sábado, 15 de octubre de 2016

Especial para Horizontes...
     Nuestra identidad cultural, y cómo  nos ven desde fuera a los sayulense
Reportaje de Investigación de Rodrigo Sánchez Sosa 

Una polémica que mi incluye, desatada en los medios locales, versa sobre lo oportuno de que alguien como su servidor sea idóneo para ser cronista de Sayula. No es cuestión de dinero ya que este es un puesto público honorifico, no hay salario,  sino de intereses. El hurgar en la historia, es peligroso, porque los hallazgos de una investigación histórica pueden cuestionar el estatus quo local, develar abusos, robos e incluso descubrir planes de saqueos al municipio; así es la historia de poderosa. Siempre y cuando no se vea con los ojos del cronista tradicional, que ensalza los valores locales, los próceres, los héroes, la historia modo pues. El cronista se colude con una forma local de sometimiento y explotación, es raro, muy raro que un historiador sea cronista, porque el historiador es políticamente incorrecto, más si éste no es originario del sitio que trabaja. Ya que, nos dirá no solo las cosas que queremos oír, sino aquello que no queríamos saber, que no nos conviene individualmente o lo que preferiríamos olvidar. El cronista es el de las cuentas alegres de la historia, es como el que se promociona así mismo, es válido, pero no objetivo. Al menos esta misión a cumplido el cronista. Como cronista hasta hora oficial, su servidor, ha desatado una seria de ataques desde personales hasta legales contra quienes me propusieron; pero, mire usted, es porque comencé a pisar cayos, y muchos temen que debele secretos que no quieren que se sepan como la apropiación de propiedad pública por parte de particulares, por ejemplo; como suponen que no me vendo y es más fácil desacreditarme, optaron por lo más barato, mientras no pase de ahí está bien. Ahora bien, podrán callarme, desacreditarme, pero siempre habrá gente ajena a Sayula, objetiva y profesional que podrá, como dije, señalar lo que nos gusta o no de nuestro querido pueblo, y por más que un cronista, como el que ahora habíamos tenido, educado en la tradición del cronista a modo, nada podrá decir, Aquí un ejemplo, para que se vea que mi trabajo es objetivo y documentado. El profesor Alejandro Macías, reconocido académico de la U de G, dice sobre nuestra identidad:
 "La colonización en el sur de Jalisco se dio ante importantes grupos indígenas allí asentados. Aunque la conquista en general fue pacífica -como lo señalan Federico Munguía-  el proceso de colonización en ocasiones trajo enfrentamientos entre los descendientes de los españoles y los indígenas. Esos enfrentamientos eran principalmente por la propiedad de las tierras, pero también por choques culturales, mismos que no se resolvieron hasta muy entrado el siglo XX, y en algunos casos todavía perduran. Algunos pasajes del libro La feria, escrito en 1963 por JuanJosé Arreola, originario de Zapotlán El Grande y uno de los más ilustres literatos de la región, dejan ver esa relación conflictiva:
"A mí que no me vengan con cosas, los indios han sido siempre enemigos del progreso en este pueblo. ¿Sabe usted lo que escribieron al rey de España en 1633, cuando se dispuso aquí la construcción de un ingenio azucarero? 'Somos pobres indios menores. Por amor de Dios hacemos suplicación del decreto; no queremos que haya cañaverales en nuestra tierra...' Y nos quedamos reducidos al puro cultivo del maíz por culpa de estos llorones" (Arreola, 1992: 142).
En el fondo de estas expresiones subsiste una elevada discriminación étnica, donde los españoles y sus descendientes criollos y mestizos se autodefinían como gente de razón en contraposición a los naturales; es decir, los indios originarios de esastierras.
En cuanto a los problemas de tierras, Guillermo de la Peña (1979: 57; 1991: 17) señala cómo desde finales del siglo XVIII y durante el XIX, los indígenas de Zapotlán el Grande (como los de muchas partes del sur de Jalisco y del país) fueron prácticamente despojados de sus tierras por parte de los grupos de la burguesía local, que al mismo tiempo ocupaban los principales cargos en el gobierno municipal. Así, al amparo de las leyes de desamortización liberal que disolvieron las corporaciones y convirtieron a los indígenas en propietarios, en combinación con una ley estatal de 1894 que facultaba a las autoridades municipales a realizar el reparto de los antiguos ejidos, y la práctica de los comerciantes adinerados de la época de prestar dinero a los indígenas, reteniéndoles en prenda los títulos de tierra, los que se adjudicaban si la deuda no era saldada a tiempo, prácticamente se arrebató a los indígenas su tierra, a tal grado que ni siquiera pudieron conservar la integridad de sus barrios y fueron empujados hacia la periferia del pueblo.
 A pesar de lo anterior, la lucha por recuperar la tierra no se perdió entre los descendientes de los indígenas durante el siglo XX. Así, una vez más en el libro La feria, los terratenientes reconocen tal situación:
"Que no le quepa a usted la menor duda, todo lo suyo y lo mío, lo que todos los agricultores de Zapotlán hemos comprado con tantos sacrificios, hasta el último terrón, les pertenece a esta bola de cabrones... Todo el valle de Zapotlán es de ellos, según les están metiendo en la cabeza los historiadores y tinterillos que azuzan contra nosotros. Cincuenta y cuatro mil hectáreas de sembradura, sin contar las tierras de la Comunidad Agraria porque eso sí, ellos no van a meterse con el Gobierno (Arreola, 1992: 134-135).
Incluso, todavía en 1978 hubo una invasión de tierras en el lugar conocido como Piedra Ancha, donde los invasores apelaban a los derechos de la comunidad indígena (De la Peña, 1991: 13). Otro caso del choque étnico en esa región, que después se recrudeció por cuestiones de diferenciación socioeconómica, sucedió en el municipio de Sayula, población que en la época prehispánica fue cabecera de un importante pueblo, Tlatoanzago Zaulteco (Federico Munguía). Sin embargo, después de la conquista, y debido a sus excelentes condiciones ecológicas, esa localidad se convirtió en el principal asentamiento de los españoles en todo el sur de Jalisco, conformándose la provincia de Ávalos. Resultado de ambos fenómenos, Sayula presenta un mosaico de culturas hispánicas e indígenas que no terminan por asimilarse. Mientras que la cabecera municipal se identifica con su pasado colonial, subsisten también, sobre todo en la zona de Usmajac (pueblo semirural ubicado al este de la cabecera municipal), importantes manifestaciones culturales indígenas, pues las tierrasal norte de ese pueblo -donde después se construyó la haciendade Amatitlán- eran propiedad de nativos. Este contraste entre culturas se manifiesta en las diferencias entre la cabecera municipal de Sayula y Usmajac: mientras la primera tiene un mayor ingreso económico, es una localidad más diversificada -sobre todo por la presencia del comercio-, y vive allí la gente con mayores recursos económicos, Usmajac es una población semirural que continúa viviendo casi exclusivamente de la agricultura. Tal situación heterogénea entre ambas poblaciones -que tiene su origen no sólo en su pasado étnico, sino también en la dinámica económica de ello derivada- provocó que paulatinamente fueran creciendo los enfrentamientos entre sayulenses y usmajaquenses, donde los segundos se sienten tradicionalmente relegados de las mejores oportunidades económicas, pues, dicen, la cabecera municipal acapara la mayor parte de los recursos que el municipio genera por estar allí la sede del poder municipal.
Lo anterior se agrava por el hecho de que una de las principales actividades económicas del municipio todavía es la agricultura, siendo que las tierras más aptas para los cultivos comerciales hoy más importantes -como el brócoli o las semillas mejoradas- se concentran al sureste, en el lado de Usmajac. Ante ello, los habitantes de esa población dicen que el corazón del valle se localiza en torno a Usmajac (Gómez, 2004), pero que todo lo que se resuelve en materia de agricultura es en beneficio de los productores hortícolas que viven en Sayula. Existe por tanto, un sentimiento de trato injusto entre los habitantes de Usmajac, lo cual hace que no se sientan parte del municipio de Sayula. Esa falta de identificación se comprueba en el siguiente comentario hecho por un usmajaquense: "Las empresas vienen de Sayula…, pero aquí en la región…", como si la región se constriñera exclusivamente a Usmajac. En cuanto al ámbito de las representaciones culturales, si bien en algunos casos los choques étnicos se fueron transformando en la interrelación y complementariedad de ambas culturas, en otros no han terminado de consolidarse en una cultura más o menos homogénea. Por eso, todavía hoy se mantienen importantes manifestaciones culturales de origen indígena, gran parte de las cuales se concentran en el valle de Sayula-Zapotlán: Zacoalco, Cuyuacapán, San Andrés Ixtlán y Tuxpan, así como en la parte posterior de la Sierra de Tapalpa: Atacco, Jiquilpan, Alista y los pueblos colindantes con el Cerro de El Petacal. Por ejemplo, en el caso de Sayula, su diversidad étnica, cuyos resquicios todavía siguen presentes, se manifiesta en las celebraciones: mientras el carnaval (de renombre en Jalisco) es de origen criollo (tardío 1917), la Fiesta de los Naturales sigue siendo una celebración cuasi indígena que se mantiene principalmente   en los barrios pobres de Sayula, al identificarse estos como los herederos de las tribus otomíes, en contraste con las clases medias y altas (denominados "curros"), que destacan por su pasado español .
 La interrelación y asimilación incompleta entre la cultura española y la indígena, generó en el sur de Jalisco pueblos con una gran división del trabajo y jerarquización social, así como regiones muy diferenciadas y con objetivos heterogéneos, lo que poco abonó para la consolidación de una identidad regional, no obstante que determinadas fiestas se han convertido en parte fundamental de las identidades de pueblos específicos." Gracias.

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