lunes, 22 de noviembre de 2021

         Política y ejercicio del poder:

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Si concedo un cierto privilegio provisional a la cuestión del "cómo", no es que quiera eliminar la cuestión del "qué" y del "por qué". Es para plantearlas de otro modo; mejor aún: para saber si es legítimo imaginar un "Poder" que une en sí un qué, un por qué y un cómo. Hablando sin rodeos, diría que comenzar el análisis por el "cómo" es introducir la sospecha de que el "Poder" como tal no existe; es preguntarse en todo caso a qué contenidos asignables se puede apuntar cuando se hace uso de ese término majestuoso, globalizante y sustantificador; es sospechar que se deja escapar un conjunto de realidades muy complejas cuando se da vueltas indefinidamente sobre la doble cuestión: ¿Qué es el Poder? y ¿de dónde viene? La modesta cuestión, completamente llana y empírica: ¿Cómo ocurre?, enviada como exploradora, no tiene por función hacer pasar de contrabando una "metafísica", o una "ontología" del poder, sino intentar una investigación crítica en la temática del poder. "Cómo", no en el sentido de "¿cómo se manifiesta?", sino de ¿cómo se ejerce? Y, "¿qué ocurre cuando los individuos ejercen, como se dice, su poder sobre otros?" De este "poder", hay que distinguir, en primer lugar, el que se ejerce sobre las cosas, y que proporciona la capacidad de modificarlas, de utilizarlas, de consumirlas o de destruirlas -un poder que remite a aptitudes directamente inscritas en el cuerpo o mediatizadas por recursos instrumentales. Digamos que aquí se trata de "capacidad". Lo que caracteriza, en cambio, al "poder" que se trata de analizar aquí, es que pone en juego relaciones entre individuos (o entre grupos). Pues no hay que engañarse: si se habla del poder de las leyes, de las instituciones o de las ideologías, si se habla de estructuras o de mecanismos de poder, es solamente en la medida en que se supone que "algunos" ejercen un poder sobre otros. El término "poder" designa relaciones entre "participantes" (y, por esto, no pienso en un sistema de juego, sino simplemente, y permaneciendo por el momento en la mayor generalidad, en un conjunto de acciones que se inducen y se responden las unas a las otras).

Hay que distinguir también las relaciones de poder de las relaciones de comunicación que transmiten una información a través de una lengua, un sistema de signos o cualquier otro medio simbólico. Sin duda comunicar es siempre una cierta manera de actuar sobre el otro o los otros. Pero la producción y la puesta en circulación de elementos significantes puede bien tener por objetivo o por consecuencia efectos de poder; estos no son simplemente un aspecto de aquellas. Pasen o no a través de sistemas de comunicación, las relaciones de poder tienen su especificidad. "Relaciones de poder", "relaciones de comunicación", "capacidades objetivas", no deben, pues, confundirse. Lo que no quiere decir que se trate de tres dominios separados, y que, por una parte, esté el dominio de las cosas, de la técnica finalista, del trabajo y de la transformación de lo real, por otra, el de los signos, de la comunicación, de la reciprocidad y de la fabricación del sentido, y, finalmente, el de los medios de coerción, de la desigualdad y de la acción de los hombres sobre los hombres. Se trata de tres tipos de relaciones que, de hecho, están siempre imbricadas unas en otras, proporcionándose apoyo recíproco y sirviéndose mutuamente de instrumento. La puesta en práctica de capacidades objetivas en sus formas más elementales implica relaciones de comunicación (se trate de información previa o de trabajo compartido); está también vinculada a relaciones de poder (se trate de tareas obligatorias, de gestos impuestos por una tradición o un aprendizaje, de subdivisiones o de reparto más o menos obligatorio de trabajo). Las relaciones de comunicación implican actividades finalistas (aunque no fuera más que la "correcta" puesta en circulación de los elementos significantes) y, por el mero hecho de que modifican el campo informativo de los participantes, inducen efectos de poder. En cuanto a las relaciones de poder propiamente dichas, se ejercen en una parte extremadamente importante a través de la producción y el intercambio de signos; y no son apenas disociables tampoco de las actividades finalistas, se trate de las que permiten el ejercicio de ese poder (como las técnicas de adiestramiento, los procedimientos de dominación, las maneras de obtener obediencia), o de aquellas que apelan, para desarrollarse, a relaciones de poder (como en la división del trabajo y la jerarquía de las tareas). 

Por supuesto, la coordinación entre estos tres tipos de relaciones no es ni uniforme ni constante. No hay en una sociedad dada un tipo general de equilibrio entre las actividades finalistas, los sistemas de comunicación y las relaciones de poder. Hay más bien diversas formas, diversos lugares, diversas circunstancias u ocasiones en que esas interrelaciones se establecen sobre un modelo específico. Pero hay también "bloques" en los cuales el ajuste de las capacidades, las redes de comunicación y las relaciones de poder constituyen sistemas reglados y concertados. Sea, por ejemplo, una institución escolar: su disposición espacial, el reglamento meticuloso que rige su vida interna, las diferentes actividades que se organizan en ella, los diversos personajes que allí viven o se encuentran, cada uno con una función, un lugar, un rostro bien definido; todo eso constituye un "bloque" de capacidadcomunicación-poder. La actividad que asegura el aprendizaje y la adquisición de las aptitudes o de los tipos de comportamiento se desarrolla ahí a través de todo un conjunto de comunicaciones regladas (lecciones, preguntas y respuestas, órdenes, exhortaciones, signos codificados de obediencia, marcas diferenciales del "valor" de cada uno y de los niveles de saber) y a través de toda una serie de procedimientos de poder (encierro, vigilancia, recompensa y castigo, jerarquía piramidal).

Estos bloques donde la puesta en práctica de capacidades técnicas, el juego de las comunicaciones y las relaciones de poder son ajustados los unos a los otros según fórmulas pensadas, constituyen lo que se puede llamar, ampliando un poco el sentido de la palabra, "disciplinas". El análisis empírico de algunas disciplinas tal como se han constituido históricamente presenta, por eso mismo, un cierto interés. En primer lugar, porque las disciplinas muestran, según esquemas artificialmente claros y decantados, la manera en la que pueden articularse, unos sobre otros, los sistemas de finalidad objetiva, de comunicaciones y de poder. Porque muestran también diferentes modelos de articulaciones (ya con preminencia de las relaciones de poder y de obediencia, como en las disciplinas de tipo monástico o de tipo penitenciario, ya con preminencia de las actividades finalistas como en las disciplinas de talleres o de hospitales, ya con preminencia de las relaciones de comunicación como en las disciplinas de aprendizaje; ya también con una saturación de los tres tipos de relaciones como quizá en la disciplina militar, donde una plétora de signos marca hasta la redundancia relaciones de poder densas y cuidadosamente calculadas para procurar un cierto número de efectos técnicos).

Y lo que hay que entender por el disciplinamiento de las sociedades desde el siglo XVIII en Europa no es, por supuesto, que los individuos que forman parte de ellas se vuelvan cada vez más obedientes, ni que aquellas empiecen a asemejarse a cuarteles, escuelas o prisiones, sino que en ellas se ha buscado un ajuste cada vez mejor controlado -cada vez más racional y económico- entre las actividades productivas, las redes de comunicación y el juego de las relaciones de poder.

Abordar el tema del poder por un análisis del "cómo" es, pues, operar, en relación a la suposición de un "Poder" fundamental, varios desplazamientos críticos. Significa adoptar por objeto de análisis las relaciones de poder y no un poder; relaciones de poder que son distintas tanto de las capacidades objetivas como de las relaciones de comunicación; relaciones de poder, en fin, que pueden tomarse en la diversidad de sus encadenamientos con esas capacidades y esas relaciones.

El ejercicio del poder no es simplemente una relación entre participantes individuales o colectivos; es un modo de acción de algunos sobre algunos otros. Lo que quiere decir, claro está, que no hay algo como el "Poder" o un "poder" que pueda existir globalmente, masivamente o en estado difuso, concentrado o distribuido: no hay más poder que el ejercido por los "unos" sobre los "otros"; el poder no existe más que en acto, incluso si se inscribe en un campo de posibilidades dispersas que se apoya en estructuras permanentes. Eso quiere decir también que el poder no es del orden del consentimiento; no es en sí mismo renuncia a una libertad, transferencia de derecho, poder de todos y de cada uno delegado a algunos (lo que no impide que el consentimiento pueda ser una condición para que la relación de poder exista y se mantenga); la relación de poder puede ser el efecto de un consentimiento anterior o permanente; no es, en su propia naturaleza, la manifestación de un consenso. ¿Quiere esto decir que haya que buscar el carácter propio de las relaciones de poder en una violencia que sería su forma primitiva, su secreto permanente y su último recurso -lo que aparece, en última instancia, como su verdad, cuando se ve obligado a quitarse la máscara y mostrarse tal cual es? De hecho, lo que define una relación de poder es un modo de acción que no actúa directa e inmediatamente sobre los otros, sino que actúa sobre la propia acción de éstos. Una acción sobre la acción, sobre acciones eventuales, o actuales, futuras o presentes. Una relación de violencia actúa sobre un cuerpo, sobre cosas: fuerza, pliega, quiebra, destruye; cierra todas las posibilidades; no tiene, pues, en torno a ella otro polo que el de la pasividad; y si encuentra una resistencia no tiene otra opción que intentar reducirla. Una relación de poder, en cambio, se articula sobre dos elementos que le son indispensables para ser precisamente una relación de poder: que "el otro" (aquel sobre el que esta se ejerce) sea claramente reconocido y mantenido hasta el final como sujeto de acción; y que se abra, ante la relación de poder, todo un campo de respuestas, reacciones, efectos e invenciones posibles. (M. Fucaoult )


 


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