martes, 30 de marzo de 2021

 Marzo, conocido entre los antiguos habitantes

de estas tierras como Tlacaxipehualxtli

Por Rodrigo Sànchez Sosa/Cronista de Sayula

Para los antiguos habitantes de Tzaulan o Sayula como le llamarían después los españoles, que incluía a todos los pueblos al margen norte y sur de la cuenca endorreica conocida hoy como Laguna de Sayula, Xipe Tótec (Nuestro Señor Desollado), era una de sus principales deidades. Marzo para ellos era como hoy para nosotros diciembre. Marzo era el mes de este dios, como diciembre es el mes de la virgen de Guadalupe y la navidad para nosotros  hoy. Tanto en marzo como en diciembre se da el fenómeno conocido como equinoccio, que en el primero es de primavera  en el segundo de invierno; es decir, la posición en el cielo, del sol, marca  el fin de una estación y el inicio de otra. Además de ello ¿Por qué era tan importante marzo? Por una sencilla razón, era el inicio de la temporada de siembra. Como sociedades sedentarias, agrícolas, para ellos marzo era también el inicio del tiempo que culminaba con la cosecha en los meses venideros, de lo cual dependía la sobrevivencia del grupo.  Poco queda en Sayula como vestigios de ceremonias y métodos de cálculo del los ciclos naturales de hace mil años; lo que hay esta abandonado y dañado por la ignorancia y la indolencia. El cerrito de santa Inés, es un complejo arqueológico que representa el último vestigio de las ceremonias de los equinoccios e instrumento de cálculo astronómico de los ciclos de la naturaleza relacionados con la siembra, la cosecha y la vida en el antiguo Tzaulan. Su protección y conservación a nadie le ha importado por las razones señaladas, en por lo menos los últimos 45 años; y hoy, más que nunca, se daña y es deteriora por la misma ciudadanía y sus actuales necesidades este complejo arquitectónico y arqueológico de más un milenio de antigüedad. Años de estar a la sombra de la ignorancia y desprotegido, han tenido su costo, prácticamente ha desaparecido santa Inés como complejo arqueológico. (Pero ¿Qué se puede esperar de autoridades que permiten la demolición de edificios patrimoniales para levantar oxxos y


kioscos que terminan como remates visuales del centro histórico en una ciudad de más de 400 años de antigüedad? En fin…) Las sociedades mesoamericanas, en general, llevaron un registro muy exacto de los fenómenos astronómicos, muchas de sus edificaciones estaban consagradas a observar los astros y de esta forma poder calcular los tiempos de sembrar y cosechar los diferentes productos necesarios para su subsistencia. En el mes que ahora llamamos marzo y que entre los mexicas se conocía con el nombre de Tlacaxipehualixtli, tenían lugar varias ceremonias religiosas para anunciar el renacimiento de la naturaleza. Las celebraciones estaban dedicadas a Xipe Tótec (Nuestro Señor Desollado), dios de lo que ahora consideramos la primavera, pues, en marzo se comenzaban a preparar los campos para iniciar la siembra de temporal que se recogía en los meses de octubre y noviembre. Los festejos tenían lugar del 5 al 24 de marzo y los ritos principales eran los sacrificios, en especial los dos últimos días de la celebración que coincidían prácticamente con el inicio de la primavera. Los primeros días se hacía un martirio de los guerreros que habían sido capturados en batallas. Se usaba un arma de obsidiana para extraer su corazón, en la piedra situada en la parte alta de las escalinatas, a la entrada del templo, al morir el guerrero, los sacerdotes se disponían a desollarlo. Los sacerdotes se confeccionaban una especie de capa con la piel que utilizaban los casi 20 días de festejos. Lo que quedaba de los guerreros inmolados se arrojaba a los asistentes, que frenéticos y llenos de fe, se arrojaban para conseguir un pedazo, que luego cocían con granos de maíz y chile, guiso que en nuestros tiempos conocemos como pozole. Los últimos dos días se realizaba el gran evento llamado temalacatl, el cual consistía en enfrentar al mejor guerrero, capturado en el año pasado, con objetos de papel y plumas, en contra de los cuatro guerreros más fuertes de México-Tenochtitlán, que portaban escudos y armas de obsidiana, de esta forma se aseguraban de tener una buena cosecha.  Sin duda los fenómenos astronómicos siempre han tenido cierta influencia en nuestra cosmogonía. No solamente porque nuestros mitos hacen esfuerzos por explicarlos, también porque a muchos de ellos atribuimos explicaciones sobre nuestras vidas (incluso sobre nuestras actitudes y personalidades). Por otro lado, los mitos contemporáneos tienen la muy natural costumbre de remezclar entre distintos tipos de tradiciones y creencias y eso a veces se manifiesta en rituales relativamente superficiales que ya no se pueden ni justificar a sí mismos, ni dar cuenta de su origen. Eso pasa, en muchos sentidos, con los equinoccios, el momento en donde hay un cambio de estación (entran la primavera o el otoño, según el caso) y el día y la noche duran lo mismo. Particularmente es sonado el equinoccio de primavera, pues desde hace varias décadas se generó la costumbre de ir a "cargarse de energía" a los antiguos centros ceremoniales durante este acontecimiento natural (que se da el 20 o 21 de marzo). Para muchos, este ritual contemporáneo ligado a las creencias "New Age" tiene origen en las costumbres de los pueblos prehispánicos, especialmente del centro del país. Así, desde la madrugada antes del equinoccio, cientos de personas se dirigen vestidas de blanco a zonas arqueológicas como Teotihuacán y Chichen Itzá a danzar, celebrar el "Fuego Nuevo", hacerse limpias, rezar, cantar y, si pueden, subirse a las pirámides. En muchos sentidos los circuitos de turismo (tanto privados, como públicos) fomentan estas prácticas y aprovechan esta creencia para procurar que los viajeros se acerquen a los sitios arqueológicos. Sin embargo, como explica Rosalba Delgadillo arqueóloga, en su artículo "El equinoccio de primavera: mitos y realidades", esta tradición daña más a los monumentos de lo que se piensa y, en realidad poco se relaciona con los rituales y creencias de nuestros antepasados.  Sí: el equinoccio, igual que otros fenómenos naturales ha tenido importancia para diferentes culturas a lo largo de la historia; pero en realidad, mientras que a nuestros antepasados sí les interesaban mucho las estaciones y los movimientos del sol y la luna, el asunto tenía menos que ver con "recargar energía" y mucho más que ver con los periodos agrícolas y con la necesidad de determinar con precisión la temporada de lluvias. Como afirma Rosario Delgadillo, en los antiguos recintos que sirvieron como observatorios (como el de Chichén Itzá en Yucatán y Monte Albán en Oaxaca) lo que se recaudaba era información que permitía generar calendarios muy exactos y estos servían para saber cuándo sembrar y cuándo cosechar. De hecho, según el recuento de esta investigadora, los equinoccios no figuran realmente entre las fechas más relevantes para las culturas prehispánicas y la manera en que los entendemos hoy en día es francamente "desproporcionada": Por otro lado, marzo sí era un mes muy relevante. Se llamaba Tlacaxipehualixtli para las culturas del centro y la palabra significa "renovación de la tierra", haciendo sí referencia al cambio de estación. Pero los rituales que se practicaban para rendir culto a los dioses no tenían nada que ver con la "Cumbre Tajín" de nuestros días. La naturaleza renacía y comenzaba el ciclo agrícola, así, era vital ofrecer algo a los dioses a cambio de la protección de las cosechas (particularmente frente a los desastres naturales). ¿Y qué se les ofrecía? pues probablemente dependía de cada dios, pero a Xipe-Topec (Nuesto Señor el Desollado) durante la fiesta principal que duraba 20 días, se le entregaban corazones extraídos directamente de los guerreros que habían sido capturados en batalla, como ya vimos antes: con el sobrante del cadáver se hacía pozole (potzollli). Lejos estamos de recargar así  energías y ni sabemos que nuestros antepasados practicaban la antropofagía (canibalismo) con ese fin específico, recargar energía por medio de la proteína contenida en la carne humana.  Y claro que en distintas comunidades indígenas aún hay reminiscencias de estos rituales, aunque se expresen de formas muy distintas. Pero, si tú visitas las zonas arqueológicas para acercarte a esas tradiciones, el camino elegido probablemente no sea el adecuado. Además, hay que decirlo: las visitas masivas a las zonas arqueológicas son una manera de ponerlas en riesgo, especialmente si cientos de personas se suben a los edificios de manera simultánea. Y aunque está increíble conectar con las culturas antiguas y contemporáneas y querer acercarse a estos sitios que no son ruinas, sino patrimonio relevante para distintos grupos, vale la pena repensar un poco la forma en la que lo estamos haciendo. Incluso sugiere Rosario Delgadillo que busquemos maneras alternativas de "recargar energía", tal vez comiendo chocolate, una delicia con orígenes comprobables en el México del pasado. (fuentes: https://masdemx.com y https://mxcity.mx)


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