miércoles, 19 de octubre de 2022

 La muerte como relato cultural en el México

prehispánico y en la actualidad

Por Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

Por la valiosa información de los primeros cronistas y por los abundantes vestigios materiales que nos dejó la cultura mexica, sabemos que ésta giraba alrededor de la religión, que todos los aspectos de la vida individual y colectiva se hallaban súpeditados a creencias y mandatos religiosos. La creación y el funcionamiento del cosmos; los fenómenos naturales; las actividades agrícolas, artesanales, mercantiles, educativas, guerreras; el destino de los hombres, desde el nombre que debían de llevar, su carácter o temperamento, el oficio que les tocaría, su felicidad o miseria, hasta su modo de morir, todo se justificaba con la existencia, la actuación y las exigencias de las deidades. Una poderosa y complicada estructura sacerdotal servía de armazón al sistema político. Gran parte de los recursos materiales, de la energía y del tiempo de la población se invertía en la edificación de impresionantes centros


ceremoniales dedicados principalmente al culto. Ningún hecho humano se concebía desligado de preceptos dogmáticos. Ninguna actitud, aunque fuera mental, debía apartarse de los patrones vigentes que regía la concepción mítica del mundo. Uno de los problemas más trascendentales de las religiones, una de sus justificaciones, es suministrar al hombre la creencia de que su vida no termina con su fugaz paso por la tierra, y ya que la humanidad no ha logrado aún elaborar condiciones de existencia satisfactorias para las grandes mayorías, el más allá que brindan los diferentes credos refleja precisamente la suma de los anhelos frustrados que sufren los pueblos. Si los dioses han sido creados a la imagen de los hombres, los paraísos lo fueron a la imagen de sus deseos insatisfechos. Para el espíritu racional del hombre, la idea del total aniquilamiento del ser es penosamente aceptable, y reconocer lo absurdo de una existencia efímera, intrascendente en el tiempo, choca con su ansia de hallar para todas las cosas una causa y un fin, De allí la elaboración de doctrinas basadas esencialmente en la suposición de una supervivencia del ser, pero que divergen en cuanto a su destino final. Conocemos perfectamente la respuesta que la religión azteca ofrecía a la angustia del hombre de su época y ámbito, angustia semejante a la de los hombres de todas las latitudes y todos los tiempos, El destino ultraterrenal del ser no lo condicionaba su comportamiento ético como en otras religiones, la cristiana entre éstas, sino las circunstancias de la muerte, Tres caminos se ofrecían en el más allá: El Tlalocan, o paraíso del dios de la lluvia; el Omeyocan, lugar de la dualidad, paraíso del sol; el Mictlan, llamado infierno por los cronistas, El paraíso de Tlaloc estaba reservado a todos aquellos "que mataban los rayos, o se ahogan en el agua, y los leprosos, bubosos , sarnosos, gotosos e hidrópicos, así como a los niños, o al menos aquellos que morían sacrificados en honor de Tlaloc. Era un lugar en que había "mucho regocijo y refrigerios, sin penas, un  lugar fresco y ameno... en donde abundaban de todos los mantenimientos y regalos de la vida" Al paraíso del dios solar ingresaban "los que morían en las guerras y los cautivos que habían muerto en poder de sus enemigos y también las mujeres muertas en parto" ... por ser valientes (como)... todos los valientes hombres que morían en la guerra", Los elegidos para este paraíso recibían allí " ...las ofrendas que les daban en este mundo los vivos" ...pasaban una vida deliciosa; que diariamente al salir el sol festejaban su nacimiento y le acompañaban con himnos, baile y música de instrumentos desde el oriente hasta el zenit; que allí salían a recibirle las mujeres y con los mismos regocijos lo conducían hasta el occidente". En cuanto al Mictlan, era para " ...las ánimas de los difuntos que iban al Infierno. . . los que morían de enfermedad, ahora fuesen Señores o principales, o gente baja". Se trataba de un lugar ... oscurísimo, que no tiene luz ni ventanas , al cual se llegaba después de 4 años de duras pruebas, del cual no se salía y en donde  " ...se acababan y fenecían los difuntos". 

El cronista de la colonia Torquemada afirmaba que en tal infierno "eran atormentados los Malos", el hecho de que allá iban todos los que no podían gozar de los paraísos de los dioses de la lluvia y del sol, independientemente de su condición social y de su conducta ética sobre la tierra, es de suponer que mal interpretó el cronista, confundió las duras pruebas a las que estaba sometida el alma durante los cuatro años de su tránsito a ese lugar; más, en el Mictlan no existían tormentos, era realmente el lugar de la nada, del aniquilamiento absoluto.

( Alberto Ruz lLhuillier)

La muerte y el devenir en el sentido platónico.

¿Qué es la muerte? Para entender una cosa, para saber lo que sea la cosa, es preciso saber que no es, teniendo cuidado de no caer por ello, en  este caso, en una dialéctica hegeliana: Aunque la vida no es la muerte, éticamente tampoco la muerte debería ser. Es inmoral vivir como si estuviéramos muertos, no debe ser. La muerte es algo que le sucede a la vida, no al revés. Lo contrario de la muerte no es vivir sino nacer. 

¿Que no es la muerte entonces? Nacer. Que no es lo mismo que la vida, si se toma el concepto de vida humana y no solo el aspecto general del mismo: tener vida; es decir, la capacidad de crecer, reproducirse y por supuesto, morir. Hablamos entonces de la vida humana, algo más allá de esos tres conceptos básicos de la biología, hablamos de  las paradojas que eso plantea y que es la vida humana misma, lo trágico de esta. 

Biológicamente y en términos del flujo de la energía en la teoría cuántica, no hay un equilibrio, sino un constante fluir del caos, un ser y un dejar de ser, hay un equilibrio efímero que posibilita la vida como fenómeno, mas no como fenomenología. En tal sentido la muerte es un estado estacionario, perfecto, sin flujos ni reflujos, sin ser ni desciendo, es acto eterno perfecto que llega a ser, acabado, ordenado, inmóvil. Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin, dice Jesús, un misterio.  Es decir, si llega a ser, tiene principio, el nacimiento; si es perfecto, es muerte. Pero el hombre no es ser para la muerte, por eso la resurrección de Jesús y de Dionisio su homologo griego vencedor de la muerte, hombres mitad dioses. Aquí entra un tercer elemento, la resurrección que no es ni muerte ni nacimiento, es redención, el escape de la rueda de la reencarnación en el budismo, la fuga del maya, de la ilusión y su deseo, el dolor. La muerte como elemento perfecto y eterno nos pregunta sobre la naturaleza de la resurrección, comparte con esta atributos, pero también con la vida, la redención es una inmersión en el todo ¿qué hacen los salvos en el cristianismo, los resucitados, contemplan la gloria de dios, que no es otra cosa que el bien, la máxima belleza. Allí está implícito el acto fenomenológico que es permitido a la vida, la contemplación de aquello que participa del bien en la vida como experiencia humana, una cualidad, lo bello, que no está en la cosa sino en quien la contempla. Entrar en comunión con este, es acceder al topus uranus, el cielo para la cristiandad, a la contemplación de las cosas como son y no como aparecen, a la experimentación de la verdad no como una derivada o como una inferencia racional o prágmata,  si no como experiencia existencial: la belleza, lo verdaderamente bueno, dios, el todo.

Solo podemos aspirar a lo bello, esa es la única perfección permitida para nosotros, dado que, la finalidad del mundo no es ni racional, ni practica (Kant), es estética, la belleza como el bien sublime, y por ello trágica (Nietzsche). Lo bello no puede ser una finalidad y no lo es. Lo bello es fenomenológico, lo que implica lo que decía Nietzsche del hacer estético y por lo tanto sentencia ética: el hombre debe fundirse a su obra en el caso de los artistas, los demás hombres  al mito, es todo, no hay más... el héroe debe morir revelándose a los dioses y a su destino, el artista debe contar su vida épica, la del héroe  ( sin que pese al "deber" esto sea ético, pues no está sujeta a la voluntad de ningún de los actores, es su naturaleza), todo se entrelaza, mito y belleza, muerte y vida, dioses y hombres, en la poética. Es una tragedia, es una comedia, es todo eso la vida, el existir, la existencia... la inmortalidad es para los demonios y los dioses, no es humana. La belleza, lo bello, lo bueno, es lo incierto; es lo único experimentable por el hombre como existencia, la vida es incierta porque reconocemos en lo mutable su ser estético, de ahí que el mundo devenga, las cosas mutables son y dejan de ser, sirviendo a la belleza como pantallas: ciertamente la imágenes en la caverna de Platón no eran más que apariencia, pero la roca en la que se proyectaban no, la roca era al mismo tiempo que dejaba de ser, en razón distinta de la imágenes que nunca eran, la roca tenía su ser en la necesidad y no en el deber, pero al mismo  tiempo era como la muerte, el referente refiere pero no es aunque es, la muerte es parte de la vida pero cuando esta es la otra deja de ser, como la roca de fondo para las imágenes de la caverna de Platón, cuando el hombre de la caverna se da cuenta de la ilusión, como el místico iluminado al que solo queda la roca de la caverna donde se proyectaba la ilusión de la existencia, pero que no es tampoco. Luego pues la muerte no es, mientras que y al mismo tiempo, la vida es y la muerte en ella.  (Ensayo mío)


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