martes, 17 de octubre de 2023

                     Política y sexualidad…

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Para nadie es algo desconocido que la comunidad gay local, será el voto duro, si no me equivoco, de MC si compite de nuevo Carrión en la persona de su hermana. Válido. Por ello quisiera hacer una reflexión sobre el tema de la sexualidad y la identidad de género que nos pueda explicar el fenómeno como política en este siglo. Me arriesgo con el texto por ser un tema sensible y políticamente incorrecto hoy, pero, quedar bien con todos no es política es farándula. Veamos pues qué relación tiene el poder con la sexualidad y el género y que tan cierto es que hay una diferencia cualitativa en ser gobernados por determinado género o identidad en este respecto desde la forma de sentir la sexualidad ¿Es mejor ser gobernados por un hombre o una mujer, ya se asuman como tales o se sientan identificados al margen de su asignación biológica al respecto, en cualquiera de las variantes de preferencias hoy super conocidas?


"La diferencia sexual no es anatómica sino entre modos de conflicto. Es masculino todo aquel que padece conflictos de potencia y los interpreta con fantasías de impotencia. El sujeto masculino se divide entre poder y no poder, mientras que es femenino todo aquel que ante un conflicto de potencia lo interpreta a partir de una pérdida de ser. El sujeto masculino está compelido a demostrar su potencia y teme fallar, lo que lo convierte en un ser disminuido (pero no pierde su ser), mientras que no poder para un sujeto femenino significa la pérdida de feminidad. Fantasías masculinas típicas: miedo de que no se le pare en una cita, temor al ridículo, etc. Angustias femeninas: temor a haber hecho algo malo por lo que no se es amada (la culpa es feminizante siempre), expectativa de fracaso. Ejemplo: hasta hace un tiempo era común que mujeres padecieran el temor de no poder tener hijos como una pérdida de su feminidad, mientras que la esterilidad para los varones es asumida sin ese efecto de destitución masculina; (1) un varón estéril es un varón que no puede tener hijos, una mujer estéril (hasta hace un tiempo, insisto) no era menos mujer sino una mujer que perdió su feminidad. Por lo tanto, la diferencia sexual es entre dos modos lógicos de usar la negación: para el sujeto masculino la negación cancela el predicado (varón no potente) mientras que para la mujer la negación recae sobre el sujeto (no mujer). Por otro lado, a Freud se lo criticó mucho por retomar la idea - atribuida a Napoleón Bonaparte- de que la anatomía es el destino,

          Pero ¿no criticamos lo que no entendemos? Porque la idea freudiana no es que hay cuerpo masculino y femenino, sino muy distinta. La idea de Freud es que tarde o temprano el cuerpo es una fuerza que busca una simbolización de su posición sexual y, entre los cuerpos, hay uno que con un proceso -la menarca (y luego la menstruación)- confronta con que debe ser asumido o rechazado. Ese proceso es inmediatamente sexual, mientras que hay otro cuerpo que padece un proceso -la erección- del que no se desprende una posición sexual. Cualquiera tiene una erección (los niños y las mujeres, por ejemplo), mientras que muchas veces los varones no son impotentes más que cuando son convocados en su masculinidad. Curiosa paradoja: la impotencia puede ser una forma de virilidad. Entonces, lo que dice Freud es que cuerpo sexual es solo el femenino; dicho de otro modo: el cuerpo sexual es femenino por definición, mientras que los varones tienen una masculinidad en cuestión, por eso necesitan demostrarla. Eso es lo que Freud llama "consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos" y no lo que habitualmente se dice, cuando se piensa que es obvio tener un cuerpo de varón o un cuerpo de mujer. 

         Asimismo, a veces se pone en cuestión la diferencia masculino/femenino; pero incluso quien se declara no binario, para poder afirmarse necesita negar esa diferencia y, por lo tanto, reconocerla implícitamente. Por otro lado, varón o mujer, son el modo de verse según esa diferencia, de asumirla, no de identificarse con un género. Esa diferencia, inesencial, no prescriptiva, fuera de toda norma, tiene menos que ver con reconocer un cuerpo que con lo inasimilable del sexo, es decir, no hay modo de autorizar una posición sexuada si no es a partir de esa diferencia irreductible, aunque más no sea para ponerla en cuestión, esto es lo que implica la noción de castración. Tiene menos que ver con reconocer un cuerpo que con lo inasimilable del sexo, es decir, que no hay modo de autorizar una posición sexuada si no es a partir de esa diferencia irreductible, es lo que pone en el centro de la clínica psicoanalítica la noción de acto. La castración, por lo demás, como concepto (fundamental del psicoanálisis) que permite diferenciar entre los sexos, no es aceptar una restricción de la omnipotencia, que todo no se puede, sino advertir una de las consecuencias más penosas en la relación con los demás: que no hay deseos más legítimos que otros, y que las condiciones de nuestros deseos las ponen los demás. Porque el deseo siempre tiene condiciones. 

       Se puede elegir realizar un deseo, no se eligen las condiciones de ese deseo. Se puede elegir no realizar un deseo porque no se pueden elegir las condiciones de ese deseo. Por ejemplo, elegir un cierto trabajo puede tener como condición que no será por menos de tantas horas y con una remuneración que creo insuficiente; puedo elegir no trabajar en ese lugar porque no quiero esas condiciones. Aceptar no me hace un resignado. Quizá mi deseo le gane a mi frustración (claro que no hablo de situaciones en que prima la necesidad; no me refiero al caso de que necesite trabajar para subsistir). Otro ejemplo, puedo elegir tener un hijo en el mundo actual, aunque no me gusten las condiciones que el mundo me impone como padre; puedo elegir no tener un hijo porque no quiero esas condiciones. Lo que no puedo es elegir las condiciones. Podría modificar las condiciones para un futuro, quizá cuando lo haya hecho ese deseo se haya perdido. También es una elección. Lo cierto es que no hay deseo sin condiciones. Renegar de las condiciones es la neurosis. Para el caso: quejarme del mundo del trabajo mientras trabajo o no aceptar las restricciones que impone la paternidad en el mundo actual, hecho para solteros sin hijos. Para no ser neurótico podría ser revolucionario, con el cuidado de que mi forma de ser revolucionario no sea una mascarada de mi neurosis. En este sentido es que podría decirse que la mujer de nuestro tiempo alcanza el deseo de (tener un) hijo pero no la posición materna, que son dos cosas distintas, en la medida en que las condiciones de la maternidad en la sociedad actual son objetadas por muchas mujeres. Así algunas deciden no tener hijos y otras los tienen pero luego no quieren las condiciones que la maternidad implica. Porque no las eligieron, pero las condiciones de un deseo nunca se eligen. Para concluir este apartado, una anécdota. En una reunión una mujer contó un fenómeno extraño que le ocurre después de una relación íntima: se le "encienden las mejillas". No le pasa siempre, y cuando le pasa se siente súper contenta. Siente un calor en la parte

superior del rostro y, cuando después del acto, va a mirarse en el espejo, nota que tiene los pómulos brillantes y rosados. Así a veces descubre que está enamorada, o bien entiende por qué después del sexo puede llegar a tener ganas de llorar. Va al baño, se mira y entiende. También nos contó que para ella el sexo no es una destreza, no entiende a esas personas (no solo varones) que están pendientes de acabar, para ella el goce no pasa por el cuerpo o, mejor dicho, pasa por ese cuerpo que se soporta en un semblante: la mejilla encendida. Ella nunca sabe si terminó o no, esas cosas le parecen muy toscas, lo mismo que la distribución individual del placer, el tuyo y el mío, ya que ella disfruta de que el otro disfrute ("a los varones no les pasa eso, ¿no?", pregunta).

      Para ella el cuerpo no es algo que se tiene, tampoco algo que se siente ("sentir en el cuerpo" le parece una expresión ridícula) sino algo con lo que se encuentra de vez en cuando, a través de una imagen fugitiva, que se prende y se apaga. Ese signo que le dice muchas cosas, de un cuerpo recuperado, pero nunca de forma directa. Recuerda que cuando era joven se sonrojaba muy seguido, ahora le sigue pasando de otra manera. Descubrió con el tiempo que no era solo síntoma de vergüenza, sino también señal de deseo." (Luciano Lutereau. El fin de la masculinidad, Cómo amar en el siglo XXI)




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