miércoles, 1 de enero de 2020

Especial para Horizontes...
Aniversarioi 473 de la Fundación de Sayula y aniversario 1119 de la fundación del señorío Indígena Tzaulan
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

La presentación de documental "Sayula prehispánico", en el Parque Cerrito de Santa Inés el pasado 22 de Diciembre, con motivo de la fundación de Sayula fue muy concurrido, las personas quedaron impresionadas de saber que ese lugar fue para nuestros antepasados indígenas un sitio sagrado donde hace 1119 años su fundo la cabecera del señorío indígena Tzaulan.
En este documental se habló de los pueblos que  vivieron en el territorio del citado señorío, su organización social, sus costumbres, lenguas, vestigios que han sobrevivido hasta el día de hoy y de su significado. En una semi penumbra y frente a una pantalla de dos por tres metros, se proyecto el citado documental que inquietó al público allí presente, pues se dieron cuenta lo descuidado que se tiene ese lugar y sobre todo los tres montículos que aún quedan. Uno en l parque y dos en un terreno vecino al sur, frente al CBETA 19.
Llamó la atención que en para iniciar se hiciera un homenaje a los ancestros, con un pequeño ritual de salutación a los puntos cardinales que llevó a cabo un pitero de las danzas quien sólo con su flauta de carrizo y su tambos, mientras tocaba esas melodías ancestrales que se han preservado, recorrió un camino hacia los cuatro puntos terminando en el centro, frente al público. Allí mismo se reconoció a una de las organizaciones indígenas más antiguas del municipio, la de los Priostes de los fiesta de los Naturales que se celebra desde hace más de 200 años en nuestro municipio. Aunque los líderes de esta organización fueron invitados, no pudieron asistir al evento.
Al final del evento que recordó nuestra herencia indígena y su grandeza, el público inter actuó con los realizadores, y en esta ronda de preguntas, respuestas y cometarios, salieron temas interesantes como el rescate de los deteriorados montículos de Santa Inés que en realidad son, aparte de monumentos religiosos, un reloj o calendario astronómico que, al estar estos alineados, con cálculos matemáticos avanzados, con el sol, permitían el cálculo de las actividades de siembra y cosecha así como de las fiestas cívicas y religiosas de los indígenas del antiguo Tzaulan ¿Vale la pena rescatarlos para el turismo? ¿Se debe permitir un rescata de las tradiciones indígenas que usen estos montículos ya de por si deteriorados, como lugares para hacer rituales contemporáneos de "carga de energía" en determinadas fechas, como en los equinoccios,, tal como se hace en Chichén Itzá o Tajín hoy en día? ¿Se debe intentar un rescate y restauración como en Guachimontones en Teuchitlán? Fueron preguntas que quedaron en el aire. Lamentablemente a nuestro Ayuntamiento no le intereso en absoluto el evento y la única que asistió y compartió esta polémica sobre el rescate, fue la regidora Engracia Vuelvas Acuña. No así el sector empresarial, que atendiendo la invitación que se les hizo llegar, estuvieron algunos de ellos presentes e igual que la regidora interesado en el proyecto y la posibilidad de un rescate. La pregunta principal es ¿Se puede rescatar Santa Inés y con qué fin? Para llegar a responder esto debemos comprender frente a qué estamos, qué se sabe de sitios como este:
La conexión entre los astros y la arquitectura de los antiguos mexicanos es reflejo de la inmensa admiración que le tenían a los ciclos de la naturaleza.  Como bien se sabe, la astronomía mesoamericana tenia una estrecha relación con la disposición de las construcciones. Lo han develado así imágenes de códices y cronistas prehispánicos como el padre Motolinia, quien nos relata en uno de sus textos que Moctezuma, emperador azteca, había mandado a reconstruir edificios para lograr una alineación perfecta con la posición del sol.  Entre la funcionalidad astronómica y la hierofanía religiosa del México prehispánico, el  Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) nos confirma mediante un nuevo estudio, además de la importancia de los movimientos solares en construcciones de culturas como la maya, la conexión de los rituales y festividades agrícolas con la salida y puesta de sol pero, contrario a lo que se creía hasta ahora, los equinoccios no formaban parte de esta gran importancia.
 Mediante el libro "Orientaciones astronómicas en la arquitectura maya de las Tierras Bajas", el INAH nos desglosa importantísimos datos sobre las fechas marcadas por el movimiento del Sol en edificios erigidos por culturas de las "tierras bajas" -esto es Yucatán, Chiapas, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y el Petén (Guatemala)-; desde salidas y puestas del sol, incluyendo solsticios de verano e invierno, hasta alineamientos hacia los extremos de Venus y de la Luna, e inclusive hacia las salidas o puestas de la estrella Fomalhaut.
Como advierte el estudio, de 300 edificios de 87 sitios arqueológicos de la zona sur de México, 217 edificaciones resultaron poseer esta cosmológica orientación destinada al Sol. Resulta de gran relevancia enfatizar que hasta hoy se había creído fielmente que la agricultura, arquitectura, entre otras prácticas de la época prehispánica estaban estrechamente ligadas a los equinoccios, sin embargo, con las precisiones de este libro se refuta la idea. Lo que sí considera probable este libro, es que un grupo de orientaciones marcaban las puestas de Sol en los días del cuarto de año, esto es, las fechas que ocurren dos días después del equinoccio de primavera y dos días antes del de otoño, y que junto con los solsticios dividen el año en cuatro partes de aproximadamente igual duración.

De entre las posiciones solares estudiadas, destacan las que se hayan encontradas el 12 de febrero y el 30 de octubre (el inicio y el fin del ciclo agrícola maya) un intervalo que entre fecha y otra nos da como resultado 260 días, la duración perfecta del antiguo Tzolkin, o ciclo sagrado maya. Además, bajo este resultado fue como se pudieron relacionar las festividades agrícolas que hasta el día de hoy  se llevan a cabo en las regiones bajas: la mayoría coinciden con estas fechas.
Por ejemplo: los tzotziles de San Pedro Chenalhó, en los Altos de Chiapas, inician su ciclo agrícola ritual el 14 de febrero; la fiesta de la Virgen de la Candelaria también se realiza por estas fechas, una de las celebraciones fundamentales del ciclo anual en diversos poblados de las Tierras Bajas mayas  que incluye la bendición de semillas. Las fechas en que se celebran los rituales relacionados con la siembra del maíz coinciden con el grupo de edificios cuyas orientaciones marcan fechas en abril y mayo, así como en agosto, cuando se recolectan los primeros elotes de maíz tierno.
El equinoccio, igual que otros fenómenos naturales ha tenido importancia para diferentes culturas a lo largo de la historia; pero en realidad, mientras que a nuestros antepasados sí les interesaban mucho las estaciones y los movimientos del sol y la luna, el asunto tenía menos que ver con "recargar energía" y mucho más que ver con los periodos agrícolas y con la necesidad de determinar con precisión la temporada de lluvias.
Como afirma Rosario Delgadillo investigadora del INAH, en los antiguos recintos que sirvieron como observatorios (como el de Chichén Itzá en Yucatán y Monte Albán en Oaxaca) lo que se recaudaba era información que permitía generar calendarios muy exactos y estos servían para saber cuándo sembrar y cuándo cosechar.
De hecho, según el recuento de esta investigadora, los equinoccios no figuran realmente entre las fechas más relevantes para las culturas prehispánicas y la manera en que los entendemos hoy en día es francamente "desproporcionada" dice:
"Por ejemplo, el fenómeno que tiene lugar en el castillo de Chichén-Itzá, en el que se puede apreciar el desplazamiento de una serpiente a través de una escalinata debido al juego de luces y sombras, ocurre durante varios día, antes y después de los equinoccios. [no en la fecha exacta, lo que hace pensar a algunos investigadores que no necesariamente se trata de celebrar la posición del Sol"
Por otro lado,  marzo sí era un mes muy relevante. Se llamaba Tlacaxipehualixtli para las culturas del centro y la palabra significa "renovación de la tierra", haciendo así referencia al cambio de estación. Pero los rituales que se practicaban para rendir culto a los dioses no tenían nada que ver con la "Cumbre Tajín" de nuestros días.
 La naturaleza renacía y comenzaba el ciclo agrícola, así, era vital ofrecer algo a los diosesa cambio de la protección de las cosechas (particularmente frente a los desastres naturales). ¿Y qué se les ofrecía? pues probablemente dependía de cada dios, pero a Xipe-Topec (Nuesto Señor el Desollado) durante la fiesta principal que duraba 20 días, se le entregaban corazones extraídos directamente de los guerreros que habían sido capturados en batalla. Con el resto del cadáver se hacía pozole (potzollli). A quienes habían atendido a la ceremonia se les lanzaban trozos de carne humana para que los cocinaran en un caldo con maíz. Lejos estamos de recargar así las energías y no sabemos si nuestros antepasados practicaban la antropofagía con ese fin específico.
Y claro que en distintas comunidades indígenas aún hay reminiscencias de estos rituales, aunque se expresen de formas muy distintas. Pero, si tú visitas las zonas arqueológicas para acercarte a esas tradiciones, el camino elegido probablemente no sea el adecuado. Además, hay que decirlo: las visitas masivas a las zonas arqueológicas son una manera de ponerlas en riesgo, especialmente si cientos de personas se suben a los edificios de manera simultánea.
Y aunque está increíble conectar con las culturas antiguas y contemporáneas y querer acercarse a estos sitios que no son ruinas, sino patrimonio relevante para distintos grupos, vale la pena repensar un poco la forma en la que lo estamos haciendo. Incluso sugiere Rosario Delgadillo que busquemos maneras alternativas de "recargar energía", tal vez comiendo chocolate, una delicia con orígenes comprobables en el México del pasado.
Eso pasa, en muchos sentidos, con los equinoccios, el momento en donde hay un cambio de estación (entran la primavera o el otoño, según el caso) y el día y la noche duran lo mismo. Particularmente es sonado el equinoccio de primavera, pues desde hace varias décadas se generó la costumbre de ir a "cargarse de energía" a los antiguos centros ceremoniales, como Santa Inés, durante este acontecimiento natural (que se da el 20 o 21 de marzo).
Para muchos, este ritual contemporáneo ligado a las creencias "New Age" tiene origen en las costumbres de los pueblos prehispánicos, especialmente del centro del país. Así, desde la madrugada antes del equinoccio, cientos de personas se dirigen vestidas de blanco a zonas arqueológicas como Teotihuacán y Chichen Itzá a danzar, celebrar el "Fuego Nuevo", hacerse limpias, rezar, cantar y, si pueden, subirse a las pirámides.
En muchos sentidos los circuitos de turismo (tanto privados, como públicos) fomentan estas prácticas y aprovechan esta creencia para procurar que los viajeros se acerquen a los sitios arqueológicos. Sin embargo, como explica Rosalba Delgadillo en su artículo "El equinoccio de primavera: mitos y realidades", esta tradición daña más a los monumentos de lo que se piensa y, en realidad poco se relaciona con los rituales y creencias de nuestros antepasados.

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