lunes, 21 de enero de 2013


La cocina en las letras
              Lizeth Sevilla
«En ese momento comprendió perfectamente lo que debe sentir la masa de un buñuelo al entrar en contacto con el aceite hirviendo. Era tan real la sensación de calor que invadía todo su cuerpo que ante el temor de que, como a un buñuelo, le empezarán a brotar burbujas por todo el cuerpo.»
Laura Esquivel. Como agua para chocolate
Ponerse una cebolla en la cabeza, que una sola mano menee el atole porque si no se corta, poner jugo de limón al arroz para que esponje…son algunos de los consejos que abuelas y abuelos gustaban de compartirnos cuando osábamos acercarnos para recibir sus enseñanzas, algunos pensando que eran consejos ortodoxos y fuera de contexto, otros sintiéndonos afortunados de que nos confiaran recetas que por mucho tiempo fundamentaron las reuniones familiares. Pero no todos éramos dignos de recibir los secretos que hacían del mole, por ejemplo, más que una mezcla de innumerables ingredientes, una comida que tenía que ser preparada con calma, creatividad y pasión, características que no todos poseemos a la hora de entrar a la cocina, en donde además se vivencian otros rituales que se amalgaman con la preparación de los alimentos y que describen minuciosamente las relaciones sociales y las posturas que los individuos tenemos frente a nuestro contexto. No en vano, se dice que concebir el acto de comer como un hecho meramente fisiológico en el que se le da al cuerpo los requerimientos nutricios necesarios para que viva, no solamente es una postura funcionalista, sino que se queda corta al omitir las otras esferas que rodean el acto alimenticio, desde conseguir los alimentos, llevarlos a la cocina, prepararlos, ingerirlos y las consecuencias sociales que vienen después del acto de comer.
Marvin Harris, en su libro, Bueno para comer, describía en su introducción:si los hindúes de la India detestan la carne de vacuno, los judíos y los musulmanes aborrecen la de cerdo y los norteamericanos apenas pueden reprimir una arcada con sólo pensar en un estofado de perro, podemos estar seguros de que en la definición de lo que es apto para consumo interviene algo más que la pura fisiología de la digestión. Ese algo más son las tradiciones gastronómicas de cada pueblo, su cultura alimentaria.
Perspectivas que han llevado a cuestionarse ¿Por qué comemos lo que comemos? ¿Cómo comemos lo que comemos? Etcétera. Pero además, comer es un acto político, un acto religioso y para lo que concierne a este texto, un acto que por mucho tiempo se ha llevado a la literatura. No es difícil entonces pensar en una buena novela que tenga el acto de cocinar como el punto de referencia para otros actos de la vida cotidiana.
Una tarde, rondando por una librería de Guadalajara, de esas en las que encuentras hasta lo inadvertido,coincidí con el libro La cocina mexicana de Socorro y Fernando del Paso, en el que describen cómo un amigo de Paris les había pedido que escribieran un libro en el que no se dejara pasar receta alguna de México; don Fernando del Paso explica cómo este intento resultaba, conforme lo analizaron él y su esposa, cada vez más complicado, ya que en México se tienen innumerables recetas y el ingenio del mexicano permite que durante una vida se pueda preparar una receta diferente sin repetir platillo, hecho que no ocurre en otras partes del mundo. Ni siquiera en la India. Describe la visión prehispánica del Pozole, de la Cuachala, del Pulque de un modo minucioso y sorprendente, incluso, las recetas que después comparte doña Socorro tienen muchos elementos de crónica que lo dejan a uno con el antojo de no dejar ir una página.
De Caracoles y escamoles, de Jacques Paire, ha sido quizá de mis favoritos, en el se describen las vivencias de un cocinero francés que llega a las costas de Veracruz en el siglo XIX justo cuando Porfirio Díaz tenía la intención de modernizar al país. No obstante este cocinero se enfrenta a la disyuntiva de los ingredientes y no tanto por la falta de especias o frutas, sino por el choque cultural y la abundancia. Tiene que acostumbrarse a cocinar y a idear recetas a partir de lo que se encontraba en el país, quedando asombrado por la cantidad de alimentos que para él eran poco comestibles, como los escamoles.
El Elogio de la berenjena de Abel González, relata la relación que tenían algunos escritores con los alimentos; una relación que no solamente impactó en sus escritos, sino que fundamentaba su vida cotidiana, comer como escribir, cocinar como crear una obra, cito:

El argentino Jorge Luis Borges contó una vez-con ese tono de sorna mentirosa que usaba en algunas ocasiones para burlarse de sí mismo-que había decidido divorciarse de su primera mujer la noche en que ella le sirvió de cena, al mismo tiempo, un plato de ensalada y un café con leche. Lo consideró, con toda razón, un menú abominable."Me di cuenta-dijo-que no me quería"

Es innegable cómo se ha mantenido una relación estrecha entre la cocina y todo lo que implica, con la literatura y con otras artes sin duda. La trascendencia de este tema radica en la posibilidad de llevar a un texto más que una receta con santo y seña de ingredientes y tiempos en el horno, es llevar a las páginas el deseo que se provoca en el paladar al ver unas corundas, un atole de maíz con su piloncillo…al leer un sinfín de contextos en los que una mujer hace tortillas mientras la esperan sentaditos una decena de niños que en tanto ella aprieta la masa entre sus manos, suelta una que otra historia que aminora en tanto el hambre.
Hablar en este texto de cómo la cocina ha incursionado en la literatura, o viceversa-sería complicado cuestionar quién convoca a quien a la mesa- como un asunto terminado resultaría utópico; describir cómo Joyce, Hemingway o Murakami, por mencionar algunos, sostienen una relación en sus textos con los alimentos o dedicaron páginas enteras a describir su preparación, nos llevaría mucho tiempo y sería una delicia que muchos disfrutaríamos discutir con un café negro sobre la mesa, algún vino tinto, quesos y tabaco, pero el tiempo es un asunto que nos atolondra hoy en día incluso en las páginas y solamente he atinado a relegarles nombres y detalles, para que salgan a comprar títulos y tengan esa reunión amena con quien más confianza tengan. Hablar de comida, como lo he dicho antes, es como hablar de política, de sexo o de la misma educación. Buen provecho a todos.


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