martes, 23 de junio de 2020

El canibalismo ritual en el México prehispánico
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

El comer carne humano representa un tabú para nosotros como personas de este tiempo, sin embargo para distintas culturas de la antigüedad no lo fue. En el caso de los habitantes del Tzaulan, la antropofagia (comer humanos), no era desconocida, pero tampoco era popular. Como parte de la cultura Mesoamérica el culto a dioses como Huitzilopochtli, Xipe Totec, que se daba en la región, implicaba sacrificios de niños, hombres y mujeres; se sabe por estudios arqueológicos que en Amacueca, Atoyac, Zacoalco y Zapotlán, se daba culto a un dios niño, que bien su remanente sincrético podría ser el Santo Niño que por esta región se le rinde culto en el catolicismo. A este dios niño indígena se le sacrificaban personas. También se especuló a principios del siglo pasado una tradición antropófaga local relacionada con los tamales de ceniza y el pozole. Más no fue una costumbre muy difundida ni popular en el Tzaulan como en el México Tenochtitlán, a grado tal que algunos historiadores creen que algunas guerras entre regiones vecinas en esta parte de territorio fue por esta causa, pues las personas se resistían a tal culto del sacrificio humano. Hay poca documentación y estudios del tema para el Tzaulan y su territorio, lo cual no es el caso de los ritos de este mismo tipo en la capital del imperio mexica:   "Al no disponer de ganado los mesoamericanos recurrieron a fuentes alternas de proteínas, los insectos y otras formas repudiadas por los europeos, lo mismo que al canibalismo, para obtenerse cantidades significativas de carne y grasa animal. El antropólogo Marvin Harris refuta que dichas fuentes pudieran subsanar esos requerimientos por el tiempo necesario para cazar y la poca eficiencia del guajolote y de perro para producir carne, "a pesar de dar aquella impresión de gran abundancia (...) la ración diaria de carne, pescado y aves no superaba casi con toda seguridad algunos pocos gramos" por persona.   Hay enfoques y propuestas de índoles diversas que, sin negar la antropofagia separan la guerra del canibalismo y, no relacionan a una ni al otro con aquella disponibilidad de proteína animal o la ubicación del valle del Anahuac sino más bien con cuestiones simbólicas y rituales propias de la cosmogonía indígena. Se puede asegurar que estos sacrificios y consumo de carne humana se esgrimen para apoyar y justificar la conquista, la guerra. El rey Carlos V se cree envió animales para que su carne remplace la costumbre ritual antropófaga, el primer occidental que lanzó la interpretación integral que se transformó y perdura como premisa sobre el sacrificio humano en las tierras recién conquistadas fue Rodrigo de Albornoz, su contador, quien comunicara por carta al rey  (en diciembre de 1525) que los indios comían carne humana. Escribió:  "Como V. S. M. es informado, la gente destas partes comen carne humana, así por lo haber acostumbrado de sus pasados, como por la penuria que (...) ha habido entre ellos de no tener ganados; y porque también estar mucho acostumbrados á la carne humana, que les es más dulce que la de aves é caza que tienen é crían; y después que la tierra está en el dominio de V. M., con la conversación y trato de los cristianos comen aves de Castilla y puercos y carnero y vaca, y estas otras carnes que les ven comer á los cristianos, y beben vino de España con mejor voluntad que el pulque" 

Los frailes añadieron otra explicación basada en prejuicios de la época: que los sacrificios y el canibalismo, la religión en general, eran uno de tantos ardides del demonio, por cuyo castigo incluso se produjo la catástrofe demográfica. la prioridad era inmolar cautivos y esclavos y no a todos, puesto que a algunos se les esclavizaba como sirvientes. De los que se ofrendaban, sus muertes se debían a dos acciones básicas: aquellos -hombres principalmente- que se cautivaban en la guerra, llamados "la dulce comida de los dioses", que eran los que adquirían mayor valor simbólico y comercial.
A mayor distancia, más valor; y los esclavos -hombres, mujeres, niños y niñas incluidos-, originarios de la propia comunidad o de alguna ajena, que por algún delito -o, en el caso de esos menores, por una crisis familiar o porque sus padres los consideraban muy incorregibles- se hacían acreedores, primero a ser esclavizados y, luego, no todos, a la pena de muerte. Según algunas fuentes, los guerreros predilectos eran los capturados en Tlaxcala, Huejotzingo, en Metztitlán, Cholula, Atlixco, en Tliliuhquitepec y Tecoac (Durán; Alvarado Tezozomoc y Benavente). Todos los así sacrificados  en un rango de 100 kilómetros de distancia desde Tenochtitlan, y en las fiestas de Tititl, exclusivamente los de Pánuco, por su fama de guerreros y traerlos desde tan lejos, acota Motolinía eran valorados en este sentido. Junto a los guerreros apresados, aquellos esclavos sacrificados obtenidos por tributo igual se asocian a esta antropofagia. Los sometidos cederían a sus congéneres para que fueran engordados, sacrificados y comidos. Motolinía y, con mayor precisión, Durán dejan claro que sacrificio humano y esclavitud eran castigos reglamentados contra capturados en guerra y los que de forma consistente quebrantan la ley entre la comunidad.  Fray Diego Durán  cita que la esclavitud lleva al sacrificio a quienes reincidían por robo, que cometen delitos o apuestan y perdían libertad, los hijos disolutos, desvergonzados, desobedientes o incorregibles; por no pagar deudas, criados que rompían tabúes; homicidas a quienes los deudos del muerto optan porque fuera ejecutado o les trabajen o sirvieran (Alvarado Tezozomoc); en tiempo de hambrunas los cónyuges decidían que uno se vendiera con la esperanza de rescatarlo al mejorar la situación y "por otros muchos delitos". La ley les ofrecía la posibilidad de ser libres cuando estos que se empeñaban preferían la prisión o resarcían el daño o causa de su desgracia. Igualmente, esclavos y cautivos podían reconquistar su libertad al escapar de su dueño y salir del mercado sin ser atrapados. Excepto ellos dos, el cautivo y su dueño, nadie podía interferir, ya que quien lo hacía ocupaba el lugar del esclavo mientras éste quedaba libre. Como se puede deducir, inmolar a los cautivados en la guerra y los condenados por delitos era una ejecución a la vez que sacrificio, excepto, quizás, el de los ofrendados por meras cuestiones religiosas.  Comprendían el castigo para los renuentes a tributar y los delincuentes contumaces, y la comunión de las elites con sus dioses, para asegurar aquel equilibrio y la marcha del universo, "alimentar al sol". Durán afirma que los esclavos no iban directos al matadero sino cuando reincidían en el juzgado crimen y, aun así, sólo con una aprobación de los jueces.
Por su lado, Albornoz  apunta que con "mucha ligereza", los aztecas "por cosas muy fáciles y de burla se hacen unos á otros esclavos".  Dijo que las guerras y sacrificios mexica tenían como fin un "canibalismo en gran escala" como natural consecuencia del deterioro del medio y la carencia de grandes animales. El resultado fue aquella voluminosa bibliografía aparecida desde cuando éste escribiera su artículo. Aparte del ajado argumento acerca de esta ausencia de los mamíferos que sustituyeran a la carne humana, destacó la circunscripción territorial del  central donde hoy se asienta la ciudad de Méxicovalle , agotado por su continuada ocupación ya desde antes de Cristo, y aquellas actividades específicas y el crecimiento demográfico durante aquel siglo XV.  Como apoyo indiscutible, se presentan aquellas cifras de sacrificios que nos trasmiten unos cronistas y los propios indígenas. En función de los datos demográficos de Cook, se  asume que por año se sacrificaban y comían unas 15.000 almas, un 5% de aquella población del Valle, cifra aceptable, muy compatible con datos disponibles. El rango anual variaría entre unas 10.000 y 250.000 personas (15.000 en promedio). Una pregunta obligada es hasta qué punto aquellas fuentes reflejan una realidad.  El argumento es de confiar a fin de cuentas la información se tomó de los indios y sus documentos (González 2010: 397; Graulich 1991: 131) no parece convincente, dichas crónicas las escribieron los principales destructores de la religión prehispánica y de la sociedad, y por lo tanto no podían ser demasiado objetivos. Describen con precisión el esplendor de la corte, los edificios, las obras hidráulicas y los mantenimientos, pero en lo tocante a la conquista y la religión se guiarán por intereses y prejuicios. Sin embargo debido a que en aquella lengua nahua se utilizan muchas metáforas, la ceremonia sacrificial quedó plagada de ellas.  La objetividad de las fuentes se muta en incongruencias y malos entendidos.   Se han excavado tumbas colectivas de desmembrados aunque sus autores dudan si los restos eran para comer  o si son un recordatorio alusivo del sacrificio a nuevas generaciones. El ritual no  sólo consistía en extraer el corazón de la víctima. Antes de sacrificarlo, era forzado a subir por las escalinatas del templo y muchos presentaban una resistencia muy feroz, ya que no todos subían con el orgullo en la frente, aunque los tacharan de cobardes. Arriba, los ataban y detenían por las extremidades cada una jalada por cuatro ayudantes del verdugo, y un quinto le estira la cabeza hacia abajo con una collera para que levante el pecho, y así aquel ejecutor  procedería a sacarle el corazón con rapidez, que todavía latiendo se le ofrendaba al sol haciendo una reverencia hacia cada uno de los puntos cardinales. Luego tornaba a embadurnar aquella estatua y las paredes del templo con esta sangre para ya después deshacerse del cuerpo. Los ejecutores no eran cualesquiera, sino principales de alta jerarquía bien preparados para llevar a cabo aquel efecto. Motolinía cita:
"En esa piedra tendían a los desventurados de espaldas y el pecho tieso, porque los tenían atados de pies y manos y el sacerdote daba con el corazón encima del altar de afuera y dejaba hecha una mancha de sangre y a veces untaban los labios de los ídolos con sangre. Los corazones a veces los comían los ministros viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanlo por aquellas gradas abajo a rodar; y llegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió con sus amigos y parientes llevábanlo y aparejaban aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y lo comían. Cuanto a los corazones aquel sacerdote del demonio tomaba el corazón y levantábale como quien lo muestra al sol, volvía a hacer otro tanto al ídolo, y poníasele delante en un vaso de palo pintado y en otro vaso cogía la sangre y daba de ella como a comer al principal ídolo, untándole los labios, y después a aquellos otros ídolos y figuras del demonio" (Benavente). Eran actos sacrificiales tal cual los detalla Eduardo Matos  no se ligaban necesariamente con el canibalismo. En  la fiesta de Huitzilopochtli, dice Motolinía que ese día "sacrifican los tomados en guerra o esclavos según el pueblo, en unos veinte, en otros treinta, en otros cuarenta y hasta cincuenta y sesenta; en Méjico sacrifican ciento y más"   En la consagración del Templo Mayor se mataron 144 hombres en cada uno de los cuatro altares o 576 en los cuatro en cada jornada. 2.300. Es verdad que prisioneros de guerra y esclavos eran llevados de regreso al corazón del imperio y, que con ciertas dudas, Díaz del Castillo y Cortés testifican acerca de guerreros que comían carne humana en aquellos campos de batalla.  Al que llevan a la ciudad es vendido en mercados sobre todo los de Tenochtitlan o Tlatelolco o para sacrificarlo en la fiesta del gremio o barrio. Se le mantenía en la vecindad en que residía quien lo capturaba y, en varias fiestas del calendario lo vestían con ornamentos de un dios para ser adorado como imagen viva de este mientras llega su holocausto. Al final es sacrificado y el propietario se lleva el cuerpo a su casa donde separaba una pierna para el hueytlatoani y el resto lo compartía con personas de su mismo rango, los llamados "caballeros aguila" que eran los únicos que lo tenían permitido, aunque él no la podía probar. La gente común, o hasta los familiares de lpropietario sin los méritos debidos, no podía probar de este platillo bajo pena de muerte si lo hacían."
(La economía mexica basada en antropofagia, Ramiro Arredondo-Hernández )


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