lunes, 29 de noviembre de 2021

 El sol como centro de la cosmogonía

en el Sayula prehispánico

Por Rodrigo Sánchez Sosa/Cronista de Sayula

Todos los indicios arqueológicos en el estudio de la tradición tzayulteca, sobre cómo se conformaba el concepto cosmológico del Antigua Tzaulán, apuntan a un culto solar y a una observación del movimiento de los astros que normaba la vida del antiguo señorío que dominaba la cuenca endorreica hoy llamada Laguna de Sayula, como heredero de una tradición cultural de al menos 2300 años. El mayor vestigio sobre esta tradición es el complejo arqueológico (abandonado,) en el municipio, denominado parque de  santa Inés, con sus construcciones orientadas con los astros. Los petroglifos que refieren esta tradición se encuentran representados en la cantera de los portales de Sayula y muy posiblemente en algunas casas cuyos vestigios arquitectónicos se conserven de la colonia, en este municipio. El siguiente texto nos ayudará a comprender la importancia de esta tradición mesoamericana, su origen y trascendencia en la visión de la realidad de los antiguos habitantes de estas tierras y su posible influencia en el  inconsciente colectivo de Sayula hoy, como es el caso de la Fiesta de los Naturales, celebración anual cuya raíz es este culto solar de origen olmeca en sincretismo con el cristianismo occidental.  


"A pesar de que el pueblo mesoamericano no tuvo una visión heliocéntrica del universo, el sol ocupaba un lugar central en su cosmogonía. Cuando los tlatelolcas hablaron a sahagún de este astro, le mencionaron sus características más obvias, como que resplandece, calienta, tuesta y hace sudar. Pero también hablaron de otros aspectos que les intrigaban profundamente, y que eran la base de la predicción de los acontecimientos para ese día: "A veces cuando sale el sol, parece de color de sangre, otras veces parece blanquecino, y a las veces, sale de color enfermizo..." En ocasiones les atemorizaba porque "cuando se eclipsa el sol, aparece colorado, parece que se desasosiega o que se turba, se remece o revuelve, y amarillece mucho". Entonces: "...las mujeres lloran a voces y los hombres dan gritos hiriendo las bocas con las manos..."

El Sol ocupaba un papel central, insistimos, por su relación con el tiempo. La mecánica celeste determina los ciclos básicos de nuestra existencia: el día y la noche, el clima, la época de lluvias, la sequía, las mareas... La división del ciclo primario, a partir de la salida y la puesta del sol, está ligada al metabolismo e indica periodos de descanso y vigilia. Desde siempre ha sido un deseo humano no sólo predecir, sino controlar el caprichoso comportamiento de los fenómenos naturales. Ello motivó que se demandase ante ciertos miembros o grupos de cada pueblo, una explicación acerca de las condiciones materiales sobre las que se desarrolla la vida. Hombres sabios determinaron los intervalos del tiempo: el año y las estaciones, las semanas y los meses. Para ello observaron pacientemente el Sol y la Luna y en estas observaciones hallaron la más firme plataforma para conocer y anticipar etapas y ciclos en la naturaleza, para medir el tiempo y elaborar un calendario.

El símbolo al cual Joralemon (1990, 13) llama bandas cruzadas, que aparece entre los olmecas desde el Preclásico Inferior (1200 a.C.), fue llamado en 1656 por Jacinto de la Serna "de los cuatro movimientos del Sol". Más tarde muchos autores coincidirán en esta idea (León y Gama, Chavero y Paso y Troncoso en el siglo XIX, y en épocas más recientes, Franz Tichy y Ulrich Köhler). Algunos de ellos también coinciden en que las bandas cruzadas se convertirán en el símbolo ollin (fig. 4) que es un día del calendario, a la vez que el nombre del Sol actual (Naolin).

La importancia del Sol en la cosmovisión prehispánica se observa en múltiples mitos y rituales. El pueblo azteca fue quizá el mayor adorador del Sol, con quien se identificaron y al que llamaron Tonatiuh, "el resplandeciente niño precioso", o Xiuhpiltontli, "el niño turquesa". Era para ellos el águila que asciende por las mañanas, cuando lo nombran Cuauhtlehuanitl, y que desciende por las tardes, cuando lo conocían como Cuauhtemoc (Caso, 1981, 47).

El Sol tenía un carácter eminentemente guerrero y se hacía acompañar desde el amanecer hasta el cenit por el alma de los guerreros muertos en combate. Al culminar su camino en lo más alto del cielo, el astro cambiaba su guardia, para hacerse acompañar por las mujeres guerreras, las Cihuateo, muertas en la batalla del parto. Con ellas llegaba en el ocaso hasta la boca de una cueva profunda, que era como el hocico de una serpiente que lo engullía en el occidente. En su tránsito hacia el nuevo día libraba grandes batallas contra los astros de la noche, mientras en la Tierra reinaba el jaguar, de piel moteada, como el cielo estrellado.

Los sacrificios humanos se justificaban porque le brindaban alimento al Sol en su continua lucha a través del firmamento. Como sabemos, esta explicación tenía un trasfondo político. La Triple Alianza era la encargada de alimentar al Sol con la sangre de los prisioneros. Este papel del pueblo azteca no sólo lo legitimaba como mantenedor del cosmos, sino que justificaba sus guerras y sacrificios. En realidad, al cumplir esas funciones trataban de atemorizar a sus enemigos y evitar las rebeliones de las regiones sojuzgadas. Por esa razón invitaban a los caciques de las provincias conquistadas a observar los rituales más sangrientos, como el de la lucha gladiatoria, que terminaba con el desollamiento de los cautivos. Éstas y otras ceremonias religiosas eran una manipulación ideológica de los ritos, cuyo fin último era asegurar los tributos y dependencias que sustentaban la vida material del imperio (J. Broda, 1989, 453).

Los informantes de Sahagún se refieren a la Luna de este modo: "Dicen que los dioses se burlaron de ella y diéronle con un conejo en la cara... y con esto le oscurecieron la cara como con un cardenal." Las diversas fases de este astro las conocían muy bien, pues decían que nace "como un arquito de alambre delgado, aún no resplandece y poco a poco va creciendo; a los quince días es llena y ...nace por el oriente... muy redonda y colorada, y cuando va subiendo se pone blanca o resplandeciente..."

Luego del Sol, la Luna tuvo la mayor importancia para el hombre mesoamericano. Si el Sol es masculino, la Luna es femenina y como tal se relaciona con la fertilidad y con la mayoría de las diosas. La Luna brilla por la noche, por lo cual se vincula a la tierra y el inframundo, el lugar donde germinan las plantas. Los 29 días que emplea para completar un ciclo son semejantes a los ciclos menstruales de la mujer, y luego de nueve periodos, el número de los señores de la noche, el ser humano terminaba su desarrollo en el vientre materno, y por esta razón la luna era la diosa de las parteras. Asimismo, nueve periodos lunares es lo que dura el ciclo del maíz, desde que se prepara la tierra para sembrar la semilla hasta que se recoge la cosecha. La Luna también se relaciona con los dioses del pulque y sirve de modelo para la nariguera -yacameztli- que identifica a Tlazolteotl, diosa terrestre, comedora de inmundicias, pero también hembra telúrica, propiciadora de la fertilidad.

Entre las estrellas, la de mayor importancia fue la Huei Citlalin o Citlapolueycitlalin, Venus, la Gran Estrella (en realidad, un planeta). El hombre prehispánico supo que las dos estrellas más grandes del firmamento, la que en una época del año aparecía por la mañana en el oriente y la que luego aparecía por la tarde en el poniente, eran un mismo cuerpo celeste. Estos conocimientos astronómicos avanzados se interpretaron también con metáforas religiosas y hechos mágicos. Como estrella de la mañana, se le llamó Tlahuizcalpantecuhtli y como estrella de la tarde Xolotl, los gemelos divinos que se reúnen en Quetzalcoatl. Xolotl es representado como el perro que acompaña al Sol en su viaje por el inframundo, y por eso se consideraba que el perro era el encargado de transportar el alma de los muertos en su viaje hacia el Mictlan, donde ayudaba a cruzar un río caudaloso. Xolotl es también el maguey gemelo, el maguey cuate, aspecto que lo relaciona con la Luna, con la cual aparece a veces en el cielo nocturno. Según Jacinto de la Serna, el signo 9 Izcuintli o 9 Perro se aplicó a los hechiceros que se transfiguraban en animales, hoy conocidos como nahuales.

Sahagún reporta otras estrellas: las mamalhuatzi o mastalejos, o sea la constelación de Taurus. A este grupo de estrellas se le hacían ceremonias cuando nuevamente iban a aparecer por el oriente, en lo que los astrónomos conocen como salida helíaca y que hoy sabemos que se da en junio, al inicio de la época de lluvias. Sahagún explica que servían para predecir el futuro, pues decían: "...ya ha salido Yoaltecutli y Yacahuiztli: ¿qué acontecerá esta noche, o qué fin tendrá, próspero o adverso? En ese momento ofrecían incienso tres veces, una para cada estrella de esta constelación." En cambio, los cometas o citlalin popoca, estrellas humeantes, eran motivo de premoniciones funestas, como "...la muerte de algún príncipe o rey, o de guerra o de hambre". Creían que los cometas y las estrellas tiraban saetas y por ello eran temidos como guerreros celestes." (The Mesoamerican universe. Integrating concepts, Rubén B. Morante López. Museo de Antropología, Universidad Veracruzana.)


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