lunes, 14 de noviembre de 2022

 La Política, lecciones de cultura para párvulos en el poder. 

Por Rodrigo Sánchez Sosa

1. En primer lugar, es conveniente dejar claro que las señas de presencia de la dimensión cultural de la vida humana desbordan todo intento de concebir a ésta como un conjunto de hechos específicos que tuvieran una vigencia independiente o exterior -sea como una co-estructura o bien como una supra-estructura- respecto de la realidad central o básica de los procesos reproductivos de la vida hu mana. El "mundo de la cultura" no puede ser visto como el remanso de la improductividad permitida (en última instan cia recuperable) o el reducto benigno (en última instancia suprimible) de la irracionalidad que se encontraría actuando desde un mundo exterior, irrealista y prescindible, al servicio de lo que acontece en el mundo realista y esencial de la producción, el consumo y los negocios. Su intervención es demasiado frecuente y su vigencia demasiado fuerte en el mundo de la vida como para que una visión así pueda aceptarse sin hacer violencia a la mirada misma. La realidad cultural da muestras de pertenecer orgánicamente, en interioridad, a la vida práctica y pragmática de todos los días incluso allí donde su exclusión parecería ser requerida por la higiene funcional de los procesos modernos de producción y consumo. Es un hecho cada vez más reconocido, por ejemplo, que las formas de manifestación de la técnica moderna resultan in dispensables para la realización de los contenidos de la misma o, con otras palabras, que la peculiaridad del diseño técnico es constitutiva de la técnica diseñada; por lo tanto, que lo aparentemente "accesorio" resulta indispensable para lo "esencial". No es extraño en los medios de la investigación científica oír que la belleza y la verdad de un teorema matemático llegan a confundirse en el momento más creativo de su formulación. Tampoco es una novedad para la sociología del trabajo encontrar que incluso los obreros de las sociedades occidentales "más desarrolladas" no cumplen las mismas operaciones técnicas de igual manera -con la misma eficiencia- en un "ambiente fabril" determinado que en otro diferente. No parece existir un proceso técnico de producción en estado estrictamente puro. Todo proceso de trabajo está siempre marcado por una cierta peculiaridad en su realización concreta, misma que penetra y se integra orgánicamente en su estructura instrumental y sin la cual pierde su grado óptimo de productividad. La historia de la tecnología comprueba que, aún después de la Revolución industrial del siglo XVII, no es una, sino son muchas las "lenguas" que llevan a cabo la actualización o la codificación en términos pragmá ticos efectivos -es decir, de optimización funcional-- de los descubrimientos científicos. 

2. En segundo lugar, es necesario insistir en que esta dimensión pre condicionante del cumplimiento de las funciones vitales del ser humano es una instancia que determina las tomas de decisión constitutivas de su comportamiento efectivo y no un simple reflejo o manifestación de otras instancias que fuesen las decisivas. La historia de los sujetos humanos sigue un camino y no otro como resultado de una sucesión de actos de elección tomados en una serie de situaciones concretas en las que la dimensión cultural parece gravitar de manera determinante. La posibilidad de transformación de una técnica dada no siempre es aprovechada históricamente de la misma manera. Una especie de voto sagrado de ignorancia -que documenta tal vez una sabiduría más totalizadora o "dialéctica" que la del entendimiento moderno- parece, por ejemplo, haber impedido a los teotihuacanos el empleo "productivo" de la rueda y a los chinos el de la pólvora.

Mencionemos lo que dice Lévi-Strauss en un trabajo que versa sobre el "falso primitivismo" de ciertas tribus amazónicas. Los Nambikwara, dice, son maestros en ciertas técnicas que no les sirven de nada. Mientras tanto, tienen necesidad de determinados elementos naturales cuya apropiación requeriría de una técnica que, pese a ser mucho menos elaborada, no les despierta el menor interés. Es como si una fidelidad al esquema técnico de su pasado dorado les obligara a mantenerlo incluso cuando su decadencia lo ha vaciado de contenido práctico y les impidiera, al mismo tiempo, reconocer las exigencias técnicas de otros posibles contenidos pragmáticos. Cosa parecida puede decirse también del aparecimiento de posibilidades de transformación del mundo institucional. Tampoco ellas se actualizan históricamente de la misma manera; la dimensión cultural de los sujetos sociales que las perciben y experimentan hacen que redunden en realidades sociales muy diferentes entre sí. Recordemos, por ejemplo, lo que podríamos llamar la puesta en práctica de la doctrina cristiana en Europa. Por más que el intento fue en un principio católico, es decir, universal (para el "universo" del imperio romano), el cristianismo tuvo siempre la tendencia a ser adoptado de una cierta manera en el norte de Europa y de otra diferente en el sur. En tanto que religión para colonizar a los "bárbaros", fue aceptada o adoptada por los pueblos del norte europeo con una determinada figura que se distanciaba considerablemente.

1 Lévi-Strauss no pierde oportunidad de jugar con el escándalo que implica para la mentalidad moderna tradicional el reconocer que por debajo de comportamientos "primitivos", aparentemente irracionales, prevalece una "racionalidad" que es capaz de sorprenderla por su fuerza y su despliegue impenetrables.

  La división que vendrá después entre el cristianismo católico romano y el cristianismo protestan te no hará más que formalizar en términos modernos la subordinación de una argumentación teológica a dos modos contrapuestos del trato con lo Otro y de autoidentificación. Esta división mostraría en la historia una presencia diferente de aquello que es "trabajado" o cultivado por la dimensión cultural de la sociedad en el norte y en el sur de Europa. Lo mismo podría decirse de otros hechos dentro de la historia de lo social como, por ejemplo, los de orden político. La democracia -concebida como un procedimiento moderno, inventado dentro de la cultura cristiana calvinista o noreuropea, de construir una voluntad representativa de la sociedad civil en la que el consenso es capaz de prevalecen sobre la guerra de todos contra todos- ¿ha podido, después de dos siglos de intentarlo, hacer abstracción de su origen cultural y adaptarse a las otras culturas políticas modernas -a otros intentos o esbozos de democracia- occidentales u orientales? O el "socialismo real": ¿ha sido la misma cosa en Alemania o en China que en Rusia o en Cuba? Por lo demás, la dimensión cultural no sólo es una pre- condición que adapta la presencia de una determinada fuerza histórica a la reproducción de una forma concreta de vida social -como en el caso de la doctrina cristiana, el procedimiento democrático o la colectivización del capitalismo- , sino un factor que es también capaz de inducir el acontecimiento de hechos históricos. Rosa Luxemburg insistió -y con ella otros marxistas- en la inmadurez de la situación histórica de Rusia en 1917 para dar lugar a una revolución socialista digna de ese nombre. En efecto, la economía, la sociedad y la política de Rusia se caracterizaban a comienzos de siglo por el "atraso", por la falta de condiciones para que en ella hubiera una demanda auténtica de socialismo, es decir, la necesidad de una revolu ción proletaria. . (Bolívar Echevarría, "Definición de la cultura")

 


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