lunes, 28 de febrero de 2022

 La Política y el intelectual (de la alegría del pensar)

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Resulta, amable lector, que una de las carencias de nuestro gobierno municipal en Sayula, la más significativa, es el pensamiento, este "exitoso" gobierno de Daniel Carrión, no tiene intelectuales. Hay sí, "astutas chuchas cuereras" de la grilla, hábiles gestores de los recovecos de la ley que permiten y hasta justifican la cleptocracia, esgrimiendo la aún imperante impunidad; capaces gestores de imagen y redes sociales que nos venden la ineptitud como valor. Por lo que se puede ver sin demostrar. Pero no tiene como asesores a intelectuales. No hay uno solo, y eso repercute en la vida e intereses de todos. Todos perdemos cuando en un ayuntamiento no hay gente que piense y si gente que todo lo maquilla, reduciéndolo  a la impronta de los filtros tipo redes sociales,  en un gobierno de selfies de facebook.  Como es arriba es a bajo. No podemos sino ver esto en Sayula como un fractal del gobierno del estado, la simulación y el espectáculo de la imagen frívola es una estrategia de gobierno y al mismo tiempo una política de masas. No podemos ignorar el mismo origen de la ideocencracia del presidente municipal y el gobernador del estado quienes se gestan en la tradición de la grilla estudiantil como medio para escalar en el esquema estructural del poder político en Jalisco, las federaciones de estudiantes de la U de G. ¿Cómo opera en sus entrañas esta cantera de políticos en la entidad por cuyas "aulas" espurias han pasado varios gobernadores del estado del priismo tradicional? Todo comienza con la grilla en la preparatoria, luego se escala en el organigrama del poder en la política universitaria, para finalmente terminar a fuerza de codazos, traiciones y cinismo en un curul, una alcaldía o una gubernatura. Pero comencemos por la primaria de esta tradición de marras: Usted gana la presidencia de la sociedad de alumnos de su prepa, en base no a su capacidad intelectual, ni gestora, sino a su simpatía y popularidad (imagen), tráfico de influencias en la poderosa organización estudiantil. Espera su turno en las elecciones de su escuela, pacta con los intereses de la federación, arma su planilla con su cuates, que poco importa que tengan alguna aptitud, pero si es ineludible su capacidad de influir en la masa del estudiantado de su prepa, así el mas gandaya, manipulador y muchas veces temido se convierte en la cabeza del proyecto, luego están sus lugar tenientes que ocuparan secretarias de la sociedad de alumnos dependiendo de una real o  supuesta capacidad en el manejo de la masa de estudiantes. Así será usted un exitoso presidente de su prepa si organiza las mejores fiestas, trafica con calificaciones, consigue privilegios para la mayoría o para los alumnos claves que le permitan controlar su escuela; y por ahí se sigue. ¡Felicidades! ya está usted en las infantiles de la política tradicional de la entidad, lo demás depende de usted y su suerte. Entre esta gente no hay intelectuales, hay gandallas. 


El presidente de la república ha dicho que la mayoría de intelectuales, no apoyan la trasformación del país y su proyecto de la 4T. Bueno y entonces ¿Dónde están los intelectuales  de México sino no están en el gobierno ni en las universidades? Aquel autoritario cardenal de Jalisco Sandoval Iñiguez esgrimiría el término "maicear" para definir este fenómeno, están maiceados. Sí, parecería que si la gente que piensa en México no está con AMLO, su proyecto no tiene aval, no es bueno, pero los intelectuales también comen, les gustan los lujos y los privilegios, sobre todo esto último: reconocimientos, becas, presupuesto para sus proyectos, y no les gustan los recortes de esos presupuesto, como clase privilegiada del régimen anterior. Desde ahí "piensan" el proyecto de trasformación: desde la deshonestidad, desde la elite.  Pensar es una actividad vital en una comunidad, la percepción popular lo ve como un no hacer, como un no producir, como una ociosidad. El que piensa, el intelectual, para el común de las personas no hace nada y por lo tanto debería "ponerse  hacer algo", así, aquel cuya vocación y habilidad es pensar, termina siendo una herramienta del sistema, empujado por este y no como se lo impone su naturaleza: empujando a este. De esta manera el intelectual, el que piensa en una comunidad, entrara en el juego de la competencia y no de la solidaridad, el apoyo y la cooperación con el pueblo, su actividad se volverá simulacro fácilmente imitable por los antes citados gandallas y gandallitas que forman el entramado de la política tradicional corrupta y su ejercicio del poder. De tal suerte que el ignorante politiquillo de pueblo no solo aspira a ser un diputado local, federal o incluso gobernador, sino un "intelectual" de refinados gustos estéticos y de gran cultura. 

Lo que le comparto a continuación, estimado lector, es el análisis de un texto ético sobre el pensar y la actividad del intelectual, que cuestiona al intelectual elitista y deshonesto y plantea la figura del intelectual plebeyo que se piensa desde y al pueblo, cuestionando la barbarie y a los gandallas y cínicos que nos parecen tan simpáticos. Por otro lado, deja de manifiesto el fraude que esto implica: ya cualquiera es intelectual hoy en día y el aplauso y reconocimiento son tan baratos en  estos tiempos de ignorancia que permiten semejante burrada, devaluando una actividad tan indispensable y vital para una comunidad: 

"Pensar va más allá de una capacidad para poder competir con los demás…  El impulso emancipador que tiene el pensar queda simplificado a una técnica competitiva que va sofocando el sentido y la fuerza de nuestra libertad. Para poder comprometernos e implicarnos con honestidad necesitamos estar atentos a las problemáticas de la realidad. En un contexto donde el ámbito académico nos exige no sólo el dar clases, sino producir cierta cantidad de artículos al año, ir y crear coloquios, presentar proyectos de investigación, hacer informes, papeleo, gestión, sentarse en su escritorio para contestar correos, buscar financiamiento para poder generar proyectos, asistir a reuniones, figurar en comités, etc. -total, son un sinfín de cosas por hacer-, el pensar se acota a una simple gestión de nuestro comportamiento en cada actividad y lugar al que asistimos. Tristemente hemos trasladado el pensar a la simple administración, organización y gestión del aprendizaje. Este mecanismo en el que nos encontramos anclados lo único que produce es una parálisis vertiginosa. Es un tiempo de prisa donde no hay momento para pensar desde y con los demás. Existe una apariencia de que estamos en movimiento, simulando que estamos construyendo una vida intelectual, recreando la vida, pero en el fondo estamos ajetreadamente dando vueltas en un lugar que se mantiene inmóvil. De esta manera, la dinámica en la que nos encontramos nos demanda que seamos capaces de gestar un pensar original, pero al mismo tiempo pone ciertas dificultades para dejarnos conducir por el devenir del pensar compartido. El libro de López Alós nos sumerge en esta problemática desde una narrativa crítica. A mi juicio, realiza un análisis asertivo donde desmantela el encumbramiento de los criterios de productividad, además de ver cómo funciona el absolutismo de lo instantáneo o la excepcionalidad de la repercusión pública. En concreto, el autor se embarca en la exploración de las condiciones de posibilidad de una vida intelectual y de una normatividad adecuada a ello. Lo que me llama la atención del libro es que el pensar no es una mera capacidad en donde se pone en juego la competitividad, sino una actividad compartida. El que piensa está actuando, está realizando una acción, y toda acción significa movimiento y significa transformación. Es un pensar que transforma nuestra vida desde la relación de unos con otros y de unas con otras. En el capítulo cuatro, que lleva por nombre Lo plebeyo como estilo, nos describe el talante que tiene el intelectual plebeyo. "El intelectual plebeyo no tiene un público propiamente dicho al que dirigirse, cualquiera puede ser parte y él mismo forma parte de esos cualquiera. En otros términos, hay posibilidad, pero no expectativa: no da por sentada la presencia de los otros y, a la vez, nadie lo espera. El encuentro es factible, pero no se toma por garantía y derecho. Desde esta posición difícilmente se oirá al intelectual plebeyo protestar que no se le hace caso, no se le entiende o que el público no está a la altura de su obra". Eneyda Suñer dice al respeto: "El pensar en serio es demandante, nos exige tiempo y soledad y el intelectual que vive para el incienso no tiene tiempo, quiere ser el ajonjolí de todos los moles, ser citado, reclamado, escuchado en todos los foros y homenajeado, esto lo hace lector de manuales que le presenten a él ya digerido, aquello que él a su vez va a presentar ultradigerido a los demás, o se vuelve repetidor de lo que leyó y pensó en sus juventudes y que no ha vuelto a replantearse en serio, o, lo que es peor, se hace plagiario de las ideas ajenas que él tiene la facilidad de presentar como suyas sin mucha profundidad, pero presumiendo de una aparente originalidad". El libro El intelectual plebeyo nos invita a reconocer la falta que nos hace pensar desde la honestidad más que desde la carencia del reconocimiento. López Alós señala que el pensamiento es un modo de acción social donde debemos tomar en cuenta la experiencia del tiempo y el espacio y, por otro lado, indaga en la subjetividad del intelectual en cuanto a cuestiones sobre todo de vocación, responsabilidad y estilo. Siguiendo el hilo de lo que desarrolla el autor en la obra, considero que está de fondo la suma importancia de acoger la pregunta dialéctica que desarrolla Gadamer, para quien la clave está en sospechar aquello que dices que sabes. Es fundamental cuestionar nuestra manera de saber. Se requiere abrir espacio para plantear nuevas preguntas. Para que la resistencia del pensar alegre florezca es necesario cultivar y compartir en un diálogo fructífero la sospecha interna. Si bien es necesario tener tiempo a solas para poder pensar, nuestro pensamiento no puede anquilosarse bajo el solipsismo. Para que el pensamiento sea creativo, necesita de una resonancia y disonancia, requiere de un diálogo sincero y pausado. Pero este diálogo no es nada más un intercambio de ideas. No se trata de imponer verdades o dominar el pensamiento. El intelectual plebeyo está en el horizonte de nuestras preguntas. Estas preguntas se potencializan en el arte de dejarnos llevar por una conversación. En ese juego dialéctico que tiene la conversación "el preguntar es más un padecer que un hacer. La pregunta se impone; llega un momento en que ya no se le puede seguir eludiendo ni permanecer en la opinión acostumbrada"… Para que la dialéctica del preguntar pueda ponerse de pie necesita del contacto con lo otro.   Termino recuperando lo que Javier López Alós enfatiza, la importancia del pensar alegre: "Hablaríamos, entonces, de una alegría que brota también del ejercicio del pensar para con los otros y que, al mismo tiempo, produce pensamiento. Se da un efecto transformador en el encuentro con el otro, que me afecta, que nos potencia en el hacer recíproco y que, cuando se produce, llegamos a sentir como verdadera celebración". Celebro con alegría encontrar una amistad intelectual y una confianza mutua de pensar en libertad y cooperación." - Manuel Antonio Silva de la Rosa, Análisis de "El intelectual plebeyo", de Javier López Alós (Taugenit).


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