miércoles, 19 de octubre de 2022

 Política, posesión, apego y muerte. 

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Somos el reflejo como pueblos de quien nos gobierna. El Sayula actual en su mayoría es un Sayula inmaduro, ingenuo, narcisista y grotesco, si nos atenemos a la frase. Pero no es necesariamente así, no fue la mayoría la que voto dos veces por el grupo que nos gobierna. Sin embargo, todos compartimos con ellos los valores negativos de una sociedad decadente del actual sistema caduco: el dinero, la frivolidad, la vanidad, la ambición desmedida y la necesidad de mentir y que nos mientan en un mundo donde la depresión es la enfermedad más difundida ante la incapacidad de aceptar nuestra realidad individual como colectiva. Nos parece que nosotros somos nuestras posesiones, entre más valoradas sean estas creemos que somos mejores, nos engañamos diciendo que las cosas valiosas no están peleadas con la espiritualidad, que el dinero no da la felicidad pero ayuda o se parece mucho, que la vanidad no solo no es mala sino que es deseable en un mundo donde todos compiten por ser los más bellos, los más ricos, los más jóvenes, los poderoso, y nos reímos de los que cuestionan una estupidez que todos aceptamos como realidad. Nos decimos: se vale tener cosas lujosas y luchar por ellas con la única condición de que no nos apeguemos ellas ¿Es esto cierto, se puede poseer sin apegarse? 


Quisiera preguntar, con mucho respeto, si la posesión no implica necesariamente el apego. 

Cuentan en la india de un gran gurú (hombre santo, maestro iluminado), que impartía sus enseñanzas a las multitudes, escucharlo era una experiencia espiritual conmovedora. Sin embargo, su esposa se sentía un poco avergonzada de él, pues no bien terminaba una cátedra a la multitud, la buscaba para preguntarle qué había preparado esta para comer, y así fue durante algún tiempo, la glotonería de aquel maestro espiritual dejaba entre sus cercanos cierta incomodidad respecto a sus enseñanzas del desapego budista. En una ocasión el maestro le confesó a su esposa que, cuando este dejase de interesarle la comida, sería el tiempo de su partida hacia la totalidad, el fin de todo iluminado. 

Y así fue, luego de dar uno de sus más bellos discursos a la multitud, ya no fue a preguntar qué comerían ese día, simplemente se sentó a meditar y trascendió, murió. 

Nuestro cuerpo físico es una posesión que genera la ilusión del yo, este como sus funciones, deseos y anhelos incluso sus sufrimientos representan apegos, podemos ir minimizando, desapareciendo de nosotros cada uno de estos apegos, hasta que queda el último, el que nos mantiene atados a esta tierra a la vida. 

Como el gurú, reconocer la posesión como apego es la tarea del dejar de ser en esta vida, que nos impone la iluminación, tras nuestras experiencias en ella. Comer para l gurú fue un placer que validaba su estar aquí, hasta que venció tal apego. 

Poseer, apegarse, es estar, ser, ser yo aquí en este momento con los otros y las cosas. Hay apegos difíciles como el apego a la pareja, a los hijos, a los padres, a los amigos, y el más vulgar al dinero y las posesiones, y obscenos como el apego al poder. Apegarnos no nos volverá inmortales, al gurú su apego lo mantenía vivo más de lo debido, ya había hecho su labor en este mundo, pero para nosotros seres comunes, significa una vida de sufrimiento y dolor buscando los apegos que no llenan el vacio interno, lo que al final produce una muerte dolorosa, la gente muere preocupada por sus posesiones, sus familiares o hasta sus ambiciones no satisfechas, en medio de un dolor innecesario trascienden.

Trascender aún con toda la sabiduría de la experiencia en la existencia, en la ilusión del yo, es vencer NUESTRO último apego, el yo, que es a su vez la última posesión, podemos aferrarnos a él tanto cuanto como posesión y nos mantendremos atados a puerto hasta que estemos listos como el Gurú citado o creer ingenuamente que somos nuestras posiciones y nuestros apegos, que realmente no nos parecen muy distinto, creyéndonos inmortales. La tragedia es que no lo somos y que la muerte no necesariamente vendrá en un momento de nuestro lejano futuro. 

La muerte en la política tiene la misma razón de ser que en la vida, hacemos lo correcto, lo justo, lo necesario, lo ético, lo que beneficia los demás, al pueblo, porque vamos a morir. Fantasear con la inmortalidad vuelve a la política deshonesta, corrupta, criminal, homicida, genocida, inhumana. La política en su  acto motivado por la realidad de la vida nace del sabernos finitos, mortales. La política motivada por el ego, el narcisismo, la ambición y la mezquindad destruye vidas, principalmente la propia. 

¿Cómo evitamos que una gota de agua se seque? Arrojándola al mar. La gota se aferra a la superficie hasta que el calor del sol la evapora y eventualmente la devuelve al mar, ya sea bajando como río de la montaña o lloviendo directamente sobre el océano dejándose llevar o volver a caer sobre una roca y creerse mar de nuevo sin completar el verdadero siclo. Volver al mar es el fin de la gota que se pensó mar sobre la ardiente roca, una vez en el mar se perdió así misma en lo que realmente era, un océano ilimitado y eterno, que si bien, el sol evaporará parte de la superficie del océano, la gota que eventualmente lloverá de nuevo sobre la roca no es la misma que llegó al mar. Entre la gota que se pensó mar y la gota que fue mar, hay una diferencia sustancial y son la misma


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