jueves, 3 de febrero de 2011


La tierra de los fantasmas

Los seguidores de Bukowski

Lizeth Sevilla
Los intelectuales, los hijos del coeficiente intelectual alto, los prodigios de las letras, los que ganan premios con una facilidad indecible, los que caminan por las calles gordos de ego, de fama; los que caminan inmutados porque creen que el tráfico se parará con su sola presencia, a los que les dijeron que leer al gran Bukowski los transportaría a otras latitudes y se encasillaron en su Cómo ser un gran escritor y lo tomaron como oración personal para toda circunstancia; los que se quedaron como arañas bajo los edificios, esperando, esperando y jamás obtuvieron nada, ni siquiera puestos de renombre en instituciones gubernamentales.
Los que pensaron que agarrar la borrachera, hacer de la cerveza su amuleto les daría otra oportunidad en su vida -o su muerte- y se fueron por las calles, buscando cantinas, bares, antros en los cuales dejar la mala suerte y sólo perdieron sus quincenas.
Los que terminaron enclaustrados en sus diminutas casas de Infonavit aguantando la soledad como los viejos perros -Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun - y terminaron esquizofrénicos ante la inminente necesidad de compañía y movieron las piezas del ajedrez una, otra vez emulando las voces y jugadas de sus compañeros imaginarios.
Los que pensaron que la última oportunidad que tenían para recrudecer sus míseras vidas era iniciar con el primer verso de ese poema que nos dejó a todos mudos, inmutados y buscaron en burdeles a su musa pero no pudieron pagar el precio; los que después salieron a buscar otras mujeres cuyo precio recayó en el serás fiel hasta que la muerte te separe y la misma muerte jamás les hizo caso, lo ignoró como se ignora al perro solitario en el que logró convertirse. Entonces no tuvo de otra más que imaginar qué sería tener a esas mujeres que caminan por las calles inexpugnables, retumbando el asfalto con sus tacones y su trascendencia; esas mujeres que no hicieron más que crear y moverse en una realidad que las acosaba de impuras asexuales; y desilusionado les llamó putas a fuerza de no tenerlas en su cama o en sus diversos recovecos que se consiguió para tal acto, las crucificó en las puertas de la iglesia, las excomulgó por no hacerle caso. Su séquito de intelectuales no hacía más que repetir la historia, se revolcaban en la codicia de sus reconocimientos y sus plaquetas -nunca lograron publicar un libro- y se reunían para discutir sobre la reputación de ellas, a las que nunca tuvieron más que en sus escritos. La naturaleza los creo cobardes y les donó el arte de hacer con la palabra un sinfín de realidades… jamás valió la pena. Ya viejo, recostado en su cueva de remordimientos sólo se lamentaba una cosa, nunca pudo hacerle honor a ningún verso y terminó como terminan los grandes -dicen- solo, acobardado y ebrio. Sin embargo, jamás le dio duro a esa cosa, se fue al exilio de los que no crearon un buen poema, de los que caminaron por la calle con la consigna de que pudieron cambiar su existencia, pero se transformaron en escarabajos y aferrados a su historia perecieron bajo los muros de una iglesia.
Es esa clase de guerra: la creación mata, muchos se vuelven locos, algunos pierden el rumbo y no lo pueden hacer
nunca más/ algunos pocos llegan a viejo/ algunos pocos hacen plata/ algunos se mueren de hambre (como Vallejo)/ es esa clase de guerra: bajas por todas partes/está bien, adelante
hazlo pero cuando te ataquen por el lado que no ves no me vengas con remordimientos.
Ahora me voy a fumar un cigarrillo en la bañera y luego me voy a ir a dormir. Bukowski

1 comentario:

  1. Gracias por descubrirme a Bukowski, tremendo escritor he comenzado a leerlo. Cosas de la vida, llegue a caminar por la calle de su casa en San Pedro Ca.

    ResponderEliminar