lunes, 6 de julio de 2020

         La Política y crecimiento económico.
Por Rodrigo Sànchez Sosa

Tengo un amigo, que como algunos otros en Sayula confunden el progreso personal con el progreso material, algo ya de por si absurdo. Lo conocemos como el El Chato.  Visiblemente ofendido por mis posturas respecto de las políticas oficiales de la 4T a las que considera con un mínimo de argumentos y un máximo de desinformación, nefastas, no desperdicia oportunidad para insultar a quien cree
responsable de lo que para él es una tontería. No es una alusión personal porque no es el único, como antes dije, con esta postura. Hay muchos que creen que el viraje de la economía en el país - no se han dado cuenta que pasa lo mismo en todo el mundo - es innecesario, que la forma de producción que veníamos practicando era, no sólo la correcta sino la única posible y viable, y se preguntan "Dónde está el crecimiento con este gobierno" refiriéndose a indicadores de ese sistema obsoleto, como el PIB. El dilema que evaden o no ven, cegados por entender el progreso como posesión y consumo, tiene que ver con lo sustentable de la extracción de recursos naturales. En Sayula estas personas no quieren ver que equilibrar el crecimiento económico con la sustentabilidad comienza a ser evidente a simple vista, es un fracaso, aun para los que reciben el beneficio directo del mono cultivo, la deforestación, la contaminación y agotamiento de los mantos acuíferos del valle. El problema es global y la crisis de ese sistema "único posible" nos hace a todos víctimas. Ni un sólo argumento de esta gente es sostenible contrastado con las condiciones actuales del mundo y lo único que los sustenta en su dicho es la mezquindad de ponderar la rentabilidad de un capitalismo tardío cuya imposición y continuidad, es obvio, no puede sino ser criminal para el planeta y para el hombre:
"El diamante es, según la geología, el material más duro que existe. El único capaz de rayar todos los materiales del mundo. Pero, si se desengarza de un anillo y cae al suelo, lo más probable es que se haga pedazos. Con la economía -al menos tal y como la hemos concebido hoy-, pasa algo parecido: es capaz de mantener a flote a miles de millones de personas con un cierto bienestar, pero ante una amenaza cotidiana en origen -como un agente infeccioso que, desde la lejana China, pone en jaque al mundo entero-, el capitalismo trastabilla, y su solidez se vuelve preocupantemente porosa.  Todos los organismos internacionales, desde el FMI hasta el Banco Mundial pasando por la OCDE, reconocen ya sin velos que el coronavirus es un disparo a la línea de flotación del crecimiento. La FED ha bajado los tipos de interés en Estados Unidos y el FMI los mantiene, pero inyecta más dinero.  Ningún economista consultado para este texto tiene una fe absoluta en que las medidas de los grandes organismos internacionales vayan a evitar una debacle similar a la crisis de 2008. O peor. La economía es la única ciencia incapaz de anticiparse al desastre. Como dicen los expertos del reconocido instituto austriaco Mises Wire, "la economía no mide ni predice: explica". Y hoy, lo que explica es que si una empresa en EUA depende de los recursos de un país en vías de desarrollo situado en la otra punta del mundo y un virus microscópico empuja a cerrar las fronteras, las pérdidas serán difícilmente compensables. La que vivimos hoy es una situación que pone en evidencia la fragilidad del modelo en el que nos sustentamos, basado en un crecimiento reducido a tres letras: PIB. Dice Kate Raworth  que esta variable está obsoleta. Porque el producto interior bruto "no mide correctamente los indicadores del bienestar social"
Este panorama es el que ha impedido que fructifique con todas sus consecuencias una corriente de pensamiento que dio sus primeros pasos en los hoy lejanos años setenta: la desmaterialización de la economía. Si bien entonces la idea de la reducción de recursos en la producción atendía a la sostenibilidad del propio sistema, hoy cada vez más voces recurren a ella como vía para la de todo el planeta y la de quienes lo habitamos. El catedrático de Harvard y filósofo Steve Pinker la menciona en su ensayo superventas En defensa de la ilustración, un libro que, lúcidamente, pone en evidencia el declive del mundo y, al mismo tiempo, plantea las soluciones para enderezarlo.
Pero, ¿qué implica la desmaterialización? Estrictamente, se trata de emplear menos insumos en la producción. O, dicho de otra forma más sencilla, utilizar menos recursos para fabricar cosas. Esto se puede aplicar en el propio proceso productivo -lo que hoy llamamos eficiencia- o, indirectamente, ofertando servicios en lugar de propiedad, o por medio del ecodiseño. Y todo ello bajo un denominador común: el avance tecnológico. Por ejemplo, que usted lea este texto en la pantalla de su computadora en vez de impreso en la revista de papel -por más que este sea reciclado-, sería un caso claro de desmaterialización. El prestigioso economista estadounidense  Jeffrey Sachs, que en su día asesoró a una recién disgregada Unión Soviética para aplicar políticas netamente liberales enfocadas al puro crecimiento -basadas en una privatización salvaje de las empresas y una desregulación total de precios-, defiende hoy medidas mucho más intervencionistas y de corte social como consejero de Naciones Unidas para los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Creador, hace décadas, de teorías que planteaban la economía como algo puramente lineal en la que "todo lo que se consume se transforma en algo sin valor alguno", en una entrevista concedida a Ethic se desdecía sin tapujos: "Debemos usar energía sostenible como la solar, la hidroeléctrica o la eólica, que también permite a la economía superar y poner orden en la antigua entropía en la que vivíamos. Por eso, hoy es tan importante la economía circular".
Ese es el mantra, precisamente, en el que se basa ahora la sostenibilidad del planeta. El gran problema es que esta circularidad se contrapone con la teoría de la desmaterialización, que se basa en la más estricta linealidad. Nació? como una solución a los recursos finitos del planeta, pero con un objetivo final: salvar la economía. El planeta era algo coyuntural, casi herramental. Un dador de medios para producir más y, supuestamente, proporcionarnos más felicidad. No estaban tan presentes la escasez de recursos y su hermano el cambio climático, ni tan próximas como hoy sus fatales consecuencias, esas que le hacen temblar las piernas al sector financiero, aunque aún se estén tomando pocas medidas al respecto. El Estudio Global de Inversión 2019 de la gestora Schroders apunta que casi dos tercios de los inversores globales cree que el cambio climático impactara? en los activos donde han puesto su dinero, pero apenas un 16% invierte en productos sostenibles. La rentabilidad inmediata sigue siendo, casi medio siglo después, la máxima prioridad. Esa que alimenta al insaciable PIB en nuestros estrechos ciclos económicos de apenas cinco años.
Al encaje de las teorías desmaterializadoras se añade otro problema. La paradoja de Jevons, que aguo? la fiesta de sus defensores hace casi medio siglo, esta? hoy ma?s presente que nunca, y la economía ecológica la blande para mostrar su escepticismo: según el economista y filósofo británico -hoy, sin duda, un visionario-, la introducción de tecnologías que conlleven una mayor eficiencia de energía y uso de materiales puede provocar un efecto rebote: se reducen los costes, se aumenta el consumo y se eleva, por tanto, el gasto total de recursos. De nuevo, se destapa la fragilidad de una economía basada en su propio crecimiento…La mayoría de quienes defienden la desmaterialización la miden respecto al tamaño del PIB: si este aumenta a un ritmo mayor que el de los recursos empleados, se puede considerar que un pai?s esta? desmaterializando su economía. Pero el desgaste del planeta sigue siendo el mismo, e incluso mayor…"La innovación tecnológica, mal llevada, desplaza capital humano, trabajadores, y crea problemas de subconsumo o sobreproduccio?n, que es lo mismo", apunta Rodolfo Rieznik, de Economistas sin Fronteras. "Hay derroche de materiales, el capital que no rinde busca acumularse en formas bastardas de lucro: el capital financiero en detrimento del productivo. Así? estamos en este bucle de crisis que tiende a transformar la economía productiva en financiera, a derrochar materiales y destruir la sostenibilidad"…El experto, para perseguir ese horizonte, propone un remedio: "Siempre gastaremos recursos, pero si logramos dejar de crecer y que el impacto de extracción sea menor, podremos regenerar mejor las consecuencias de esas ex- tracciones para que quede todo lo más parecido a como estaba".
En definitiva: desmaterializar la economía global no debería restringirse a usar menos recursos naturales para garantizar su crecimiento, sino para que el planeta mantenga su statu quo el mayor tiempo posible. Tanto, que incluso supere a la pervivencia de la propia humanidad. De momento, estamos errando el tiro…"El PIB cada vez es más cuestionado como indicador de bienestar social", dice José? Ángel Pérez Rubio, presidente de la Fundación de Ecología y Desarrollo (Ecodes), que pone un ejemplo de una desmaterialización mal llevada: "Los aviones son más eficientes en el uso de combustible que nunca. Y eso ha abaratada costos. Pero el resultado es que la gente vuela mucho más, incluso en trayectos absurdamente cortos. Al final, el uso de combustible se ha disparado". Y remata: "Queda claro que el crecimiento global no es sinónimo de sostenibilidad. Ni necesariamente nos hará? felices. Y, desde luego, no salvara? al planeta." Luis Meyer, ¿Hasta dónde es posible desmaterializar la economía?, ethic 24/06/2020. Frg.
 


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