martes, 17 de octubre de 2023

 Recordando a Rulfo después de Clara

Por Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

El pasado lunes 9 de octubre falleció la viuda de Juan Rulfo, Clara Aparicio de Rulfo. Que en paz descanse la musa del escritor universal sayulense. En su menoría reproducimos parte del ensayo de Guillermo Sheridan,  "Paz y Rulfo ¿Desencontrados?", sobre el premio Novel mexicano Octavio Paz y nuestro queridísimo Juan Rulfo:

      Nacidos casi al mismo tiempo Octavio Paz en 1914, Juan Rulfo en 1917, representaban una fraternidad generacional que se dividía en verso y prosa la imagen literaria de México cuando inicia la frenética década de los años cincuenta y se les lee al alimón. Justo en la cintura del siglo XX mexicano aparecen Libertad bajo palabra (1949), El laberinto de la soledad (1950) y El arco y la lira (1956), de Paz, y El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955) de Rulfo. Cinco libros fundamentales para esa quinta década en México.


 Sus autores se hicieron amigos en 1953, cuando Paz regresa al país luego de diez años de ausencia. Pudieron iniciar su trato en el Centro Mexicano de Escritores, del que Paz era consejero y Rulfo Becario, o en El Colegio de México, donde son becarios ambos, lo mismo que Tomás Segovia, bajo la tutela de Alfonso Reyes. En 1955 Rulfo era asiduo a la tertulia en el departamento del matrimonio Paz Garro: eran "los días felices de Octavio Paz, cuando el olmo aquel daba peras", escribe Elena Poniatowska].  En esas reuniones, "sentados en círculo sobre la alfombra color miel… hervían los sesos" de los "muchos juanes" que ahí se encontraban: Rulfo, Juan José Gurrola, Juan Vicente Melo y Juan de la Cabada, amigo de Paz desde 1937.

Paz se veía sobre todo con sus amigos de Poesía en Voz Alta y de la Revista Mexicana de Literatura, que dirigía (sin cargo formal) con Carlos Fuentes y Emanuel Carballo y de cuyo numeroso "consejo de colaboración" formaban parte Rulfo y Tomás Segovia. La revista publicó crítica importante sobre Rulfo, como la de Carlos Blanco Aguinaga. Y habrán coincidido también en Radio Universidad donde, al amparo de Max Aub, ambos realizaron programas: el de Paz, "Antología caprichosa", dedicado a la poesía francesa del siglo XX, y el de Rulfo "Novelas y novelistas de nuestro tiempo".

En 1954, Rulfo se compró una cámara Rolleiflex "con la que tomaba fotos de sus amigos", dice una estudiosa.  Ángel Gilberto Adame encontró la que hizo de Paz en el suplemento Palabra del periódico El vigía de Ensenada, Baja California (30 de marzo de 2014), cuyo editor la recibió de Federico Campbell, quien la envió subrepticiamente pues (a pesar de haber sido buen amigo de Rulfo) temía la ira del gerente de la marca "Juan Rulfo®". Es una buena foto. Un Paz cuarentón metido en su casimir y ahogado de corbata, con aire menos de poeta que de diplomático.

 ¿La habrá tomado en las Galerías Excélsior el 16 de enero de 1958? Ese día, Paz leyó su nuevo poema, Piedra de Sol, ante amigos como los pintores Juan Soriano y Maka Strauss y los escritores Luis Cernuda, León Felipe, Jomi García Ascot, Max Aub, Edmundo O'Gorman, Marco Antonio Montes de Oca, Margarita Michelena, Carlos Fuentes y Juan Rulfo, según la crónica.

         Con el paso de los años, esa amistad cedió su sitio a una lamentable discordia. Se habla de rivalidad, algo no del todo exacto en tanto que nunca hubo discusión ni polémica, pues Rulfo no debatía y mucho menos por escrito. Queda entonces una suerte de competencia baladí por "la fama", por una medalla de latón en quién sabe qué olimpiada para elegir al campeón escritor de la conciencia patria. La opinión ligera hace de ellos los personeros de las contradicciones sentimentales o ideológicas de siempre: nacionalismo contra cosmopolitismo, lo rural y lo urbano, la tradición y la vanguardia, el compromiso y el escapismo, el silencio y la elocuencia, la sabia voz de la tierra y la cultura altiva, el habla sencilla y "popular" contra la escritura pedante y aun la izquierda y la derecha. Una idea del escritor "nuestro" que irremediablemente prefiere al narrador silencioso cuyos "murmullos" se identifican, por alquimia sentimental, con el México "profundo", con la culpígena y atávica nostalgia agraria e indígena (a pesar de que, como dijo Rulfo, "yo no tengo ningún personaje indígena, ni he escrito sobre los indios jamás… uno no sabe qué piensan"). Como escribió Carlos Monsiváis, "a lo rulfiano, de modo irremediable, se le identifica con lo profundamente mexicano", un concepto tan inescrutable, agrega, como "lo superficialmente noruego"; una versión en prosa, no menos cuajada por la buena fe, del equívoco que ha hecho de López Velarde el "poeta nacional". No son extrañas las rivalidades entre escritores; sí lo es una entre un poeta y crítico compulsivo y un narrador callado y adverso al ejercicio crítico. Pero más que leer sus libros, parecía relevante acometer la típica pulsión de las culturas inseguras, beatificar la imagen de un escritor padre de la patria. La fantasía de contar con dos padres letrados cuajó hasta en un popular cómic en el que Paz y Rulfo ayudan al heroico Fantomas a salvar a México.

  Que los biógrafos y estudiosos de Rulfo acostumbren aludir a la discordia con Paz para subrayar las virtudes de Rulfo es un flaco servicio a su obvia relevancia. Intriga que el gusto por la narrativa de Rulfo requiera la descalificación de Paz, algo que degrada penosamente ese gusto, pero parece generar satisfacción. En un libro titulado Pedro Páramo, 60 años, publicado por la Fundación Juan Rulfo, un señor José Luis Bobadilla inicia así su escrito: "Hace tiempo publiqué en la revista La Tempestad un artículo crítico sobre la obra poética de Octavio Paz. En ella sostenía que el poeta mexicano más importante del siglo XX era Juan Rulfo, y doy mis razones". Así dijo Bobadilla. Gerardo Cárdenas calculó que en el 90% de las notas periodísticas sobre el centenario de Rulfo se mencionaron sus desavenencias con Paz.No sólo es contradictorio, sino contraproducente: como querer a una persona no por ser esa persona, sino por no ser otra. Un profesor de literatura en la Universidad de Cambridge, Stephen Boldy, en el segundo párrafo de su libro A Companion to Juan Rulfo,  lo contrasta con "el poeta y ensayista Octavio Paz, que odiaba a Rulfo y se abstenía de escribir sobre él". Esto sería una boberia, de no ser ese libro una introducción a Rulfo muy leída en las escuelas. Luego agrega que la personalidad de Rulfo "lo excluía del poder público y el privilegio que disfrutaban otros intelectuales como Octavio Paz, con quien compartía un odio recíproco y virulento". Este cómic del Paz privilegiado por el poder que "odiaba" al Rulfo humilde y marginal se convirtió en un salmo que entona feliz un coro simplón. El periodista Jaime Avilés los caracteriza en 1981: Rulfo "llevaba una vida discreta, entregado a su familia, a su granja" mientras que Paz era "el poeta oficial del Estado" gracias a sus "contactos con los poderes institucionales y metaconstitucionales".  He ahí la puesta en escena: ¡El modesto campesino contra el poderoso cacique! ¿Quién ganará?...

 …En un registro más inteligente, pero no menos apasionado, Jorge Aguilar Mora narra en La sombra del tiempo, Ensayos sobre Octavio Paz y Juan Rulfo (México, Siglo XXI, 2010) haberse pasado años leyendo a Paz y discutiendo con él, tanto en persona como con su "prosa magistral", hasta llegar a la conclusión de que era un hombre "enormemente vivo de ideas" pero inseguro, un hombre que "perdió mucho tiempo y mucha inteligencia tratando de ser quien no podía ser". Le parece que su "fracaso no es trágico, es patético", perdido como estaba en "el laberinto del narcisismo dogmático y dictatorial" y escribiendo una poesía que sólo lo condujo "a la cima de su desvarío". Rulfo, en cambio, merece "reconocimiento" por haber creado "no sólo lo visible, sino lo invisible", un mundo que Aguilar Mora, en páginas emotivas, convierte en la ruta ascética para acercarse a su propio hijo, pues la novela de Rulfo es "la travesía más deslumbrante por la materialidad del símbolo -un oxímoron- en la relación filial y en la relación paterna". El libro de Aguilar Mora, buen crítico de Paz cuando elude esta patrística, se escinde entre una crítica racional al poeta que no cesa de hablar ideas equivocadas y la veneración religiosa al narrador cuyo "silencio irónico es admirable" (e inequívoco) y cuyo escenario, Cómala, es como una tierra prometida y cataléptica: 

"Es por eso que los muertos son, simplemente son, y son más que los vivos: hablan desde el lugar donde nada cambia para ellos y todo cambia para los vivos (…) Alguna vez tendremos tiempo de ver el rostro irónico de la muerte. De lo que no tendremos tiempo es de contarlo. Ya muertos contaremos otras cosas. El único que no cuenta es el cadáver. La cosa por excelencia, con toda la violencia de su estar. "



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