lunes, 1 de noviembre de 2021

 El tacuache, una deidad prehispánica

de la región, olvidada y poco conocida

Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

El tacuache, un marsupial americano de la familia de los canguros, es una especie endémica del municipio de Sayula y ha estado en la región antes de que esta fuera habitada por el hombre. La tradición prehispánica le da una importancia mítica incluso le rinde culto asociándolo con la resurrección, la medicina y el fuego. Localmente el caldo de tacuache es una medicina tradicional para curar algunas enfermedades como las infecciones en la piel, aunque con el tiempo su importancia decayó con la perdida de la tradición y cultura indígena. Son animales apacibles e inofensivos, lo cual los hace presas fáciles de la actitud depredadora y sin sentido de las personas, pues su carne no es muy buena como alimento y su aspecto que recuerda al de una rata causa repugnancia aunque este animal no tenga nada que ver con las ratas y sus hábitos sucios. Controlan plagas y beneficias los cultivos, no contraen ni contagian la rabia y no atacan al hombre, incluso si son atacados por este se hacen los muertos, de ahí el mito indígena de que estos animales resucitan. Su capacidad de reproducción y su poca utilidad para consumo humano los ha salvado de la extinción, pero posiblemente la actividad agroindustrial termine por ponerlos en la lista de especies en peligro. Compartimos con ustedes este texto del recién fallecido maestro Alfredo López Austin, uno de los más importantes y para muchos el más importante historiador mexicano del mundo indígena, sobre el tacuache:


"Para amedrentar a sus adversarios, los tlacuaches o tacuaches como se les conoce en Sayula, abren desmesuradamente el hocico inmenso, mostrando largas filas de dientes. En períodos de frío, sequedad y hambruna, alcanzan un estado de letargo semejante a la hibernación… Por último, viven junto al hombre en condiciones ventajosas: éste los persigue para proveerse de alimento; pero la carne es gorda y no muy apetecible. En cambio los tlacuaches, hábiles, trepadores y burladores de obstáculos, aprovechan mejor la vecindad, pues roban al hombre el maíz de sementeras y trojes. También, cuando el campesino hace el cuenco en la parte central del maguey a fin de que ahí se junte el aguamiel, el tlacuache se adelanta al hombre, remueve el obstáculo que tapa el recipiente y bebe el jugo azucarado. Además de ladrón es sanguinario, porque degüella aves domésticas, convertido en el terror de los gallineros. Esto le ha valido el incorrecto nombre de comadreja, sin que lo una el menor vínculo con estas…  Muy prolíficas, las hembras tienen dos o tres camadas al año, y las crías de cada camada van de 8 a 18. Tras un brevísimo período de gestación de 13 o 14 días, las crías salen escalando a ciegas, con sus aún no completas extremidades, por un camino de saliva materna que las lleva hacia la bolsa parecida a la de los canguros. Firmemente pegadas a los pezones durante unos dos meses, terminan su desarrollo en un cálido y viciado ambiente, y salen después, poco a poco, a descubrir el mundo. Unos tres meses después del ir y venir de follajes a marsupio, los pequeños tlacuaches son abandonados por la madre. Así inician su vida crepuscular y nocturna, nómada, solitaria salvo en época  de brama, dotados para su subsistencia de una larga cola prensil, generalmente desnuda y escamosa, pulgar oponible en el pie y cuerpo macizo y fuerte. Éstos son los tlacuaches, tacuaches, churchas, opossums, filandros, zarigüeyas, cuicas, catitas, zorras mochileras, llacas, coyopollines o cayopollines, comadrejas overas, mucuras, carachupas, micures, mucamucas, picazas, runchos, paricatas, guaquis, cuchas ... que viven tan próximos al hombre. Con sus características y costumbres reales o imaginarias el hombre de todo el Continente Americano los ha incorporado vigorosamente a sus tradiciones…  

...Existen en nuestro territorio cinco géneros de tlacuaches (Chironectes, Didelphis, Marmosa, Philandery Caluromys), y una de las especies es endémica (Marmosa canenscens)Y La variedad se expresa en términos vernáculos como los de tlacuachito flor, tlacuaches de cerro, de totoles, espinudos y ratones; su la importancia en la cultura idígena la debe a su papel en muchísimos mitos y cuentos que proceden de épocas remotas. El tlacuache es un personaje popular. Lo es y lo ha sido por siglos. Los restos arqueológicos del tlacuache son buen testimonio de la persistencia de su fama. Hay representaciones primitivas muy simples: en Tlapacoya apareció una pequeña figurilla de barro cuya factura se calcula hacia el año 1000 ac. Con el  tiempo la figura del tlacuache fue cargándose de símbolos muy variados.  Sus imágenes en códices tan importantes como el Fejérvdry Mayer Vindobonensis, Vaticano B, de Dresde y Nuttall, lo vinculan al juego de pelota, al cruce de caminos, a la decapitación, a las ceremonias de año nuevo, a la Luna, al pulque. Luce mantos multicolores, tocados ricos, bastones de sonajas, y se sienta en taburetes cubiertos con la piel del jaguar. Su morada se distingue en los documentos pictográficos: su emblema es una larga cola de pelos hirsutos colocada repetidas veces, como elemento arquitectónico, en la parte superior de edificios. Una orden de guerreros llevó su nombre entre los mayas septentrionales. Según el Chilam Balam de Tizimín, dos cuerpos militares sostuvieron en Mérida a un gobierno usurpador: los balam ochil ("jaguares-tlacuaches") y los balam ch'amacil ("jaguares-zorros"). En la antigua cerámica hay remotas representaciones que nos hacen entender la categoría del animal por la riqueza del simbolismo añejo: orejeras redondas, tocados complejos, pectorales con glifos, mazorcas atadas al cuello y lo que se ha descrito como "una especie de trenza sobre la nariz", que es una de las características más notables de los dioses mexicas de la lluvia. No falta el marsupial entre las joyas mixtecas de oro encontradas en la Tumba 7 de Monte Albán; entre ellas hay tres pequeñas piezas que representan al dios de la lluvia, al jaguar y al tlacuache. En los textos mayas, ya en el Popol vuh, ya en el Chilam Balam de Tizimín, aparece el tlacuache como señor del crepúsculo matutino o como representación de los dioses que sostienen el cielo en cada una de las cuatro esquinas del mundo. La complejidad de sus ligas con lo invisible remonta los siglos. Si bien no es posible saber cuándo empezó el hombre a asociar la figura del tlacuache con las proezas míticas, se ha hecho notar que ya para el Clásico hay en la región zapoteca representaciones suficientes para afirmar la divinización del marsupial. Asimismo aparecen en Teotihuacan, en un taller ubicado al norte de la Ciudadela, moldes para fabricar pequeñas figurillas de tlacuache que posiblemente eran adheridas a vasijas de culto y su importante presencia era continúa. Una de las 18 veintenas o "meses" que dividen el año de los tzotziles recibe su nombre. A principios de este siglo, los nahuas de San Pedro Jícora, Durango, consideraban que el tlacuache era el nahual (representante) de la diosa Tonantzi. Villa Rojas registró que los mayas creen que la basura algodonosa de las madrigueras de los tlacuaches puede mezclarse con la pólvora para matar un venado fabuloso: un venado que es de "puro aire" y que pertenece a San Jorge. Aquí y allá su efigie cuelga en templos y chozas, sus despojos usados como medicamentos, su presencia en los cuentos y en los mitos, hablan de una tradición en la que nuestro personaje ocupa un lugar prestigioso. Es el jefe del mundo, el resistente a los golpes, el despedazado que resucita, el astuto que se enfrenta al poder de los jaguares, el jefe de los ancianos consejeros, el civilizador y benefactor, el abuelo respetable y sabio, el arrojado, y en la moral popular no contradice estos atributos el que sea astuto, ladrón, borracho, fiestero, parrandero y lascivo. El mito más importante del tlacuache, sumamente extendido y rico en variantes, es el que relata las proezas del marsupial como un Prometeo americano. Una síntesis más o menos homogeneizante de las distintas versiones nos remite a los tiempos en los que la humanidad carecía de fuego, y éste era poseído por seres celestes en algunos casos, por habitantes del inframundo en otros. La vieja avara es uno de los dueños más mencionados; pero en una bella versión recogida entre los indios chatinos, son los demonios los que tienen el fuego, la fiesta, el mezcal y el tabaco. El tlacuache, comisionado u oficiosamente, va con engaños hasta la hoguera y roba el fuego, ya encendiendo su cola, que a partir de entonces quedará pelada, ya escondiendo la brasa en el marsupio (bolsa en la que carga a su crías). Gran benefactor, el tlacuache reparte su tesoro a los hombres. Sin embargo, el mito no siempre concluye con el don del fuego. Entre los coras, por ejemplo, el mundo se enciende cuando el animal recibe el fuego, y la Tierra lo apaga con su propia leche. Entre los huicholes el tlacuache, el héroe civilizador, es hecho pedazos; pero se recompone uniendo sus partes y resucita. El mito del robo del fuego ha confluido con la tradición cristiana, y algunas versiones lo ligan al nacimiento de Jesús. La Virgen y el Niño padecen frío, y el tlacuache roba el fuego para calentarlos. Llega a ser recompensado con la facultad de la resurrección o con el marsupio en el que cuida a sus hijos. Como manipulador -aunque torpe- del fuego, el tlacuache aparece en otros mitos. En el mito zoque-popoluca del Espíritu del Maíz, el tlacuache es el aliado del héroe que intenta rodear con lumbre la palma en la que se refugia su enemiga. Fracasado, se quema el rabo, que desde entonces queda pelón. Otras versiones del mito del fuego sustituyen al marsupial con otros animales: el zorrillo, la zorra, el mono, el perro, el ratón y el sapo. El mito del tlacuache (o sus sustitutos) es hoy, sin duda, el más importante de la donación del fuego a los hombres." (Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache. UNAM, México 2006. )


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