viernes, 28 de septiembre de 2012


ANESTESIA  Emocional
Por el psicólogo Arturo Fregoso Flores
¡Acérquese! Aquí andamos otra vez en este espacio que es alimento para el ánimo del escritor.
Hoy con el favor de su atención les traigo un pequeño "PSICOANÁLISIS DE HITLER", ese máximo dirigente de la Alemania nazi, y que en su historia de vida claramente se puede aplicar el dicho famoso "INFANCIA ES DESTINO".
CRISIS INFANTIL DE HITLER
Adolfo Hitler fue hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en Linz y su juventud en Viena. Durante su infancia Hitler confesó su deseo de llegar a ser pintor. Un poco de comprensión habría permitido tal vez al guardia aduanero orientar progresivamente a su hijo hacia otros centros de interés o comprender esa necesidad o ilusión por ser pintor; pero el carácter arrebatado de su padre pudo más. Quería decidir la carrera de su hijo, y no toleraba que éste tuviera otra opinión. Contrariado en sus sueños más caros, Adolfo se indignó y empezó a mostrar una oposición rebelde.
Ese primer combate fue grave. Fijó definitivamente unos modos de reacción que veremos reaparecer en toda la existencia de Adolfo: obstinado y deseoso de ejercer el peso de todo su poder a quien se le resistía.
Desde ese momento, algo se quebró en él. No era ya el muchacho de fresca sonrisa, no tenía ya esa claridad que animaba su semblante. La vida lo había golpeado. No sería el alumno normal, el entusiasta de aquel momento.
¿Qué es lo que lo retenía ahora en la escuela? Ciertamente, sólo aquello que pudiera servirle contra su padre. Sin embargo había una clase en la que ponía mucha atención… la del  viejo profesor Potsch. Adolfo, que odia la escuela, tiene, en cambio, verdadera veneración por ese maestro que emplea un lenguaje tan distinto al de su padre. Hitler tiene ahora un aliado. Se identifica con él y se siente más fuerte que su padre. Se nutre de esas lecciones de historia; ellas le consuelan de la prisión cotidiana que soporta.
Así estaban las cosas cuando, súbitamente, murió su padre. ¡Qué tumulto en esa alma de niño! Adolfo se ve libre de aquél que lo abrumaba, de aquél a quien detestaba y a quien, en ciertos momentos, no podía ver. ¿Pero es posible combatir a quien ya no existe? ¿Puede uno alegrarse de una victoria sobre un muerto? ¿Es una cobardía?  ¿Es una culpa grave? Una duda confusa y terrible se mezcla a la revuelta. La hora del triunfo, la hora de las victorias fáciles ha pasado. Confía en que ya no tendrá necesidad de ir a la escuela; pero la orden de su madre es categórica: "Continuarás tus estudios como quería tu padre".
Hitler pensaba:
"Es demasiado que mi padre, a quien yo odiaba, haya querido hacer de mí un empleado público, un prisionero... ¡Pero mi madre! ¿La que yo amaba, la que puede comprenderme, vendrá a ser cómplice de mi enemigo? ¿Deberé luchar contra ella como he luchado contra él? No puedo levantar la mano contra mi madre, si lo hiciera, todos mis sueños se vendrían al suelo. Debo avanzar lentamente hacia ese porvenir sombrío. ¡Piedad, piedad! ¡Es imposible una vida así!".
Adolfo volvió a la escuela. Quienes lo veían podrían creer que lloraba por su padre, pero en realidad lo que había sepultado eran sus proyectos, su futuro. Era hosco, no trabaja más, de su juventud se retira la vida, adelgaza. Pronto cae en cama, con una enfermedad de varias semanas, y el médico le impone un largo reposo antes de que pueda recomenzar sus estudios.
Cuando Adolfo escucha esas palabras, una sonrisa pasa por sus labios de adolescente. Quería saltar al cuello de su médico para besarlo, y besar con él a la vida; pero está aún muy débil, demasiado abatido por todo lo que la muerte de su padre ha representado para él. Adolfo se acerca a su madre, que ya ha visto morir a tres de sus hijos, y que en su alegría por no haber perdido este otro consiente en inscribirlo en la Academia de Bellas Artes. ¡Ya no tendrá necesidad de volver a esa
maldita escuela!
Freud demostró que las actitudes neuróticas del adulto son consecuencia de conflictos mal resueltos, o no reabsorbidos, durante la primera infancia. Aun cuando han desaparecido los personajes primitivos del drama, el individuo recrea situaciones análogas a las de su infancia y ello le permite vivir los sentimientos que reprimió en el pasado. Si un niño no ha podido liquidar normalmente su odio, sus celos, su amor, o su curiosidad, se empeñará toda su vida, aunque no a sabiendas de su conciencia, en suscitar condiciones que le permitan revivir esa emoción. Descargar ese afecto se le convierte en una necesidad psicológica. Agradezco el favor de su atención y sigo recibiendo sus opiniones en mi correo electrónico arturo_fregoso@hotmail.com.  Recuerden algo… Si la única herramienta que tienen es un martillo, piensen que cada problema que surge es un clavo. ¡Atrévanse a soñar!, confíen en ustedes y ¡hagan que las cosas sucedan!

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