrificios humanos y antropofagia. Es decir, los cadáveres de los sacrificados eran devorados en una comida ritual por los gobernantes y sacerdotes. Menciona al igual Munguía Cárdenas un rito al dios de la lluvia en Tzacoalco, en el cual eran sacrificados niños de temprana edad, ahogándolos. De aquí que, al compararlos con los testimonios de rituales del Valle central de México del siglo XVI, se desprende una analogía: al parecer el rito asociado al sacrificio humano era a su vez asociado al dios de la guerra de tradición nahua Huitzilopochtli, del que Teopinzintli al igual que Xipe Totec también venerado en la región del Tzaulan y asociado a los sacrificios humanos y canibalismo, era el mismo que en el valle central. Llama la atención el culto a Tlaloc, dios de la lluvia, al que se asociaba seguramente con la cuenca endorreica de la playa, y que aquí las variantes eran el culto a ixtlacalteotl en Tzacoalco y Chapalac; Atlaquianito en Amacueca y el culto a la rana en Usmajac. Según las crónicas de aquel tiempo el culto al dios de la lluvia incluí el sacrificio de niños. Ya que no hay testimonios directos de los cultos locales, revisando los del Valle central nos daremos una idea de los cultos, dioses y ritos del antiguo Tzaulan:
"En aquellos días de los meses que arriba quedan dichos, en uno de ellos que se llamaba Panquetzaliztli, que era el catorceno, el cual era dedicado a los dioses de México, mayormente a dos de ellos que se decían ser hermanos y dioses de la guerra, poderosos para matar y destruir, vencer y sujetar. Pues en este día, como Pascua o fiesta más principal, se hacían muchos sacrificios de sangre, así de las orejas como de la lengua, que esto era muy común, otros se sacrificaban de los brazos y pechos y de otras partes del cuerpo. Pero, porque en esto de sacarse un poco de sangre para echar en los ídolos, como quien esparce agua bendita con los dedos, o echar la sangre en unos papeles y ofrecerlos de las orejas y lengua, a todos y en todas partes era general, pero de las otras partes del cuerpo en cada provincia había su costumbre: unos de los brazos, otros de los pechos, etcétera, que en esto de las señales se conocían de qué provincia eran.
Demás de estos y otros sacrificios y cerimonias, sacrificaban y mataban a muchos de la manera que aquí diré. Tenían una piedra larga, de una brazada de largo, y casi palmo y medio de ancho, y un buen palmo de grueso o de esquina. La mitad de esta piedra estaba hincada en la tierra, arriba en lo alto encima de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar y el pecho muy tieso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote de los ídolos o su lugarteniente, que eran los que más ordinariamente sacrificaban (y si algunas veces había tantos que sacrificar que estos se cansasen, entraban otros que estaban ya diestros en el sacrificio), y de presto con una piedra de pedernal con que sacan lumbre, de esta piedra hecho un navajón como hierro de lanza, no mucho agudo, porque como es piedra muy recia y salta, no se puede hacer muy aguda. Esto digo porque muchos piensan que eran de aquellas navajas de piedra negra, que en esta tierra las hay, y sácanlas con el filo tan delgado como de una navaja y tan dulcemente corta como navaja, sino que luego saltan mellas. Con aquel cruel navajón, como el pecho estaba tan tieso, con mucha fuerza abrían al desventurado y de presto sacábanle el corazón, y el oficial de esta maldad daba con el corazón encima del umbral del altar de parte de fuera y allí dejaba hecha una mancha de sangre, y, caído el corazón, estaba un poco bullendo en la tierra y luego poníanle en una escudilla delante del altar. Otras veces tomaban el corazón y levantábanle hacia el sol y a las veces untaban los labios de los ídolos con la sangre. Los corazones a las veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban y luego tomaban el cuerpo y echábanle por las gradas abajo a rodar. Y, allegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes, llevábanlo y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y le comían. Y el mesmo que lo prendió, si tenía con qué lo poder hacer, daba aquel día a los convidados mantas, y si el sacrificado era esclavo, no le echaban a rodar, sino bajábanle en brazos y hacían la misma fiesta y convite que con el preso en guerra, aunque no tanto con el esclavo. Sin otras fiestas y días demás de muchas ceremonias con que las solemnizaban, como en estas otras fiestas parecerá. Cuanto a los corazones de los que sacrificaban, digo que, en sacando el corazón al sacrificado, aquel sacerdote tomaba el corazón en la mano y levantábale como quien le muestra al sol, y luego volvía a hacer otro tanto al ídolo y poníasele delante en un vaso de palo pintado, mayor que una escudilla, y en otro vaso cogía la sangre y daba de ella como a comer al principal ídolo, untándole los labios, y después a los otros ídolos. Sacrificaban los hombres tomados en guerra o esclavos, porque casi siempre eran de éstos los que sacrificaban, según el pueblo: en unos, veinte; en otros, treinta, o en otros, cuarenta, y hasta cincuenta y sesenta; en México se sacrificaban cientos.
En otro día de aquellos ya nombrados se sacrificaban muchos, aunque no tantos como en la fiesta ya dicha. Y nadie se piense que ninguno de los que sacrificaban matándolos y sacándoles el corazón, o cualquiera otra muerte, que no era de su propia voluntad, sino por fuerza y sintiendo muy sentida la muerte y su espantoso dolor. Los otros sacrificios de sacarse sangre de las orejas o lengua o de otras partes, éstos eran voluntarios casi siempre. De aquellos que así sacrificaban desollaban algunos; en unas partes, dos o tres; en otras, cuatro o cinco; en otras, diez; y en México, hasta doce o quince; y vestían aquellos cueros, que por las espaldas y encima de los hombros dejaban abierto, y vestido lo más justo que podían, como quien viste jubón y calzas, bailaban con aquel cruel y espantoso vestido. Y como todos los sacrificados, o eran esclavos o tomados en la guerra, en México para este día guardaban alguno de los presos en la guerra que fuese señor o persona principal, y a aquél desollaban para vestir el cuero de él el gran señor de México, Moctezuma, el cual con aquel cuero vestido bailaba con mucha gravedad, pensando que hacía gran servicio al dios que aquel día honraban. Y esto iban muchos a ver como cosa de gran maravilla, porque en los otros pueblos no se vestían los señores los cueros de los desollados, sino otros principales. Otro día de otra fiesta, en cada parte sacrificaban una mujer y desollábanla, y vestíase uno el cuero de ella y bailaba con todos los otros del pueblo; aquél, con el cuero de la mujer vestido y los otros, con sus plumajes. Había otro día en que hacían fiesta al dios del agua. Antes que este día llegase veinte o treinta días, compraban un esclavo y una esclava y hacíanlos morar juntos como casados, y allegado el día de la fiesta, vestían al esclavo con las ropas de aquel dios y a la esclava con las de la diosa, mujer de aquel dios. Y así vestidos, bailaban todo aquel día, hasta la medianoche, que los sacrificaban, y a éstos no los comían, sino echábanlos en una hoya como silo que para esto tenían.
Una vez en el año, cuando el maíz estaba salido de obra de un palmo, en los pueblos que había señores principales, que a su casa llamaban palacio, sacrificaban un niño y una niña de edad de hasta tres o cuatro años: éstos no eran esclavos, sino hijos de principales, y este sacrificio se hacía en un monte en reverencia de un ídolo que decían que era dios del agua y que les daba la pluvia, y cuando había falta de agua, la pedían a este ídolo. A estos niños inocentes no les sacaban el corazón, sino degollábanlos y, envueltos en mantas, poníanlos en una caja de piedra y dejábanlos así por la honra de aquel ídolo a quien ellos tenían por muy principal dios, y su principal templo y casa era en Texcoco, juntamente con los dioses de México. Éste estaba a la mano derecha, y los de México, a la mano izquierda, y ambos altares estaban levantados sobre una cepa y tenían cada uno tres sobrados a los cuales yo fui a ver algunas veces. Estos templos fueron los más altos y mayores de toda la tierra, y más que los de México.
…En México este mesmo día salían y llevaban en una barca muy pequeña un niño y una niña, y en medio del agua de la gran laguna los ofrecían al demonio, y allí los sumergían con la barca y los que los llevaban regresaban en otras barcas mayores."
fray Toribio de Benavente "Motolinía", Historia de los indios de la Nueva España.
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