martes, 12 de abril de 2022

En Sayula: Política y deportes, el viejo pan y circo

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Uno de los espectáculos políticos más patéticos que nos ha brindado este ayuntamiento ha sido el uso del deporte para la manipulación de la opinión pública en favor de una mediocre gestión y la promoción de la afín imagen del presidente municipal. El viejo pan y circo. Lucha libre, box, futbol podrían parecernos disciplinas loables cuya promoción debe ser aplaudida de pie, dado que el fin es que su práctica aleje de la violencia, las drogas y el alcohol a los más jóvenes (aunque paradójicamente estos satisfactores de los impulsos insanos del pueblo se hayan acercado a cada esquina para satisfacer su creciente demanda en Sayula, con al menos la complicidad pasiva de la autoridad local) y en los mayores sirva de motivación al ejercicio y un espectáculo sano para la canalización del estrés cotidiano, en nuestro municipio. El fondo de esto y no la forma que lo encubre, lo hace socialmente contra producente. Desviar la atención, manipular la opinión pública, lavarle la cara al presidente municipal, y claro permitir negocios en lo oscurito, implican un daño a mediano y largo plazo para Sayula. El no ver la urgencia de poner en la mira pública problemas apremiantes de nuestro entorno común, es el resultado de optar por la evasión; problemas cuya solución requiere de recursos, habilidades de gestión y organización, de liderazgo político en el municipio y poder de convocatoria más allá del superfluo espectáculo del deporte como mercancía y enajenación. Este ayuntamiento no promociona el deporte, promociona al presidente municipal en su imagen con motivo de sus aspiraciones personales y de grupo con recursos públicos que restan el potencial de nuestro municipio de atender y resolver sus necesidades más apremiantes sobre todo las necesidades de la población más vulnerable y expuesta. El viejo truco de usar el deporte como narcótico de masas, se gasta cantidades importantes de recursos municipales ¿Quién mejor que un argentino para explicarnos cómo se usan deportes como el futbol para volver estúpidas a las masas y controlarlas? : 


"(preguntémonos) ¿En realidad debe importar el resultado que tenga la selección nacional en el Mundial? ¿En realidad uno gana cuando gana la selección nacional, en realidad "Todos somos la Selección"? Por más proyección metafísica de identidad que hagamos, las personas que juegan en la cancha de juego no son las personas que ven el partido en el estadio o por televisión. Podemos invocar una conexión a distancia (la famosa "vibra", un entrelazamiento cuántico, telepatía o vudú), pero, por supuesto, esto ya no está en el terreno del deporte, generalmente, es sólo una estrategia de marketing).  

¿Acaso, más bien, no es este (la parafernalia de la Copa del Mundo y el fanatismo deportivo en general) uno de los más vulgares y crasos ejemplos de propaganda, enajenación y creación de identidades superfluas en función del consumismo... El viejo pan y circo?

El futbol es uno de los más grandes negocios que existen, tan redondo como el balón. Participan organismos como la FIFA, comités organizadores, federaciones locales, ligas, televisoras, agencias de marketing y de promoción de los jugadores, apostadores, equipos y jugadores (que, aunque disfrutan brevemente del endiosamiento de la imagen son, a fin de cuentas, sólo instrumentos para la diseminación de una propaganda aspiracional, similar a lo que ocurre con los modelos de artículos de consumo: en México incluso son vendidos a equipos en un "draft" que se apoda "mercado de piernas", sin que los jugadores puedan decidir si quieren ir o no a tal equipo). 

 Coinciden, en el escritor argentino Jorge Luis Borges, una indiferencia y un desinterés por la política y el futbol. Lo que animaba su curiosidad eran las ideas, la arquitectura de mundos mentales, ese gran río de murmullos que cruza el tiempo que es la literatura.  Cuando uno quiere criticar la enajenación del futbol, Borges aparece como una buena opción para legitimar el discurso. Aunque algunas personas puedan considerarlo poco viril, poco inclinado a las pasiones del cuerpo y, por lo tanto, incapaz de comprender la atracción por los deportes (ese instinto marcial sublimado o domesticado), también es cierto que hay poco de esta energía vital en el acto mayormente pasivo de ver un partido de futbol.El espectador o aficionado del futbol no es un observador objetivo o individuado, como el narrador omnipresente de una obra, sino que es un observador arrastrado por la emoción multitudinaria que quiere de alguna manera intervenir y proyectarse al campo de juego (olvidar su presente), a la vez que se ve afectado por el resultado de un juego que no ha jugado y sobre el cual no tiene ningún efecto. Y como tal, exhibe un dejo de frustración y de pueril transferencia. Borges decía que "el futbol es popular porque la estupidez es popular". Es estúpido sufrir por algo en lo cual no tenemos participación ni influencia -(por más que creamos noble o elevado concebir sentimientos abstractos de identificación y, así, concebirnos como encarnaciones de nuestro país o de nuestro equipo y, por lo tanto, estar sujeto a lo que les ocurre. Quizás el rasgo más claro de la estupidez de nuestra sociedad es verse inmiscuido en el trance colectivo de los medios masivos de comunicación (televisión, redes sociales), en las telenovelas, en el futbol, en el marketing que nos despoja violentamente desde nuestros deseos aspiracionales y nuestras inseguridades y respondemos a su llamado yendo a la tienda, comprando los productos o sintonizando el televisor en respuestas zombie o, usando el término de McLuhan, en actitud narcótico-narcisistas.

En una nota publicada en el diario La Razón sobre la Copa del Mundo en Argentina en el '78, Borges conversa sobre futbol con Roberto Alfiano:

- ¿Fue alguna vez a ver un partido de fútbol Borges? 

- Sí, fui una vez y fue suficiente, me bastó para siempre. Fuimos con Enrique Amorim (narrador, poeta, dramaturgo, ensayista y guionista cinematográfico uruguayo). Jugaban Uruguay y Argentina. Bueno, entramos a la cancha, Amorim tampoco se interesaba por el fútbol y como yo tampoco tenía la menor idea, nos sentamos; empezó el partido y nosotros hablamos de otra cosa, seguramente de literatura. Luego pensábamos que se había terminado, nos levantamos y nos fuimos. Cuando estábamos saliendo alguien me dijo que no, que no había terminado todo el partido, sino el primer tiempo, pero nosotros igual nos fuimos. Ya en la calle yo le dije a Amorim: "Bueno, le voy a hacer una confidencia. Yo esperaba que ganara Uruguay -Amorim era uruguayo-- para quedar bien con usted, para que usted se sintiera feliz". Y Amorim me dijo: "Bueno, yo esperaba que ganara Argentina para quedar, también, bien con usted". De manera que nunca nos enteramos del resultado de aquello, y los dos nos revelamos como excelentes caballeros. La amistad y el respeto que ambos nos profesábamos estaba por encima de esa pobre circunstancia que era un partido de fútbol… Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol. Un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial. Además es un juego convencional, meramente convencional, que interesa menos como deporte que como generador de fanatismo. Lo único que interesa es el resultado final; yo creo que nadie disfruta con el juego en sí, que también es estéticamente horrible, horrible y zonzo. Son creo que 11 jugadores que corren detrás de una pelota para tratar de meterla en un arco. Algo absurdo, pueril, y esa calamidad, esta estupidez, apasiona a la gente. A mí me parece ridículo. 

Al parecer, Borges no era sensible a la estética del futbol, y en esto sin duda podemos diferir. Pero, a fin de cuentas, son pocos los que ven futbol como un ejercicio de contemplación estética. El aficionado prototípico busca el desfogue del triunfo, el alarido de pertenencia con un equipo de calidad que ha repasado a otro o con una nación que se piensa superior cuando triunfa y se puede comparar con otros países. En algunos casos se contenta porque su equipo juega bien o da pelea a un equipo históricamente superior, pero no por el placer que le produce el futbol desempeñado en un aspecto puro, sino porque realza su identidad (tener un equipo que la crítica elogia) o le da confianza para el futuro: cuando, entonces sí, pueda ganarle a los grandes. Se dice que el futbol une a la gente. Y, si bien es una buena excusa para socializar y distender, en realidad lo que une en el trance de un torneo o en la estela que deja un título son los sentimientos dispersos de nacionalismo, de euforia chocarrera y de autoafirmación. Si bien es cierto que existen países donde muchos individuos tienen poca seguridad en sí mismos, es ridículo pensar que el futbol sea un revulsivo que lleve a las personas a psicológicamente afirmar su individualidad y desprenderse de sus complejos, esto es algo que se hace justamente individuándose y desmarcándose de las improntas y las enajenaciones colectivas. Si bien el futbol puede provocar una tregua momentánea entre personas de diferentes etnias, lenguas o posturas políticas dentro de un país, el efecto no es de ninguna forma duradero; es como la tregua breve que hacen dos personas cuando se emborrachan.

Buena parte de lo que chocaba a Borges del futbol tenía que ver con el nacionalismo que observaba como consecuencia de este deporte en Argentina, quizás el país con la hinchada más pasional y violenta del mundo (después de que sus enemigos, los ingleses, erradicaran a los hooligans). Tanto el nacionalismo como el futbol le merecían el mismo calificativo. "El nacionalismo sólo permite afirmaciones y toda doctrina que descarte la duda, la negación, es una forma de fanatismo y estupidez", escribió Borges…" (Jimena O. "Borges sobre la estupidez del futbol…" Pijamasurf, revista en línea 06/22/2014)


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