martes, 17 de mayo de 2022

 A 105 años del natalicio de Rulfo,

la novela que nunca se publicó

Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

“En la correspondencia epistolar mantenida entre Juan Rulfo y Mariana Frenk Westheim, traductora al alemán de su obra, encontramos la carta fechada el 5 de  mayo de 1962, donde el escritor mexicano confesaba a ésta su esperanza de poder  cumplir con  el  compromiso  adquirido con  el Fondo de Cultura Económica: "Ese  compromiso que me tiene tan preocupado de la novela que les debo". Samuel Gordon, que recopila dicho epistolario, apunta en nota a pie de página  que dicha novela no es otra que "La cordillera, novela que causó una enorme expectativa, pero nunca se publicó, y sobre la cual su autor hizo declaraciones opuestas  entre sí", asegurando que la propia Gaceta del FCE llegó a anunciarla "en el primer  trimestre de 1964 como una de sus novedades para ese año" 


Un año después, en entrevista concedida al diario Excélsior aparecida el 16 de  abril de 1963, Rulfo daba título a la novela que permanecía inédita: La  cordillera.  Ocho años habían pasado desde la aparición de Pedro Páramo y la presión sobre el  autor era mayúscula para que publicara de nuevo: Rulfo justificaba su silencio afirmando -acaso sarcásticamente, como asegura Jorge Rufinelli- que haber vivido tan  tranquilo en el anonimato le había hecho volverse "alérgico a la gente", al tiempo  que señalaba que su "nueva" obra giraba en torno a la experiencia de una familia en  un pueblo abandonado llamado. Servando Ortoll recordará dicha entrevista y cómo Rulfo afirmaría que "la cordillera era la recua de mulas  usada como medio de comunicación entre varias poblaciones rurales", conociéndose  más adelante también por dicho nombre "a la cadena de poblaciones que quedaba  así conectada": Ejutla, el espacio escogido por Rulfo, habría sido "un poblado una  vez próspero gracias a "la cordillera", pero que [había] caído en días tristes" La existencia de esta obra inédita sería recogida por distintos críticos a lo largo  de la década de los sesenta y setenta, alentados por la primicia dada por el escritor  mexicano a Excelsior (1963) y la confesión que éste hiciera dos años después, en  1965, en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Como recuerda Ibargüengoitia, entre noviembre de 1965 y septiembre de 1966 la Sala Ponce de Bellas Artes  acogía el encuentro con escritores que debían hablar "de su infancia, el surgimiento  de su vocación, el clima en que se formaron, sus lecturas determinantes, sus admiraciones y rechazos, la disparidad o consonancia entre la vida y la obra, los medios de  ganarse la subsistencia, las dificultades de que está empedrada su tarea de escritores  y las facilidades que la allanan, sus métodos de trabajo, sus grandes esperanzas y sus ilusiones perdidas". Así, cuando en el invierno de 1965  Rulfo se encontró ante su auditorio, aprovechó para recordar que él no era un escritor profesional sino que escribía movido por "la acción", razón ésta por la que no había  logrado aún concluir La cordillera. En 1966, en Los nuestros, Luis Harss se hacía eco de la existencia de esta novela, esa "eternamente inconclusa que ha prometido y retirado mil veces", en constante  reelaboración por parte de Rulfo, cuya historia se remontaba al Jalisco del siglo XVI  y donde el escritor mexicano seguía: las vidas y destinos de una familia de encomenderos desde sus orígenes, a través de generaciones de guerras y migraciones, hasta el presente. Como siempre en sus obras, el  viaje es mental, un recuerdo evocado a trozos y cabos sueltos por los descendientes de los  muertos. En 1968, Rulfo refería para la revista argentina Confirmado las dificultades con las que se había encontrado para concluir La cordillera, una obra que "se alargaba demasiado", y cómo había necesitado volver al género cuento porque su trabajo en el Instituto Indigenista le ocupaba demasiado tiempo -"tengo que hacer publicaciones tengo que estar corrigiendo textos, haciéndolos, escribiendo incluso introducciones y todo eso"-. En la entrevista a Miguel Briante, Rulfo señalaba cuál era la  zona que había escogido para ambientar su novela, una región que otrora llevó por nombre Pueblos de Martín Monje: una historia que se remontaba a 1541, "cuando  la rebelión de los últimos indígenas que quedaban allí, hecha por los brujos, por los  hechiceros. Confabulada, organizada por ellos. Que se extendió por toda la Nueva  España, y llegó hasta Centroamérica". Y partiendo  del  asesinato  de  Pedro  de Alvarado, quien fuera mano derecha de Hernán Cortés, Rulfo afirmaba fabricar esta  historia con otras -jugando "con ciertos hechos ciertos" y otros ficticios- donde  el nexo central era "la historia de una familia", señalando a continuación que para  ello utilizaba la primera persona, aunque: hay un narrador allí que no es el autor ni un narrador descriptivo, sino una persona que está muy ligada a esta familia, y que es la asesora legal de todos ellos. Ahí está la cuestión de por qué algunas personas llegaron a acumular muchas tierras sin tener derechos legales, haciendo desaparecer pueblos para correr a la población y evitar así la dispersión  de la tierra.  El personaje central, diría Rulfo, "es una mujer que está leyendo su acta de defunción. Se llama Pinzón y es dueña de una zona rural que se llama la  Pinzona".

Servando Ortoll da cuenta de los obstáculos habidos en la escritura de Rulfo y las confusiones surgidas en torno a La cordillera, que se vería reflejada en diciembre  de 1973 en la revista Hispania a raíz de una nota enviada por David K. Gordon: en  la nota, Gordon cuestionaba la existencia de la novela y señalaba el hecho de que  Orlando Gómez Gil, en su Historia crítica de la literatura hispanoamericana: des- de los orígenes hasta el momento actual (1968), la habría dado por publicada en el  Fondo de Cultura Económica con fecha 1965. David K. Gordon confesaba entonces haberse puesto en  contacto con la editorial reclamando un ejemplar, a lo  que ésta  habría respondido que dicha obra no constaba en su catálogo, y solicitaba a cualquier posible lector que le facilitara información de esa "huidiza novela". La nota de Gordon sería replicada en el mismo medio en septiembre de 1974 por John D. Bruce Novoa -que a finales de los años sesenta se encontraba en México  becado por la Universidad de Colorado, y que habría tenido oportunidad de asistir a  las reuniones del Centro Mexicano de Escritores, así como al taller que por aquel entonces codirigían Rulfo y Salvador Elizondo-: en su relato, Bruce Novoa recordaba  el encuentro con Rulfo y las conversaciones mantenidas con éste, y resolvía que la obra permanecía inédita, que el manuscrito existía -salvo que hubiera sido destruido y que el escritor mexicano le habría confesado que, aunque no publicara, no había dejado de escribir. Pocos meses atrás, el 13 de marzo de 1974, invitado por la Universidad Central de Venezuela, Rulfo había zanjado toda polémica sobre su novela inédita al afirmar  que había acabado con ella: Sí, ¡ya la tiré a la basura! Sí, La Cordillera no existe. En realidad nunca existió. Es que siempre le preguntan a uno: -"Y ahora, ¿qué está escribiendo usted?". -"Estoy es- cribiendo una novela". -"¿Cómo se llama?". Pues así se van: "Y ¿de qué trata?"… "Y empieza uno a decir de qué trata… […] Yo también tenía algunos canales para platicarle  a las gentes cómo  terminaba  y de qué trataba, pero  eran  puras mentiras. No la escribí nunca." 

Rulfo establecía entonces un paralelismo entre García Márquez y él cuando se les preguntaba a ambos sobre la obra en que andaban inmersos, presumiendo de mentir ante la necesidad de eludir las molestias que estas preguntas les generaban, y cómo acababan por inventarse obras que en realidad no existían: "Inventa uno que está escribiendo La Cordillera, por ejemplo. Ora yo había inventado varios títulos, los tenía anotados: La Cordillera, Memoriales, porque hay  algunos a los  que el título no les parece: -"Oye, qué es eso de La Cordillera, no me suena!". -"Bueno pues le ponemos de otro modo. Tiene como título provisional este, pero…". En realidad no es nada… Yo si tenía escritas muchas páginas de eso que se iba a llamar así pero se dio una atascada de pronto que ya no me permitió seguir adelante, y entonces la tiré." 

Pero la polémica surgida en torno a la novela no se había acabado: de nuevo en  Hispania, y ya en mayo de 1975, Ray Verzasconi establecía las semejanzas existentes entre las conjeturas en torno a la publicación de La cordillera y la fábula que Augusto Monterroso publicara pocos años atrás bajo el título "El zorro es más sabio", en su volumen La  oveja negra y demás fábulas (1969). En la fábula, el Zorro, habiendo publicado dos libros que habían cosechado grandes éxitos, descartaba volver a publicar cuando se le exigía que lo hiciera: "En realidad lo que estos quieren es que yo publique un libro malo, pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer". Y no volvió a hacerlo. Así, según Verzasconi, Monterroso parecía estar respondiendo con su fábula a los críticos al tiempo que seguramente hacía sonreír al  "reticente y reservado" Rulfo. 

 No solo Verzasconi repararía  en la fábula de Monterroso, también Rufnelli  se detendría en ella años después afirmando que muchos la habían querido "leer como el retrato de un Rulfo absconditus, incognoscible." . La fábula quedaba así, desde Verzasconi, marcada como referente para interpretar el silencio de Rulfo. Así  sucede con Enrique Vila-Matas, cuando en su Bartleby y  compañía recuerda a los "escribientes en una tenebrosa o?cina" que durante un tiempo fueron Rulfo y Monterroso, temerosos siempre del apretón de manos del jefe que pudiera suponer el despido laboral: "Sobre el mítico silencio de Juan Rulfo escribió Monterroso, su buen amigo en la oficina de copistas mexicanos, una aguda fábula, El  zorro más sabio" También Rafael Olea Franco reparará en ella, advirtiendo que la línea final del relato monterrosiano ("Y no lo hizo") era un guiño indiscutible a Rulfo, "al pasaje donde Pedro Páramo, ofendido porque la gente responde con una fiesta popular al repique de campanas que anuncia la muerte de Susana San Juan" decide cruzarse de brazos para que Cómala muera de hambre, y entonces el narradorrulfiano sentencia: "Y así lo hizo"..." (María Dolores Adsur Fernández, "¿Te acuerdas de Rulfo? Medio siglo tras La Cordillera")


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