martes, 19 de enero de 2021

 El fantasma paterno y sus exorcismos

en la obra de Juan Rulfo

Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

El pasado 7 de enero se celebró un aniversario más de la muerte del icono de la literatura latinoamericana y uno de los escritores universales en lengua española quien luego de Cervantes es el autor iberoamericano más traducido en todo el mundo, Juan Rulfo, quien naciera en Sayula el 16 de mayo de 1917 y muriera en la ciudad de México un 7 de enero de 1986. El celebre en todo el mundo, pero despreciado por una camarilla con disonancia cognitiva en su tierra natal, dejó en tan sólo dos obras breves literarias, un legado no calificado menos que de genial en todo el mundo (más de lo que cualquiera de esta camarilla de disonantes cognitivos que lo desprecian y sus ascendentes hayan hecho y pudieran hacer por Sayula en toda su vida). En este espacio queremos rendir homenaje al más ilustre de los sayulenses del siglo XX, Juna Nepomuceno Carlos Pérez Vizcaíno o como él mismo se firmó profesionalmente: Juan Rulfo.


La vida de Juan,  aunque él intentará preservarla en el circulo de su intimidad, algo imposible para un hombre de su tamaño; fue tan trágica como la de los personajes de su obra. Él jamás aceptó en vida que su novela y libro de cuentos, fueran autobiográficos, sin embargo, el estudio de su obra por especialistas en todos los campos, en esta ocasión de la Psicología, nos muestran que no fue del todo cierto el argumento que esgrimía el maestro Rulfo, al alejar su obra de su biografía personal. Su padre muerto cuando el autor era un niño de forma trágica, asesinado por la espalda, marcará significativamente al autor y su obra tiempo después. Los referentes son muy obvios y entre más uno conoce al Rulfo de carne y hueso, estos elementos revisten de profunda credibilidad a su personajes. Así, no sólo la muerte de su padre aparece re escenificada en su obra literaria ("Diles que no me maten"), sino la de personajes sayulenses como el rico hacendado, esposo de Paula Gutiérrez, don  José Bobadilla al que apuñala un peón a las puertas de su casa mientras este descansaba sentado en un equipal (27 de julio de 1893), tal como muere Pedro Páramo al final de la novela homónima de Rulfo. En este ensayo psicológico de la obra de Juan Rulfo se busca al "fantasma" del padre, la parte aquella que atormentaba al autor desde su inconsciente producto de la tragedia que le tocó vivir al niño que fue Rulfo. La importancia para los sayulenses de la obra de Rulfo esta precisamente en que esta es un reflejo de la identidad loca, no sólo de la vida del autor. En su obra nos encontramos como sayulenses, si aprendemos a leerlo y conocemos la historia del propio Juan, misma que él con su genio volvió universal al lado del Quijote, la propia Odisea o Hamlet. Rulfo, un Sayulense Universal. A 35 años de su muerte.  

En la obra de Rulfo, la  representación del padre es una figura central, especialmente, en Pedro Páramo. A partir de ésta su escritura se constituye en un espacio virtual de su juego fantasmático. Este relato (Pedro Paramo) representa una búsqueda del padre, a quien Juan Preciado nunca conoció. Toda la narración se juega en un espacio construido por Rulfo en el cual se establece una búsqueda del origen, en el que el fantasma (del padre) abarca todo el espacio simbólico, a la manera de un epicentro, el cual aunque invisible, tiene efectos determinantes sobre la superficie. Además, a través del discurso de los otros personajes, se comienza a delinear la silueta del fantasma paterno. De esta manera, Rulfo llega hasta el tiempo del ensueño para resolver, al menos, su deuda; esto es evidente cuando escribe: "Se escucha la repetición de la voz de la madre diciendo: ...El abandono en que nos tuvo hijo, cóbraselo caro". En este sentido, el acto de escritura pretende esta reconciliación. Este carácter de deuda psíquica es notorio en la obra, ya que la primera referencia  al padre la hace un fantasma arriero, cuando se acerca a Comala y Juan Preciado pregunta: "¿Quién es Pedro Páramo? - el arriero contesta - un rencor vivo."   En esta obra se establece la escritura como un medio para llegar al mundo imaginario del fantasma, así como el de la locura creativa de Rulfo que se enuncia en su introducción es, al mismo tiempo, la fuente de su creación y además donde su obra se desarrolla. Esta búsqueda del nombre propio en el padre también está representada en que Juan Preciado no tiene el nombre del padre, pues el apellido sería Juan Páramo. De esta manera, la filiación de Juan es un rasgo importante en el carácter de sus personajes, desde el nombre propio hasta la trama de la obra. El conjuro paterno que se juega en los personajes, no sólo se circunscribe a  Pedro Páramo pues en la herencia de Matilde Arcángel un cuento anterior de El llano en llamas   ya comenzaba a perfilarse una problemática con el padre, al enunciar: "Todos los días amanecía aplastado por el padre que lo consideraba un cobarde y un asesino, y si no quiso matarlo, al menos procuró que muriera de hambre para olvidarse de su existencia. Pero vivió. En cambio el padre iba para abajo con el paso del tiempo. Y ustedes y yo sabemos que el tiempo es más pesado que la más pesada carga que puede soportar el hombre. Así, aunque siguió manteniendo sus rencores, se le fue mermando el odio, hasta convertir sus dos vidas en una viva soledad." De esta manera, el acto de escritura ordenaba su tiempo psíquico dándole un sentido al tiempo del personaje, quien a su vez encarnaba un aspecto del lector. El proceso de simbolización que implica la escritura parece tener como efecto la aparición de una silueta del fantasma, en la que queda capturado en una cifra. Este acto de dar límites al fantasma, a la manera de exorcismo, no es descubrirlos, sino inventarlos a la manera sublimatoria del arte. Es limitar su eternidad a través de darles un nombre propio, un tiempo y un lugar. El personaje de Pedro Páramo es definido por Rulfo a través de sus personajes; es un juego fantasmático, en el cual, estos personajes habitan en el ensueño de Rulfo para pasar al ensueño del lector. Es una invitación directa a la que el lector invariablemente asiste. En Pedro Páramo , escribe: "Mi compadre Pedro decía que estaba que ni mandado a hacer para amansar potrillos; pero lo cierto es que el tenía otro oficio: el de 'provocador'. Era provocador de sueños. Eso es lo que era verdaderamente..."  

 En diles Que no me maten, se juega el padre, pero con un matiz diferente que incluye el imaginario sobre la muerte; en lo cual se juega una similitud interesante entre la muerte del padre de Rulfo en la narrativa, la del progenitor a quien su hijo no puede salvar. En el siguiente fragmento, podemos ver a un padre que se instala en la vida psíquica con todo el peso del odio:

"Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros eso pasó. Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron, tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo  de que le cuidaran a su familia. Esto con el tiempo parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con alusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me dan ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca."

En este contexto anterior a Pedro Páramo, se perfila la búsqueda del padre presente en toda la obra; el hecho más patente de esta búsqueda, está desde el inicio de la novela, a través de la última promesa de Juan Preciado a su madre, quien le pide ir a Comala para cobrar una deuda del padre. Quizá, la deuda de la paternidad. En esta escena, se escenifican varios elementos esenciales al resto de la obra, pues se plantea una deuda con la madre y con su muerte. Aun así, con su muerte, la madre sólo cambia de dimensión ya que en el resto de la obra regresa como un fantasma más. Deuda con la madre que el personaje no pensó cumplir hasta que se le volvió una obsesión imaginaria el origen paterno: "Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala." En este momento, el personaje principal no se le asume como padre, sino como marido de la madre. A partir de la búsqueda de Juan por su padre, el arribo a Comala se convierte en el comienzo del encuentro: una ficción temporal sin tiempo cronológico y sin los límites de la materialidad.

El presente del personaje parecía buscar una historia que sostuviese su devenir; como en la novela personal, la historia está constituida a través de los otros, así se delinean los fantasmas imaginarios del sujeto en lo social. El padre muere junto al fantasma de Susana San Juan, a quien él reconoce como su único amor y es, al mismo tiempo, el personaje más enigmático, pues nunca demuestra su naturaleza, ya que aparece en sueños, como fantasma, casi un delirio. Por eso, este personaje puede ser un modelo del campo de acción del fantasma literario. Susana San Juan habita en el tiempo del deseo, es decir: la eternidad. La muerte de Pedro Páramo representa a su vez, la muerte del amo, de un terrateniente de tierras y de historias. Es el fantasma supremo que abarca todo el espacio simbólico. Es la deuda filial de varias generaciones. (Juan Rulfo y el ensueño del tiempo, Juan Manuel Rodríguez Penago)


No hay comentarios:

Publicar un comentario