domingo, 12 de noviembre de 2017

Especial para Horizontes...
El Día de Muertos y las regiones del inframundo indígena en la cosmovisión del Tzaulán
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

De acuerdo a la cosmovisión mexica, heredada de la tolteca vía el pueblo otomí, Mictlán ("lugar de los muertos") era el nivel inferior, subterráneo, de la tierra de los muertos, para el mundo indígena los muertos no iban al cielo sino al vientre de la tierra. El camino a este recinto era largo y peligroso, tenía nueve niveles verticales que descendían, y lo transitaban por igual nobles y plebeyos, sin distinción alguna de rango ni de riquezas. Se creía que el viaje duraba cuatro años y que, al llegar a Mictlán luego de haber superado todos los obstáculos, el alma del difunto era recibida por Mictlantecuhtli y Mictlancihuatl, las deidades del inframundo, quienes le anunciaban el final de sus pesares: "Han terminado tus penas, vete pues a dormir tu sueño mortal".
Primer nivel: APANOHUAIA
También llamado Itzcuintlan o "lugar de perros", este sitio estaba a la orilla del caudaloso río Apanohuaia, que el muerto debía atravesar con la ayuda de un xoloitzcuintle de color pardusco. El color era importante, puesto que si se le pedía ayuda a un perro de color blanco, este se negaría diciendo "Yo estoy limpio y no me ensuciaré" y, si se le pedía ayuda a un perro negro, respondería con un "Estoy muy sucio y oscuro, no podrás verme o seguirme". Por este motivo, era común que se enterrara a los muertos con perros.
Segundo Nivel: TEPECTLI MONAMICTLAN
El "lugar de los cerros que se juntan". En este nivel se dice que existían dos cerros que se abrían y se cerraban, chocando entre sí de manera continua. Los muertos, por lo tanto, debían buscar el momento oportuno para cruzarlos sin ser triturados.
Tercer Nivel: IZTEPETL
En este lugar se encontraba un cerro cubierto de filosísimos pedernales que desgarraban los cadáveres de los muertos cuando estos tenían que escalarlos para cumplir con su trayectoria.
Cuarto Nivel: ITZEHECAYAN
El "lugar del viento de obsidiana" era un sitio desolado de hielo y piedra cruda. Se trata de una sierra con aristas cortantes compuesta de ocho collados en los que siempre caía nieve.
Quinto Nivel: PANIECATACOYAN
"El lugar donde la gente vuela y se vuelve como papalote". Se dice que este lugar se ubicaba al pie del último collado o colina del Itzehecayan, donde los muertos perdían la gravedad y estaban a merced de los vientos, que los arrastraba hasta que finalmente eran liberados para pasar al nivel siguiente.

 Sexto Nivel: TIMIMINALOAYAN
"El lugar donde la gente es flechada". Aquí existía un extenso sendero a cuyos lados manos invisibles enviaban puntiagudas flechas para acribillar a los cadáveres de los muertos que lo atravesaban. Estas eran las flechas pérdidas durante las batallas.
Séptimo Nivel: TEOCOYOHUEHUALOYAN
Aquí los jaguares abrían el pecho del muerto para comerse su corazón.
Octavo Nivel: IZMICTLAN APOCHCALOLCA
En esta "laguna de aguas negras" (Apanhuiayo), el muerto terminaba de descarnar y su tonalli (su alma), se liberaba completamente del cuerpo.
Noveno Nivel: CHICUNAMICTLAN
Aquí el muerto debía atravesar las nueve aguas de Chiconauhhapan y, una vez superado este último obstáculo, su alma sería liberada completamente de los padecimientos del cuerpo, por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, esencia de la muerte masculina y la muerte femenina.
 La cosmovisión indígena de la muerte distaba mucho del sincretismo del que han derivado los altares de muertos contemporáneos, que si bien, están confeccionados con la simbología prehispánica relacionada con el culto a la muerte, los símbolos usados no todos son tan antiguos. La iconografía católica se impone por obvias razones en el concepto que tenemos como "Altar de día de Muertos", así como en las comunidades con tradición más indígena los elementos ancestrales del México antiguo, predominan. Pero, algunos de los símbolos relacionados con el día de muertos y los altares hoy, son más contemporáneos y tienen que ver con nuestra historia social reciente como la revolución de 1910 y su antecedente el porfiriato, como es el caso de las catrinas y los catrines, que más que elementos religiosos son producto de la política social del México revolucionario. Sin duda es una tradición con elementos históricos, religiosos y sociales que dan sentido a la identidad nacional. La iconografía de las distintas tradiciones culturales y religiosas, se funde a la cultura popular y su sentido social contando una historia, la historia de este país hasta el momento.

 Si tuviésemos que reproducir un elemento iconográfico análogo a los Altares de día de Muertos, pero desde la visión indígena prehispánica, desde la tradición tolteca-mexica-otomí, que es la visión que se tenía en el antiguo Tzaulan, habría que atender a un montaje vertical subterráneo; no sería un altar, la representación del mictlan, para la cultura indígena. Sería una caverna con entradas verticales que llevaría el útero de la tierra, al lugar del jaguar, de Tlaloc, de los señores del mictlan. No hay pirámides dedicadas a los muertos, por ejemplo. La visión prehispánica del mundo de los muertos tiene que ver con el mundo que está abajo, no arriba en el cielo. Resulta interesantísimo constatar en esta mitología que, el viaje de los muertos por el inframundo dura 4 años, lo que dura un cadáver en descomponerse una vez sepultado. Los muertos deben deshacerse de su carne, de su físico, en una odisea donde enfrentan obstáculos que al final les permiten su fin, liberarse del cuerpo y entrar al mictlan.
No existen documentos historiográficos que nos cuenten cómo se celebraba en Tzaulan el fin de la cosecha en la tradición indígena particularmente en el caso de la celebración de muertos, originalmente. Pero por el tipo de cultura predominante entonces debió ser muy parecida a la de la tradición otomie-mexica antes citada, con elementos locales o regionales particulares que quizás se preserven en las tradiciones ya fundidas con esta versión contemporánea sincrética del Día de Muertos. Uno de estos elementos locales, podrían ser los tradicionales "tamales de ceniza", que al parecer fueron una forma de consumir parte de los sacrificios humanos en el antiguo tzaulán. Estos tamales alguno vez se prepararon con carne humana, en una comunión con el sacrificado a los dioses y con estos mismos.


 

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