martes, 16 de octubre de 2018

Especial para Horizontes...
Los pueblos indígenas, sus lenguas y
costumbres en el occidente de México
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

Para hacer esta reconstrucción, además de los documentos proporcionados por los historiadores sobre la Conquista de México en general, están disponibles algunos que se refieren especialmente a la comarca, por ejemplo, los trabajos de fray Antonio Tello, del Padre Beaumont, De la Mota Padilla y más modernos, los de Frejes y Navarrete. El trabajo del padre franciscano Antonio Tello, escrito en 1650, es decir casi un siglo después de la conquista de la Nueva Galicia,se complementa con la tradición de Francisco Pentecatl, hijo de un jefe indígena que gobernaba la provincia de Acaponeta en el momento de la conquista española.
Se desconoce el origen de los primeros habitantes de la región occidente de la Nueva España al momento de la conquista; la historia se remonta sólo hasta la llegada de las tribus nahuas. La primera de ellas, considerada como tolteca y después de haberse establecido por un tiempo en Culiacán y Acaponeta, cruzó el río Santiago, según la tradición narrada por Pentecatl, y emprendió la conquista de la región edificando aquí y allá ciudades y pueblos. Luego, esta primera tribu extendió su círculo de influencias alrededor de los centros de civilización naciente, y acabó por someter a casi toda la región imponiendo sus costumbres, su religión y, en gran parte, su lengua.
Las demás tribus nahuas penetraron luego en la región, ya sea de manera pacífica o bien guerrera, y la ocuparon durante cierto tiempo antes de proseguir su peregrinación hacia el valle del Anáhuac donde estaría luego la Ciudad de México antes Tenochtitlán. Estas migraciones sucesivas acabaron de realizar la conquista y le dieron más homogeneidad social a estas tierras. Solamente una porción del territorio quedó incólume: el macizo montañoso de Nayarit, cuyos sitios abruptos protegían de las invasiones; los aborígenes, retirados en una comarca inaccesible, lograron conservar su completa independencia gracias a su posición inexpugnable como los coras y huicholes o wirrarikas.
Una parte del contingente de cada invasión permaneció en la región y se confundió con los primeros ocupantes. Así se formó la población de esta comarca, a la cual se le dio el nombre de Chimalhuacan, al parecer por los Chimalis, especie de escudos decorados con caracteres distintivos que los conquistadores indígenas siempre llevaban consigo.
Acerca de estas sucesivas peregrinaciones de las tribus nahuas a través de Chimalhuacan no se conocen datos concretos. Se sabe solamente por las vagas informaciones de la tradición que transmite el padre Tello, que una parte de esas tribus salió de una localidad desconocida llamada Chicomoztoc (lugar de las siete cuevas) y recorrió en parte la región pasando por Petatlán, Culiacán, Chiametlán, Centispac, Jalisco, Valle de Banderas, Jala, Ahuacatlán, Atoyac, Ixtapalapan, Coyolan, Zacualco, Tzaulan, Cocolan, Ameca, Ayahualulo, Etzatlan, Tequila, Tala, Ixtlan, Uxmaxac, Ocotlan, Atemajac, Tonalan, Cuitzco del Río, Tototlan, Mezcala, Chapala, Yocotepec. Otra parte salió unos años más tarde del mismo Chicomoztoc, siguió un itinerario diferente, penetró en la meseta central y se detuvo en Cohuatliclamac, Matlacahualán, Pánuco, Chimalco - que hoy son los valles de Poana, Xuchil y Nombre de Dios -, en donde se encontraban las ciudades y las localidades de Pipiolcomic, Chimalco, Matlacahualan, Cohuatliclamac. Después las tribus pasaron por Sain, Fresnillo, Truxillo, Valparaíso, Zacatecas, Malpaso, Jerez y el valle de Tuitlán, donde fundaron una ciudad fortificada cuyos vestigios se encuentran todavía hoy bajo el nombre de La Quemada. Según el padre Tello, los invasores permanecieron veinte años en esta ciudad, donde habían edificado un templo para realizar sus sacrificios humanos, lo cual finalmente originó la guerra con los indígenas entre los cuales se habían establecido. Luego conquistaron los valles de Tlaltenango, Teúl, Juchipila y Teocaltiche, regiones que, como se verá más adelante, pertenecían en parte a los indígenas de Nayarit y en parte a los texuexes. Después de haber sufrido una sangrienta derrota, los primeros se retiraron a la sierra de Nayarit, donde se fortificaron y pudieron conservar así su independencia. Los segundos abandonaron también sus pueblos y se refugiaron en las montañas y en las barrancas de los alrededores del río Santiago.
Aunque en gran parte confundida con los invasores chimalhuacanos, la población no había adoptado la vida completamente sedentaria y civilizada de los citadinos. Esos indígenas que podían representar ya sea a la población rural vasalla o tributaria de los centros, ya sea a los primitivos que las invasiones no habían logrado subyugar por completo, vivían en su mayoría en estado nómada y ocupaban los valles menos privilegiados y las montañas más escarpadas, donde tenían sus pueblos que consistían casi siempre en una aglomeración de chozas rudimentarias.
Tales eran las tribus que, en el momento de la conquista española, eran designadas con los nombres de cascanes, teúles, colotlanes, texuexes, torames, zayahuecos, tecojines, etc. Todas esas tribus, generalmente conocidas con el nombre de chichimecas, debían pertenecer más o menos a la raza otomí. Sus denominaciones diversas debían más bien provenir de las localidades donde vivían y no de una diferenciación étnica. Hoy día han desaparecido completamente, ya sea porque en las guerras con los españoles prefirieron la muerte y no el yugo europeo, ya sea porque se confundieron poco a poco con otros indígenas que llegaron para agruparse en torno a las primeras misiones.
Si bien ahora es, por así decirlo, casi imposible encontrar las huellas y reconstruir el tipo de existencia de esas tribus casi salvajes, no sucede lo mismo con la población civilizada que le había dado a la región un auge tan grande. Se puede encontrar fácilmente el lugar de los antiguos centros y pueblos, varios de los cuales, por su posición ventajosa, se han convertido hoy en ciudades importantes donde a cada instante las nivelaciones sacan a la luz gran cantidad de objetos de la industria antigua. Las costumbres de esas ciudades nos han sido transmitidas por los relatos de los historiadores y todavía están vigentes en algunos lugares en que los indígenas, aunque profundamente mestizados, han conservado gran parte de la manera de vivir de sus antepasados; por ejemplo, en el pueblo de Tuxpan o Tochpan, cerca de Zapotlán, parte de los habitantes habla la lengua náhuatl, lleva casi la misma vestimenta que antes de la Conquista y conserva muchas cosas del pasado en su vida cotidiana.
Por ejemplo, la vestimenta entre los hombres de la nobleza consistía en una especie de túnica corta y sin mangas, además de una pieza de tela del mismo tamaño que llevaban sobre los hombros y que servía de capa y de cobija; esta última ropa se llamaba tilmatli. Se cubrían la cabeza con otra pieza de tela más o menos cargada de plumas y ornamentos, lo cual constituía un tocado probablemente particular para cada cantón, como parecen indicarlo las figurillas de cerámica extraídas en las excavaciones. Lo mismo sucede con el tilmatli que algunas veces era de cuero o de la piel de diversos animales, perfectamente curtida, como lo notaron los conquistadores, principalmente entre los indígenas de las Tierras Calientes vecinas de la desembocadura del río Santiago. Las mujeres de la nobleza vestían varias túnicas de diferentes tamaños que llevaban sobrepuestas, y a las cuales se les daba el nombre de huipil. Llevaban la cabellera recogida con una pieza de tela, como los hombres, o trenzada y envuelta con bandas de tela más o menos adornadas. Además, la mujer llevaba en la cabeza, sobre el pecho, en los brazos y las piernas, aretes, ornamentos de oro, de plata, de piedras preciosas talladas, collares de perlas, etc. En la clase pobre la vestimenta era a menudo de lo más rudimentaria. Para el hombre, una pieza de tela, con una abertura al centro, por la cual pasaba la cabeza y que caía hacia ambos lados del cuerpo; a veces, todavía más sencillo, una especie de taparrabo que se amarraba a la cintura. La mujer del pueblo se cubría los hombros con una camisa de algodón llamada xoloton, y el resto del cuerpo con una falda más o menos corta, según la región. Estas diversas formas de vestir, tanto las de la casta noble como las de la gente del pueblo, están claramente representadas en las piezas de cerámica antiguas.
La indumentaria masculina de la clase baja parece ser la misma que todavía actualmente usan los indios huicholes en la sierra de Nayarit y que es designada con el nombre de cotoni. En cuanto al tilmatli, casi parece ser casi la misma prenda que estos mismos indígenas llaman niutari y que llevan en días de fiesta. La prenda de la mujer sigue siendo muy común en el pueblo de Tuxpan. El xoloton consiste en una camisa de algodón muy delgado. Las mujeres hacen la tela en el mismo pueblo con un telar primitivo cuyo uso ha persistido hasta nuestros días. La falda, la cual llevan también casi todas las mujeres indias del pueblo, difiere un poco de la que mencionan los autores. Es larga y les llega hasta el tobillo; es un paño de cinco a seis metros que se enrolla alrededor de las caderas, y se ciñe con un cinturón. Se dobla en ambos lados, a lo largo de las piernas, de tal manera que forma un cierto número de pliegues. Esta falda no es una modificación moderna de la anterior, ya que aparece en una figurilla antigua con forma de arete, que se encuentra en el Museo Etnográfico del Trocadero.
Finalmente, en cuanto al peinado femenino antiguo, en forma de trenzas de cabello enrollado en una banda de tela estrecha y larga, todavía suele usarse en el pueblo de Tuxpan. La manera en la que queda modelada la superficie del peinado tiene la apariencia de un turbante que las antiguas figurillas de cerámica muestran con frecuencia, al igual que las pueblerinas modernas de Tuxpan.
La lengua más empleada en Chimalhuacan era el náhuatl, pero estaba lejos de ser generalizada. Se hablaba sobre todo en los centros. Muchas poblaciones, a pesar de su sometimiento, habían conservado el uso de su propio idioma. Fue solamente en la época de la Conquista cuando el náhuatl se extendió por toda la región y, cosa curiosa, conquistadores y misioneros se vieron obligados a preconizar su empleo para relacionarse con los indígenas. Por supuesto, a medida que se realizaba la fusión con los primeros colonos españoles, el empleo del náhuatl se hizo cada vez menos frecuente, y el español predominó en todos los lugares donde prosperaba la colonización. Sin embargo, el idioma de los nahuas ha persistido casi hasta nuestros días, en numerosos pueblos donde los indios de temperamento pacífico han podido conservar cierta independencia. En la actualidad, se emplea de manera bastante común en el pueblo de Tuxpan, pero allí también, debido al progreso y la unificación cada día más acentuados, no tardará en desaparecer, arrastrando con él todas las curiosas costumbres de antaño que le dan a este pueblo, aislado durante tanto tiempo, una verdadera originalidad. Como se puede comprender fácilmente, las demás lenguas, entre ellas el Tzayulteco, desaparecieron por completo justo después de la Conquista, salvo el cora, el huichol y el tepehuano, los cuales se han mantenido hasta nuestros días; pero estas lenguas, que pertenecían a la sierra de Nayarit, no formaban propiamente parte de los idiomas de Chimalhuacan."
(Diguet León. Chimalhuacan y sus poblaciones antes de la Conquista española Contribución a la etnografía precolombina de México, Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, México 1903).

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