lunes, 20 de marzo de 2023

 Haciendas Avaleñas en la Provincia 

de Àvalos, siglos XVI y XVII

Por Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

Esta es una somera reflexión sobre los latifundios de la zona del sur de Jalisco actual que durante la época virreinal fue conocida como la Provincia de Avalos y tuvo a la Cuenca de Sayula como ámbito central. Se hace excepción del área de Cocula, en el extremo noroeste de la Provincia, que por su localizaci6n en el Valle de Ameca se considera más de su pertenencia. Me referiré a sus tamaños, a sus recursos, a su explotación, a la aparente transformación de su base económica ya sus particularidades en el contexto novohispano. Para comenzar resulta la pregunta de ¿Cómo les llamaban a los latifundios avaleños?,  o más bien, ¿desde cuándo les decían haciendas? El documento más viejo de que se dispuso, y que se refiere a la hacienda de Amatitlán, data de 1536 y en esa fecha se le llama "estancia".' Igual sustantivo le da otro protocolo, de 1547, pertinente a la compra por Alonso de Avalos, el Viejo, de tierras de indios, vecinas a las que en dicho lugar tenía. Pero cuarenta años más tarde, en 1588, Amatitlán ya es referido como hacienda. En consecuencia, el uso del término hacienda en el área debió haber comenzado entre las décadas quinta y octava del siglo XVI; pero quizá por fechas más cercanas a la segunda. Luego viene la pregunta de cómo se constituyeron. 


En el caso avaleño se observa un origen variable de la propiedad de los latifundios. Se daba tanto el otorgamiento de mercedes de tierra por las autoridades como la compra de predios a los receptores iníciales de mercedes y a los indígenas. La compra de tierras a indios fue la práctica más temprana de que se tiene evidencia y ello sucedió en Amatitlán en 1536. Entonces Alonso Martín obtuvo tierra de los indígenas a cambio de mantas. La merced de tierra cuyo otorgamiento más temprano se tiene consignado en la Provincia data de 1541 y fue dada en Cocula el consignado extremo noroeste de la entidad. La más vieja de las mercedes concedidas en el interior de la Cuenca de Sayula parece haber sido la otorgada en 1555 a Francisco de Saavedra, con estancias de ganado mayor en Teocuitatlán y Amacueca. En lo que se refiere a la venta temprana de mercedes por sus receptores iníciales, no se sabe si se trata de operaciones reales o simuladas; es decir, no hay evidencia de que se haya obtenido tierra a través de prestanombres, como se ha logrado documentar para otras comarcas. Lo que si queda claro es que las principales haciendas avaleñas tuvieron su origen en mercedes de tierra. Las fincas asociables a los encomenderos y sus descendientes fueron de menor importancia. En seguida vienen dos preguntas complementarias: ¿cómo eran? y ¿cómo se transformaron? , para responderlas se tratará de reconstruir que cambiaba y que permanecería en ellas, a partir de documentos y literatura sobre una media docena de fincas de la Provincia, que se refieren a diferentes momentos de su existencia, entre 1536 y principios del siglo XIX. Ante la pregunta de ¿cómo eran? , lo primero que ocurre ilustrar es el tamaño que alcanzaron. Por lo que se refiere al sur de la Provincia, se cuenta con datos de cobertura parcial de las siguientes haciendas: de Amatitlán, de los siglos XVI y XVII; de las de Chichiquila y Ojo Zarco, se tiene información sobre el fin del siglo XVIII y principios del siglo XIX; de la parte norte se cuenta con información sobre Huejotitán, para ciertos momentos de los siglos XVII y XVIII; también se tiene algo referente a las haciendas que en un tiempo fueran sus fincas hermanas: Toluquilla, Tizapán, Tuxcueca, San José de Gracia, Xaxala, San Pedro del Rancho y San Nicolás de la Provincia -de la cual solo una fracción era avaleña -. 

Se observa una tendencia de las propiedades norteñas a ser sensiblemente mayores que las sureñas, con alguna excepción si se comparan propiedades en forma individual. Pero si se consideran agrupadas en función de sus dueños la situación es más clara. La tendencia a ser mayores las propiedades del norte se podrían relacionar con los patrones de distribución de la poblaci6n provincial -sobre todo la indígena- en los siglos XVI y XVII; es decir, a los lugares que tenían menor ocupación humana, con aquéllos en que se formaron heredades más extensas. Por otra parte, sería posible ligar a los momentos de máxima concentración de tierra en manos de los grandes propietarios con el lapso en que la población indígena cayó a sus niveles más bajos, a mediados del siglo XVII.

Las grandes propiedades avaleñas eran predios que por lo general abarcaban dos o más nichos ecológicos, que iban de la "playa" a la llanura, de ahí al pie de monte, la escarpa y la sierra. En algunos casos veremos cómo eran agrupadas para lograr esa cualidad, que les permitía ser versátiles en su producción. La versatilidad resalta entre los rasgos importantes de la hacienda avaleña. Como respuesta a la baja precipitación pluvial en el fondo de la Cuenca de Sayula, la producción variada parece haber sido condición de subsistencia. La propia Isabel Kelly, en su breve pero estupenda descripción de la zona, nos dice que la lluvia en la cuenca es muy escasa y las cosechas de maíz se pierden en monótona repetición debido a las sequías. 

De lo anterior se cae en cuenta que la irrigación también era trascendental para la subsistencia de las haciendas avaleñas y la autora antes mencionada consigna la existencia de manantiales en Verdía, Sayula, Amacueca, Atoyac y, especialmente, en Amatitlán y Tamaliagua. Por otra parte, Angel Palerm los documenta en Amatlán -lugar no identificado de Zacoalco-, así como en Cocula, Teocuitatlán y Tepec. En recorridos propios por el área también se sabe que los había en Poncitlán, Tehuantepec, Techaluta y Cuyacapán. Todos los pueblos principales de la cuenca contaban con agua naciente. Sayula con nacimientos en la propia cabecera, Amatitlán y Tamaliagua. Amacueca aprovechaba su situación cercana al límite entre el somontano alto y la escarpa y se utilizaban los manantiales que ahí brotaban. Atoyac tenía fuentes en Poncitlán, Tehuantepec, Isla Grande, Cuyacapán, San Juan y los Arcos. Zacoalco contaba al menos con los manantiales del actual Verdía, que podrían ser el dicho Amatlán. En las zonas de la Provincia más distantes de Sayula los había al menos en Ajijic, Jocotepec y Cocula. Las tierras de los pueblos que tenían agua, o aquéllas que la tenían propia, habrían de ser las más codiciadas. No en balde Alonso de Ávalos el Viejo se hizo precisamente de Amatitlán y Chichiquila. Amatitlán tenía los manantiales propios y los de Tamaliagua, que manaba cerca de Cuyacapan. De Chichiquila no hay datos específicos, pero es de esperarse que tuviese agua propia ya que, según datos de fin de la época colonial, contaba con diecinueve caballerías de tierras de siembra -que eran buena extensión- las cuales debieron ser de riego.

Las dos haciendas representativas del sur de la Provincia, aunque pequeñas, tuvieron acceso a tierra serrana. Amatitlán de manera directa y Chichiquila por medio de su hacienda hermana de Ojo Zarco, situada allende la escarpada de la sierra de Tapalpa, que se anexó entre la cuarta y la octava década del siglo XVIII. Ambas eran relativamente pequeñas. Amatitlán, por ejemplo, hacia 1647, cuando su composición, tenía dos sitios de ganado mayor, dos de menor y cuatro caballerías de tierra, que sumaban 5 243 hectáreas, en términos aproximados. Chichiquila, por su parte, a principios del siglo XIX tenía un sitio de ganado mayor, otro de menor y diecinueve caballerías, con un total estimado de 3 346 hectáreas. Ojo Zarco poseía poco más de un sitio de ganado mayor. Entre ambas alcanzaban un área estimada de 5 100 hectáreas. Los cascos de las haciendas avaleñas del siglo XVII parecen haber sido muy sencillos en su construcción, su mobiliario y sus bienes. Tendían a ser pequeños y rústicos, como se ha podido corroborar por medio de documentos y por visita a los sitios en que yacían. El inventario de Huejotitán, que data del último cuarto de la centuria, ilustra con claridad esta situaci6n. No obstante tratarse de la hacienda cabecera del gran latifundio del norte avaleño, poseía un mobiliario modesto y apenas un par de piezas acondicionadas como recámaras, lo que sugiere que los patrones y sus lugartenientes debieron intinerar de finca en finca, supervisando el trabajo de los mayordomos, vaqueros y otros empleados. Esto indica que las residencias de sus familias, más que en la hacienda, debieron estar en Sayula, Atoyac, Zacoalco o Guadalajara, pero sobre todo en la primera y la última. Una hacienda como Toluquilla de Avalos, que mucho tiempo fuese cabecera del gran latifundio referido, parece haber sido una finca de media docena de habitaciones con un mínimo de dependencias, a juzgar por los restos que sobreviven. Lo mismo debió suceder con su hacienda hermana de Citala, cuyo casco es apenas reconocible como tal; más bien parece la sacristía de la que fuera su humilde capilla.

(Rodolfo Fernández, Tipología de la Hacienda Avaleña)


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