miércoles, 12 de julio de 2023

 Política, belleza, mecenas y mal gusto…

Por Rodrigo Sánchez Sosa

"Bello"- al igual que "gracioso", o bien "bonito", o "sublime", "maravilloso", "soberbio"  o expresiones similares - es un adjetivo que utilizamos a menudo para calificar una cosa que nos gusta. En este sentido parece que ser bello es equivalente a ser bueno y de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido un vínculo entre lo bello y lo bueno. Pero si juzgamos a través de nuestra experiencia cotidiana, tendemos a considerar bello aquello que no solo nos gusta, sino que querríamos poseer. Son infinitos las cosas que nos parecen buenas - un amor correspondido, una fortuna honradamente adquirida, un manjar refinado - y en todos esos casos desearíamos poseer ese bien. Es un bien aquello que estimula nuestro deseo Así mismísimo, cuando  consideramos buena una acción virtuosa, nos gustaría que fuera una obra nuestra, o esperamos realizar una acción de mérito semejante, espoleados por el ejemplo de lo que consideramos que está bien. O bien llamamos bueno aquello que se ajusta a cierto principio ideal pero que produce dolor, como la muerte gloriosa de un héroe, la dedicación de quien cuida a un leproso, el sacrificio de una padre para salvar a su hijo…en esto consideramos que la acción es buena, pero - ya sea por egoísmo o por temor - no nos  gustaría vernos en una experiencia similar. Reconocemos ese hecho como un bien ajeno, que contemplamos con cierto distanciamiento, aunque con emoción, y sin sentirnos arrastrados por el deseo. A menudo, para referirnos a actos virtuosos que preferimos admirar a realizar hablamos de una "bella acción".


Si reflexionamos sobre la postura de distanciamiento que nos permite calificar de bello un bien que no suscita en nosotros deseo, nos demos cuenta que hablamos de belleza cuando disfrutamos de algo por lo que es en sí mismo, independientemente del hecho de que lo poseamos. Incluso un pastel nupcial bien hecho, si la admiramos en el escaparate de una pastelería, nos parece bello, aunque por razones de salud o de falta de apetito no la deseamos como un bien que hay que conquistar. Es bello aquello que, si fuera nuestro, nos haría felices, pero que sigue siendo bello aunque pertenezca a otra persona. Naturalmente, no estamos considerando la actitud de quien, ante un objeto bello como el cuadro de un pintor, desea poseerlo por el orgullo de ser su dueño, para contemplarlo todos los días o porque tiene un gran valor económico. Estas formas de pasión, celos, deseos de posesión, envidia o avidez no tienen ninguna relación con el sentimiento de lo bello. El sediento que cuando  encuentra una fuente se precipita a beber no contempla su belleza. Podrá hacerlo más tarde cuando ha aplacado su deseo. De ahí que el sentimiento de belleza difiera del deseo. Podemos juzgar bellísimas a ciertas personas, aunque no las deseemos sexualmente o sepamos que nunca podremos poseerlas. En cambio si deseamos a una persona (que por otra parte podría ser fea) y no podemos tener con ella la relación que esperamos, sufrimos…

Belleza en el arte

Si bien ciertas teorías estéticas modernas solo han reconocido la belleza del arte, subestimando la belleza de la naturaleza, en otros periodos históricos ha ocurrido lo contrario: la belleza era una cualidad que podían poseer los elementos de la naturaleza (un hermosos claro de luna, un hermoso fruto, un hermoso color), mientras que la única función del arte era hacer bien las cosas que hacía, de modo que fueran útiles para la finalidad que se les había asignado, tanto que se consideraba arte tanto el del pintor y del escultor como el del constructor de barcas, del carpintero o del peluquero. No fue hasta mucho más tarde (en la historia de la humanidad) que se elaboró la noción de "bellas artes" para distinguir la pintura, la escultura y la arquitectura de lo que hoy llamamos artesanía.

Veremos, sin embargo, que la relación entre belleza y arte se ha plantado a menudo de forma ambigua porque, aún privilegiando la belleza de la naturaleza, se admitía que el arte podría representar la naturaleza de una forma bella, incluso cuando la naturaleza representada fuese en sí misma peligrosa o repugnante. 

Hasta aquí la cita del maestro Umberto Eco, de la introducción a su ensayo "Historia de la Belleza" (2002).

Cuando un objeto producido de forma bella, tiene un uso práctico, es artesanía, no arte, la belleza que se reconoce en el objeto es independiente del deseo que podamos tener de este, ya sea para un uso práctico, contemplativo o comercial. Como señala el maestro, es más tarde, en la historia de la humanidad cuando se reconoce el poder del arte para representar como bellas cosas que los son en si mismas, independientemente de su utilidad. Lo que conocemos como artesanías por ser producto de artesanos, gente que hace bien su trabajo al grado de maestría, con objetos de los cuales se espera una utilidad más allá de su belleza, son productos más tempranos de la humanidad. En los pueblos, comunidades pequeñas que comienzan con la división del trabajo dando origen a la civilización, tenemos dos características, uno, la belleza de la naturaleza y dos los productos utilitarios para la vida cotidiana, que son elaborados con grados de sofisticación que les otorgan belleza como subproducto de su fin pragmático que agrada pero no satisface el telos del objeto; es decir, el que algo útil sea bello no lo hace más útil, solo más agradable. Así pues, cajetas, cuchillos, sillas o empanadas, son artesanías que demuestran el grado de especialización de los artesanos de comunidades que han superado la primera etapa de la división del trabajo en un pueblo; sí, producto mágicos de un pueblo, podemos incluir las casas de arquitectura vernácula, es decir diseñadas por los artesanos de la construcción, como lo son las tradicionales casitas de sierra como en Tapalpa o Mazamitla. La belleza de la naturaleza reconocida en el paisaje, es también algo asociado a los pueblos cuya escasa construcción urbana se mimetiza con sus paisajes naturales, creando la belleza de lugares como los citados antes.

Pero, cuando hablamos de los portales en Sayula, ya no hablamos de artesanías ni de pueblos, sino de comunidades más sofisticadas, ciudades, hablamos de arte y lo que vimos arriba que ello implica. Las cuatro variantes de los setecientos metros lineales de portales en Sayula, ya no tienen que ver con el fin utilitario de lo básico, el proteger al hombre de los elementos sino que se trasforman onticamente; es decir, los portales poseen una belleza propia que va más allá del utilitarismo o de su función inmediata en la vida cotidiana, tiene el fin de la belleza en sí misma. Sayula es un fenómeno estético en este sentido y no se reduce su oferta al extraño, ni se agota, en la artesanía. En ese sentido Sayula no es un pueblo mágico es una ciudad patrimonio. Sus casonas decimonónicas y una que otra colonial, las que se han salvado de la depredación, incluido templos y atrios son parte de una historia de más de 400 años; junto con la nunca rescatada arquitectura prehispánica, en este trienio perdida irreversiblemente, alargaban a un milenio lo realmente artístico y único de este municipio, su arquitectura. 

La ignorancia de autoridades y del poder económico del municipio, tiene al frente gente poco preparada que no distingue entre arte y artesanía en el patrimonio del municipio, gente que de arte conoce muy poco, y además tiene un muy mal gusto. El revuelo de campañas, sin reflexionar, de la nominación de "Pueblo Mágico" para Sayula, deja ver lo pobre de todo el asunto y su reducción aun hecho meramente comercial y mercantil, no ven belleza en Sayula sino ganancia, negocio, promoción de sus intereses políticos o económicos, pero no belleza, lo único en sí de todo este asunto, lo bello.

Para terminar quiero remitir a los Medici, una familia de banqueros y comerciantes de la ciudad de Florencia medieval que, con su correcta valoración del arte y su distinción de la artesanía y valoración de los artistas sacaron a Europa de mil años de estancamiento, inaugurando el renacimiento en el siglo XV; esta familia llegó a ser la más poderosa no de su ciudad sino de su continente. Principados y el mismísimo papado fueron suyos. Los Medici, educados en la belleza no en el mal gusto, invirtieron su fortuna no en la ostentación de sus privilegios, ni en la venta, promoción, acrecentamiento del mercado de sus artesanías(lque hicieron potencio aquello), sino en el arte y los artistas que al producir belleza necesitan ser financiados, gracias al arte a Leonardo da Vinci,  Filippo Brunelleschi, Maquiavelo, Miguel Ángel Florencia llegó a ser la ciudad más poderosa de su época (Política y económicamente) y quien encabezó a finales del 1400 la trasformación al humanismo de toda una civilización. Ese tipo de progreso, con las autoridades y poderes facticos neófitos e ignorantes de Sayula, está muy lejos de suceder, con todo y lo de "Pueblo Mágico". Nuestra ignorancia es tal que le pedimos a la gente de Ciudad Guzmán que nos platique de Sayula y nos es un contento la formas de mal gusto que remplazan arquitectura patrimonial del municipio, convirtiendo zonas arqueológicas en sembradíos de agave y hermosos edificios en explanadas de tres pesos, y todos aplaudiendo a estos gigantes con pies de barro que nos parecen inalcanzables. Pongámonos a leer, por favor, todos, para enfrentar el reto de este siglo con algo más que mediocridad adinerada. 

  


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