martes, 29 de enero de 2019

Especial para Horizontes...
 El Sayula Prehispánico y la región de occidente
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

El señorío de Tzaulan en el valle de la cuenca endorreica de la Playa de Sayula, formaba parte de una región más extensa, colindante con la Gran tierra Chichimeca al norte, el océano Pacifico y el señorío de Colima, y el imperio Tarasco. Compartía con la región limítrofe de la gran Tierra Chichimeca, lo que hoy es Nayarit, Guadalajara y Zacatecas, características en la construcción de sus casas y templos, así como en la producción de alfarería, figuras de deidades de barro cocido, decoración  en color y forma de estas figuras y utensilios domésticos o rituales;  así  como  manifestaciones musicales e instrumentos. Incluso se habla de una tradición en el trabajo de metales antes de la llegada de los españoles. En las descripciones de época, se pueden descubrir las formas hoy casi perdidas del complejo arqueológico Cerrito de Santa Inés en Sayula, con su montículos y plaza ceremonial:
"Según las relaciones de la conquista,  la arquitectura en occidente del México prehispánico era casi la misma que la del valle del Anáhuac. La piedra para la construcción, aunque abundante en la región, se empleaba poco. Los indígenas utilizaban sobre todo el ladrillo crudo que llaman adobe. Los edificios monumentales que por lo general se encotraban eran templos, teocallis, y una construcción llamada caligüey que servía de residencia para los jefes del gobierno. Los templos, probablemente poco diferentes de los del valle del Anáhuac, consistían en una pirámide trunca de forma cuadrangular sobre cuya plataforma estaban dispuestos los altares y los edículos que servían para recibir las ofrendas.
Uno de los teocallis que más destacaron los españoles y del que se ha conservado la descripción, fue el que encontró Francisco Cortés de Buenaventura cuando llegó a Jalisco. El revestimiento de estuco de las caras de la pirámide brillaba tanto que los soldados, al verlo de lejos, creyeron que era de plata. Se accedía a la plataforma por una escalera de setenta peldaños. El santuario ubicado sobre la plataforma era en forma de espiral, con la abertura hacia el oriente. En los ángulos de la pirámide estaban colocados unos sahumadores para quemar grandes cantidades de resinas olorosas, copal. La combustión de esas resinas producía tal cantidad de humo que la parte superior de la pirámide desaparecía. Como era de esperarse, todos los teocallis existentes durante la llegada de los españoles fueron rápidamente destruidos por los invasores, pero casi todas los acentamientos que luego fueron abandonadas presentan los vestigios de esas pirámides que en gran parte deformadas por el tiempo y los agentes atmosféricos ya sólo son montículos de tierra, generalmente recubiertos por una espesa vegetación. Con frecuencia se encuentran al pie de los túmulos, a los cuales los indígenas llaman pirámides o cerritos artificiales, no sólo pedazos de cerámica, sino también figurillas de piedra de factura hierática. Es muy probable que sean las divinidades para las cuales se erigían los altares.
Todos esos montículos no parecen provenir de edificios construidos sobre un mismo proyecto. Unos son masivos; otros poseen en su interior los restos de una construcción de piedra, como los que se encuentran por ejemplo cerca de la ciudad de Ixtlán, en el territorio de Tepic. En cuanto al caligüey, cuyo nombre significa casa grande, ha desaparecido. Su uso sin embargo se conservó parcialmente en la sierra de Nayarit, donde los indios huicholes lo designan indiferentemente con los nombres de caligüey o de tukipa. Las habitaciones tenían una forma cuadrada y consistían en una serie de piezas poco elevadas cubiertas con un techo plano, que siempre formaba una terraza sobre vigas. En toda la meseta, las casas estaban construidas con adobes; en la Tierra Caliente, los materiales de construcción eran sobre todo la madera y el carrizo. El techo era entonces a menudo de rastrojo. Estos modelos de habitación todavía se usan sin demasiadas modificaciones en ciertos pueblos, entre la población local de esas latitudes. Se pueden encontrar por ejemplo en San Martín, pequeño pueblo de indios hoy día muy mestizados, en los alrededores de Guadalajara, y que antes de la conquista formaba parte del dominio de la reina de Tonalá. En cuanto al tipo de habitación de madera o de carrizo, se localiza en casi todos los pueblos del litoral del océano Pacífico. Cada acentamiento poseía, además, una o varias plazas públicas o tianguis que generalmente se encontraban alrededor del teocalli. Estas plazas servían para las reuniones, el consejo de los ancianos, las fiestas, los juegos populares y, principalmente, el mercado, en donde se intercambiaban los productos de la industria, de la caza, de la pesca, de la agricultura, etcétera. Las fiestas que se hacían con la participación de las poblaciones de los alrededores, eran celebradas a menudo con mucha solemnidad. Se ingeniaban en desplegar un notable lujo en la ornamentación; unas enramadas, festones trenzados y unas guirnaldas de hojas y flores, muy hábilmente dispuestas, formaban el fondo de la decoración. Las prácticas que constituían la atracción principal de estos festejos eran casi las mismas que las de los aztecas y de todas las poblaciones del valle del Anáhuac; prácticas y ceremonias sobre las cuales no es necesario extenderse, ya que los historiadores de la conquista las describieron detalladamente. En lo que toca a Chimalhuacan, el padre Tello y los demás historiadores de la región describen someramente las fiestas que se hicieron en honor a Francisco Cortés cuando llegó a Jalisco, y las que se dieron para recibir al conquistador Nuño de Guzmán en Tonalá y en Aztatlán, cuando entró a estas dos pobladas ciudades.
Las artes eran cultivadas por los indígenas, y la fabricación de joyas de oro, plata, cobre y piedras preciosas, representaba una rama floreciente de la industria. Estos objetos, muchos de los cuales estaban trabajados con mucho esmero, debían constituir frecuentemente un elemento de intercambio para el mercado, pues ciertos productos que se empleaban para su fabricación no venían de la región. Así, cuando Nuño de Guzmán llegó a Aztatlán por primera vez, el gobernador de la ciudad le ofreció, entre otros presentes, collares de perlas. Estas perlas eran de importación, ya que el molusco que las produce no vive en las costas locales. Los lugares más cercanos en donde se han encontrado hasta nuestros días fondos proveedores de madreperla, están en una parte del litoral de Michoacán y sobre las costas de Baja California. Los trabajos en piedra y metal que les ofrecieron a los conquistadores estaban bellamente ejecutados. Las escasas muestras que dejaron las antiguas sepulturas confirman lo dicho por los historiadores y son al mismo tiempo un testimonio del grado de avance del arte aplicado a los adornos corporales, pues en su mayoría, esos objetos eran aretes o fragmentos de collares.
Los objetos de cerámica, tan frecuentes, ofrecían también, en su factura y su decoración, la prueba de un gran gusto estético. Sin embargo, las figurillas son masivas y a veces, poco armoniosas. En la mayoría de los casos, esto parece haber sido intencional, pues el ejecutante se esmeró en hacer muy evidentes con su exageración algunos rasgos característicos. Estas piezas constituían tal vez un tipo especial con algunas variantes según las localidades, como se puede comprobar al comparar las muestras de diferentes orígenes que pertenecen a colecciones particulares. La gran mayoría de las figurillas que se encontraron son, por cierto, cerámicas funerarias. Se puede por lo tanto suponer también que su forma muy primitiva es sólo una simple manifestación de carácter religioso, tradicional, para representar una divinidad o sus atributos, por lo que así, estos especímenes no darían cuenta exacta de la habilidad artística de las poblaciones . Toda la cerámica conservada es de una época hoy por completo olvidada. Independientemente del interés como muestras de la habilidad local y de la concepción artística, auxilian mucho a la arqueología, ya que proporcionan documentos que permiten, por la diversidad de los temas tratados, reconstruir las cosas y los hechos desaparecidos desde tiempo atrás.
Después de la Conquista española, el trabajo de la cerámica no fue abandonado; incluso permaneció exclusivamente en manos de los indígenas, y llegó a constituir una fuente de provecho y de prosperidad para ciertos pueblos. Con el contacto de los colonos españoles, la forma de los utensilios de uso doméstico, por así decirlo, no cambió, como se puede ver al hacer la comparación entre los especímenes de fabricación antigua y los recientes. No sucedió lo mismo con las figurillas que se modificaron (en gran parte bajo la influencia de los misioneros), al grado de perder completamente su carácter primitivo. Así es como en nuestros días, en los alrededores de Guadalajara, en varios pueblos del viejo reino de Tonalá, indígenas que todavía conservaron parcialmente las tradiciones de sus antepasados, se dedican a fabricar toda una serie de objetos de cerámica. En esta industria, las figurillas alcanzaron en el modelado cierto grado de finura y de perfección. El centro de esta especialidad es la pequeña ciudad de San Pedro, antes llamada Tlaquepaque. Sin embargo, desde hace ya cierto número de años, estas figuras, conocidas con el nombre de monos de Guadalajara, debido a una fabricación cada día más considerable, han perdido mucho de su interés artístico al convertirse en artículos comerciales comunes.
La música entre los indígenas al parecer era muy rudimentaria. Estaba en el mismo nivel que las demás tribus nahuas - que, en el momento de la Conquista, constituían la población más civilizada de México -, es decir, había conservado su característica fundamental de servir como acompañamiento en la danza o en las marchas. A veces, sin embargo, como todavía se ve entre los indígenas de Nayarit, servía para acompañar las elocuciones o los cantos. En cuanto a los instrumentos, los historiadores sólo nos hablan de tambores y de una especie de flauta llamada chirimía, siendo los tambores el huehuetl, el teponaztli, y una especie de pandero de pequeñas dimensiones los que acompañaban a la chirimía. El huehuetl que, según los historiadores mexicanos, era el tambor primitivo de los aztecas, hoy sólo se usa en Nayarit, donde los huicholes lo designan con el nombre de tepo. En cuanto al teponaztli, no lo usan en la sierra de Nayarit; pero su uso ha permanecido en numerosos pueblos del estado de Jalisco. El fuerte sonido que proporciona, en los días de fiesta, les da el ritmo a ciertas danzas que, aunque profundamente modificadas, han conservado la apariencia de las antiguas danzas." Nouvelles Archives des Missions scientifiques et littéraires, IX: 571

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