Cómo vieron Sayula los primeros españoles que llegaron en diciembre de 1522
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa
Sayula es no el ranchito olvidado que se ve desde el exilio o cotidianidad de la urbe cosmopolita, Sayula es para los que aquí vivimos, una isla en el mar de cosmopolitismo vuelto globalización carente de identidad, que nos impone un capitalismo que se ve a sí mismo como la única realidad posible. Tal vez no todos lo experimentemos de la misma forma, tal vez para alguno es tan cotidiana que pierde su valor dimensional, y con él toda su belleza y misticismo; pero, no cabe duda que todos intuimos esa magia de vivir en este lugar milenario, con identidad y raíces profundas que nos impelen en todo momento a reconocernos a nosotros mismos como herederos de un patrimonio cultural invaluable.
Hace mucho, en este mismo espacio hacíamos un ejercicio para permitirnos visualizar el Sayula de 1550. Como mucho menos elementos historiográficos para ello, nos situábamos a nivel de plaza de armas del centro histórico y imaginábamos cómo se vería el Sayula de entonces; debo confesar que fue algo más bien situado en la imaginación con poco o nada de referencias reales de aquel Sayula. Hoy con un poco más de elementos, veamos qué podemos hacer:
Los Españoles llegaron aquí entre 1522 y 1523, entraron por Mazamitla a Jalisco, un capitán de Hernán Cortés Cristóbal de Olid, traía consigo a un pariente de Cortés, Hernando Saavedra, quien desde Tamazula avanzó hasta el Valle de Sayula, Aquí, la gente sabía que los españoles venían, era como si ahora supiéramos que a nuestro municipio fuera a ser visitado por marcianos, no sabríamos qué esperar, además, los informes y chismes, entre los indígenas, debieron ser que traían animales terribles y desconocidos que montaban, caballos, que traían también armas que lanzaban rayos de fuego; además debieron de decir que eran por lo menos brujos, que terminaron en poco tiempo con el imperio más poderosos de aquel México, el azteca, y luego con sus enemigos también poderosos los tarascos, el temor que causaron entre las personas bien pudo ser de pavor, mucho huían a su paso y otros incluso cuentan las crónicas se suicidaron. El encuentro fue traumático, sin contar con que traían estos españoles a miles de guerreros aliados de las tribus más poderosos del valle central y los dominios purépechas. Entre las castas guerreras y nobles de los indígenas, mejor informados, debió correr saberse que no se trataba más que de hombres que comían, dormían y también se morían, que habían ganado con habilidad las guerras contra los imperios aztecas y purépechas, haciendo alianzas con los enemigos de estos. En otras palabras, hombres, y como tal en la guerra y la política deberían ser tratados. Sayula o el antiguo Tzaulan, sabiamente decidió hacer política, aprovechando las circunstancias para sacudirse el control político y económico de tarascos y colimotes. Hernando Saavedra y sus hombres tomaron pacíficamente estas tierras; no creemos que, con el consenso de todos sus habitantes, pero sí de la mayoría atemorizada por los chismes y los líderes que buscaban alianzas con el invasor español para preservar sus privilegios de clase.
¿Cómo vio el español el Sayula de 1522 cuando entró al valle? Los españoles avanzaron por lo que hoy es Gómez Farías o san Sebastián del Sur, entonces pueblo sujeto a Zapotlan plaza purépecha, y se internaron entre las barrancas de la cuesta para bajar al Valle de Sayula. Al llegar a la altura de lo que hoy hasta hace poco era el basurero municipal en la Cuesta, visualizaron la majestuosidad del Valle y su vaso lacustre; fue en diciembre, le periodo era de estiaje, así que vieron los colores marrones contrastando con un azul cielo limpio de un valle que se extendía al norte hasta donde la vista alcanzaba. Sus guías de Zapotlán debieron guiarlos por el pasó del Cerro del Casco hasta las tierras del señor de Usmajac, un lugar llamado Amatitlán, un estuario de tierra fértil cerca de un manantial, donde es posible que una comitiva del señorío tzayulteca los esperase. Bajo los amates de ese estuario de tierras fértiles, españoles e indígenas locales, pimes, nahuas, cocas y otomíes, se entrevistaron con los españoles, tarascos y tlaxcaltecas. Los traductores, tratarían de hacerlos entenderse. Una vez superados los protocolos diplomáticos, debieron encaminarse hacia la cede del señorío tzayulteco en el lugar que hoy conocemos como Cerrito de Santa Inés, para entrevistarse con la que entonces al parecer era la señora de Tzaulan, que luego bautizarían los españoles como María Copaxa. Uno las habilidades y gustos que tenían los indígenas locales, era el cultivo de flores y la confección de adornos ceremoniales con estas. Crónicas de la época manifiestan que los personajes importantes que visitaban Sayula eran recibidos con arcos de flores a lo largo de su camino hasta Sayula. En las formas diplomáticas de la nobleza indígena del Sayula de entonces, debió considerar este honor para los españoles adelantándose a su llegada delatadas por espías en el Valle de Zapotlán apostados para vigilar al invasor. Por un camino seguramente polvoriento que unía Usmajac con lo que hoy es Santa Inés, los ornamentos florales debieron dar la bienvenida a unos visitantes sorprendidos, que esperaban una resistencia que no se dio. De entre los más curiosos de los naturales de este valle, se debieron apostar en el camino tímidamente algunos, para ver de cerca a estos que habían sido comparados con dioses y a sus míticas bestias que montaban. Las armaduras debieron contrastar con los taparrabos y mantas de lana, así como los faldones de las mujeres hechos de fibras vegetales de la población local. El torso desnudo de las mujeres indígenas que lograron ver los españoles, es posible que no les sorprendiera porque ya a estas alturas de su aventura fuera común, pero la compleción diferente de los cuerpos de las mujeres seguramente sí, por contrastar con la de las mujeres indígenas de la mesta central. Las leyendas medievales que acompañaban a los españoles lo hacían esperar el encuentro con ciudades de oro o guerreras amazónicas, pero el señorío Tzayulteco estaba lejos de aquellas expectativas y lo primero con lo que se encontraron los españoles fue con que no existía un centro urbano de grandes construcciones con grandes concentraciones de gente como Tenochtitlan, Tlaxcala o Tzinzunzan. La ciudad extendida de Tzaulan, eran rancherías dispersas por todo el valle, cuyo centro era también un modesto asentamiento donde se albergaba la nobleza indígena, al lado de un centro ceremonial que si bien sorprendente, comparado con las pirámides de México Tenochtitlan y las de algunas ciudades purépechas en Michoacán, eran modestas en su construcción. Conforme llegaban a Santa Inés, sin ver rastros de ninguna ciudad como la que esperaban, debieron oír la música de tambores y flautas que los esperaba en aquel lomerío cerca de un cerro tras el cual se ocultaba el sol, nos gustaría pensar que fue la tarde noche del mes de diciembre. Muy posiblemente a una distancia de unos 200 metros se podía ver lo montículos de Santa Inés iluminados por el sol del ocaso, y el sonido de los tambores resonando en el pecho de los invasores debió angustiarlos haciéndolos tomar formación preventiva militarmente.
A Santa Inés se debió entrar por una calzada orientada norte sur, como la de Totihuacán, para llegar a una plaza custodiada por tres construcciones hechas de tierra y piedras compactadas, pintadas de blanco y rojo, donde la nobleza local y los líderes guerreros los esperaban. Ofreciéndoles a los españoles y a los capitanes indígenas comida, quizás algunos venados y jabalíes ritualmente preparados, pescado, maíz, calabaza y frijol. Las danzas y música debieron referir rituales a Quetzalcóatl que es el dios teotihuacano con que los naturales identificaban al español. Por su parte los europeos, sino ese día si el siguiente, debieron celebrar misa y el lego que llevaban, comenzaría con la evangelización de los indígenas. La toma de Tzaulan debió concluir con el cumplimiento de las disposiciones de la corona, de avasallar a los gobernantes y trazar la estancia de una capilla, una estancia para clérigos y una huerta en un lugar apartado de los indígenas, pero que debió ser a lado de la plaza cívica indígena, con un propósito logístico y simbólico. Con esto se reclamaban las tierras para el rey y se reconocía como territorio conquistado por Cortés, que luego vendría a ser parte de la Nueva España. La estancia debió ser protegida por una empalada a forma de fuerte militar, donde para resguardar a los clérigos se dejarían apostados algunos soldados, además de explorar el señorío en busca de recursos principal mente minas de oro que fue la misión que les encomendó su Capitán Cortés. Como presente de bienvenida debieron recibir algo de oro en cuentas pequeñas, algunos trabajos en plumas y conchas, además de panes de sal de la laguna. Es posible que esto fuera intepretado por los soldados españoles sedientos de riqueza rápida para regresar a España, como una provincia pobre que no valía la pena el esfuerzo y por ello, al dejarlo abandonado, incluso, al parecer, hasta los clérigos los hicieron en los siguientes seis meses; el control sobre Tzaulan se perdió hasta la llegada del hermano de Hernando Saavedra, Alonso de Ávalos Saavedra, quien con el capitán Álvarez Chico, sería enviado por Cortés para conquistar Colima, entrando el primero por el norte del señorío colimote avanzando por Chapala, Zacoalco, Atoyac, Sayula, hasta el paso natural por la sierra de los volcanes, tratando de sorprender por la retaguardia a los colimotes que estarían combatiendo en su frente a Álvarez Chico, que entraría por la costa de Michoacán a Colima. Álvarez Chico, fallaría militarmente y Alonso de Ávalos, quien no encontró resistencia en los pueblos de Tzaulan, a los que volvió a someter, se atrincheraría allí hasta la llegada de Gonzalo de Sandoval y sus tropas de elite del ejército español que vencerían finalmente a los colimotes tras dos intentos fallidos. Por esta hazaña, no de conquista sino de recuperación de tierras, Ávalos recibiría parte de la encomienda de su hermano al que previamente se le habían otorgado, al partir éste a Honduras con Cortés, y los pueblos de Tzaulan sería llamados Pueblos de Ávalos en su honor.
Al recorrer Ávalos, el señorío Tzayulteca desde su frontera con Michoacán, durante su campaña de la conquista de Colima con Álvarez Chico, se dio cuenta de la riqueza de estas tierras, comprendió que lo que aparentaba a la vista el señorío de la laguna salada, era falso. Las evidencias en el lecho de la playa seca, de estructuras monumentales en 200 hectáreas, le dieron la idea de que esta no era una provincia pobre como aparentaba. La vista de la playa viniendo desde el norte a la capital del señorío, debió de ser hermosa, las dos sierras, de Tapalpa y la Sierra del Tigre levantándose sobre el vaso lacustre dos mil metros sobre el nivel del mar, con el fondo de los dos picos novados con 7 mil metros de altura, hicieron comprender a Ávalos el potencial de la encomienda, que sin minas y pocas tierras fértiles no recibía la atención de la avaricia de otros españoles. La suerte se sumó a la astucia de Ávalos y lo convertiría en uno de los encomenderos más ricos de la colonia hasta su muerte.
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