lunes, 1 de mayo de 2023

 Política, fines y medios, el problema de la violencia.  

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Solemos identificar la violencia en su manifestación física en un primer momento, luego la reconocemos en el leguaje en el tono en que se expresan las palabras y la altisonancia de estas. Pocas veces reconocemos la violencia pasiva, psicologica o la ejercida de formas más sutiles y criminales, como es el caso de la política. La política no tendría que ver con la violencia incluso sería lo contrario de esta, pero cuando la política se relaciona con el abuso de poder y está fundamentada en la impunidad fraguada en redes de corrupción e intereses  mezquinos, la política vuelve medio y hasta fin la violencia en sus distintas manifestaciones. Así la política en México se asocia no solo con la violencia sino con la criminalidad, los políticos son ladrones y hasta asesinos si sus intereses los llevan por esta forma extrema de la violencia. Una de las violencias más mezquinas en nuestro país es la patrimonial, que se ejerce contra el derecho de vivos, muertos y no nacidos. El atentado al patrimonio cultural edificado, por ejemplo, es del tipo de violencia  que se ejerce desde el poder contra las personas. La perdida de patrimonio cultura edificado, se da contra aquellos que lo edificaron y lo conservaron, la gente que vivió hace cien, doscientos o trescientos años, en nuestro caso como municipio de 500 años. También se da contra los actuales sayulenses vivos, quienes son herederos y beneficiarios de este patrimonio, lo sepan o no; y finalmente el crimen se ejecuta contra las futuras generaciones no nacidas que verán su patrimonio perdido para siempre. 


Esta es una violencia psicópata, hay que carecer completamente de empatía para perpetrarla desde el poder con una sonrisa y una actitud cínica. Si le sumamos a ello la impunidad, es el crimen perfecto: los muertos no pueden hacer nada para defender sus derechos, los vivos hoy ignorantes de su patrimonio y derechos sobre él no harán absolutamente nada, les es indiferente; y los nonatos están en la misma condición que los muertos, nada pueden hacer contra el criminal. Este uso de la violencia, penado por la ley pero pasado por alto por la impunidad imperante en el estado, la ignorancia de la ciudadanía y el aburguesamiento, nunca antes mejor dicho, de quienes deberían defender el patrimonio de Sayula; nos está dejando en la calle e enriqueciendo ilegalmente a un corrupto y su camarilla de cómplices que desde el poder local se burlan descaradamente de cualquier queja al respeto, aumentado la violencia. Lo que esta gavilla de mozalbetes hacen con Sayula es análogo a lo que vimos en un video de facebook hicieron un grupo de jóvenes motociclista contra un agente de vialidad del municipio al cual casi asesinan usando una violencia brutal; bueno tal como en ese video viral, Sayula es el agente vial y los mozalbetes en el poder sus iguales del tianguis que apedrean en la cabeza al pobre policía vial, afortunadamente Sayula tiene su casco de quinientos años de existencia, pero, el daño será serio e irreversible a su historia y patrimonio ¿Vale la pena está violencia contra Sayula ejercida desde el poder local con una vergonzante complicidad de casi todos? ¿Qué es medio o fin y si es fin de qué tipo? Yo no veo el beneficio de esta violentación de patrimonio, más allá de los bolsillos y los intereses de titular del ayuntamiento de Sayula y sus mentores políticos Enrique Alfaro y Beto Esquer. 

'"La tarea de una crítica de la violencia puede definirse como la exposición de su relación con el derecho y con la justicia. Porque una causa eficiente se convierte en violencia, en el sentido exacto de la palabra, sólo cuando incide sobre relaciones morales. La esfera de tales relaciones es definida por los conceptos de derecho y justicia. Sobre todo en lo que respecta al primero de estos dos conceptos, es evidente que la relación fundamental y más elemental de todo ordenamiento jurídico es la de fin y medio; y que la violencia, para comenzar, sólo puede ser buscada en el reino de los medios y no en el de los fines. Estas comprobaciones nos dan ya, para la crítica de la violencia, algo más, e incluso diverso, que lo que acaso nos parece. Puesto que si la violencia es un medio,   podría parecer que el criterio para su crítica esta ya dado, sin más. Esto se plantea en la pregunta acerca de si la violencia, en cada caso específico, constituye un medio para fines justos o injustos. En un sistema de fines justos, las bases para su crítica estarían ya dadas implícitamente. Pero las cosas no son así. Pues lo que este sistema nos daría, si se hallara más allá de toda duda, no es un criterio de la violencia misma como principio, sino un criterio respecto a los casos de su aplicación. Permanecería sin respuesta el problema de si la violencia en general, como principio, es moral, aun cuando sea un medio para fines justos. Pero para decidir respecto a este problema se necesita un criterio más pertinente, una distinción en la esfera misma de los medios, sin tener en cuenta los fines a los que éstos sirven. 

La exclusión preliminar de este más exacto planteo crítico caracteriza a una gran corriente de la filosofía del derecho, de la cual el rasgo más destacado quizás es el derecho natural. En el empleo de medios violentos para lograr fines justos el derecho natural ve tan escasamente un problema, como el hombre en el "derecho" a dirigir su propio cuerpo hacia la meta hacia la cual marcha. Según la concepción jusnaturalista (que sirvió de base ideológica para el terrorismo de la Revolución Francesa) la violencia es un producto natural, por así decir una materia prima, cuyo empleo no plantea problemas, con tal de que no se abuse poniendo la violencia al servicio de fines injustos. Si en la teoría jusnaturalista del estado las personas se despojan de toda su autoridad en favor del estado, ello ocurre sobre la base del supuesto de que el individuo como tal, y antes de la conclusión de este contrato racional, ejercite también de todo poder que inviste de facto. Quizás estas concepciones han sido vueltas a estimular a continuación por la biología darwinista, que considera en forma del todo dogmática, junto con la selección natural, sólo a la violencia como medio originario y único adecuado a todos los fines vitales de la naturaleza. La filosofía popular darwinista ha demostrado a menudo lo fácil que resulta pasar de este dogma de la historia natural al dogma aún más grosero de la filosofía del derecho, para la cual aquella violencia que se adecua casi exclusivamente a los fines naturales sería por ello mismo también jurídicamente legítima. 

 A esta tesis jusnaturalista de la violencia como dato natural se opone diametralmente la del derecho positivo, que considera al poder en su transformación histórica. Así como el derecho natural puede juzgar todo derecho existente sólo mediante la crítica de sus fines, de igual modo el derecho positivo puede juzgar todo derecho en transformación sólo mediante la crítica de sus medios. Si la justicia es el criterio de los fines, la legalidad es el criterio de los medios. Pero si se prescinde de esta oposición, las dos escuelas se encuentran en el común dogma fundamental: los fines justos pueden ser alcanzados por medios legítimos, los medios legítimos pueden ser empleados al servicio de fines justos. El derecho natural tiende a "justificar" los medios legítimos con la justicia de los fines, el derecho positivo a "garantizar" la justicia de los fines con la legitimidad de  los medios. La antinomia resultaría insoluble si se demostrase que el común supuesto dogmático es falso y que los medios legítimos, por una parte, y los fines justos, por la otra, se hallan entre sí en términos de contradicción irreductibles. Pero no se podrá llegar nunca a esta comprensión mientras no se abandone el círculo y no se establezcan criterios recíprocos independientes para fines justos y para medios legítimos…" (Walter Benjamín, "Para una crítica de la Violencia") 

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