lunes, 12 de septiembre de 2022

 Historias de la vida insurgente de

 nuestros héroes de la independencia

Por Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula


Vicente Guerrero.

Hijo de campesinos, nunca fue a una escuela, desde pequeño trabajó como peón en las haciendas azucareras para ayudar a la economía familiar. Aquel que al crecer fue arriero, al que los hermanos Hermenegildo y Pablo Galeana lo invitaron a unirse a la insurgencia bajo las órdenes de Morelos. El hombre que continuó con la causa después de que Morelos fuera fusilado y disuelto el Congreso. El único que no aceptó el indulto del Virrey Apodaca y siguió peleando en las guerrillas cuerpo a cuerpo. Aquel que ante el llanto y los ruegos de su padre para que aceptara el dinero del Virrey y abandonara la insurgencia se dirigió a sus tropas en los siguientes términos: "Compañeros, este anciano es mi padre. Ha venido a ofrecerme recompensas en nombre de los españoles. Yo he respetado siempre a mi padre, pero la patria es primero." El segundo presidente de México, un hombre mulato que llegó por mérito propio a ocupar el más grande cargo de su país, el mismo que escandalizó a las clases altas y conservadoras que no soportaban que un "negro" asumiera la presidencia de la República.  Patriota, traicionado por su "amigo", el marino italiano Francisco Picaluga quién lo invitó a comer a bordo del navío "Colombo" sólo para emboscarlo y ser detenido por soldados que estaban escondidos en el barco. Vicente Guerrero fue condenado a la pena de muerte y fusilado en Cuilapan la mañana del 14 de febrero de 1831, tenía cuarenta y ocho años cuando caminó hacia el patíbulo de fusilamiento con serenidad y firmeza, él mismo se vendó los ojos y se sentó para ser ejecutado, no sin antes decirles a los soldados que les encomendaba, que ante todo defendieran  la independencia.

La experiencia de Manuela Herrera contada por ella misma:

Mis padres me bautizaron con el nombre de Manuela, Manuela Herrera para servir a Dios, a ustedes y a mi Patria por convicción propia. No recuerdo la fecha de mi nacimiento, sólo recuerdo que nací allá en la Hacienda la Tlachiquera, en Guanajuato. Viví mi niñez como todas las hijas de hacendados, sin ninguna privación y con sirvientes a mi disposición. Mis padres murieron, no recuerdo como fue. Y es que la memoria me falla muy feo, yo creo que será por los hechos t que viví, ¡caray! si tan sólo un biógrafo se hubiera dedicado a investigar y escribir mi vida podría consultarlo en las hojas de su libro, pero creo que mi historia no les pareció interesante, en fin, lo que sí recuerdo bien es la fecha en que nos unimos mi hermano y yo a la insurgencia, fue en 1817 cuando le dimos hospedaje en nuestro rancho El Venadito, al General Francisco Javier Mina. Desde ese momento nos comprometimos con la causa y participamos en lo que podíamos, con dinero, con armas, con comida, curando heridos y hasta disparando en las batallas. Un día tuvimos que salir de nuestra hacienda que era herencia de mi familia, pero antes de irme tomé antorchas y con mis propias manos quemé mi hermosa casa, las trojes, las caballerizas y hasta el sembradío para evitar que los realistas vivieran en ella y tuvieran alimentos para sus tropas.  Caminé al lado de grandes hombres y mujeres luchando por la independencia, hasta que un día, después de una batalla caí prisionera junto con el General Mina, yo creí que nos pasarían por las armas en ese mismo momento pero nos informaron que nos llevarían a una prisión, ¡mejor me hubieran matado ahí mismo!  El trayecto a la prisión no fue fácil, caminamos una gran distancia en medio de insultos y humillaciones, las piernas me dolían mucho, sobre todo las rodillas y los pies ni se diga ¡los tenía destrozados! Apenas y nos daban de comer, pero lo peor de todo fue cuando me obligaron a caminar dos leguas desnuda y amarrada ¡como si fuera un animal! ¡Que vergüenza Dios mío!  De mi muerte recuerdo mucho menos, no sé si me mataron en una prisión o si me salvé y viví en medio de un bosque. Aunque tengo que confesar que me gusta imaginar que morí de vieja en mi cama, feliz porque mi patria fue liberada y nuestro esfuerzo no fue en vano.  Me llamaba Manuela, Manuela Herrera, no se les olvide mi nombre, y si pueden, cuenten mi historia a las siguientes generaciones para que mi persona y mis acciones no caigan en el olvido.

Gertrudis Teodora Bocanegra Lazo Mendoza:

Una de las tantas mujeres valientes que apoyaron al movimiento de independencia de México y que la historia no le ha dado el lugar que se merece.  Hija de padre español y madre tarasca, nació en Pátzcuaro, Michoacán en 1765. Se casó con Pedro Advíndula de la Vega, soldado del regimiento provincial. En su matrimonio procreó cuatro hijos. Después del grito de Don Miguel Hidalgo en Dolores, su marido y su hijo se unieron a la insurgencia con las fuerzas de Manuel Muñiz. Junto con su esposo salvó la vida a Francisco Javier Mina y a otros caudillos en más de una ocasión.  Al apoderarse de Pátzcuaro, Muñiz acrecentó su tropa y atacó Valladolid. Desgraciadamente en este ataque murieron el esposo y el hijo de Gertrudis. Ella se dedicó a partir de entonces en cuerpo y alma a la causa de la Independencia. Sirviendo como espía, mandaba mensajes muy importantes a los insurgentes. Después de un tiempo decidió unirse al regimiento donde militaba su yerno de apellido Gaona quien la envió a Pátzcuaro para conocer la posibilidad de un ataque. Descubierta por el enemigo, fue encarcelada, torturada y sentenciada a muerte, aún así nunca delató a sus compañeros de lucha. Fue fusilada en el año de 1817, el día 10 de octubre.  Su nombre no está inscrito con letras de oro en el Congreso y tampoco se menciona durante la celebración de independencia. 

María Tomasa Estévez y Salas:

Nació en Salamanca un bello pueblo ubicado en Guanajuato. Se unió al movimiento de Independencia pocos días después de haber iniciado. Su marido había caído víctima de las balas realistas y ella también anhelaba la independencia de México. Buscaba sumar adeptos y soldados insurgentes entre Ias fuerzas realistas. Por su actitud fue llamada la Friné mexicana. Se dedicó a auxiliar a sus partidarios proporcionándoles informes. Se dice que planeó y encabezó una exitosa emboscada tendida a los colonialistas. Denunciada, fue hecha prisionera y condenada a muerte por Iturbide.  Iturbide en su comunicado al virrey escribía de ella: "Viernes 5 de agosto de 1814. Fueron pasados por Ias armas los tres reos aprehendidos en Valtierra (Salamanca); y como por sus declaraciones se averiguó que una mujer de esta vecindad ha sido Ia principal agente de procurar Ia deserción de los patriotas que escandalosamente se ha verificado en el mes anterior, después de aprehendida y sustanciado su proceso, mandé que se pusiese en capilla para que se le aplique la pena ordinaria, en castigo de tan enormes delitos y para escarmiento de Ias de su sexo". El martes 9 de agosto de 1814 salieron de la capilla donde esperaron durante tres largos y penosos días que estuviera preparado su fusilamiento, Tomasita iba en medio de los dos hombres con los cuales había sido detenida. Caminó con paso firme y seguro al cadalso, una vez ahí frente al pelotón de fusilamiento, pidió por favor que se le dieran unos alfileres con los cuales prendió su falda para que al caer los presentes no pudieran ver sus piernas; en seguida se arrodilló con humildad y pidió que no se le disparara en la cara, entonces levantó su hermoso rostro al cielo esperando la descarga que le arrancó la vida.  Después le cortaron la cabeza para ser exhibida en Ia plaza pública de Salamanca, para escarmiento a las de su sexo.

Fusilamiento de Don Miguel Hidalgo:

El zorro, como le decían sus amigos, por fin había sido detenido el 21 de marzo de 1811 a sólo seis meses de haber tocado la campana de su iglesia en Dolores Hidalgo llamando al pueblo para unirse a la guerra de independencia, después de un motivador discurso que finalizó aquél día con las frases: ¡Viva la América!  ¡Viva Fernando VII!  ¡Viva la religión católica! 

Lo traicionaron, solamente así había logrado detenerlo el Ejército Realista quienes lo llevaron bajo el inclemente sol del desierto en una caminata que duró un mes. Un mes donde sufrió de sed, hambre y vejaciones. Su destino era Chihuahua, ahí se encontraba el comandante de las provincias internas donde el cura Hidalgo sería sentenciado a muerte pero antes tenían que degradarlo eclesiástica mente. Ya la Santa Inquisición seguía un juicio en contra de él. Los delitos fueron: herejía, leer libros prohibidos, tener una vida escandalosa (bailar y cantar), apelar a las leyes de la ciencia antes que la de Dios entre otros más.  El 29 de julio presentaron a Hidalgo encadenado y escoltado ante el juez eclesiástico Fernando Valentín quien tomó un cuchillo, le raspó las palmas de las manos y las yemas de los dedos mientras decía: "te arrancamos la potestad de santificar, consagrar y bendecir que recibiste con la unción de las manos y los dedos". Después de esta humillación fue conducido a su celda donde todos los días rezaba y escribía sus memorias desde que fue aprehendido. Sabía que le quedaba poco tiempo así que con un carbón escribió en las paredes de su celda palabras de agradecimiento para quienes lo ayudaron en ese difícil trance. Al día siguiente el 30 de julio desayunó su última taza de chocolate. Después fue llevado a la capilla para poder arrepentirse de sus "pecados".  A las 7 de la mañana lo presentaron ante el pelotón que acabarían con su vida. Su cara mostraba tranquilidad y resignación, en una mano traía un libro y en la otra un crucifijo. Ante el silencio de todos se sentó en un banquillo frente a la tropa, le entregó a un sacerdote el libro mientras lo amarraban de los pies y le vendaban los ojos.  Todo estaba ya listo. Cuando se escuchó: ¡fuego! Una ráfaga de balas le dio en el vientre, el dolor intenso que sufría lo hizo moverse, la venda se le cayó de los ojos. Nuevamente se escuchó: ¡fuego! El pelotón lo hirió en el mismo lugar, Hidalgo veía fijamente a la tropa con el rostro desfigurado por el dolor mientras salían lágrimas de sus ojos. Los soldados al verlo se llenaron de tristeza y lástima, todos estaban confundidos y temerosos, bajaban la mirada para no ver el sufrimiento de ese hombre que sólo deseaba la libertad de su pueblo. El teniente Armendáriz le ordenó a dos soldados que pusieran su fusil al pecho, justo en el corazón del condenado y dispararan.  Cuando por fin Hidalgo había muerto lo sacaron a la calle para que todos vieran su cuerpo completamente destrozado, muchos de los que acudieron a verlo lloraban disimuladamente. En la noche los soldados le cortaron la cabeza y la enviaron a Guanajuato para ser exhibida dentro de una jaula en una esquina de la Alhóndiga de Granaditas; cabeza que algunos dicen que estuvo diez años ahí, en la esquina del edifico. Así, de esta manera murió un héroe de nuestra historia. Considerado por algunos como el padre de la patria. 


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