miércoles, 27 de octubre de 2010

Impunidad y dolor
Por Enrique Ibarra Pedroza
José Luis tenía 40 años de edad; Manuel contaba con 45. Ambos fueron hijos de Miguel Gutiérrez y de Paz Rivas, quienes formaron con sus trece hijos una típica familia alteña. Numerosa, muy trabajadora, acentuadamente católica, con una incuestionable solvencia moral, lo que les granjeó el cálido afecto de su comunidad, Atotonilco el Alto. A principios de los 70, Miguel y Paz abrieron su comercio, La Casa Amarilla, que desde entonces se convirtió en un negocio emblemático en el ramo ferretero en esa ciudad y con el paso del tiempo en el espacio laboral de la mayoría de sus hijos. El pasado martes 19 de octubre a las ocho de la mañana, con la puntualidad acostumbrada de todo buen comerciante, llegó José Luis a abrir su tienda que se ubica en la carretera que va a la Ciudad de México, lo que la convierte en la vía más transitada del lugar. No logró su propósito: fue secuestrado por varios maleantes en presencia de sus propios empleados y algunos familiares.
Al darse cuenta, casi en forma instantánea su hermano Manuel reaccionó con la solidaridad que dicta provenir de la misma sangre, y en su propio vehículo instintivamente inició la persecución de los secuestradores que llevaban a su hermano. Ese mismo día a las cinco de la tarde, los familiares recibieron una llamada para que fueran a la morgue de Ocotlán a identificar los cuerpos de José Luis y Manuel. En unos segundos llegó la tragedia a toda una familia para la que la vida ya no será igual, y la indignación a la comunidad. Ellos eran gente sana, buena, dedicados sólo al trabajo y a la formación de sus hijos, cuatro en cada hogar. Ahora José Luis y Manuel son víctimas del baño de sangre que la ineptitud y la ineficacia del gobierno federal ha dado como fruto podrido y que supera ya las 30 mil víctimas, muchas de ellas completamente inocentes y ajenas a conductas delincuenciales.
Las muertes de José Luis y Manuel seguramente quedarán en la impunidad, en el grosor y la frialdad de las estadísticas de la violencia que agobia a las familias mexicanas que han perdido no sólo la tranquilidad, sino la esperanza de ser felices. José Luis y Manuel fueron buenos hijos, buenos padres. Fueron mis primos. Pobres de ellos, pobres de sus viudas, pobres de sus hijos, pobres de todos nosotros que vivimos en la impunidad y en el dolor.

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