lunes, 2 de septiembre de 2019

             Política, ética y filosofía. 
Por Rodrigo Sánchez Sosa
Hoy en día, político es sinónimo de sin vergüenza, de ladrón, mentiroso, hipócrita, abusivo, ególatra y manipulador. Con la salvedad de que esta gente es poderosa e impune, sobre todo en nuestro país. El político en el poder no se diferencia, en este caso, de los criminales. Incluso así lo dijo AMLO en la "mañanera" del miércoles pasado. El presidente dijo, respecto de la violencia en el país relacionada con el crimen organizado, que no existió de hace muchos años a la fecha, un límite entre criminales y autoridad. Algo que se sabía por el común de los ciudadanos, pero que, dicho y reconocido desde el poder significa mucho.
En la mayor parte del mundo, con distintas aristas, esto es de sentido común, no sólo en México, un político es un criminal, en el mejor de los casos, en potencia. Uno se pregunta ¿Cómo puede entonces la gente encumbrar con su voto a estos criminales y ponerlos en el poder? La respuesta no es sencilla. La gente ha aprendido que los políticos son un mal necesario, de ahí la frase aquella de "escoger al menos peor", de los males el menor, dice el refrán. Pero también existe cierta complicidad de la masa con los políticos que elige, dice otra frase ciertísima: "los pueblos tienen el gobierno que se merecen"; no podemos tampoco olvidar que la masa es susceptible de ser manejada, manipulada, ya que la gente en grupos se vuelve menos racional, de ahí los fanatismos y la violencia que se generaliza en reuniones masivas de personas por la causa que fuera. El político deshonesto conoce y aprovecha estas vulnerabilidades de la masa para manipularla para sus fines particulares. Y aquí está la clave, esta gente es des honesta, inmoral, anti ética, sociópata y bárbara; en otras palabras, practica una política sin ética.
¿Pero siempre fue así? No claro que no, en la antigua Grecia donde comenzó la democracia como forma política de organización, los poderosos recurrían a los filósofos, aquellos que estudiaban la ética, pero sobre todo que investigaban la verdad sobre la existencia y el hombre, para recibir consejo y lecciones de moral y ética. El libro de la República del filósofo griego Platón (427 ac-347 ac) es un tratado completo sobre esto. Sin embargo 400 años antes de nuestra era y poco antes de que Platón en el 362 ac, unos filósofos extremos asaetas, los cínicos, a pesar de renunciar a todas las comodidades de una vida en las antiguas ciudades griegas, antes bien viviendo como mendigos, cuestionaban la moral y daban lecciones de ética y moral a los políticos quienes los buscaban para recibir sus consejos y enseñanzas, sabiendo que el político o gobernante, no es un todo poderoso ni omnisapiente, y gobernar requiere sobre todo, una asesoría en el uso del poder. Alejandro Magno, el gran Alejandro, dueño de la mitad del mundo conocido el cual conquistó a base de campañas militares desde Grecia hasta la India y desde Marruecos hasta Turquía, incluida Europa, Egipto y todo el mediterráneo; fue a pedir consejo de un filósofo pobre que vivía, en un barril, de lo que la gente le ofrecía (hoy cualquier politiquillo de medio pelo, cree poseer  inteligencia y sabiduría, reconocidas, claro, por su aduladores solamente; como para no atenerse más que a su criterio y su calidad moral, las cuales todo el tiempo no rebasan la visión del criminal común y el estúpido que no ve más allá de sus narices)  Este hombre era Diógenes el Cínico, y esta es su historia:
Diógenes (Sinope 4012 ac-Corinto 323 ac), el cínico, uno de los filósofos más honestos de todos los tiempos. Esto es, alguien con una verdadera voluntad de entender la realidad y llegar a la verdad, sin ningún otro interés adicional que el amor mismo por la verdad. Realmente no se conservan muchas enseñanzas de Diógenes, el Cínico, pues él nunca escribió. Lo que ha llegado hasta nuestros días lo sabemos gracias a sus discípulos. En especial a su homónimo, Diógenes de Laercio, quien se dio a la tarea de recopilar varias de sus enseñanzas.
"La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de adorno a los ricos". -Diógenes, el Cínico-
La principal característica de este filósofo, nacido en Sínope y famoso en Atenas, fue su enorme desprendimiento. Amaba la libertad por encima de todo y no temía decir la verdad a los poderosos. Se decía de él que vivía en un barril y muchos lo confundían con un mendigo.  Una de las enseñanzas de Diógenes, el cínico, dice lo siguiente:
"El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe".
Significa que con frecuencia el error está en la mente de la persona ofensiva, no en el ser o en la naturaleza de quien es objeto de esa ofensa. Esto, pese a que el propio Diógenes fue conocido por emplear frases muy duras para dar forma a su verdad. Sin embargo, su denuncia tenía más que ver con la doble moral y los fallos en la ética que con una persona en particular. No buscaba atacar a la persona, sino cuestionar su postura moral.
Uno de sus discípulos, Hecatón, dejó por escrito una de las frases de Diógenes, el cínico, que, al parecer, pronunciaba con frecuencia. Esta dice:
"Es preferible la compañía de los cuervos a la de los aduladores, pues aquellos devoran a los muertos y estos a los vivos".
Si algo detestaba este filósofo era a los aduladores. Se hizo famoso por un episodio: Alejandro Magno lo buscó, atraído por su prestigio. Se presentó frente a él y le dijo que podía pedir cualquier cosa. Diógenes lo único que le pidió fue que se apartara, pues le tapaba la luz del sol.
Se cuenta que una vez Diógenes se detuvo a observar a un niño que recogió agua con sus manos y la bebió. El filósofo tenía muy pocas pertenencias, entre ellas un cuenco (taza de madera para beber agua). Pero al ver al pequeño dijo: "Un niño me superó en sencillez" y tiró el cuenco. En otra oportunidad, observó que otro niño tomaba su comida sobre una hoja. Eran lentejas y usaba el pan, a modo de cuchara, para llevárselas a la boca. Imitándolo, Diógenes abandonó su platón de madera y desde entonces comió de esa manera. Esta es una de las enseñanzas de Diógenes, el cínico, sobre la que no hay total certeza de autoría. Dice lo siguiente:
"Callando es como se aprende a oír, escuchando es como se aprende a hablar; después, hablando, se aprende a callar".
Si la frase no es de Diógenes, en todo caso es acorde con su pensamiento. Significa que comunicarse es un proceso complejo en el que la escucha es fundamental. Esta es la que permite, primero, aprender a hablar. Y el saber hablar implica decantar, entender cuándo se debe guardar silencio.
La historia cuenta que uno de los ciudadanos atenienses, impresionado por el grado de pobreza en el que vivía Diógenes, se le acercó y le preguntó:
"¿Por qué la gente da dinero a los mendigos y no a los filósofos?".
Diógenes pensó un momento y luego le respondió:
"Porque piensan que, algún día, pueden llegar a ser inválidos o ciegos, pero, filósofos, jamás".
Una ingeniosa manera de decir que la caridad se inspira en una suerte de egoísmo, que alimenta sobre todo la ayuda inspirada en el egoísmo. En esa ecuación no entran las virtudes, sino las deficiencias; no entra la empatía, sino el miedo.
En los tiempos de Diógenes se apreciaba mucho a los filósofos. Él pudo haber vivido como un protegido de los nobles, en medio de lujos y privilegios. Sin embargo, eligió desprenderse de todo para alcanzar el mayor grado de autenticidad, de verdad. Por eso mismo, es recordado miles de años después. (Edith Sánchez)

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