miércoles, 29 de junio de 2022

 El Páramo, el centro del cosmos para el prehispánico Tazulan

Por Rodrigo Sánchez Sosa/ Cronista de Sayula

“Para conocer la manera en que se pudieron mezclar y/o complementar dos visiones distintas del mundo, al igual que los aspectos de transculturación y aculturación consiguientes, son útiles un par de ejemplos. El primero viene de la historia mítica de Ce tecpatl Mixcoatl. Se trata de un conquistador que penetra en el Valle de México en el siglo IX d.C., proveniente del noroeste. Comanda un grupo de guerreros-conquistadores, los cuales ya han pasado por Chicomoztoc, el lugar de donde más tarde saldrán varias etnias de habla náhuatl, incluidos los aztecas. El chichimeca logra vencer a varios pueblos del Valle de México y del cercano Morelos. Luego se establece en Colhuacán, cerca del mítico Cerro de la Estrella, sitio ocupado por grupos de origen tolteca, o sea, por agricultores con un alto grado de cultura. Allí tomará una mujer huitznahuacana, a cuyo pueblo había vencido: Chimalma. 

Este recorrido por tierras habitadas por culturas autóctonas más avanzadas, lleva a Mixcoatl a buscar una nueva identidad, como se advierte en tres hechos. Primero: el paso de los chichimecas por Chicomoztoc, un lugar que debió ser considerado sagrado por los habitantes del centro de México, al menos desde el clásico tardío. Segundo, la elección del Valle de México como lugar donde establecerse en forma definitiva. Y tercero, la elección de su mujer en un pueblo con mayor cultura, con la cual va a engendrar a Ce Acatl Topitzin Quetzalcoatl, quien reúne las carácterísticas culturales de sus padres: por un lado, es un gran guerrero que logra vencer al asesino de su progenitor, y por otro, es el promotor de las artes más refinadas del pueblo tolteca. Esta historia, que parece referirse a personajes de carne y hueso, tiene elementos que hablan de continuas migraciones provenientes del norte, al igual que de las mezclas que se daban en el centro de México, generalmente después de que los invasores lograban imponerse a los pueblos sedentarios por medio de las armas.


El mito tiene una fuerte presencia en esta historia. Los Anales de Cuauhtitlan dicen que Chimalman, la madre de Quetzalcohuatl, se preña "porque se tragó un chalchihuitl". Esta concepción milagrosa, como advierte Piña Chan (1986, 89), se relaciona con el nacimiento de Huitzilopochtli, cuya madre Coatlicue también se preña en un acto mágico. Mixcoatl es la serpiente de nubes, el representante masculino y celeste, el nómada cazador y conquistador, identificado con el sol, gran guerrero del cielo, el que se halla en continuo movimiento, el que fecunda la tierra. Chimalma, "escudo que yace", es la representante femenina, sedentaria y campesina, identificada con la tierra, quien espera del cielo el rayo fecundador, la lluvia fertilizadora. Quetzalcoatl será el héroe mítico, el guerrero y el hombre sabio, el símbolo de la fusión de dos culturas, de dos comovisiones opuestas y a la vez complementarias: la del norte y la del sur, la nómada y la sedentaria, la militar y la campesina.

 Siglos después los aztecas llegan al Valle de México y se establecen siguiendo el esquema de los chichimecas de Mixcoatl: conquistan los pueblos agrícolas, establecen alianzas matrimoniales con los pueblos conquistados y dominan el espacio vital. El Templo Mayor de México-Tenochtitlan es un ejemplo concreto de la fusión cultural que logran los aztecas, pero que ya había tenido su antecedente en Tenayuca, cuando Xolotl y Nopaltzin ocupan este sitio luego de aculturarse en Tula Xicotitlan.

En el espacio de los templos gemelos de Tenayuca (y sobre todo del Templo Mayor de México-Tenochtitlan) conviven las cosmovisiones del norte con las del sur. En Tenayuca la gran pirámide se rodea de dos tipos de serpientes distintas, opuestas y complementarias: una de fuego, celeste y solar, y otra de agua, agrícola y terrestre. En el Templo Mayor de México-Tenochtitlan el dios tribal Huitzilopochtli, celeste y guerrero, que había guiado a los aztecas desde la mítica Chicomoztoc, convive con Tlaloc, el dios terrestre y acuático de los pueblos agrícolas de la Cuenca de México. Al lado de los esquemas míticos de fusión cultural e ideológica entre dos pueblos con modos diferentes de ver al mundo, se dan dos modos distintos de producción de satisfactores: uno fundado en la agricultura y otro basado en la guerra. El maíz y el tributo serán la base económica sobre la que el pueblo mexica se establece, crece y domina gran parte de Mesoamérica. Al menos otros dos pueblos del norte, liderados por Mixcoatl primero y por Xolotl después, habían adoptado siglos antes una misma estrategia productiva, ideológica y social.

 Por supuesto que hay toda una gama de tonalidades entre estas dos visiones del mundo, la del hombre que permanece quieto mientras el universo se mueve en torno suyo, y la del individuo que se traslada a través de una superficie terrestre estática. En el pensamiento de los pueblos mesoamericanos más antiguos, nos dice Florescano (1993, 27), la civilización nació con la agricultura y el maíz. Notamos aquí la división entre grupos agrícolas-civilizados y nómadas-bárbaros. Si bien durante el clásico parece haber un predominio de la ideología de los pueblos agrícolas, para el postclásico, cuando se encuentran dos modos de producción con distintas maneras de ver el mundo, no parece dominar alguna de ellas. Creemos que ello obedece a dos factores. El primero es que los guerreros nómadas no abatieron a los agricultores, sino que se fundieron con ellos. Y el segundo es que, por encima de una serie de variantes y matices, en la cosmovisión prehispánica prevalece una noción primaria extraordinariamente resistente a los cambios que se dan en el tiempo y en el espacio. Este núcleo duro o profundo, como le llaman Florescano (1993) y López Austin (1994), tiene que ver con una serie de ideas acerca del universo, que trataremos de presentar enseguida. 

De acuerdo con la tradición, los conocimientos del hombre prehispánico, inseparables de su religión, se derivaron de las enseñanzas de Quetzalcoatl, Cipactonatl y Oxomoco. Los dos primeros son los inventores y patronos del calendario, mientras que la tercera es la echadora de suertes, acaso relacionada con Tlazolteotl, diosa a su vez vinculada con los partos y la medicina. o sea, que eran al mismo tiempo sacerdotes y astrónomos, astrólogos y magos, curanderos y matemáticos.

El pueblo mesoamericano entretejió todo un sistema conceptual alrededor del mundo que habitaba. Las estrellas, montañas, ríos, lagos, animales y plantas fueron ocupando un lugar dentro de un cosmos cuya complejidad fue incrementándose al poblarse de fuerzas sobrenaturales, que unas veces luchaban en favor de los seres humanos y otras en su contra. Las fuerzas de la naturaleza se movían de modo caprichoso y el hombre trataba de entenderlas e interpretarlas ya sea como movimientos mágicos o como un designio divino. No podemos descartar aquí la presencia de un conocimiento exacto y de un sistema clasificatorio, porque en el pensamiento del hombre mesoamericano convivió la ciencia con la magia y la religión.

La imagen del mundo se concibió como un inmenso lagarto o cipactli, que se encontraba flotando sobre el gran océano, el Cemanahuac. Las protuberancias de la piel de este monstruo terrestre, también llamado Tlaltecuhtli, eran las montañas; los orificios de su cuerpo, las grutas, y su pelambre, la vegetación de la tierra. En el horizonte, las aguas saladas de los mares se unían al agua celeste o ilhuicatl. La piel del monstruo servía para filtrar el agua salobre del mar y así permitir que la vida prosperara con el agua dulce. Para crear este mundo fue necesario que los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcoatl partieran en dos al cipactli y luego lo extendieran sobre el mar. A su vez, para que el firmamento permaneciese en su sitio, cuatro portadores debieron sostenerlo en las esquinas del mundo.

Esta imagen, que proviene de la mitología náhuatl, tiene su paralelo entre los mayas. Florescano (1993: 26) nos dice que en los tableros del conjunto de la Cruz de Palenque está grabado que Hun Nal Ye nació junto con el cosmos y que uno de sus primeros actos fue levantar el cielo y construir una casa orientada hacia los cuatro rumbos del universo, en un lugar donde también se erigió el árbol que simboliza los tres niveles del cosmos.

 Para el hombre prehispánico el cosmos se dividía tanto vertical como horizontalmente. El plano horizontal contaba con cuatro sectores y una quinta región, donde se equilibraban las fuerzas cósmicas. Era el centro u ombligo, un punto de gran importancia, ya que servía para acceder a los tres planos verticales: el cielo (con sus trece niveles), la tierra y el inframundo (con sus nueve estrados). El mundo inferior se relacionaba tanto con la vida como con la muerte. Allí nacía el maíz y de allí venían los hombres, los grupos étnicos y sus dioses patronos.

 El trazo urbano de algunos centros prehispánicos como Sayula, son reflejo de un ordenamiento cósmico, es evidente en estos documentos. Advertimos que el centro del espacio ocupado por el altepetl (AltepletXomosoyotl, otro nombre de Sayula) es considerado el centro del cosmos y simultáneamente la residencia de los ancestros, el hogar de los dioses fundadores del cosmos…" (Rubén B. Morante López). 

El lugar donde se fundó Sayula (en 1546), que se sabe fue el predio donde algunas vez estuvo El Páramo, hoy demolido, podría ser por esta razón uno de los sitios más importantes y polémicos en la historia de Sayula, centro de poder, ya que como se vio en el ordenamiento del universo mesoamericano, era el lugar considerado por los tzayultecas el alteplet, el centro del cosmos.

 


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