miércoles, 2 de septiembre de 2020

              Política  y nueva normalidad.

Por Rodrigo Sánchez Sosa

Dice la biblia que no se puede echar vino nuevo en vasijas viejas. La pandemia actual Covid 19 nos está enseñando una lección que no terminamos de descifrar. Lo de "Nueva normalidad" lo leemos con tan poco interés que no comprendemos de que hablamos cuando lo usamos. Los comerciales para vender autos y otras productos de consumo triviales e innecesarios, usan el término para vender, como si fuera un mero accidente en la normalidad eso de "La nueva normalidad". Y los políticos, nuestros políticos, esos improvisados novatos que resuelven todo con la foto, no creen en la "Nueva normalidad" como algunos ciudadanos no creen en el coronavirus. Pronto a alguien se le ocurrirá, en ese oportunismo guarro que no falta, como aquel de "Ponte la verde" del PVEM; algo como "Fulanito de tal el candidato de la Nueva normalidad" como si tal fuera un partido político o una postura moral.


Hay una necesidad impostergable de un cambio a nivel global. O cambiamos o entramos en un estado de decadencia que ni la sociedad ni la naturaleza aguantarán. Le pongo un ejemplo, luego que se reconociera que los alimentos chatarra en México cobran 300 mil muertes al año por Diabetes y enfermedades del corazón, que son producto de una mala alimentación y consumo exagerado de azúcar, sal y productos usados en el procesamiento de estos "alimentos"l Los productores de los mismos, se gastan un dineral en campaña para hacernos creer que prohibir estos alimentos atenta contra el derecho a decidir de los  más jóvenes en la sociedad (¿Qué, su derecho a morirse?). Está más que probado que el número de muertes en México causadas por el coronavirus 19 están ligadas a enfermedades previas como desnutrición, diabetes e hipertensión, producto de una mala alimentación y consumo de comida chatarra. Pero los señores de las empresas, creen que no es necesario cambiar nada, dicen que se debe negociar, que atenta contra las libertades individuales, que es comunismo que el estado te diga qué puedes comer y qué no ¿De verdad? ¿Es broma? No, estos mismos acusan al gobierno de México de una mala gestión de la pandemia y de las más de 60 mil muertes, así el cinismo. Todo por preservar la antigua normalidad que ya no da para más, todo por el dinero y su nivel de vida que representa matar a otros, explotar a otros, robar a otros, segregar a otros, destruir el entorno porque siempre ha sido así, normal. Pero seguramente Bimbo, por ejemplo, tendrá un producto de pan de caja dietético con cero grasas, cero azúcar al que llamará el pan de la "Nueva Normalidad".

Los políticos están por las mismas. Véalos, al menos en Jalisco y en especial en la región, y muy notablemente en la localidad, son gente de la Antigua Normalidad que se venderá como de la Nueva  ¿Nuevos en qué, de qué, con qué…? Y no se trata de la edad, sino de CI o IQ, de tener una cultura mínima para darse cuenta que el mundo ha cambiado, y tantita vergüenza, claro, ética. Dejar ser dejar pasar, es una formula del siglo XIX, ni siquiera del siglo pasado, y así resuelven sus problemas, como en el caso del virus: dejan ser, dejan pasar… ¿Ha escuchado usted una propuesta innovadora de nuestras autoridades? No. No tienen una maldita idea de lo que está pasando "es grave", dicen ¡claro que es grave! eso todo el mundo lo intuye…no sólo es el virus, el mundo está cambiando; hay una crisis económica en puerta y tomarse la foto pa´ el face, no resuelve nada ¡Carajo! 

No lo digo yo, mentes brillantes del mundo contemporáneo como Zizek, que cito siempre aquí, lo dicen. Dice Slavoj Žižek  filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno: 

"Una pregunta interesante que plantea la pandemia de coronavirus, incluso para un no experto en estadísticas como yo, es: ¿Dónde terminan los datos y comienza la ideología?

Hay una paradoja en juego: cuanto más conectado está nuestro mundo, más un desastre local puede desencadenar un miedo global y eventualmente una catástrofe. En la primavera de 2010, una nube de polvo procedente de una pequeña erupción volcánica en Islandia, una pequeña perturbación en el complejo mecanismo de la vida en la Tierra, paralizó el tráfico aéreo sobre la mayor parte de Europa. Fue un agudo recordatorio de cómo, a pesar de toda su tremenda actividad de transformación de la naturaleza, la humanidad sigue siendo meramente otra de las muchas especies vivas del planeta Tierra. El muy catastrófico impacto socioeconómico de un estallido tan pequeño se debe a la fragilidad de nuestro desarrollo tecnológico, en este caso el transporte aéreo. Hace un siglo, tal erupción habría pasado desapercibida. El desarrollo tecnológico nos hace más independientes de la naturaleza y al mismo tiempo, a un nivel diferente, más dependientes de los caprichos de la naturaleza. Y lo mismo ocurre con la propagación del coronavirus: si hubiera ocurrido antes de las reformas de Deng Xiaoping, probablemente ni siquiera habríamos oído hablar de ello.

Una cosa es segura: el aislamiento por sí solo, la construcción de nuevos muros y más cuarentenas, no hará el trabajo. Se necesita una solidaridad total e incondicional y una respuesta coordinada a nivel mundial, una nueva forma de lo que una vez se llamó comunismo. Si no orientamos nuestros esfuerzos en esta dirección, entonces Wuhan hoy puede ser la típica ciudad de nuestro futuro. Muchas distopías ya imaginan un futuro similar: nos quedamos en casa, trabajamos en nuestros ordenadores, nos comunicamos por videoconferencia, hacemos ejercicio en una máquina en la esquina de nuestra oficina en casa y conseguimos comida por entrega, sin ver nunca a otros seres humanos en persona.

Sin embargo, hay una inesperada perspectiva emancipadora escondida en esta visión de pesadilla. Debo admitir que durante los últimos días, me he encontrado soñando con visitar Wuhan. ¿Las calles medio abandonadas de una megalópolis no proporcionan la imagen de un mundo no consumista a gusto consigo mismo? La melancólica belleza de las avenidas vacías de Shangai o Hong Kong me recuerdan a algunas viejas películas postapocalípticas como "On the Beach"("La hora final", 1959), que muestran una ciudad con la mayor parte de la población aniquilada - sin grandes destrucciones espectaculares, sólo el mundo ahí fuera, a la mano, esperándonos, mirándonos y para nosotros. Incluso las máscaras blancas que usan las pocas personas que andan por ahí proporcionan un bienvenido anonimato y la liberación de la presión social para el reconocimiento.

Muchos recordamos la famosa conclusión del manifiesto situacionista de los estudiantes de 1966: " Vivre sans temps mort, jouir sans entraves" que significa:  vivir sin tiempo muerto, gozar sin obstáculos. Si psicoanálisis de Freud y Lacan nos enseñaron algo, es que esta fórmula  es una receta para el desastre. El impulso de llenar cada momento del tiempo asignado con un intenso compromiso termina inevitablemente en una monotonía sofocante. El tiempo muerto - momentos de retiro, de lo que los viejos místicos llamaban Gelassenheit, liberación - son cruciales para la revitalización de nuestra experiencia de vida. Y, tal vez, uno puede esperar que una consecuencia no intencionada de las cuarentenas de coronavirus en las ciudades  sea que algunas personas al menos usen su tiempo muerto para liberarse de la actividad agitada y pensar en el (sin) sentido de su problema.

Soy plenamente consciente del peligro que corro al hacer públicos estos pensamientos míos ¿no estoy haciendo una nueva versión de atribuir al sufrimiento de las víctimas una visión más profunda y auténtica desde mi segura posición externa y, por tanto, legitimando cínicamente su sufrimiento? Cuando un ciudadano con cubre boca de cualquier parte del mundo anda por ahí buscando medicinas o comida para su familia, definitivamente no hay pensamientos anti-consumistas en su mente - sólo pánico, ira y miedo. Mi alegato es que incluso los eventos horribles pueden tener consecuencias positivas impredecibles.

Carlo Ginzburg propuso la noción de que avergonzarse del propio país, y no del amor por él, puede ser la verdadera marca de pertenecer a él. Tal vez algunos israelíes reúnan el coraje de sentir vergüenza por la política de Netanyahu y Trump hecha en su nombre - no, por supuesto, en el sentido de vergüenza de ser judío. Al contrario, sentir vergüenza por lo que las acciones de su país hacen en Palestina están haciendo el más preciado legado al propio judaísmo….Pero para pueblos como de Wuhan en China, no es el momento de sentirse avergonzado y estigmatizado, sino de reunir valor y persistir pacientemente en su lucha. Si hubo personas en China que intentaron restarle importancia a las epidemias, deberían sentirse avergonzadas, al igual que hacerlo los altos políticos y directivos de trasnacionales que públicamente niegan el calentamiento global pero que ya están comprando casas en Nueva Zelanda o construyendo búnkeres de supervivencia en las Montañas Rocosas…( o los políticos mexicanos anteriores a este gobierno que niegan el robo al patrimonio de la nación y sus delitos de corrupción mientras se amparan y mandan a su familia fuera del país).  Tal vez la indignación pública contra este supuesto doble comportamiento  dará lugar a otro desarrollo político positivo (en la Nueva Normalidad)." Pandemia. S. Zizek 2020.   


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