lunes, 15 de febrero de 2021

 Política y violencia, el síndrome Abundio Martínez (Rulfo, Pedro Páramo)

Por Rodrigo Sànchez Sosa

El Presidente López Obrador a principio del año pasado, citaría un estudio de una académica mexicana para una universidad de Inglaterra, en él se estudiaba la violencia de los jóvenes en México, esta tesis doctoral investigó a jóvenes sicarios para entender porque escogieron el camino de la violencia, había algo en común y recurrente en sus testimonios: la violencia intrafamiliar sufrida cuando niños. Los jóvenes crecieron viendo los abusos principalmente del padre hacia la madre y el resto de la familia, con tal resentimiento introyectaron la violencia como rasgo de su personalidad y anidaron en sus corazones el deseo de venganza contra el padre, que después se hizo extensivo a la sociedad que también los violentaba mediante la segregación, la pobreza, la discriminación, el autoritarismo y la represión. Cuando estos jóvenes lograron, algunos antes de morir, escalar en las estructuras de poder del crimen organizado y pudieron cumplir sus sueños de venganza al enfrentar al padre para, como lo


dijeron a la investigadora, matarlo; no pudieron. Lo mandaron torturar y hasta desterrar, la mayoría de ellos que tuvieron esa oportunidad. Como el psicoanálisis lo ha estudiado, el parricidio no resuelve el problema que provoca la violencia en la infancia, lo agrava. Estos jóvenes no eran precisamente, en su mayoría, como ya dijimos psicópatas innatos, sino víctimas de un sistema que trataban de cambiar y sufrían, la violencia. Al final, la víctima se identifica con el agresor y se vuelve agresor, brutalmente violento y totalmente insatisfecho. El sistema que los violentó, que los agredió, ahora, en el caso de aquellos que escalan en el poder, los asume como parte, son parte ya de un sistema y una sociedad que es violenta y se auto consume pero que es profundamente infeliz en el fondo, infelicidad que intenta compensar con frivolidades del placer desmedido hasta la inconsciencia y  llevado hasta lo ridículo y el asco. Hay un dolor, un vacío que se llena con violencia de todo tipo, la violencia es el fin y el medio. La violencia desborda toda la sociedad y sus capas, ya las balaceras no son en barrios marginales, sino en cotos exclusivos de las grandes urbes, lo que comenzó en casa como la frustración de un hombre en el que se depositaba todo el peso de las contradicciones de la sociedad caníbal, se volvió una forma de vida. El presidente concluyó entonces, luego de citar este estudio, que son las causas las que se deben atender en el caso de la violencia que vivimos, pero no es una solución inmediata ni sencilla. La causa se sigue reproduciendo porque es la base de un sistema socioeconómico, la competencia capitalista en su etapa tardía es una forma de ver a la violencia como esquema normalizado de convivencia. En el fondo no hay competencia sana como concepto del neoliberalismo, competir es someter al otro, aún el amor es competencia, un juego de poder, no se ama se somete al objeto del deseo. De eso habla toda manifestación de esta cultura de la competencia, de violencia. Aún combatir la violencia se vuelve una competencia cuando se le combate con violencia; bien dice el presidente de la República, no se puede combatir el fuego con el fuego. Inculcar en el niño este tipo de competencia en la escuela es reproducir la violencia, el niño se prepara no para mejorar la sociedad, buscar soluciones a problemas comunes y hacer evolucionar la ciencia, el pensamiento y el arte o formar una familia, sino para competir, escalar en el organigrama del poder que implica violencia y como vimos en términos del Edipo, vengarse del padre, la autoridad y la sociedad con más violenta. No solo en el crimen organizado se busca la satisfacción de esta introyección sino también en el mundo de la política y la mafia corrupta del poder, el niño abusado que se vuelve político corrupto y violento.  En México lo entendemos como ser Chingón, el que chinga a otro o a todos, para quedar como el rey Midas, con un poder que ambicionó siempre pero que es su propia ruina, el poder de violentar impunemente a otros, ser el más chingón. Todo comienza con una o un "chingado" o "jodido" (sinónimo de ser pobre en México) que vuelve a casa después de ser violentado o violentada todo el día en el trabajo o peor por el desempleo, el o la cual, para justificar tanta humillación a su existencia como individuo, que no comenzó en el trabajo o la falta de, claro, sino en su familia como parte de una cadena; humilla y violenta a quienes quiere y a su vez siente sometidos e indefensos paradójicamente, su familia, para sentirse alguien en una sociedad que idolatra la violencia y de la cual es el peldaño más bajo. El trabajador o trabajadora humillado o humillada por quienes lo explotan, termina haciendo lo mismo, alcoholizado o drogado, con su familia. La violencia pude ser física más común en el caso de los varones y psicológica más común en la mujeres, pero no exclusivas para ninguno. Una brutalidad irracional y suicida que no  puede enfrentarse con armas, policía, y más violencia. Decir basta a la violencia es decir basta a un sistema violento que vivimos como normal y encarecidamente deseable. Esto dice la investigación citada por AMLO:

…Para empezar, hay que reconocer que los narcos son parte de nuestra sociedad. Están expuestos a los mismos discursos, valores y tradiciones que todos nosotros. Uno de los principales problemas en México es que el gobierno sistemáticamente los discrimina al reproducir el discurso binario estadounidense "ellos" y "nosotros", "buenos" y "malos". Este discurso, además de ser absurdo en su extrema simplicidad, opaca los múltiples matices que revelan las causas de esta violencia.  El análisis de las historias de vida de excriminales arroja luz sobre dichos matices. Los participantes no se ven ni como víctimas ni como monstruos. Ellos no justifican su incursión en el narco como su "única opción" para sobrevivir, como muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían "más". Los entrevistados tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal, pero también se definen como personas "desechables". Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida hace que valoren poco sus vidas y que la muerte, en cambio, sea vista como un alivio. Este es un tema clave a considerar en el diseño de políticas públicas. Una tarea central es evitar que más niños y jóvenes se sientan desechables. Mi investigación revela cómo los participantes reproducen el discurso binario del gobierno. Se autodefinen como "ellos", los marginados de la sociedad. No se consideran "nosotros", parte de la sociedad civil. También reproducen la ética individualista que permea México desde la entrada del neoliberalismo a fines de los 80. Esta ética es un arma de doble filo: no culpan al Estado o a la sociedad por su condición de pobreza, pero tampoco sienten remordimiento por sus crímenes. Consideran que ellos tuvieron "la mala suerte" de nacer pobres y marginados y sus víctimas tuvieron "la mala suerte" de caer en sus manos. Su lógica es simple: "Cada quien que se rasque con sus propias uñas"… "Cuando creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto" (Palomo). Igualmente, las pandillas, que implican vandalismo y violencia diaria, son construidas como "la única manera de sobrevivir a la violencia en las calles" (Piochas). Por lo tanto, se da por sentado que estos jóvenes no tienen futuro y por eso son desechables: "Cuando eres drogadicto te ves a ti mismo como nada, peor que basura… ¿a quién le va a importar la vida de un pobre drogadicto?" (Palomo)… De esta manera, se asume que el destino de los jóvenes pobres es fatal: "Siempre pensé que mi destino era morir, ya sea de una sobredosis o por una bala" (Pancho)… Bajo esta lógica, una de las pocas maneras de disfrutar la vida es a través del consumo de productos de lujo y la única manera de acceder a ellos es a través del "dinero fácil" que les proporciona "la vida fácil". La vida fácil es el trabajo en el crimen organizado. La felicidad dada por el dinero fácil se entiende como efímera pero que merece la pena, porque se asume que "en este mundo, sin dinero no eres nadie" (Canastas). Se reconocen los peligros: "Un día puedes estar en un restaurante lujoso rodeado de mujeres hermosas, pero al día siguiente puedes despertar en un calabozo" (Ponciano)… En las entrevistas un tema recurrente fue el rencor que los participantes sentían en contra de sus padres. De hecho, 28 de los 33 entrevistados admitieron que en algún punto de sus vidas su mayor ilusión era matar a sus padres. La violencia doméstica y de género son las primeras experiencias de vida de estos participantes. Todos coinciden en que su mayor frustración era ver cómo sus padres golpeaban y abusaban de sus madres constantemente. Este tema es una constante en las narrativas, no solo cuando se abordó su niñez sino también cuando se tocaron temas de drogadicción, violencia y su incursión en el crimen. Para algunos participantes, la fantasía de matar y hacer sufrir a sus padres era su mayor motivación para trabajar en el narco. Por ejemplo, Rorro explicó: "Cuando era niño no tenía ilusiones, o planes para el futuro, mi único pensamiento era matar a mi padre cuando fuera grande… lo quería cortar en pedacitos". Y ser parte del crimen organizado le otorgaba esta oportunidad. Ponciano también señala que cuando le tocaba torturar a personas se imaginaba que la persona era su padre. "Y los hacía sufrir con más ganas, como él nos hizo sufrir a nosotros". Las fantasías de los participantes sobre matar a sus padres son similares, todos coinciden en que los querían hacer sufrir, querían cobrar venganza no por su sufrimiento, sino por el de sus madres. Notablemente, todos también coinciden en que llegada la oportunidad no pudieron cumplir su fantasía. Facundo lo explica así: "Si hubiera querido, lo hubiera matado. Tenía docenas de sicarios trabajando para mí. Si hubiera querido… lo hubiera podido ver sufrir bajo tortura. Pero no pude… así que le dije: 'Vete lejos de aquí, que no te vea, si te vuelvo a ver te mato'".  (Karina Gracia Reyes, Investigadora, en entrevista para la BBC News inglesa, enero de 2020)




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