lunes, 2 de octubre de 2017

LA POLITICA DESDE GAYOLA
Por Rodrigo Sànchez Sosa

La fractalidad sistémica que representan grupos activistas como el Frente Cívico Sayula, invitan al análisis desde la ciencia social, la historia, la filosofía, la sociología y hasta el psicoanálisis ¿Qué es esta nueva forma de hacer política que no es política? ¿Qué es este chilaquil de antagonismos? ¿Qué es esta multiplataforma de intereses? ¿Qué es esta paradoja entre el mesianismo social y el glamur frívolo? ¿Qué es está crítica selectiva de la corrupción? ¿Qué es este exhibicionismo ingenuo? ¿Qué es esta "utopía" de la inmediatez? ¿Qué es este proceso histórico sin historia?... ¡se debe ver como parte de una estructura superior? ¿como resultado de un contexto sociohistórico en una geopolítica global? ¿como parte de la ideología del poder? ¿como un fetichismo materialista del consumismo, como un culto a la imagen en una sociedad posmoderna en un país salpicado de premodernidades?. Discúlpeme que no le diga que la solución a los problemas que plantea el FCS es sencilla, tan sencilla como volvernos España, Alemania o Suiza (o que basta media cuartilla para explicarla), como quieren algunos loquitos. El pensamiento latinoamericano no le pide nada a los gringos ni a Europa, hemos pensado y analizado nuestra compleja y particular realidad desde hace mucho, vea usted:
"En opinión del mexicano Gabriel Vargas Lozano, el debate sobre la posmodernidad alude a los nuevos fenómenos que aparecen en la fase actual del desarrollo capitalista. Siguiendo los análisis del marxista norteamericano Frederic Jameson, Vargas Lozano afirma que la posmodernidad es la forma como se ha denominado a la lógica cultural del "capitalismo tardío". El que emerjan nuevos rasgos en las sociedades industrializadas tales como la popularización de la cultura de masas, el ritmo y complejidad en la automatización del trabajo y la creciente tecnología de la informatización en la vida cotidiana, hace que el sistema capitalista desarrolle una ideología que le sirva para compensar los desajustes entre las nuevas tendencias despersonalizadoras y las concepciones de la vida individual o colectiva. Para enfrentar estos desajustes, el sistema capitalista precisa deshacerse de su propio pasado, es decir, de los ideales emancipatorios propios de la modernidad (libertad, democracia, derechos humanos etc…), y anunciar el advenimiento de una época posmoderna, en donde la realidad se transforma en imágenes y el tiempo se convierte en la repetición de un eterno presente. Nos encontraríamos, según Vargas Lozano, frente a una legitimación ideológica del sistema, acorde con la orientación actual del capitalismo digitalizado y consumista. 
Adolfo Sánchez Vázquez adhiere también a Jameson y opina que la posmodernidad es una ideología propia de la "tercera fase de expansión del capitalismo" que se inicia después de terminada la segunda guerra mundial. A diferencia de las dos anteriores, esta tercera fase ya no conoce fronteras de ninguna clase, llegando a penetrar incluso en ámbitos como la ecología, el arte y el inconsciente colectivo. Para lograr sus objetivos, el "capitalismo tardío" engendra una ideología capaz de inmovilizar por completo cualquier intento de cambiar la sociedad (activismos políticos, económicos, sociales, estéticos e incluso espirituales alternativos). En opinión de Sánchez Vázquez, el pensamiento posmoderno arroja por la borda la idea misma de "fundamento", con lo cual se arruina todo intento de legitimar un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipador y libertario de la modernidad, la postmodernidad descalifica la acción política (por eso lo activistas dicen no ser políticos y se dan las candidaturas independientes de políticos que dicen no serlo) y desplaza la atención hacia el ámbito contemplativo de lo estético (es más importante el glamur en el activismo que la propuesta). Además, mediante el anuncio de la "muerte del sujeto" y del "fin de la historia", los filósofos posmodernos liberan al artista de la responsabilidad por la protesta que la estética moderna le había otorgado (por eso se puede ser artista y activista de medio tiempo, estar en el plantón o en medio de un arrebato creativo e ir al gym a alimentar el ego no crea conflicto). Así mismo, la reivindicación de lo fragmentario y lo ecléctico elimina cualquier tipo de resistencia y sume al hombre en una espera resignada del fín (por eso todas las opiniones cuentan y se puede mesclar el agua con el aceite en un mundo que de todos modos no tiene remedio)
 El economista y filósofo Franz Hinkelammert ve en la posmodernidad un peligroso regreso a las fuentes del nazismo. La influencia de Nietzsche en los filósofos posmodernos no es gratuita, pues de lo que se  trata es de corroer los cimientos mismos de la racionalidad… Y así como Nietzsche legitimaba el poder de los más fuertes al considerar que la ética universal es la ética de los pobres, los esclavos y los débiles, la posmodernidad se coloca del lado de los países y las clases ricas (se habla de la corrupción de la clase política, pero no de la corporativa por ejemplo) al socavar los fundamentos de una ética universalista de los derechos humanos basada en la razón ("los derechos humanos defienden a criminales…"). De esta manera, la posmodernidad se presenta como el mejor aliado de las tendencias neoliberales contemporáneas, que se orientan a la expulsión del universalismo ético del ámbito de la economía (el problema no es estructural sino de carácter, estamos así porque queremos y porque no nos sumamos la activismo apolítico).
Hinkelammert piensa también que el "anti-racionalismo" de la posmodernidad se coloca en la línea de una tradición anarquista que va desde los movimientos obreros del siglo XIX hasta las protestas estudiantiles de los años sesenta. Se trata de una protesta antisistema que tiende a chocar  contra todo tipo de institucionalidad, y cuyo objetivo final es construir una sociedad ideal sin Estado. Sin embargo -advierte-, el anti-institucionalismo de los movimientos anarquistas les impide proponer algún tipo de proyecto político, lo cual les obliga siempre a buscar soluciones extremas. Es el caso de los grupos terroristas, que al no encontrar otra vía para abolir el sistema, se orientan entonces en la dirección señalada por 'la destrucción como pasión creadora".
El neoliberalismo de hoy -continúa Hinkelammert- ofrece a estos, una nueva perspectiva de abolición. No es extraño que un buen número de militantes de la antigua izquierda y movimientos de protesta social hayan aterrizado en el neoliberalismo. De este encuentro nace el "anarco-capitalismo", la nueva religión del mercado fundada por Milton Friedman y entre cuyos predicadores se encuentran , Nozick, Glucksman, Hayek, Fukujama, Vargas Llosa y Octavio Paz (promotores del neoliberal salinismo mexicano hoy en el poder). Todos ellos persiguen el antiguo sueño anarquista de la abolición del Estado, pero esta vez sobre las bases realistas de un capitalismo radical y ya no sobre las bases románticas imaginadas por el pensador anarquista Bakunin. Pero el resultado final es el mismo: abolir el Estado mediante la totalización del mercado, sin importar el número de sacrificios humanos que ello pueda costar. La batalla posmoderna por erradicar la racionalidad es, a los ojos de Hinkelamniert, un mecanismo para eliminar a los enemigos del poder totalitario: ninguna utopía más, ninguna teoría o ideología más capaz de pensar la realidad como un todo estructural, ninguna ética universal.
El filósofo cubano Pablo Guadarrama advierte, por su parte, acerca del grave peligro que representa la negación de dos conceptos básicos para América Latina y México obviamente: el progreso social y el sentido lineal de la historia. La crítica posmoderna a la finalidad social e histórica persiste en desconocer un hecho innegable: jamás ha habido un proceso histórico que no se edifique sobre estadios inferiores o menos avanzados, una evolución histórico-social (los activismos contemporáneos de  clase media no tienen un antecedente histórico, surgen de forma espontánea sin pasado y creen que esa es su ventaja estratégica y moral en la "lucha"). Otra cosa es que unos pueblos "avancen" a ritmos más acelerados que otros, o que alcancen mayores o menores niveles de vida en el orden económico o cultural: pero lo cierto, afirma Guadarrama, es que existen "momentos ascensionales de humanización de la humanidad". Y América Latina no constituye la excepción, sino la confirmación de esta regla. En algunas áreas del continente (así como de México) se observa una persistencia de formas precapitalistas de producción, mientras que en otras hay procesos bastante avanzados de industrialización. La  existencia de diversos "grados de desarrollo" en la estructura social de los países latinoamericanos resulta, entonces, innegable.
Justamente por esta razón, Guadarrama piensa que no puede hablarse de una "entrada" de América Latina a la posmodernidad. Mientras Latinoamérica no termine de arreglar sus cuentas con la modernidad, esto es, mientras no se haya realizado una experiencia plena de este proceso histórico, resulta inoficioso e inútil pensar en una vivencia posmoderna (de ahí lo absurdo de estos activismos clase medieros que aglutinan clases sociales antagónicas y enemigos históricos como la iglesia y los masones en un mismo "fin" social y político).
 El criterio habermasiano de que la modernidad es un proyecto incompleto -esribe Guadarrama- ha encontrado justificados simpatizantes en el ámbito latinoamericano, donde se hace mucho más evidente la fragilidad de la mayor parte de los paradigmas de igualdad, libertad, fraternidad, secularilarización, humanismo, ilustración, etc., que tanto inspiraron a nuestros pensadores y próceres de siglos anteriores. Se ha hecho común la idea de que no hemos terminado de ser modernos y ya se nos exige que seamos posmodernos en México y todo América Latina.
Una de las críticas más interesantes es la del filósofo argentino Arturo Andrés Roig, para quien la posmodernidad, además de ser un discurso alienado de nuestra realidad social, es también alienante, pues invalida los excelentes logros del pensamiento y la filosofía latinoamericana. Proclamar el agotamiento de la modernidad implicaría sacrificar una valiosa herramienta de lucha, de la cual han echado mano todas las tendencias liberadoras en América Latina: el relato crítico. Roig afirma que la modernidad no fue solamente violencia e irracionalidad, sino también apertura a la función crítica del pensamiento.: La llamada "filosofía de la sospecha" (Nietzsche, Marx, Freud) nos enseña que "detrás" de la lectura - inmediata de un texto se encuentra escondido otro nivel de sentido, cuya lectura deberá ser mediatizada por la crítica. Y es justamente esta idea del "desenmascaramiento" la que ha dado sentido a la filosofía e ideología latinoamericana, interesada en mostrar los mecanismos ideológicos del "discurso opresor". Renunciar a la sospecha racional, como pretenden los posmodernos y sus activismos clase medieros, equivale a renunciar a la denuncia por el glamur y, con ello, caer en la trampa de un "discurso - justificador" proveniente de los grandes centros del poder mundial.
Roig señala que este "discurso justificador", interesado en hacernos creer que hemos quedado en una especie de "orfandad epistemológica" (que no hace falta tanto "rollo" para maquinar un cambio social y político), nos dice que todas las utopías han quedado definitivamente desacreditadas y que la historia ha llegado a su culminación. Pero la filosofía latinoamericana se ha caracterizado, en su opinión, por ser un tipo de pensamiento "matinal", cuyo símbolo no es el búho hegeliano sino la calandria argentina. Es decir que se trata de un discurso que no mira hacia atrás justificando el pasado, como en el caso de Hegel, sino que mira siempre hacia adelante, firmemente asentado en la función utópica del pensamiento. Por ello mismo, renunciar a este "discurso de futuro" (discurso crítico pero también racional) sería negar la esperanza por una vida mejor, que es el anhelo de los sectores oprimidos en todo América Latina, Caer en el nihilismo (la  ingenuidad vulgar que niega la esperanza en nombre de lo inmediato) es renunciar a la política en un "dejar hacer" económico incorporando una voluntad débil y auto satisfecha mediante  los teléfonos celulares, el consumo, los lujos, los placeres frívolos y la redes sociales." Santiago Castro Gómez, "Critica de la razón latinoamericana" (adaptación mía).

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