miércoles, 9 de octubre de 2019

Especial para Horizontes...
El Sur de Jalisco, el occidente mesoamericano
y su origen profundo y enigmático
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

Recientemente se descubrió que los mayas tuvieron una embajada en Teotihuacan. La cultura madre del valle central de Mesoamérica de donde los pueblos mexica, otomí, teco y otros cuyo origen fue el centro de esta región, tomaron su cosmovisión simbólica, dioses, formas de organización político-social y de producción económica, tuvo un intercambio importantísimo con el pueblo maya y su impresionante cultura. Sin duda estas dos tradiciones junto con la olmeca, son las más reconocidas, la base de lo que hoy entendemos como el mundo precolombino. Recursos, esfuerzos e investigaciones se centra alrededor de la cultura Maya, mexica, teotihuacana, olmeca, su estudio y preservación. El intercambio entre estas tradiciones dio origen a la cultura común mesoamericana, por eso su relevancia hoy.
Sin embargo, desde antes se conocía la influencia de una cultura tan antigua como estas, en el valle central, la cultura de occidente, una cultura cuyos orígenes se remontan al otro lado del continente. La cultura que se desarrolló en nuestra región influyó a las tradicionales del valle central, sin embargo, su estudio y preservación comparadas con las culturas maya, mexica, olmeca o teotihuacana, es menor en el ámbito institucional.
El Sur de Jalisco  profundo, en el cual se desarrolló el señorío Tzayulteco que daría origen al Sayula contemporáneo, tiene raíces tan ondas como las mayas o aztecas, un conocimiento de la ciencias y las artes antiguas tan complejo como el de aquellas: lamentablemente poco se conoce debido a la relatividad con que se ha asumido esta tradición en las políticas oficiales que financian las investigaciones arqueológicas de esta región. Nuestras raíces como pueblo e identidad, aquí en Sayula, sobre pasan las expectativas comunes y sólo a la luz de la investigación es posible ver lo enigmático de nuestro origen ancestral.
Lo poco conocido y lo menos que ha sobrevivido en nuestra región de aquél pasado que intercambió conocimiento y tradición para crear la identidad Mesoamericana, permite el deterioro y depredación de lugares tan importantes en este sentido como El Complejo Arqueológico Cerrito de Santa Inés en Sayula de mil cien años de antigüedad. Nuestra origen está codificado en lugares como este y procede de la tradición Occidente pacífico:
"El estudio de los orígenes más remotos del hombre en el Occidente de México ha sido limitado hasta principios de este siglo, escasos reportes daban cuenta de la existencia de una etapa lítica en la región. Fue a partir de los reconocimientos realizados por Joseph B. Mountjoy hacia fines de la década de los sesenta en el área de San Blás en Nayarit con objeto de obtener indicios de contactos marinos de viajeros hacia el Occidente, cuando localizó un sitio precerámico. Sus exploraciones le reportaron la presencia de un depósito de conchas marinas de aproximadamente tres metros de profundidad; los materiales asociados (conchas, martillos de piedras, lascas de obsidiana y huesos) indicaron la existencia de grupos humanos cuya economía básica se sustentó en los recursos costeros. El fechamiento de este depósito ofreció un rango de ocupación ubicado entre el 2, 400 al 2,000 a.C., a partir del cual Mountjoy definió al Complejo Matanchen. Posteriormente, la exploración realizada en dos sitios ubicados sobre la falda noroeste del cerro de la Contaduría, ubicado al oriente del actual puerto de San Blas, permitió la recuperación de ocho muestras de conchas con restos de carbón, las cuales al  ser fechadas indicaron que los depósitos culturales tenían un rango que iba del 820 al 380 a.C.  Estas fechas sirvieron para ubicar temporalmente a los más tempranos estilos cerámicos recuperados, cuyas vasijas, en general, tuvieron una manufactura aceptable aun cuando fueron mayoritariamente monocromas. Debió pasar mucho tiempo para que el estudio del más remoto pasado del hombre en la región fuera retomado.
Las tumbas de El Opeño, las cuales terminó por explorar Noguera, consistieron en cinco recintos excavados en el tepetate a cuya cámara se accedía por medio de un pasillo. Las bóvedas de planta ovalada, tenían banquetas también labradas en el tepetate, sobre las cuales se habrían depositado los enterramientos y sus ofrendas. El descubrimiento le dejó en claro la semejanza de estos recintos funerarios con los existentes en Sudamérica, razón que le llevó de expresar que:
"Desde épocas muy remotas hubo olas o mareas culturales que, procedentes de las regiones de la costa del Pacífico dieron nacimiento o nuevos impulsos a las civilizaciones que se desarrollaron en el Valle de México "
El mismo Noguera había conjeturado poco antes la idea  de que las civilizaciones establecidas en el Bajío habrían tenido un verdadero impacto en el  desarrollo cultural del valle de México. Esta percepción habría surgido a partir de las exploraciones efectuadas en el interior de la Pirámide del Sol en Teotihuacán:
"Podemos decir que hubo una relación, por no decir  identidad entre la cultura encontrada bajo la pirámide del Sol con la que floreció en Michoacán, Sur Jalisco, Guanajuato (...) futuras exploraciones tanto en el centro de México como en esa región podrán ofrecer nuevos datos para demostrar que se trata solo de la modalidad de una única cultura que tuvo un tronco común."
Estos señalamientos encontraron mayores argumentos a partir de las sucesivas exploraciones realizadas en el Bajío. Fue en el año de 1925 cuando se llevaron a cabo las primeras exploraciones en Chupícuaro, Guanajuato, bajo las órdenes de Ramón Mena (1927). Si bien es cierto que una primera interpretación designó a los materiales recuperados como "tarascos", análisis posteriores mostraron sus semejanzas con los recuperados en Cuicuilco, en el valle de México.  La oportunidad de documentar el desarrollo cultural de Chupícuaro se presentó cuando el gobierno federal informó que sus vestigios quedarían bajo las aguas de la presa Solís, sobre el curso del río Lerma, en las inmediaciones de la población de Acámbaro.  Los trabajos del rescate arqueológico se iniciaron hacia el año de 1945 con la participación de un grupo diverso de arqueólogos.  La descripción de las formas de enterramiento y sus ofrendas asociadas fueron descritas a través de los trabajos de Daniel Rubín de la Borbolla, Elma Estrada Balmori (1948), Román Piña Chán y Muriel Porter (Porter, 1956). El impacto que la cultura Chupícuaro tuvo en el desarrollo de diversas tradiciones del Occidente llevó a Otto Schöndube  a definirla como una de sus raíces fundamentales. La otra raíz, acaso la más conocida, nos lleva al complejo funerario designado como tradición de tumbas de tiro.
La tradición de las tumbas de tiro es una vasta expresión cultural que se desarrolló, fundamentalmente, en territorios que hoy día forman parte de Colima, Sur Jalisco y Nayarit. Las tumbas son recintos subterráneos que constan de un tiro o pozo vertical que se excavaba hasta la profundidad que le permitiera la dureza y consistencia del subsuelo. Generalmente se buscaban lugares propicios que permitieran la perdurabilidad de la cámara de modo que no sufriera desplomes o deslaves. Una vez que el tiro cruzaba las capas del suelo que garantizaban la estabilidad de la bóveda, ésta comenzaba a ser socavada. Los tiros podían conducir así a una, dos e incluso tres cámaras. Acaso la tumba más espectacular reportada hasta ahora sea la de El Arenal, en Jalisco la cual muestra un tiro de 16 metros de profundidad que accede a tres cámaras perfectamente excavadas en el subsuelo.  La belleza de las ofrendas cerámicas de las ofrendas cerámicas depositadas en las tumbas ha provocado el incesante saqueo de las mismas. 
El estudio de la colección exhibida, realizado al alimón por Paul Kirchoff, Salvador Toscano y Daniel Rubín de la Borbolla, llevó a cabo un esfuerzo por interpretar las obras -procedentes de diversas regiones del Occidente- de sociedades poco estudiadas. Kirchoff, fue el encargado de describir los materiales procedentes de las tumbas de tiro, en las cuales percibió la existencia de rasgos típicos de algunas culturas sudamericanas entre los que mencionó la presencia de posanucas, escudos rectangulares, macanas, hondas y camisas sin taparrabos así como una notable ausencia de sandalias, maxtlatls, huipiles y quechquémetls. Si a ello se agregaba el hecho de que dichos materiales procedían de contextos funerarios en mucho similares a los existentes en Colombia y Ecuador, la relación entre ambas regiones quedaba por demás clara. Las preguntas a las que tales evidencias conducían se encauzaron, obviamente, a las formas y tiempos cómo se habrían llevado a cabo estos préstamos culturales." (Dra. Ma. Ángeles Olay Barrientos Sección de Arqueología/Centro INAH Colima)
Los enigmas del origen de nuestra identidad que son tan lejanos como el ecuador, nos hablan de una parte de nuestra forma de ser, de nuestra profunda espiritualidad y relación con la muerte que nos explica como pueblo. Las tumbas de tiro, necrópolis, milenaria producción de sal, montículos, cerámica, lengua original, dioses, mitos y tradición oral, definen esa identidad profunda que dio origen a una obra como Pedro Páramo, producto de una particular y diferenciada forma de ser, de una tradición que ha impactado más allá de nuestras fronteras hoy como país, al nivel que lo han hecho el genio maya, la arquitectura teotihuacana, el misterio olmeca o el urbanismo imperial azteca.

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