lunes, 6 de diciembre de 2021

            Política y patrimonio cultural. 

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Todos somos Don Quijote alguna vez, y también Sancho. Esta inestable alianza entre idealismo entusiasta y el sentido común positivo "terre à terre" (tierra es tierra) se da en todas las personas en mayor o menor medida. No es ni siquiera cuestión de edad: uno se acuesta Don Quijote y se despierta Sancho Panza.

 C.A. Sainte-Beuve Nouveaux Lundis


La defensa, preservación y difusión de la cultura, es una hazaña quijotesca. Uno es tildado de loco o de pedante exagerado. Como quijote, no es raro. Si uno ha leído las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes y Saavedra, sabrá a qué atenerse en este oficio. 

En mi particular experiencia luego de cinco años en estos entuertos de defender el patrimonio cultural de Sayula, me ha pasado lo que al Caballero de la triste figura, he sido ignorado, ridiculizado, reconocido y hasta apaleado. No es cosa menor el querer preservar, sobre todo, difundir y defender el patrimonio que le da sentido a nuestra realidad como sayulenses. No soy ni héroe, ni digno de imitar, eso me tocó en la vida ¿qué se le va a hacer? Si lo cuento no es por presumir sino por mostrar la tragedia del sin sentido, que pocos ven. 


Este de alguna manera, dar sentido a la realidad que el entendimiento común vulgariza, es cosa de locos: Es imposible de entender para la dura cerviz de los ladinos, el que su casa de la cual poseen legalmente el título de propiedad, pueda ser modificada como su regalada gana le dé, total es suya, y la demuelen o  la intervienen de forma horrorosa ¿Y qué? dice todo el mundo, muy suya ¿no? 

La ignorancia generalizada de la historia del municipio que da origen a insultantes intervenciones que modifican, dañando irremediablemente, como es el caso de edificios y arquitectura patrimonial destruida; el legado artístico, documentos históricos, archivos y tradiciones ancestrales vulgarizándolas con intervenciones vergonzantes o exponiéndolas con frivolidad vulgar al vil comercio de la impronta del intereses político o económico en turno; es avalada por un vulgo cada vez más salvaje, que no tolera a los que a su  pobre juicio, no son más que locos que pierden el tiempo soñando con glorias y cosas pasadas que estorban en la carrera contra el tiempo del progreso post moderno, hacia ningún lado ni ningún lugar.

Caminamos entre ruinas y aún así es hermoso lo que vemos los locos, he intentamos frenar la barbarie exponiendo el cuerpo ante la manada de búfalos que corren sin saber a dónde volviéndolo todo polvo, impunidad, corrupción, dolo, autoritarismo, caciquismo, prepotencia, acompañando a la ineptitud y la ignorancia en el poder, porque el poder es para el sentido común del corto plazismo, del utilitarismo, del sálvese quien pueda, del año de Hidalgo y de los doctos a opinión propia, esos que se hacen presidentes, regidores, directores de patrimonio o de la casa de la cultura por las razones más absurdas. 

Pero para los locos el mundo tiene un sentido estético, eso lo salva, eso salva a la propia vida, le da un sentido más allá de correr tras la propia cola, como los perros. La vida no es lo que conviene economicamente, la felicidad no está en el poseer sino en el contemplar, el dar valor estético desde la contemplación así sea al polvo bajo las pezuñas de la manada. 

El loco tiene un compañero siempre que intenta disuadirlo de ponerse en el camino de la estampida de bestias, su Sancho Panza, su voz de la conciencia. En los momentos de cordura se trasmuta en Sancho, la cordura es duda y la duda es el elemento del pragmatismo, de la seguridad, de lo concreto de la visión del mundo en su descarnada impiedad desvelada de su belleza otorgada por el arte y la contemplación estética, fenomenológica. El loco se ve desnudo y se siente vulnerable en su frustración, las ruinas son solo ruinas y el pasado ilusión. Entonces aquellos que lo criticaron extrañan sus sermones, sus predicas y condenas, por que se dan cuenta que sin aquella locura su mundo es vació y sin sentido, entonces ven al verdadero farsante, aquel que como ratas los encantó como el flautista de Hamelin, volviéndolos manada insensible e imbéciles que pisotearon su propio pesebre: y  lo cuelgan, como al Iscariote; más, ya no hay vuelta atrás, el loco vuelve a su cordura para morir, como Quijote que es, resignado ante la impotencia. Y todo comienza de nuevo: vendrán otro y otros Quijotes, volverá la misma barbarie y los mismos barbaros.

"Don Quijote, el caballero errante que cree pertenecer al viejo orden, es par excellence (por excelencia) el héroe de la modernidad. Sale al mundo no tanto para conquistarlo como para buscar y verificar su sentido. Pero tal sentido no existe, y su búsqueda obstinada acarrea al caballero catástrofes, palizas e indecorosas humillaciones que, sin embargo, no afectan su profunda ansia. La obra maestra de Cervantes demuestra la unidad indisoluble de utopía y desencanto. La utopía da sentido a la vida porque insiste, contra todas las pruebas que demuestran lo contrario, en que la vida tiene un significado. Don Quijote persiste en creer, contra toda evidencia, que la bacía del barbero es el yelmo de Mambrino, y que la basta Aldonza es la adorable Dulcinea. Se equivoca, y Sancho Panza ve que el yelmo no es más que bacía, y siente el aroma a establo que se desprende de Aldonza. Sin embargo Sancho comprende que el mundo no es verdadero ni completo sin esa búsqueda de la belleza radiante y del yelmo encantado, y por el hecho de necesitarlos se refleja su propia luz sobre las bacías herrumbrosas y la realidad adquiere el esplendor del significado. Cuando el caballero recobra el entendimiento, Sancho se siente perdido y mutilado sin aquellas aventuras hechiceras, y entonces es él el verdadero don Quijote.

Pero también don Quijote sería un ser vacío y peligroso sin Sancho Panza, porque carecería de los colores, los sabores y la concreción de la existencia; serían tan peligrosos como lo es la utopía cuando ultraja la realidad, confundiéndola con su propio sueño e imponiendo brutalmente ese sueño sobre los demás, como suele ser el caso de las utopías políticas y totalitarias. El Quijotismo auténtico y alejado de la retórica toma partido por Sancho Panza, y hunde el estandarte de lo ideal en el polvo de lo cotidiano como para reclamar el derecho a volverlo a elevar de nuevo. Cuando Sancho, oyendo a su maestro ensalzar las maravillas y prodigios vistos en la cueva de Montesinos, le dice que probablemente sólo sean cuentos chinos, don Quijote se muestra de acuerdo. Y es esta capacidad de creer y de no creer, de unir indisolublemente entusiasmo y desilusión, lo que en realidad nos capacita para vivir."     -  Claudio Magris, Utopía y desencanto. 


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