miércoles, 17 de febrero de 2016

Especial para Horizontes...
El Nuevo Mundo, América, la Utopía sin historia
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 

Luego de varias entregas de una investigación sobre el pasado colonial de Sayula o Tzaulan, hoy sin acceso a internet, para continuar con algunas ideas y pautas que la investigación fue sugiriendo, no nos queda más que limitarnos al material a la mano. En esta ocasión, planteo a usted la visión del europeo contemporáneo a la conquista de México, sobre el Nuevo Mundo y la ambivalencia que de ello deriva. El renacimiento había traído la preocupación de los europeos por el hombre, desembarazados de la larga noche oscurantista que negó la primacía del antropocentrismo al pensamiento europeo, las personas en Europa ante tal descubrimiento del Nuevo Mundo, que ahora solo sería comparable al descubrimiento de una civilización extraterrestre, se plantearon el dilema del otro del indígena, pero desde el descubrimiento reciente de sí mismos. Aun con la modorra de los 15 siglos de cristianismo oscurantista, la inercia planteó la ambigüedad: América como el paraíso perdido y el lugar del demonio a conquistar, cuyas riquezas inagotables enfrentarían las clases sociales del renacimiento y terminarían consolidando a la burguesía como clase dominante en Europa, financiada por las colonias en América. Pero ¿Cómo veía el europeo al indígena, cómo justificaba su explotación y despojo? La visión del indio construyendo la Utopía real en América, del europeo, prevalece hoy, el trabajo y el sacrificio es necesario para alcanzar los ideales europeos de sociedad en la América Latina contemporánea, dado que la  Utopía que encontraron los europeos en el siglo XVI y que añoramos con nostalgia como nuestra raíz noble y sabia, era un utopía sin historia, nacida de nuestra condición de salvajes sometidos a la naturaleza. En nuestra búsqueda de identidad no aceptamos sino encontrarnos en ese ideal que se nos fue impuesto, el europeo, ya que el ideal indígena carecía de historia, y por lo tanto de sentido en un mundo globalizado en el idealismo europeo. El dilema hoy, frente a la historia es claro: o encontramos nuestra historia negada o seguimos buscando la resolución de nuestra identidad en la historia europea. Dejemos que en este punto Carlos Fuetes nos platique en que consiste este dilema:
"El renacimiento reabrió para todos los europeos la cuestión de las posibilidades políticas de la comunidad cristiana.  Volvió a replantearse el tema de la ciudad del hombre, que había sido pospuesto, durante la edad media, por la importancia otorgada a la ciudad de Dios. Ahora, el Renacimiento preguntó ¿Cómo debía organizarse la sociedad humana?  ¿Existe un espacio donde el proyecto divino de comunidad y el proyecto humano  de esta misma pueda unirse armónicamente?  Tomás Moro, el autor de "Utopía" (1516), da respuesta al dilema en el título mismo de su obra: U-Topos significa en ningún lado, en ninguna parte, es decir no existe tal lugar dice Tomás Moro. Pero la imaginación europea respondió prontamente: Ahora sí existe tal lugar. Se llama América.
De acuerdo al historiador mexicano Edmundo O´Gorman, América no fue descubierta, fue inventada. Inventada por Europa porque fue necesidad de su imaginación y deseo. Para la Europa renacentista debía haber un lugar feliz, una edad de oro restaurada donde el hombre viviese de acuerdo con las leyes de la naturaleza. En sus cartas a la reina Isabel, Colón describió un paraíso terrenal. Pero, al fin y al cabo, el almirante creyó que simplemente había reencontrado el mundo antiguo de Catay y  Cipango (Japón y China). Américo Vespucio, el explorador florentino,  fue en realidad el primero europeo en decir que nuestro continente, en realidad,  era un Mundo Nuevo. Es él el quien le dio una firme raíz a la idea de América como Utopía. Para Vespucio esta Utopía si existía:
"Los pueblos viven de acuerdo con la naturaleza", Escribe en su Mundus Novus de 1503. "No poseen propiedad; en cambio, todas las cosas gozan en comunidad". Y si no tienen propiedad, no necesitan gobierno. "Viven sin rey y sin ninguna forma de autoridad y cada uno es su propio amo", concluye Américo, confirmando la perfecta utopía anarquista del Nuevo Mundo para su audiencia renacentista europea.
A partir de ese momento, las visiones utópicas del Renacimiento europeo serían confirmadas por las exploraciones utópicas de los descubridores de América. "¡Valiente Mundo Nuevo, que tiene semejante gente en él!", exclama Shakespeare en "La tempestad", y en Francia, Montaigne comparte ese sentimiento. Los pueblos del Mundo Nuevo, escribe, "Viven bajo la dulce libertad de las primeras e incorruptas leyes de la naturaleza". En tanto que el primer cronista de la expedición de Colón, Pedro Mártir de la Anglería, se haría eco de tales sentimientos diciendo que "andan desnudos…y viven en una edad de oro simple e inocente, sin leyes, querellas o dinero, contentos con satisfacer a la naturaleza", y el primer cronista de Brasil, Pedro Vaz de Caminha, le escribió en 1500 al rey de Portugal: "Señor, la inocencia del propio Adán no fue más grande que la de estos pueblos"
Pero el domingo antes de Navidad de 1511, el fraile dominico Antonio de Montesinos había subido ya al púlpito de una iglesia en la isla de La Española, fustigando a sus escandalizados feligreses españoles: "Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a aquellos indios?... ¿Entonces no son hombres? ¿No tiene almas racionales?"
Ciertamente, muchos colonizadores, y sus defensores antiutópicos en Europa, negarían que los aborígenes en América poseyeran un alma o que, ni siquiera fueran seres humanos. El principal entre ellos fue el humanista español y traductor de Aristóteles, Juan Ginés de Sepúlveda, quien en 1547 (esto es, una vez que los pueblos de México y Perú habían sido conquistados por los europeos) simplemente negó que los indios tuviesen verdadera humanidad y otorgó a los españoles todos los derechos del mundo para conquistarlos:"…que con perfectos derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son tan inferiores á los españoles como los niños a los adultos y las mujeres á los varones, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de gente fiera y crueles á gentes clementísimas, de los prodigosamente intemperantes á los continentes templados y estoy por decir que de monos á hombres…¿ qué cosa puede suceder á estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos, en hombres civilizados en cuento pueden serlo; de torpes y libinosos, en probes y honrados; de impíos y siervos de los demonios, en cristianos y adoradores del verdadero Dios?"
De esta suerte, los habitantes del Nuevo Mundo fueron vistos, alternativamente, como de verdad inocentes y como caníbales bárbaros y traidores, viviendo desnudos y en pecado. A lo largo de la historia de la América española, el sueño del paraíso y del noble salvaje debía coexistir con la historia de la colonización y el trabajo forzado. Pero la ilusión del Renacimiento persistió a pesar de cuanto la negaba, transformándose en una constante del deseo y del pensamiento hispanoamericanos. Fuimos fundados por la Utopía; la Utopía es nuestro destino.
Pero, para los colonizadores, las tierras recién descubiertas no eran precisamente sociedades ideales, sino fuentes de riqueza inagotable. Colón insistió en la abundancia de maderas, perlas y oro. Se trataba de llegar a la siguiente conclusión: El Nuevo Mundo es tan solo naturaleza. Si es Utopía, se trata de Utopía sin historia; la civilización y la humanidad le son ajenas. Esta conclusión reclamaba aclarar si la fe y la civilización debían ser dadas o no a los indios americanos por los europeos. Y enseguida, se proponía la cuestión de saber se el destino del indio americano era trasforma el Nuevo Mundo en una edad de oro literal, trabajando en las minas y los campos de estas tierras, que los españoles, bajo el derecho de conquista, ahora consideraban suyas de plena propiedad.  Los trabajos forzados, las enfermedades europeas y el simple y brutal choque cultural, destruyeron a la población indígena del Caribe. Algunas estimaciones de la población india en México hablan de 25 millones de habitantes a la llegada de los españoles, 13 millones tan sólo algunos años más tarde y sólo algo mas de un millón en 1605, de acuerdo a Barbara y Stanley Stein, en su libro "La herencia colonial de la América Latina".
Si en un principio América fue el paraíso terrenal para Europa y los europeos renacentistas,  pronto se convirtió en un continente hostil. Esta hostilidad se desarrolló simultáneamente en varios planos: El del tratamiento de los conquistados por los conquistadores. El de las pretensiones de los conquistadores al ejercicio del poder en el Nuevo Mundo. Y el de las pretensiones en sentido contrario de la corona española."  (Carlos Fuentes, El espejo enterrado.)
Es claro que estamos lejos de un ideal propio de destino. De nuestra raíz dual como mestizos, poseemos la tendencia hacia una sociedad ideal dentro de los parámetros europeos de civilización y humanidad, desde nuestra raíz indígena poseemos la visión profunda de comunión con la naturaleza, o al menos eso entendemos después de la conquista. Quedó tan poco del pensamiento indígena que apenas reconstruimos una parte de este desde nuestra visión europea; pero, es evidente que la búsqueda de nuestro origen indígena dará otro sentido a la percepción heredada de Europa que ha dirigido nuestros esfuerzos por construirnos como pueblos independientes. Somos una identidad en construcción, nunca mas fuera de lugar que hoy en la globalización del paradigma europeo, por eso urge la búsqueda de esa historia que nos ayude a conciliar nuestra realidad con nuestro destino.

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