domingo, 3 de abril de 2016

Especial para Horizontes...

El Occidente de México, Colima y el Sur de Jalisco, tierra legendaria durante la colonia

Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 

Mi tesis sobre la importancia del Sayula Colonial durante la conquista se ve apuntalada por el siguiente prólogo de Guillermo Tovar de Teresa a un libro historiográfico sobre Colima y el occidente de México de José Miguel Romero de Solís. Este historiador diserta en su prólogo al citado libro, sobre el carácter casi mítico de esta región, y como atrajo a grandes personajes de la España imperial de Carlos V. Aventureros e intelectuales hechizados por esta última frontera del imperio antes de Asia, viajaron a este lugar residiendo por un tiempo o permanentemente en él. Tovar de Teresa nos devela la identidad de algunos y nos cuenta sobre su ascendencia y descendencia así como de su importancia en el Imperio español durante la conquista de la Nueva España, tema que trata el Libro de Romero de Solís: "Andariegos y pobladores. Nueva España y Nueva Galicia". Pese a que Sayula no es citada como tal, la provincia de Ávalos es mencionada en toda su importancia por el historiador. Algunos de los personajes aquí citados se ubican como residentes de Zapotlán; pero, de acuerdo a estudios como los de el catedrático de la U de G Alejandro Macías M.,  muchos de los personajes de la colonia, aunque tenían sus negocios en Zapotlán, residían en Sayula, que era un pueblo más español y trazado a la usanza europea, con un clima perfecto. Habría qué preguntarse si apellidos como Covarrubias y Carrión, que el autor relaciona con Zapotlán, no serían más bien vecinos de Sayula con negocios allá. Llama la atención la mención del apellido Carrión común en Sayula, al cual se le relaciona en esta cita con un famoso constructor de barcos (Juan Pablo Carrión), que podría ser el antecedente de los herreros locales. Pero leamos lo que Tovar de Teresa nos cuenta en el citado prólogo:

"…Colima, fundación cortesiana, fue un lugar que sirvió como punto de referencia en la mentalidad de los primitivos conquistadores de las Indias. Para ellos, como europeos peninsulares y acostumbrados a vivir frente a océanos, eso que ahora llamamos el Extremo Oriente, no era sino un próximo occidente que vinculaba al novedoso desconocido mundo (América) con el más viejo y remoto mundo (Asia). Romero de Solis le llama, con bastante inspirada precisión, el finisterre (final de la tierra) novohispano. Colima aparece en los mapas del siglo XVI (por ejemplo, en los de Ortelius y Blaew) como el vértice de un enigma; como el umbral de un sueño, frente a un misterio tan grande como lo era un océano, el Pacífico, cuya navegación culminaría el anhelo que fue el motivo original de las empresas de exploración: el arribo a las Islas, a Cipango y a Catayo (Filipinas, China y Japón), con cuyo comercio el imperio español lograría la auténtica universalidad que anhelaba en lo espiritual y material.
En los años de Hernán Cortés y Nuño Beltrán de Guzmán, Colima era el lugar desde donde se facilitarían empresas inconcebibles. Entonces, sería convertido en un "señuelo de la imaginación"… fue objeto del interés de mucha gente de esa época, entre otros, los compañeros de armas de esos caudillos, quienes hicieron de ese sitio su lugar de vecindad o nudo de tránsito para moverse en una inmensa región que, por tierra, era aun inexplorada: el reino de la Nueva Galicia, en el occidente de México…fue (la Nueva Galicia) el origen de poblaciones enteras en pueblos próximos, establecidos en las llamadas provincias de Ávalos, y en comarcas lejanas. Personajes legendarios… de España en tiempos de Carlos V, se establecieron o frecuentaban lugares como Colima (o la Provincia de Ávalos), desde donde soñaban ir a China y emular la aventura de Marco Polo…Eran nombres de leyenda, enigmáticos u objeto de frustración que, por otra parte, exigen su esclarecimiento porque son el punto de partida para hacer una historia: la historia del occidente de México en el siglo XVI.

Los capitalinos se preguntaban acerca de Cristóbal de Cabezón, cabeza de una estirpe de mineros en Pachuca; los tapatíos se cuestionaban el origen de los Cepeda; los michoacanos, el destino de Covarrubias y otros. En Zapotlan o Cocula casi nada se sabía sobre los Contreras y Preciado. O hasta en Filipinas, donde se ha deseado obtener más noticias acerca de Juan Pablo Carrión, aquel pícaro constructor de barcos. Los agustinos, por ejemplo, ignoraban la importancia de los Grijalva, extremeños amigos de don Vasco de Quiroga, quienes forman el clan del cual procede fray Juan de Grijalva, autor de la Crónica de su orden y también de una vida de San Guillermo, ambas obras impresas por Juan Ruiz en los años veinte del siglo XVII.

La historia del occidente de México, a partir de la llegada de los españoles, no se relaciona solamente con Nuño Beltrán de Guzmán y sus crueldades, sino en los anhelos de culminar el sueño europeo de hallar nuevas rutas para llegar a Asia. Y esa etapa es la primera en la historia novohispana de esa gran región de México ya que, tras la conquista, sería Hernán Cortés, a partir de 1522, quien enviaría a Cristóbal de Olid y Gonzalo de Sandoval para explorar la zona y, desde ahí, emprender el descubrimiento de la California, la isla imaginaria poblada por la reina Calafia y sus amazonas. En este libro figura, por ejemplo, Alonso Giraldo, un conquistador que quedaría abandonado a su suerte en la península, convertido en el infortunado lugarteniente del olvido, marido de Francisca de Zambrana, la doncella y pariente de la marquesa de los Vélez, madre natural de la hija de un canónigo de la nobleza extremeña (un Suárez de Figueroa) protegido por don fray Juan de Zumárraga, quien desesperada le escribe al emperador el triste destino de su cónyuge. La hija de la Zambrana y el sacerdote -Leonor- será la esposa dos vecinos de Colima: el conquistador Juan de Almesto y, luego, de Juan Pablo Carrión, amigo personal de Felipe II, con quien sostenía conversaciones privadas acerca de las exploraciones en el Pacífico, constructor de las naos de la expedición de Legazpi, y más tarde, en su tercer matrimonio, mujer de un inquisidor en Manila, donde ella muere no sin antes de descubrir que Carrión era un bígamo que la engañó. Quien lo acusa es Diego de Isla, hermano de Bernardino, marido de Magdalena de Lavezares, hermana a su vez de Guido, un sevillano de origen italiano que fue segundo gobernador de las islas Filipinas (el cual figura en este libro), cuya segunda mujer -Inés de Gibraleón-, ya viuda, sería denunciada como hechicera por su criada. La pareja formada por Bernardino de Isla y Magdalena de Lavezares sería la de unos genearcas, cuya prole y su descendencia forman a casi toda una población de lo que, en su momento, fue una de las capitales del reino de la Nueva Galicia: Nochistlan, hoy estado de Zacatecas. Esta pequeña historia, formada por un complejo tejido de circunstancias, podría servir para la literatura o el cine. Desfilan personajes y parientes de glorias literarias: Francisco Cervantes de Salazar, autor de México en 1554 y Túmulo Imperial, que describe las exequias de Carlos V en 1560, es testigo en un acto notarial; también vive en Colima, el padre de Bernardo de Balbuena, autor de la Grandeza mexicana, del Bernardo, poema que inspiraría a la reconquista española frente a las tropas napoleónicas invasoras de la península ibérica en 1808, y del famoso Siglo de Oro en las selvas de Erífile, obra artificiosa, propia del manierismo español de tiempos de Felipe III.
Muy sugestiva es la mención (y la presencia) en Colima, del curandero Juan
Rodríguez del Padrón, marido de María de Iniesta, quien figura con tales apellidos en un documento relativo a otorgamiento de capellanías,1 las cuales hereda de su madre Magdalena Bote, hermana de Nicolás, mujer del conquistador Juan de Iniesta, de los que pasaron con el Marqués. Otro Juan Rodríguez del Padrón sería, en una siguiente generación, marido de María Martín, padres de Bernabé, esposo de Tomasina de Bracamonte, todos ellos vecinos de Guadalajara, aunque vinculados con Colima y Compostela. ¿Serían parientes de aquel Juan Rodríguez del Padrón tan estudiado por don Marcelino Menéndez y Pelayo que se contaba entre los poetas de la corte del rey Juan II, autor de Siervo libre de amor?
Y ¿qué decir de la presencia de Pedro de Trejo, autor del Cancionero general, pariente de los conquistadores Hernando y Rafael de Trejo y Carvajal, cuya mención en este libro provoca una sorpresa tan mayúscula como la que le hubiera causado a su estudioso, don Francisco Pérez de Salazar, quien publicó su manuscrito y su precioso texto bajo el rubro de "Las obras y desventuras", en la Revista de Literatura Mexicana en 1940.
Esto sin dejar de mencionar el ejemplo del escribano Baltasar de Alcalá que, según su testamento, deja la biblioteca más representativa de lo que Irving Leonard llamó Los libros del Conquistador, formada por una gran variedad de títulos de novelas de caballería, cuya lista recorre a los Florisel, los Bellanises, Orlandos, Amadises y toda suerte de lecturas quijotescas.
Aquí figura Juan de Rúa o Arrúe, cuya vinculación con Colima ya sabíamos, aunque ahora parece perfilarse con la de un aspecto poco conocido de su personalidad: la de comerciante de paños y ruanes, tafetanes y damascos. Otro caso imposible de olvidar es el de los Villalbazo (o Villabazo, como dicen los documentos) y Covarrubias, avecindados en Zapotlan, parientes de toda esa estirpe de los amigos de El Greco, los toledanos Antonio y Diego de Covarrubias y Leyva, descendientes de Antonio de Leyva, el brazo armado de Carlos V en el saqueo de Roma, aunque estos últimos, humanistas de gran talla: el primero regalaría a Theotocópuli un ejemplar de Jenofonte, y el segundo, presidente del Consejo de Castilla en tiempos de Felipe II, habría de ser su embajador intelectual en el Concilio de Trento. Entre los de España figuran Juan de Orozco y Covarrubias, autor de un famosísimo libro de emblemas morales, y Sebastián, capellán de Felipe III y autor del primer gran diccionario de la lengua: el Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en 1610. Los de México, todos emparentados entre sí, nos darían personajes tales como don Melchor de Covarrubias, fundador del colegio del Espíritu Santo, en Puebla; a don Francisco del mismo apellido, contador de la Real Caja de Zacatecas; a fray Baltasar, obispo de Camarinas (Filipinas), luego de Oaxaca y más tarde de Michoacán; y a Juan Antonio, autor de un libro acerca de los beneficios de metal, cuyo manuscrito elaboraría a principios del siglo XVII en Temascaltepec, hoy estado de Mexico. Los de Zapotlan, dedicados a la caña de azúcar, enlazados con los Villabazo, descienden de Gaspar de Covarrubias, hermano de Juan Antonio y Francisco, a quien Melchor, que era primo hermano, menciona en su 1 Fechado el 4 de noviembre de 1645: AHEC, Protocolos, caja 14, carpeta 2. Testamento. Estos Covarrubias de Zapotlan serían los antepasados de don Vicente Rojas, fundador de la Rojena (conocida en la actualidad como tequila Cuervo), quien se vincula con ellos a través de familias de Ahualulco y Zapotlan, como lo son los Sánchez Banales, por el matrimonio de Alonso con Gerónima de Velasco y Covarrubias, nieta de Juan de Villalbazo y Covarrubias y Gerónima de Velasco, la hija de los vecinos de Colima Antonio de Velasco e Isabel de Grijalba, cuyas familias figuran en este libro. También sería injusto dejar de recordar el gesto vengativo y desesperado de Melchor Pérez (hijo del licenciado Pérez de la Torre) que, con su puñal, daba cuchilladas a la lápida de la tumba de su segunda esposa porque, al abrir el testamento, descubrió que ni siquiera lo mencionaba. Por cierto, Melchor Pérez, de quien descienden diversas familias neogallegas, falleció de "muerte súpita", que le sorprendió sin darle tiempo siquiera para exclamar ´Dios valme´."  Guillermo Tovar de Teresa.


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