martes, 10 de diciembre de 2019

Especial para Horizontes...
El Cerrito de Santa Inés, Teotihuacan y Chichen Itzá, ¿Qué tienen en común...?
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 


Junto con otros centros arqueológicos importantes del periodo tardío del post cásico en la región de la cuenca endorreica de la laguna de Sayula, Amacueca y Techaluta, Santa Inés en Sayula representa uno de los sitios ceremoniales y cívicos de gran relevancia de este tiempo, periodo que abarca del 900 de nuestra era al 1522, es decir, a la llegada de los españoles. Se sabe que Santa Inés era la sede del poder religioso y político del señorío del Tzaulan por el hecho de que, al momento de la conquista europea de estas tierras, hace 497 años, se asentaron los conquistadores en ese lugar donde se fundó el primer Sayula, para luego pasar esta sede española al lugar conocido entonces como AltepetlSoyometl, que es en el cual se levanta el actual Sayula.
Con el tiempo y sin documentos que los respaldasen, Santa Inés, fue quedando en el abandono con motivo del nuevo régimen europeo, el nuevo emplazamiento y las leyes de recogimiento que obligaban a los indios tzayultecas a vivir en pueblos construidos para ellos por las políticas de población de la corona española. Luego, se convertiría en parte de una hacienda del mismo nombre según documentos del siglo XIX. Después, en parcelas particulares cuyo último dueño fue una familia de apellido Regalado. Creemos sin que haya respaldo historiográfico de ello, que lo que hoy conocemos como Parque Cerrito de Santa Inés, fue una parte arbolada de la hacienda del siglo XIX que servía como lugar de descanso y esparcimiento para los dueños que, luego de la revolución mexicana, la perderían. En documentos de catastro de los últimos años del siglo ante pasado, aparece aún como hacienda. Ya para los años cuarenta del siglo XX es un lugar tradicional para días de campo de las familias sayulenses, al que la autoridad municipal dotó de bancas de cemento. Posteriormente, a finales del siglo pasado, se fincó una estancia, aljibe para servicio del parque y más tarde, sobre el montículo que allí se encuentra se levantó una capilla para una cruz en su parte alta y se le dotó de escaleras de cemento para subir a su cima. Se reforestó con pinos y eucaliptos, que complementaron las sombras de las primaveras que naturalmente allí crecían. Lamentablemente a principios de los años ochenta o finales de los setenta, el montículo citado fue cercenado para abrir una calle en su lado poniente.
En los años cuarenta del siglo XX, la arqueóloga estadounidense de la Universidad de Berkley en California, Isabel Kelly, en una investigación que realizaba por la región, catalogó el sitio y he hizo algunas exploraciones. Fue entonces cuando se hizo notar que los cuatro "cerritos", uno de ellos en el parque, que allí se encontraban, no eran lomas pequeñas y aisladas como la mayoría de la gente creía, sino montículos o pirámides que fueron parte de la sede del poder cívico-religioso del antiguo Tzaulan (actualmente sólo quedan tres, uno en el parque y otros dos en el terreno al sur de este). Pasarían otros cuarenta años para que el INAH, investigara el sitio y lo explorara. Desde entonces este ha quedado en el abandono y actualmente su deterioro es notable, es decir, el deterioró de los montículos, invadidos por la maleza y árboles sembrados en las caras del primer montículo por las personas que desconocen la formación artificial de estos y el daño que ello causa a esta arquitectura precolombina de mil cien años de antigüedad. Como este sitio existen muchos sin rescatar y en el abandono, en el país. El clasismo y racismo particular de los últimos 150 años en Sayula, contribuyó a que el pasado indígena del municipio  quedara en segundo plano, priorizando el rescate, preservación y difusión del Sayula español y mestizo ante las autoridades competentes, federales como del estado; remodelándose el centro histórico español del hoy Sayula entre 1875 y 1885 y olvidando esta joya arquitectónica del Sayula prehispánico. De tal suerte que aun hoy pocas personas reconocen al montículo principal del Parque santa Inés como tal; y aún menos los dos restantes en el predio adyacente, los cuales se pierden entre la vegetación y los siglos de polvo y tierra sobre ellos, que los han ocultado a la vista. De no haber sido así, y si se hubiesen rescatado el sitio, tendríamos un atractivo de primer nivel para nuestros visitantes. Hoy los montículos de Santa Inés se ven como las pirámides de Teotihuacán y Chichen Itzá al principio del siglo pasado, guardando las proporciones. No hay proyecto de rescate para Santa Inés (aunque creo que algunos energúmenos querían utilizar los montículos del predio al lado del parque como rampas para moto cross, ¡imagínese!) y lo más seguro es  que, las actuales autoridades municipales apenas tengan idea de que existen y el INAH carezca de cualquier iniciativa al respecto.

"Antes de desarrollar la agricultura, los pueblos solían ser nómadas, pero una vez que pudieron establecerse en un solo lugar, asegurando su sustento material, fue cuestión de tiempo antes de que se erigieran grandes estructuras, ya fuera con fines de adoración o con aplicaciones astronómicas. Las pirámides se conformaron como los grandes centros desde los que se guiaba la vida política y económica de los pueblos antiguos; se trazaban rutas que guiaban desde la periferia hasta estas grandes ciudades y facilitaban el comercio.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las ciudades y civilizaciones que alguna vez fueron centros importantes caen en el olvido, la destrucción o decadencia. En el caso de México, con la Conquista se instalaron nuevos núcleos urbanos y los lugares que antes fueron de vital importancia quedaron en el olvido, sumidos entre la densidad de la jungla y su vegetación -como Palenque o Chichen Itzá-, cubiertos por tierra solidificada -en el caso de Teotihuacán-, o bien, fueron destruidos y sobre los vestigios de las antiguas civilizaciones se erigieron nuevos templos adoratorios, como sucedió en el centro de la Ciudad de México.
En el caso de Teotihuacán, la Ciudad de los Dioses fue encontrada a finales del siglo XIX y el "desentierro" de la Pirámide del Sol comenzó en los últimos años de gobierno de Porfirio Díaz, de 1905 a 1910. Leopoldo Batres fue el encargado de develar las pirámides ocultas en lo que simulaban ser montañas, fundando así la arqueología mexicana.
Los métodos de Batres para desenterrar la Pirámide del Sol están plagados de distintas historias, como que usó dinamita, aunque sólo se trata de un mito. Sin embargo, en Arqueología Mexicana se explica que Batres rompió una plataforma en forma de U que rodeaba la pirámide para poder sacar los escombros y sobre ésta construyó su campamento.
Una situación similar ocurrió durante el descubrimiento de Uxmal en el sureste del país, donde Auguste LePlongeon sí utilizó dinamita, pero con el insano objetivo de resguardar una de las reliquias, el llamado Busto de Cay, en 1881. La dinamita de Auguste se dispararía si las piedras no eran retiradas bajo instrucciones específicas, quitándole la vida a aquel que intentara robar el patrimonio cultural.
Los saqueos de objetos preciados son comunes en todas las expediciones arqueológicas. Si Egipto a los ojos del mundo sufrió un enorme saqueo y contrabando de papiros y objetos antiguos, sería difícil imaginar que lo mismo no ocurriría en nuestra latitud, con cientos de zonas arqueológicas, algunas recientemente descubiertas. En ambos casos, los encargados de develar aquel mundo escondido por lo general eran autores de los robos y vendían los objetos discretamente, al tiempo que enriquecían sus bolsillos a costa del legado cultural.
De Batres se sospecha que se hizo de varios tesoros con el objetivo de venderlos o simplemente poseerlos, tal y como sucedió en la Península de Yucatán tras el boom en la exploración y descubrimiento de ciudades mayas. A la historia reciente de Chichen Itzá se suma la de Edward Herbert Thompson, arqueólogo y diplomático estadounidense que adquirió una hacienda a escasos metros de las estructuras prehispánicas y del Cenote Sagrado. En sus diversos estudios arqueológicos descubrió que al fondo del cenote yacían objetos preciosos, así que por años realizó sus propias expediciones buceando al fondo del cenote para retirar los ornamentos, no con el fin de resguardar el patrimonio cultural, sino con el objetivo de enriquecerse y venderlos ilegalmente en los Estados Unidos.
En el momento en que una civilización perece, la naturaleza suele reclamar sus espacios, al grado de que estructuras tan grandes como las pirámides y templos quedan completamente ocultos en lo que antes era una portentosa metrópoli. En México aún hace falta un largo camino por recorrer para revelar nuevos secretos respecto a la vida y los conocimientos de las culturas prehispánicas que habitaron el territorio nacional." (https://culturacolectiva.com/historia/fotos-piramides-ocultas-teotihuacan-chichen-itza-descubiertas?..)

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