miércoles, 4 de diciembre de 2019

Especial para Horizontes...
Depredación del Patrimonio Arquitectónico del
municipio, indolencia e ignorancia
Reportaje de Investigación de  Rodrigo Sánchez Sosa, Cronista de Sayula 

Don Federico Munguía Cárdenas QPD, cronista emérito del municipio y uno de los historiadores regionales de la vieja escuela, más reconocido por su titánica y apasionada labor, dedicó parte de su vida a custodiar el patrimonio arquitectónico del municipio, no sin experimentar la frustración ante los poderes fácticos económicos  y políticos que en su momento dieron cuenta de varios inmuebles históricos y patrimoniales de Sayula que, ante la indolencia de los organismos gubernamentales encargados de su protección, sucumbieron convirtiéndose en montones de escombros o en eclécticas construcciones de mal gusto, monumentos a la ignorancia local con endoso a la "modernidad". Una vez que el incansable don Federico lamentablemente falleció, esta labor pasó a manos de personas interesadas en la preservación de nuestra tradición estética y artística, como periodistas y ciudadanos que ya sea por su sensibilidad, vocación o formación académica se interesan en la cultura y el patrimonio. Pero, sobre todo, como una obligación, de quien esto escribe, dado el cargo honorifico, sin goce de sueldo, que el cabildo municipal tuvo a bien encargarme.
Lamentablemente, al igual que don Federico Munguía y otras personas como el doctor Figueroa Torres QPD, quienes intentamos hacer conciencia y proteger el patrimonio arquitectónico del municipio; no nos queda más que inconformarnos ante las autoridades correspondiente, denunciar e informar a la ciudadanía sobre estos atropellos, ya que no se es, en nuestro caso, autoridad normativa o judicial para obligar a propietarios e instancias municipales como Obras Públicas, federales como el INAH y estatales como Secretaria de Cultura, a acatar la norma, reglamento o ley  de preservación patrimonial.
En tal circunstancia, ha sido imposible detener la demolición parcial o total de importantes inmuebles, como el ya hasta olvidado Teatro Alfaro, que se encontraba en la esquina de Escobedo y José Antonio Torres; así como anteriormente, del Belevere (Mirador) de la Casa de la Cultura; del monumento a la Bandera que se encontraba en la esquina sud poniente del Jardín principal en el lugar donde hoy se encuentra el quiosco de información turística. No se pudo detener la destrucción del paño de la primera cuadra de la calle Prisciliano Sánchez donde se edificaron casas y comercios que rompieron la armonía del trazo original de la calle, lo mismo en la primera cuadra de Ávila Camacho poniente, la primera cuadra de Ramon Corona, primera cuadra de Vallarta (donde incluso se privatizó una calle, el callejón de Venus del cual sólo queda la parte poniente que sale a la calle Venustiano Carranza que se conoce como el Callejón de Diablo), en menor medida se rompió la integridad del paño en las primeras cuadras (y más allá en mayor medida) de las calles Independencia, Ávila Camacho poniente, Porfirio Díaz (donde se depredó una casa del siglo XVII, la casa antigua, por el mismísimo titular de Obras Publicas de la pasada administración municipal). Al igual pero un poco antes, la bárbara intervención de Portal Libertad o antiguo Parían, en sus primeros locales de la parte sur con escaparates de hierro y cristal y en su esquina norte la criminal demolición parcial de lo que alguna vez fuera el negocio conocido como Casa Larios. Incluso podría caber aquí la modificación de la plaza de armas y el cierre de la primera calle 5 de Mayo entre Ávila Camacho e independencia. No podríamos olvidar la depredación de un periodo más antiguo entre los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando desapareció el Jardín botánico Celso Vizcaino bajo el edificio de lo que luego sería el Jardín de niños del mismo nombre y la lapidación de la plaza colonial del comercio bajo el concreto del actual mercado municipal Benito Juárez y antes la intervención de la misma por el mercado Negrete. Y podemos ir más atrás en el tiempo hasta finales del sigo XIX cuando se demolieron dos portales posiblemente del tiempo de la colonia que se encontraban en la primera y segunda cuadra de la calle 5 de Mayo, de los que se sabe por fotos de esa rúa de 1873; o más atrás aún, cuando con  motivo de la independencia de nuestro país y en la lógica de borrar todo vestigio de la colonia, se demolieron las antiguas fincas coloniales pertenecientes a españoles peninsulares de las que no quedó casi nada. En casos más delicados por el contexto en que se dieron, podemos mencionar la modificación original de la fachada de la parroquia de la Inmaculada Concepción que se dio en el decenio de los años cincuenta del siglo pasado: la demolición de la antigua barda perimetral, la modificación del atrio y lo que estuvo a punto de ser una tragedia, el pulimiento inapropiado de la cruz atrial de 1578 que originalmente estaba en el cementerio del Hospital de Indios de Sayula y luego pasó al atrio de la parroquia; al respecto, contaba don Federico Munguía, que fue el doctor Figueroa Torres quien paró esa barbarie al pasar cuando los albañiles contratados entonces por el cura en funciones pulían la cantera de la  parte superior de la cruz (de ahí que se note una diferencia entre la base y el cuerpo de la cruz hoy); el doctor "Pildoritas" como se le conocía, se quejó airadamente y amenazó con denunciar ante las autoridades federal al mismo cura por atentar de esa manera contra un bien patrimonial, el cura se desistió pero el daño la monumento histórico fue irreversible. No así sucedió con la original barda perimetral del atrio, que debió datar de la colonia, ni del frontispicio también colonial de la parroquia que se perdieron para siempre junto con el atrio primitivo, Y digo que es un asunto delicado por la autoridad que ejerce el cura sobre las personas y que esto implica la sujeción a los criterios de la persona en turno investida por el cargo, que no siempre son dueños de un criterio y gusto estético que abone a la preservación del patrimonio municipal como fue el caso, que bien puede prestarse, como algunos de los anteriores, a polémica apelando a una búsqueda de la modernidad y el hipotético progreso, algo muy cuestionable. 
Es muy difícil la tarea de preservar el patrimonio arquitectónico y en general el patrimonio cultural de un pueblo contra la inercia de una modernidad indiferente al pasado por mal entendida. A nosotros, los que sobrevivimos a don Federico Munguía en esta tarea, sin el prestigio de este y en muchos casos sin la aceptación en ciertos círculos sociales que conforman poderes fácticos en el municipio, nos ha sido casi imposible enfrentar la tarea. Si a esto le sumamos la indiferencia de la autoridad competente como es el caso del INAH, vemos que se ha logrado muy poco en la lucha por evitar que la ignorancia, la prepotencia y el oportunismo económico y político dañe irreversiblemente nuestro patrimonio municipal. La autoridad local no ha ayudado mucho incluso por el contrario en algunos casos se ha vuelto cómplice de la depredación. Casos recientes: la denuncia de la modificación de una finca en la esquina de las calles Venustiano Carranza y Ávila Camacho que el INAH pese a tener pleno conocimiento nunca actuó, consumándose la depredación. Por otro lado, hay que decirlo, en el caso de la cochera que se pretendió abrir en una casa patrimonial de la primera cuadra de la calle Ávila Camacho poniente, el organismo federal actuó, queremos pensar, o en su defecto Obras Públicas, parando la obra. Lo mismo pasó en el caso de la finca al lado de la Casa de la Cultura Juan Rulfo, donde se intentó sin los permisos del organismo competente, modificar la fachada. En otros casos fue imposible detener el atentado, como es el asunto de fincas modificadas en la calle 16 de septiembre, sin cuidado ni atención a la estética original llegando al barbarismo de substituir cantera antigua por cantera reciente en los guarda polvos de la fachada; o el caso reciente de la segunda cuadra de la calle Ávila Camacho Oriente casi esquina con Pedro Moreno, donde el paño original fue modificado para dar cabida a un inmueble moderno fuera de contexto que, no contentos con eso denota el desnivel señalado, dejando las últimas tres casas al lado, antes de la esquina, con el aspecto de un cajón fuera de contexto estético, como los son el local de una sastrería y el antiguo local que hoy utiliza un negocio de alimentos y forraje para animales, ya que esta casa hizo juego con la anterior también modificada de forma negativa para la traza original de la calle que se encuentra dentro del perímetro del centro histórico por estar dentro de las 600 varas castellanas o 502 metros que marca el área del trazo original de la colonia de 1546. Los mismo puede decirse de otros por lo menos 4 negocios y algunas casas sobre esa misma cuadra que destruyeron totalmente la estética original de esa calle. El caso más escandaloso por las personas implicadas es sin duda la demolición del ex Jardín de Niños Celso Vizcaino, que si bien este a su vez destruyó el espacio del jardín botánico del siglo XIX del mismo nombre, había sido incluido en el catalogo de patrimonio del estado y pese a lo que se diga sobre si era una obra apócrifa de Rafael Urzúa, el precedente legal que sienta en caso de que no se proceda conforme a la ley es preocupante, pues da pie a que cada propietario de un bien patrimonial en el municipio se guíe por su propio criterio e interés particular al modificar o demoler Patrimonio Cultural. Se debe reconocer que hay gente bien intencionada entre los propietarios que se esfuerzan por preservar la  finca de su propiedad en el estilo original, pero dado su escaso conocimiento del periodo y de una mano de obra y asesoría no calificada, resultan en modificaciones bien intencionadas pero erróneas. Esto se da gracias a la ineptitud de las dependencias locales de primera instancia que permiten las intervenciones de este tipo. Esta ignorancia es incluso contraria a los intereses de los mismos propietarios que ya sea por ahorrarse dinero o seguir sus gustos estéticos limitados, devalúan su propiedad que bien intervenida elevaría su valor final. Lego tenemos también la ignorancia con respecto al valor del patrimonio arquitectónico municipal de la mayoría de las personas, quienes juzgan sobre esto en redes sociales con criterios pobres y pésimos, donde prevalece el mal gusto a la hora de calificar las intervenciones y hasta la demolición del patrimonio, calificando de bonitas, fincas fuera de contexto y en in armonía con nuestra historia. Luego también, podemos hablar de la indolencia, tanto de propietarios como de autoridades y ciudadanía misma que, en el mejor de los casos son cómplices pasivos de la depredación y en el peor,  la apoyan sin remordimiento, apelando el valor económico o al derecho de propiedad privada. Así pues, se dice que el propietario tiene derecho de hacer con su inversión lo que mejor le convenga, dado que es propiedad privada y no pública. No se toma en cuenta que más allá del dinero hay un interés común, un patrimonio cultural que no tiene valor monetario. Si tal criterio se hubiera seguido en San Miguel Allende o la misma ciudad de Guanajuato, no tendríamos las joyas coloniales que hoy son, Eso perdimos en Sayula con ese criterio tan burdo cómplice de la depredación en el municipio.
Octavio Paz decía que la arquitectura es el testigo insobornable de la historia. Los registros históricos dependen de quién los haya documentado, de su contexto particular, social, político y económico; pero los edificios que se levanta o se demuelen en cada periodo histórico nos cuentan una historia más real y objetiva, así en el primer cuadro de Sayula (502 metros a los 4 puntos cardinales desde la parroquia), hay una historia de lo que fuimos y somos que no podemos ocultar al visitante con el criterio y los conocimientos para verlo. Vemos en ello cómo en los últimos 80 años, quienes han tenido el poder político y económico en Sayula, han sido de una inteligencia y gusto estético muy, muy inferior a los mismos actores sociales de finales del siglo XIX que urbanizaron Sayula. No lo digo para insultar a nadie, ahí esta la arquitectura, lo que hemos preservado y lo que hemos modificado, junto a lo que hemos levantado en nuestro centro histórico, eso es lo que nos acusa objetivamente y sin que nada podamos hacer para evitarlo a no ser que tengamos la capacidad para demoler todo y que no se nos pueda juzgar por ello.

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