martes, 21 de enero de 2020

                          Política y clasismo. 
Por Rodrigo Sànchez Sosa
"Una luz apagada cerquita de mi nariz, en mis ojos. Un olor agridulce de clóset, era el interior de un guardarropa que me parecía una recámara, muchos años después aprendería que eso se llama "walk in closet"; a mí me resultaba cognitivamente imposible relacionar el concepto ropero con aquella cosa descomunal. Apretaba las rodillas contra mi abdomen y mis orejas rozaban un vestido animal print de la marca Versace.  Tenía ocho años, mi madre me escondió ahí porque así se lo ordenó la dueña de la casa. Yo era la hija de la señora de la limpieza. Es que había visitas y yo estaba muy negra, muy "pinche prieta" como me decía la niña rubia hija de la señora rubia dueña de la casa también rubia porque estaba toda pintada de amarillo.   Esa niña me provocaba terror y angustia, "pollito" le
apodaban. Y sí, ella era como un pollito amarillo, dorado, hijo del sol, de ojos radiantes y bondadosos, pollito Disney y pollito Pixar, personaje rubio nacido para representar el lado hermoso y bondadoso del mundo. Yo en cambio había nacido en el lado malo, el lado oscuro, el lado de la noche, el atávico mundo de un universo sospechoso y maligno donde las pieles son color café y  los ojos negros y el pelo negro y, seguramente -cómo va a ser distinto-, las intenciones negras. A mi madre la corrieron de ese empleo porque un día cortó un trozo de pay de queso para que yo, su negrita, lo probara. Gatas. Nacas. Indias. Rateras. Pinches negras. El pollito se dio gusto insultándonos. Mi madre me dijo: "no les hagas caso". La escuché llorar en la noche, le pregunté si era por lo que nos habían dicho, entonces lloró más fuerte y luego me llenó la cara de besos y me dijo que lloraba porque cómo íbamos a pagar la renta de ese mes, la forma en la que ellas nos habían insultado era lo de menos. El recorrido ha sido largo, el estigma del color oscuro, el negro y todos sus derivados, la polisemántica del café con su nutrida creatividad me ha llovido a cántaros: morenita pero bonita, cásate con un güero para mejorar la raza, buscamos un perfil con otra imagen, eres morena pero no pareces mexicana, negra ríete para que salgas en la foto, con qué va a pagar su estancia en Berlín señorita Murillo, let me see your passport Miss Murillo porque con esa cara sospechosa no se sabe con qué intenciones viene usted a nuestro país. Hay un lado del mundo, donde estamos los de piel morena, que es objeto de desconfianza, de cuestionamiento. No sé cómo es que nos organizamos pero existe un grupo de personas que pueden cuestionar a otras porque el pigmentómetro se los permite.  La señora rubia y su pollito tenían una orquídea negra que me hipnotizaba. Y tomaban café negro. Y les gustaba el chocolate negro. Y yo tenía ocho años y no podía dejar de pensar en el color negro, en cómo escapar del estigma, en cómo encontrar la cara buena del negro y no entendía por qué era una cosa tan mala, me empañaba en buscar una grieta que filtrara dignidad, orgullo, aceptación. Con los años aprendí que no era sólo el color, era todo: un origen, una clase social, un nombre, un apellido, una escuela pública, la marca de un auto, un código postal, la marca de un vestido, las estrellas de un hotel, los asientos de un avión, el perfil de puesto en una empresa, las políticas de atención en un restaurante. El mundo y este país están sistemáticamente configurados para rechazar a un segmento, para discriminar sin tregua a unos sobre los que se imponen otros. Muchas veces he querido y quiero conformarme. Guardar silencio. Dejar el tema en paz, pero es que no es una batalla única, mi experiencia no es mía, sería pobre y mezquino pensarlo. Somos tantos, somos tantas. No hace mucho un airado lector dejó un comentario en una columna mía que rezaba así: "la pobreza de tu genética se nota en tus rasgos indígenas",  dijo eso porque no le gustó mi postura respecto de un tema de transporte público. A veces quisiera no volver sobre el tema, escucho una voz, cierto pudor personal que me dice "ya, deja de contar estas lastimerías, cambia de página". Pero es que somos tantos, somos tantas. Y vuelvo a la orquídea negra y  su belleza  perturbadora, a la belleza del poema de Nicolás Guilén: repica el negro bien negro. Y no me escondo y no me conformo porque ya no tengo ocho años, porque ahora entiendo que no se trata de un color, pero sí."  (Alma Delia Murillo )
Tras la trasformación política de México y la actual resistencia conservadora de derecha y de grupos financiados por el intervencionismo extranjero, nuestro país enfrenta no sólo las reacciones retrógradas y la burda embestida de los poderosos intereses creados alrededor del crimen y la corrupción que regentearon el gobierno federal y siguen al frente de muchos estados y ciudades del país (como Jalisco); sino la inercia de un problema ignorado que como cáncer nos ha estado destruyendo por siglos, impidiendo la integración desde hace más de 200 años, como nación pluri cultural y pluri étnica, el racismo y el clasismo, heredados de la etapa más oscura de la colonia. Recientemente salen a flote, después de confrontarse con esta trasformación del país que las desenmascara, y luego de que desde la presidencia de la república se hablase de la educación y salud como derechos y no como privilegios de clase y negocio. Hoy irrumpen fenómenos sociales relacionados con este lastre histórico. Nos ha quedado a los mexicanos más claro que nunca la presencia normalizada de la discriminación social por el color de piel, el origen étnico y la procedencia de clase, nos hemos dado cuenta que esto ha sido parte de la injusticia que vivimos como "normal".
Citaremos dos ejemplos: un niño de 11 años de una escuela privada va con una arma a la escuela la semana pasada y asesina a su maestra y hiere de muerte a otros dos compañeros, luego se suicida. A este se suma a otro  caso parecido en que en una escuela privada en Monterrey Nuevo León, un niño de clase alta lleva una pistola a la escuela y asesina a un compañero hiriendo a otros, mata a la maestra y se suicida en 2017. Cosas en común, la clase social y el color de piel de los protagonista, las escuelas privadas y el que fueran hechos sin precedentes en el país. En las escuelas públicas de barrios marginales y  violentos de ciudades peligrosas como Tamaulipas o Culiacán, no se reportaron hechos parecidos pese a que, el reclutamiento de niños por el crimen organizado ha sido un hecho desde que comenzó la guerra del narco. El entrenamiento y manejo de armas en niños de la edad de los primeros citados, por organizaciones criminales, fue comprobado ¿Se acuerda usted de Edgar Jiménez Lugo, 'El Ponchis'? Niño sicario de 11 años que fue noticia nacional hace algunos años. Sin embargo, no se han dado generalizadamente estos crímenes en escuelas públicas ¿cuál es la razón? ¿No es acaso la descomposición social, la violencia y el crimen los culpables de las muertes en escuelas privadas? Quizás los resultados de la investigación de las muertes en la escuela privada de Torreón Coahuila, nos diga algo: Las cuentas del abuelo del niño asesino y suicida de 11 años, le fueron congeladas, en ellas manejaban mucho dinero, las investigaciones arrojaron lavado de dinero y el padre del niño resulto convicto de crímenes por blanqueo de fondos de procedencia ilícita ¿Cuál es la lógica? La clase social. Mire usted, según informes de la DEA y el FBI gringos sólo el 20% de las ganancias del narco trafico se queda en EU, el 80% de las ganancias millonarias, solo de ese país, por venta de drogas, viene a México. Las elites económicas y políticas acaparan ste mar de dinero que, al no permear a las capas sociales bajas crea una brecha entre ricos y pobres, monstruosa en México, donde más del 50% de su población vive en la pobreza y tiene a uno de los hombres más ricos del planeta. Esto habla de una minoría súper privilegiada en México, entre cuyos "valores" tradicionales están la exclusión social, el racismo y el clasismo.  Estas elites sociales, blancas (Whitemexican, los llaman en el exterior), procedentes de dinastías de empresarios, banqueros, políticos y altos mandos del ejército, que se sienten casta divina, impunes, con privilegios como derecho de clase, forman el circulo del poder en torno al cual giraba el poder en México. Un niño que crece en este medio, en su infantil fantasía,  desarrollará una ilusión de omnipotencia y delirios de inmortalidad; además de prepotencia y altanería. No es el caso del niño sicario, pobre, moreno y humillado por su origen. Unos son la casta divinizada, los otros se saben prescindibles: los prietos, los indios bajados a tamborazos del cerro, las "marias" y los "chanos y chon",  los nacos, chutaros, mugrosos, descamisados y  chairos, saben su lugar. Detrás de muchos fenómenos sociales hoy en México está el racismo y el clasismo, pero sobre todo, la hipocresía para no  reconocerlos, pero como la materia fecal flotan solos en tiempos como estos, donde no sólo los previlejados (Whitemexican) quieren volver al viejo orden sino también  aquellos (en la lógica del buen salvaje) a los que  justificaba el viejo orden aún como marginados y oposición de este.

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